Los apaches

Los apaches eran un grupo de pueblos nativos, culturalmente cercanos, de zonas de Arizona, New Mexico, Texas, Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León. La primera vez que se tiene constancia de la utilización del término apache, fue el 9 de septiembre de 1598, por parte del explorador Juan de Oñate, en el pueblo de San Juan (Rio Arriba County, New Mexico), habiéndoselo oído a los zuñi, parte de los nativos Pueblo, del oeste de New Mexico, que les llamaban apachu, que significa enemigo. Los españoles aplicaron este término a los nativos de habla atabascana que erraban por los alrededores de las tierras de los nativos Pueblo. Algunos de ellos les atacaban; otros comerciaban con ellos; es decir, no formaban una única entidad social.

Esta es la teoría más aceptada, pero existe otra. La tribu yuma de los yavapai decía e-patch, que significa hombres que luchan o la lucha contra los hombres. Los yavapais decían para referirse a la gente como Apátieh o Apádje.

Los apaches se denominaban a sí mismos Ndeh, Ndee, N’de, Dišnë, Tišnde o Inde, según la tribu a la que pertenecieran. Quiere decir la gente, hombre o el pueblo. Hablaban un conjunto de lenguas atabascanas meridionales. Cuando llegaron los españoles, los apaches habían llegado tras una migración de unos 500 años desde Canadá.

Los apaches nunca estuvieron unidos bajo una misma organización social, sino que formaban grupos familiares relacionados entre sí por lazos matrimoniales o por meras razones de subsistencia. Cada grupo se componía de varias familias. Una familia apache estaba compuesta por los padres, los hijos solteros, casados, hijas y sus esposos e hijos. Los grupos familiares variaban en tamaño, desde 40 hasta 250 personas. Esta variación estaba determinada por la popularidad del líder del grupo, así como por su capacidad para vivir de los recursos del territorio. Si el grupo era demasiado grande, los recursos se agotaban rápidamente; si  el grupo era pequeño, no podía defenderse eficazmente. Cuando se sentían amenazados o planificaban una cacería del bisonte, varios grupos se reunían y elegían un jefe temporal.

Varias familias podían formar una banda y varias bandas, una tribu. Los españoles denominaban a las diferentes bandas o tribus por el lugar en el que vivían, por las actividades a que se dedicaban e incluso, en algún caso, por el nombre de su líder. Cada una de las bandas tenía su propio líder, el cual ejercía de jefe de guerra, aunque también podía ser otro (un destacado guerrero). Debido al carácter individualista del apache, los jefes ejercían relativamente poca autoridad, excepto en la guerra y en las incursiones para conseguir botín. Los chamanes tenían mucha influencia entre su gente y los rituales que hacían iban enfocados a la caza, la guerra, la curación de enfermos y las ceremonias de pubertad de las muchachas.

Su economía se basaba en la caza y en la recolección, aunque algunos Western Apaches, como los White Mountain, también cultivaban maíz. El producto de sus incursiones formaba una parte importante de su subsistencia y los asentamientos de los nativos Pueblo, españoles, mexicanos y, finalmente, estadounidenses, sufrían las consecuencias de sus acciones. Los apaches no criaban caballos, por lo que se los robaban a sus vecinos sedentarios, al igual que las mulas y el ganado vacuno y ovino. El apache, cuando no necesitaba más su caballo, por agotamiento, por estar enfermo o, simplemente, porque le perseguían, se introducía en una zona rocosa y montañosa, lo mataba y se lo comía. Ya robaría otro. A veces, el rescate de prisioneros también constituía una fuente de bienes.

La familia con residencia matrilocal era predominante en las tribus apaches, es decir, parejas casadas que vivían en la vivienda de la madre de la esposa, practicando la exogamia que obligaba a casarse con una persona de distinto clan. Así, la mujer era el miembro fijo del grupo, mientras el hombre era originario de otro, contribuyendo de esa manera a la estabilidad de dos familias, la suya y la de su cónyuge, excepto en el caso del hijo de un jefe, al que preparaban para suceder a su padre, no yendo al grupo de su mujer, sino que se quedaba en el de su padre. Cada familia tenía su propia vivienda y varias de ellas formaban el grupo. Los Western Apaches desarrollaron un sistema de clanes matrilineales según el cual, el nombre del clan se transmitía de la madre a los hijos.

El hombre participaba en la manutención de sus suegros, sobre todo, si eran mayores. Se dirigía a su suegro siempre con respeto y evitaba hablar directamente con su suegra. El vivir con la familia de su mujer no le impedía llegar a ser jefe si lograba el reconocimiento de los demás miembros del grupo. Eso hacía que, por ejemplo, un chiricahua chihenne pudiera dirigir una banda con miembros bedonkohes.

Los niños eran muy apreciados entre los apaches. Con los primeros signos del embarazo, la mujer apache tomaba medidas para salvaguardar el parto y la buena salud del feto. Para evitarle lesiones, se abstenía de tener relaciones sexuales tan pronto como se interrumpía la menstruación. Las restricciones alimenticias que observaba no eran excesivas. Comía poca carne grasienta para que el feto no se hiciese demasiado grande y el parto no fuese difícil. Evitaba comer intestinos de animales, porque los apaches los asociaban con la muerte de niños estrangulados por el cordón umbilical. Evitaban también los piñones porque hacían que el niño tuviese exceso de grasa, prolongando así el parto. 

Las mujeres embarazadas seguían haciendo sus quehaceres, aunque no estaban obligadas a realizar actividades extenuantes. Se abstenía de caminar demasiado, de levantar pesadas cargas y de sentarse durante largos períodos. Se le instaba a descansar lo necesario. La consideración con que era tratada reflejaba el amor que sentían por los niños. Una mujer a punto de ser madre era tratada como una niña. Sin embargo, la realización de tareas domésticas se consideraba beneficiosa para ella durante el embarazo, y la pereza y la autocompasión eran objeto de burlas.

Evitaban montar a caballo y asistir a las ceremonias de Gaan o danzarines enmascarados porque creían que su visión podía lastimar tanto a la madre como al niño, quien podría no nacer y matar a la madre. Algunos de los futuros padres tenían mucho cuidado con esto porque el danzarín llevaba una máscara en su cabeza y el niño, según sus creencias, podía nacer con una membrana amniótica  (membrana interna del saco embrionario y fetal) sobre su cara. Otros afirmaban que esa prohibición se refería solo a la madre y que el padre podía mirar a los bailarines enmascarados e incluso podía ser uno de ellos, siempre que todas las señales de esa actuación fuesen borradas completamente antes de regresar a casa.

Al inicio de los dolores del parto acudían las mujeres parientes de la mujer, su madre, su abuela, sus tías y sus hermanas mayores. Si la familia del marido vivía cerca, su madre o su hermana también podían ayudar. Cuando entre las parientes había una experta en partos, no se pedía ayuda externa. De lo contrario, se buscaba el servicio de una mujer que tuviera experiencia. Esa mujer, a menudo, era seleccionada sobre la base de la buena suerte que hubiera tenido en traer bebés al mundo. Si tenía varios hijos, era un feliz augurio. Cuando llegaba el parto, el marido salía del hogar. A menos que hubiera una emergencia, no podía estar presente durante el nacimiento. La mujer apache daba a luz en cuclillas. Para acelerar el nacimiento podían darle de comer cuatro trozos pequeños de las hojas interiores de la yuca con sal, uno tras otro. La matrona masajeaba el abdomen de la mujer hacia abajo y recibía al niño. Cortaba el cordón umbilical a una pulgada y media del ombligo del bebé con un trozo de pedernal negro o con el borde afilado de un trozo de hoja de caña o yuca, y anudaba el extremo o lo ataba con un cordón de hoja de yuca. Si el niño no lloraba ni respiraba, se echaba agua fría sobre su cuerpo. Cuando el bebé estaba obviamente vivo, pero no lloraba ni gritaba, ese niño crecería para ser fuerte.

Entre los apaches jicarillas era costumbre frotar al bebé con una mezcla de ocre rojo y grasa antes de envolverlo en una manta suave y también lavarlo con agua de, al menos, dos de sus cuatro ríos sagrados, el Canadian, el Chama, el Pecos y el Río Grande (el antropólogo Morris Edward Opler enumeró el río Arkansas en lugar del Chama).

El cordón umbilical se envolvía en la tela sobre la que la mujer estaba en cuclillas. En el libro Apache Legends & Lore of Southern New Mexico de Lynda A. Sánchez, aparece: Si el bebé era hombre, el cordón umbilical se enterraba con oraciones especiales entre huellas de animales. Por ejemplo, si uno deseaba que su hijo fuera un poderoso guerrero o líder, entonces se enterraba entre huellas de caballos; si deseaba que fuera un gran cazador se enterraba entre huellas de ciervos o alces. Entre los primeros chiricahuas y mescaleros, el cordón umbilical se envolvía con piel de ante y se colocaba en las ramas de un árbol frutal, lo que permitía que la vida de ese individuo fuera exitosa y completara el círculo sagrado de la vida.

Colocaban al niño junto a un arbusto o árbol frutal porque el árbol cobra vida cada año, y querían que la vida del niño se renovase como la vida del árbol. Después de nacer su hijo, la madre ataba una cuerda o una correa alrededor de su cintura para que su estómago no cediese, hasta que se sentía fuerte otra vez.  

Al nacer, la partera podía sugerir un nombre para el bebé. Sin embargo, cuando nada excepcional marcaba el nacimiento o distinguía al bebé recién nacido, su nombre no podía llegar hasta pasar dos o tres meses. Incluso cuando se le daba un nombre inmediatamente, había pocas razones para pensar que el niño lo iba a tener durante mucho tiempo. 

Al cuarto día del parto, cuando había una razonable esperanza de que el bebé sobreviviera, se le ponía en un cesto-cuna, que los apaches llamaban tsoch, mientras el hombre-medicina realizaba un ritual consistente en alzar el tsoch hacia los cuatro puntos cardinales. A pesar de la vida seminómada, tenían apego al lugar de nacimiento. Al niño se le decía dónde había nacido y cuando volvía al lugar, lo ponían en tierra hacia los cuatro puntos cardinales. No viajaban por eso, pero lo hacían si pasaban por allí. Incluso cuando el niño se estaba haciendo grande. Tantos los adultos como los niños lo hacían cuando volvían al lugar de nacimiento.

Construían el cesto-cuna de roble, fresno o nogal, utilizando el tallo de la yuca para las piezas del fondo si era para una niña y de sotol si era para un niño. La piel de ciervo o ante, forraba el armazón. Mientras se construía, el hombre-medicina rezaba para que el niño tuviera una larga y fructífera vida. El bebé pasaba los primeros meses (de seis a diez) en la cuna que la madre transportaba sobre su espalda. Mientras trabajaba, la madre solía apoyar el cesto-cuna en el suelo o contra un árbol. Para proteger al bebé de los espíritus malvados, se ponían amuletos de turquesa o bolsas de polen sobre la parte del cesto-cuna que protegía su cabeza. A las pocas semanas de nacer el niño, su madre o su abuela materna le perforaban los lóbulos de las orejas para que pudiera oír mejor y obedecer más rápido. Los apaches practicaban la obediencia a los padres. A los bebés se les enseñaba a una edad temprana a guardar silencio, debido al peligro que su llanto podía representar para el campamento cuando un enemigo estaba cerca. Si un bebé buscaba la atención de su madre llorando, esta colgaba su tsoch de un arbusto, no haciéndole caso hasta que se callaba. Se conocen casos de mujeres apaches que mataron a su bebé por llorar cuando su campamento era atacado para conseguir salvar al resto de su familia. La seguridad de la banda era lo primero.

Las relaciones sexuales no se reanudaban hasta que el niño había sido destetado. Durante ese período de casi tres años todos esperaban que la pareja se contuviese. Por supuesto, el tener más de una esposa solucionaba el problema. Algunos hombres buscaban otras mujeres con quienes tener relaciones. Pero la presión social obligaba a cumplir esa norma de contención sexual en la mayoría de los casos. Si un hombre quería mantener relaciones sexuales con su esposa demasiado pronto, estaba sujeto a agudas críticas, las cuales decían que actuaba en contra de su hijo. Se creía que no era bueno que un hombre tuviera una mujer embarazada cuando su hijo aún no caminaba. Se criticaba el tener un segundo hijo de camino cuando el primero aún no se había destetado. Al acabarse o alterarse la leche de la madre por su nuevo embarazo, creían que el lactante podría venir débil al estar hambriento. Cuando eso ocurría había otro rito: La ceremonia del corte de pelo. Cuando una madre estaba embarazada teniendo ya un niño de un año que todavía estaba amamantando, y ese niño enfermaba, la madre, por lo general, llevaba al niño a una anciana o a alguien que sabía qué hacer. Esa anciana cortaba el cabello del niño y ponía pintura roja sobre su cuerpo. Entonces ella le daba alguna medicina.

Durante la infancia, se le hacía varios rituales que representaban las situaciones vividas por los seres mitológicos de los apaches, el Matador de Monstruos y el Hijo del Agua, hijos los dos de La Mujer Pintada de Blanco. Al cumplir los siete meses de edad, se le hacía la ceremonia de los mocasines, en la que se le calzaba por primera vez. Durante el rito se le llamaba Hijo del Agua, y al realizar sus primeros cuatro pasos, el hombre-medicina cantaba una oración tras cada uno de ellos. Finalizada la ceremonia, se organizaba un banquete en el que participaban familiares y amigos.

Cuando un niño nacía muerto o fallecía mientras iba en la cuna, su cuerpo era enterrado apresuradamente en una pendiente y se cubría con rocas, ramas y tierra. Si la cuna estaba hecha, tenía un destino diferente: Después de hacer hendiduras en la piel de ante o ciervo, la colgaban en un árbol que estuviera al este del campamento donde había ocurrido la muerte. Nadie se atrevía a tocarla porque estaba prohibido. También se colgaba aunque el niño ya caminara antes de fallecer. Ocasionalmente, se quemaba la cuna a la muerte del niño, al igual que las posesiones de un adulto que, normalmente, se quemaban a su fallecimiento. Una cuna en buen estado, si el niño vivía, podía ser usada por un hermano recién nacido del mismo sexo, aunque había que hacer una ceremonia para el nuevo bebé. Lo normal era hacer una cuna para cada niño.

A los siete años se le cortaba el pelo, dejándole únicamente uno o dos mechones, y a partir de entonces, no se lo volvía a cortar, lavándolo constantemente con una espuma elaborada de la raíz de la yuca, y recibían de su padre u otro pariente un arco para que pudiera cazar pájaros y conejos. Los juegos incluían concursos de tiro con arco, carreras corriendo con la boca llena de agua, combates de lucha libre y otros en el que se ponía a prueba la resistencia del muchacho. A pesar de que los guerreros apaches eran capaces de recorrer grandes distancias a pie, debían aprender a montar a caballo desde muy jóvenes.

Los parientes enseñaban al niño la religión de la tribu, poniendo especial atención en Usen, el creador de la vida, la Mujer Pintada de Blanco y sus hijos Matador de Monstruos e Hijo del Agua, así como los Espíritus de las Montañas, divinidades protectoras de los apaches.  Si el niño era el primogénito del jefe, se esmeraban en las enseñanzas con la esperanza de ser reconocido en el futuro como jefe de la banda. A medida que los niños maduraban se les enseñaba las tareas propias de su sexo. A los niños se les enseñaba a cazar y las habilidades esenciales para convertirse en un guerrero. A las niñas se les enseñaba a construir viviendas, preparar las comidas y curtir las pieles. 

A los 14 años, el joven comenzaba su entrenamiento como guerrero novato, llamado dikohe, teniendo que participar cuatro veces en incursiones haciendo de ayudante de los guerreros. Durante esas incursiones, el dikohe llevaba una gorra ceremonial para protegerle de los espíritus malignos, bebía agua a través de un pequeño tubo y comía únicamente alimentos fríos. El dikohe no combatía salvo en casos de extrema necesidad. Los guerreros le ponían a prueba, obligándole a realizar tareas menores como cuidar de los caballos, recoger leña y preparar la comida para enseñarle la autodisciplina y la supervivencia en un territorio agreste y peligroso. Las enseñanzas se completaban con la obtención del poder sobrenatural, que aparecía de repente, la mayoría de las veces por medio de un sueño y otras, a través de un animal salvaje. Ese poder podía incluir oraciones o rituales para curar a los enfermos o como protección en la guerra. Era importante para los guerreros que su jefe tuviera ese poder. Gerónimo lo tuvo.

Las muchachas eran consideradas aptas para el matrimonio después de alcanzar la pubertad. Los jóvenes podían casarse, después de regresar de una exitosa incursión o partida de guerra, por lo general a la edad de 18 años. Para los apaches, la primera menstruación de la mujer tenía mucha importancia y todavía, hoy en día, se practica la ceremonia de la pubertad que dura cuatro días, incidiendo en la importancia de la longevidad como anhelo de tener una vida larga y saludable. Antes de la ceremonia, la muchacha recibe las enseñanzas de una mujer experta que conoce la mitología de la Mujer Pintada de Blanco, quien concibió un hijo cuyo padre era el Sol.

La mujer que enseñaba a una joven debía pertenecer a un clan distinto y hacer de madrina, antes y durante el ritual. La muchacha llevaba un vestido de la pubertad hecho por ella misma, ayudada por su madrina, representando a la Mujer Pintada de Blanco. Llevaba también un bastón largo, pintado de color amarillo, adornado con plumas de águila y alguna turquesa, que debía conservarlo hasta su vejez como apoyo para andar. Las plumas de águila eran de color gris por el color de su pelo en la vejez y la turquesa la protegería. El bastón lo hacía, varias semanas antes de la ceremonia, un pariente varón de la muchacha y un hombre-medicina lo pintaba, sujetando las plumas y la turquesa.

La muchacha situada tras unas alfombras y una piel de ciervo, realizaba la mayor parte del rito. Empezaba bailando, representando a la Mujer pintada de Blanco, para después arrodillarse, simbolizando la posición en que fue embarazada por el Sol. Luego, la muchacha se tumbaba boca abajo sobre la piel de ciervo mientras su madrina le masajeaba los hombros, la espalda y las piernas para darle la fuerza física necesaria cuando fuese adulta. Cuando se levantaba, corría hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales para dotarla de resistencia y rapidez. Antes de acabar la ceremonia, el hombre-medicina esparcía polen sagrado sobre la muchacha y su madrina. El ritual finalizaba repartiéndose dulces y frutas entre los amigos y familiares que habían asistido a la ceremonia.

Por la noche, los danzarines enmascarados, llamados Gaan que representaban a los Espíritus de la Montaña, danzaban con un payaso que encarnaba la fertilidad, con el fin de bendecir la ceremonia y a los asistentes, al son de la música de una especie de maracas, tambores y el típico violín apache de una sola cuerda, hecho con el tallo del cactus de mescal.

Durante los tres días siguientes, la muchacha permanecía recluida, rezando y haciendo tareas que necesitaría hacer en el futuro, como por ejemplo, moler maíz. Durante estos tres días era la Mujer Pintada de Blanco, por lo que su cuerpo era sagrado, teniendo que tomar una serie de precauciones como protección: cuando le picaba la piel, utilizaba un palito para rascarse porque no podía tocarse con las manos; bebía agua a través de un pequeño tubo; y no se reía para no tener arrugas en la cara.

Todos los apaches, salvo los lipanes, practicaban la poligamia, aunque solo los que podían mantener a varias esposas lo practicaban. Era costumbre casarse con la hermana menor de la esposa para reforzar los lazos entre las dos familias y al enviudar el hombre, se podía casar con una hermana o prima de su difunta esposa. Esa costumbre paliaba el problema del exceso de mujeres ante las bajas de los guerreros muertos en combate, por ello la mujer, al enviudar, solía casarse con el hermano de su difunto marido. El viudo estaba obligado a guardar luto durante un año y ayudar a sus suegros.

La familia del pretendiente era quien daba los primeros pasos para concertar el matrimonio, siendo el que representaba al varón, el que llevaba regalos a la familia de la mujer; correspondiendo, a veces, la familia de la novia con regalos de menor valor. Las dos familias consultaban, respectivamente entre sus miembros, la idoneidad de la unión, cuidando todos los detalles, aunque respetando la opinión de la pareja. Según el antropólogo Morris E. Opler no se solía organizar ninguna ceremonia especial, viviendo en su propia wickiup cerca de la vivienda de la madre de la novia.

El divorcio existía. Si el marido era vago o cruel, los parientes de su mujer podían expulsarle del grupo. Entre los apaches jicarillas y los Kiowa-Apaches, si la mujer no hacía lo que se esperaba de ella, sus hermanos podían intervenir para mantener el honor de la familia.

La vivienda variaba de acuerdo con el lugar. Los apaches de las praderas (jicarillas, lipanes y Kiowa-Apaches) y la mayoría de apaches mescaleros utilizaban el clásico tipi en forma de cono, construido con largas varas de pino cubiertas con pieles de bisontes. Para transportar las viviendas y enseres utilizaban el perro, pues no había caballos hasta que llegaron los europeos. Su economía se basaba principalmente en la caza del bisonte y el antílope, así como en la recolección de plantas silvestres como el nabo de las praderas.

Los Western Apaches y chiricahuas que vivían en las montañas utilizaban el wickiup. Se trataba de una choza circular consistente en un armazón construido con sauces clavados en el suelo, doblados hacia el centro y atados en forma de cúpula. Se completaba con palos horizontales fijados a las varas principales y el conjunto se cubría con hierba o pieles de animales. La entrada solía orientarse hacia el Este, por donde sale el Sol. Esta choza medía unos 2 metros de altura, existiendo otras más sencillas que a veces consistían en la simple colocación de unas pieles sobre arbustos. Se tardaba unas dos horas en construir un buen wickiup, haciéndolo las mujeres, al igual que las cestas y los utensilios del hogar.

La apariencia física de los apaches variaba. A veces eran descritos como altos, erguidos y robustos, mientras que otros estudiosos han dicho que rara vez eran grandes o pesados, siendo ligeramente más bajos que el hombre blanco. Aleš Hrdlička, antropólogo estadounidense de finales del siglo XIX, tomó mediciones de los apaches de las reservas, determinando que los hombres promediaban 1’68 metros y las mujeres 1’52 metros. A pesar de las diferencias en cuanto a su tamaño, casi todos están de acuerdo en que eran resistentes, robustos y atléticos, con buena capacidad pulmonar, así como extremidades fibrosas pero no demasiado musculosas. El explorador español Francisco Vázquez de Coronado, en una carta al rey el 20 de octubre de 1542, dijo que el apache (refiriéndose a los querechos o vaqueros, antecesores de los apaches llaneros, jicarillas, lipanes y Kiowa-Apaches) tenía el mejor físico de cualquiera que haya visto en las Indias. Tenían la cara ancha y redonda, más bien plana, con ojos oscuros y tez que iba del tono claro al rico chocolate.

Utilizaban la raíz de yuca, aplastada, para lavarse el pelo. Después lo untaban con grasa o con la médula de la pata del ciervo para que estuviese pegado y junto. El rostro del hombre apache no tenía vello facial, quitándoselo con las uñas tan pronto como salía (los exploradores apaches del general Crook llevaban pinzas para arrancárselo). Había excepciones, por supuesto. Uno se dejó crecer su barba para tener buena suerte. Dijo que cuando era joven tuvo un sueño en el que, si dejaba crecer su barba, tendría buena suerte. Tenía más de 60 años cuando dijo eso llevando entonces un bigote.

Las mujeres jóvenes, y muchas mujeres de mediana edad, llevaban el pelo atado en un nudo en la nuca. Las mujeres mayores tendían a llevar el pelo colgando. A medida que la mujer avanzaba en edad, dedicaba menos atención en prepararse el cabello, aunque había una gran variación individual en el momento en que estos cambios ocurrían. Aunque algunas mujeres bastante jóvenes llevaban el pelo suelto, una mujer mayor difícilmente se preocupaba de él.

En las danzas y celebraciones se untaban las mejillas con una mezcla de grasa y ocre rojo. Algunas veces se pintaban círculos en cada mejilla, otras, otro tipo de marcas. Algunos se pintaban una raya de jugo de mescal pegajoso a cada lado de la cara. Además, había una gran cantidad de pinturas por razones rituales. La coloración de la cara del paciente por el hombre-medicina (a menudo con sustancias sagradas tales como polen, mineral de hierro, o arcilla blanca) era uno de los elementos importantes de las ceremonias. Así era normal ver individuos cuyas caras estaban marcadas con líneas de arcilla blanca o cuyas mejillas están decoradas con símbolos del sol, la luna, las estrellas o varias constelaciones.

El tatuaje existía, pero no mucho. Los hombres se tatuaban a sí mismos, pero lo limitaban a la parte interior de los brazos porque allí hay más carne y es más tierna. Los colores utilizados eran el rojo, y el azul y negro. El rojo se obtenía del ocre rojo o del jugo de las peras espinosas maduras; el negro, del carbón. El material se colocaba sobre la piel, se humedecía y se perforaba con una espina de cactus. Los diseños típicos eran estrellas, constelaciones y líneas en zigzag que simbolizaban el rayo. A veces se relacionaban con los ritos chamanísticos del individuo. Por ejemplo, un hombre que reclamaba el poder del rayo tenía marcas tatuadas. Pero la mayoría de los tatuajes eran meramente decorativos. Algunas mujeres, además de las marcas de tatuajes en los brazos, se hacían un punto en cada mejilla y a veces una figura, tal como un círculo o una línea ondulada o dentada, en la frente. 

Los hombres y las mujeres llevaban pendientes, collares, brazaletes, bandoleras y colgantes. Usaban perlas de turquesa y de concha blanca. También hacían perlas de partes de una raíz larga, llamada espiga negra (Hilaria cenchroides) y de las semillas del laurel de montaña. Muchos de esos adornos eran amuletos de valor religioso y protector. Una bolsita de menta podía ser utilizada, particularmente por los hombres jóvenes que querían parecer atractivos a las muchachas.

Los apaches chiricahuas utilizaban hierbas y plantas con fines medicinales. Cogían piñones y enebros, y los quemaban en el interior de sus wickiups con todos los miembros de la familia dentro, hasta que el humo les obligaba a salir. Así ahuyentaban la enfermedad. Trataban varias enfermedades rectales con productos administrados a través de un tubo para enemas de madera, de carrizo o de saúco. Usaban el tubo para enemas en casos de sangrado, como las hemorroides, o por problemas estomacales prolongados. La medicina era líquida, hecha de plantas, y se vertía dentro del tubo, soplando por él el sanador. Después de retirar el tubo, untaba el recto con un polvo hecho de plantas secas pulverizadas. Por último, frotaba alrededor del ano con un poco de grasa mezclada con ocre rojo.

Para la sangre en las heces, molían la raíz de cinquefoil (Polentilla) y la mezclaban con agua, bebiendo la decocción. También se aplicaba externamente en las partes doloridas del cuerpo. La Apache Plume (Fallugia paradoxa) lo usaban como laxante. Para la diarrea cogían la flor del Gnafalio (Gnaphalium decurrens) en otoño, cuando florecía, la hervían y la secaban, manteniéndola así todo el año. Se bebía como un té y después se comía.

Para las paperas y las hinchazones en el cuello cogían una planta con un bulbo, la quemaban y ponían las cenizas con grasa donde estaba la hinchazón.

Para limpiarse los ojos trituraban la raíz del roble, y la empapaban con agua. Para el resfriado usaban el sabio (Salvia officinalis) y la espiga negra (Hilaria cenchroides). Desmenuzaban el sabio, lo mezclaban con tabaco, y lo fumaban para combatir el resfriado. También lo hervían para beberlo. Cuando al dolor de cabeza y al resfriado se unía la tos, utilizaban la raíz de chuchupate u osha (Ligusticum porteri). La mezclaban con el tabaco y la fumaban para el resfriado, y si había tos la masticaban. La trituraban, la mezclaban con agua y frotaban sobre la nariz si estaba taponada. Si esto no funcionaba, la hervían y bebían el agua. Podía causar vómitos, pero era bueno para los bronquios. Para el dolor de cabeza, la trituraban, la mezclaban con agua y la frotaban en la frente.

Para problemas de oído usaban el frijol de tornillo (Strombocarpa pubescens). Lo masticaban, y echaban un poco de sal y agua. Luego mojaban un material absorbente, e introducían un trozo en el oído. 

Antes de la llegada de los europeos, las prendas de vestir se hacían con pieles de ciervo o antílope; los apaches jicarillas, algunos mescaleros, lipanes y Kiowa-Apaches empleaban la piel del bisonte, además del antílope y ciervo. Los hombres generalmente vestían sólo un taparrabos y, a veces, una camisa; las mujeres, falda y blusa. Al llegar los europeos, adoptaron parte de su vestimenta, aunque lo que más les costaba era acostumbrarse a su calzado. Los apaches chiricahuas y Western Apaches usaban una bota, ligeramente curvada en la punta, que les llegaba hasta debajo de la rodilla, llamada n’deh b’ken. Los niños pequeños, sobre todo cuando el clima era suave, llevaban poca o ninguna ropa.  Cuando llevaban ropa era la misma que la de los adultos. Para la protección del sol, tanto los jóvenes como los adultos usaban guirnaldas de sauce fresco.

La división sexual del trabajo no era muy rigurosa. La mayor parte de la recolección la hacían las mujeres, pero los hombres también ayudaban sobre todo en la recolección del mescal, excavando una zanja que servía de horno para cocer las raíces. La caza era trabajo del hombre, pero entre los apaches lipanes las mujeres participaban en las cacerías de conejos. Las mujeres preparaban y curtían las pieles, mientras los varones las ayudaban cuando se trataba de piezas grandes y pesadas como el bisonte o el alce.

Los apaches jicarillas, lipanes y mescaleros basaban gran parte de su subsistencia en el bisonte. La piel proporcionaba cubierta para sus viviendas, así como material para prendas de vestir, ropa de cama, capas y mantas. La carne, el hígado, la lengua y otras partes eran una fuente de alimento. El estómago, la vejiga y otros órganos internos eran limpiados para ser usados como contenedores. Por ejemplo, el estómago de bisonte, limpio y atado en ambos extremos, servía como depósito de agua. Los intestinos se utilizaban, una vez limpios, como transporte de comida en los trayectos, rellenos de carne de bisonte y hierbas. Molían los cascos hasta hacerlos polvo para hacer pegamento. En el momento de la matanza de bisontes, bebían su sangre fresca, pero también era almacenada, y una vez seca, servía para hacer pintura. Los cerebros se utilizaban como lubricante en el proceso del curtido de pieles. Los tendones se usaban para coser y para cuerdas de arco. Los huesos servían como herramientas, como hachas y picos, agujas y utensilios para comer. Los dientes del bisonte, a menudo eran ensartados en collares u otros elementos decorativos. Por último, sin madera en las llanuras, el estiércol de bisonte seco era un combustible eficaz. 

Hay un gran debate entre los historiadores por saber dónde, cómo y cuándo, los nativos americanos adquirieron el caballo. En general, están de acuerdo en que los apaches fueron de los primeros en adquirir el animal por su temprano contacto con los españoles.

La escritora LaVerne Harrell Clark, se refiere en su libro They Sang for Horses: The Impact of the Horse on Navajo and Apache Folklore, al momento en el que el explorador Francisco Vázquez de Coronado encontró a los apaches cazadores de bisontes: Ese día memorable en las llanuras cercanas al río Canadian [Texas], los apaches cazadores de búfalos [bisontes] vieron a los caballos españoles con bastante tranquilidad. Quizás su reacción fue una señal que predijo el temprano dominio apache del caballo, porque a diferencia de los indios Pueblo de New Mexico, que fueron los primeros indios del Sudoeste en adquirir caballos en cantidades considerables, los apaches y sus parientes, los navajos, fueron los primeros en evolucionar como verdaderos jinetes. Es poco probable que las expediciones españolas del siglo XVI suministraran los primeros caballos. También es poco probable que los nativos poseyeran caballos antes de 1600, al menos en número suficiente como para haber tenido algún efecto.

Solo después de que los españoles se establecieron en Santa Fe (Santa Fe County, New Mexico) y en otras poblaciones de la zona, los nativos tuvieron acceso a los caballos. También pudieron observar el uso y ventajas ofrecidas por ese animal, y con el tiempo aprendieron a controlarlo. En algún momento, entre 1600 y 1650, los apaches adoptaron el caballo en su cultura. En 1650 ya lo utilizaban en sus incursiones.

El historiador John Upton Terrel, escribió en su libro Apache Chronicle: The Story of the People: No había discurrido mucho tiempo del siglo XVII cuando los españoles desistieron de impedir que los indios adquirieran caballos. La situación estaba lejos de todo posible control, y concentraron sus esfuerzos en la tarea más importante, pero extremadamente difícil, de mantenerse con vida ante el agobio de los constantes ataques contra ellos”. 

El historiador Donald E. Worcester estimó que los apaches ya usaban el caballo no más tarde de 1620 o 1630. En ese momento, los españoles ya no fueron capaces de mantener los caballos fuera del alcance de los nativos. Las grandes manadas de caballos salvajes, conocidos como cimarrones, vagaban por la vasta área del norte de México.

Herbert Eugene Bolton argumentó en “Rim of Christendom: A Biography of Eusebio Francisco Kino, Pacific Coast Pioneer: Cuando se supo por primera vez de los apaches, aunque belicosos, cubrían un estrecho margen, dedicándose en cierta medida a la agricultura. Pero los españoles trajeron caballos a la frontera, los apaches los consiguieron, y su espacio se amplió. Los españoles también tenían grandes rebaños de ganado que los apaches llegaron a apreciar como alimento. En otras palabras, los españoles aumentaron sus reservas y al mismo tiempo proporcionaron a los apaches los medios para que lo robaran”.

Cuando los apaches vieron por primera vez los caballos, lo más probable es que los vieran simplemente como otra fuente de alimento. Su siguiente uso lógico fue utilizarlos como animales de carga, en sustitución de los perros. Los caballos permitían a los nómadas acumular más riqueza y transportar más equipaje cuando se trasladaban. Por último, aprendieron a montarlos, y a utilizarlos ventajosamente en las incursiones y en la guerra. Bolton continuó: A medida que se desvanecía el siglo XVII, las incursiones se hicieron cada vez más largas, hasta que en la época de Kino, los apaches no solo devastaron las misiones fronterizas  y los ranchos periféricos, sino que penetraron hasta el corazón de Sonora, complementando el robo con el incendio y el asesinato. La culpa no era de un solo lado. Los soldados españoles persiguieron a los invasores, mataron a los guerreros cuando podían atraparlos, capturaron mujeres y niños, y los mantuvieron como esclavos.

Debido a que fueron de los primeros nativos en adquirir el caballo, los apaches dominaron rápidamente a sus vecinos. El caballo incrementó drásticamente su capacidad para adquirir riquezas. Los apaches de las llanuras continuaron subsistiendo principalmente de los bisontes, pero con los caballos, fueron capaces de matar más cantidad de ellos y viajar más lejos en su búsqueda, y transportar una mayor cantidad de carne al campamento. Los apaches a caballo podían atacar a los sedentarios nativos Pueblo más rápida y eficientemente que cuando lo hacían a pie. El caballo, del mismo modo, les permitía ir más lejos a saquear y escapar a las llanuras antes de que los nativos Pueblo pudieran montar una resistencia efectiva.

Con el uso del caballo, los lipanes y Kiowa-Apaches que siempre habían vivido en las llanuras, tenían fácil acceso a las manadas de bisontes. Sin embargo, los jicarillas y mescaleros que vivían al borde de las llanuras y en las montañas que las bordean, tenían más dificultades para cazarlos. Cuando consiguieron caballos, esa dificultad disminuyó.

Los apaches perdieron su dominio en todo el sur de las llanuras cuando los caballos se extendieron más allá de su control y otras tribus los adquirieron. Una de las principales razones para este cambio fue el hecho de que los apaches nunca aprendieron o, por lo menos, nunca se dedicaron a criarlos. Debido a su proximidad, y a una fuente casi interminable de caballos, preferían robarlos, comerciar con ellos, o capturar caballos salvajes en lugar de cuidar los suyos. Un explorador francés señaló en 1724 que las yeguas tuvieron varios abortos, debido a que los apaches montaban en ellas constantemente en incursiones o en la caza.

Los chiricahuas no tenían duda. Cuando les perseguían, huían a las montañas o a terreno accidentado para continuar la lucha. Si lo veían necesario, mataban a sus caballos para comérselos. Ya robarían otros. Los apaches jicarillas y mescaleros vivían en montañas cercanas a las llanuras donde se resguardaban, pero los lipanes vivían esencialmente en las llanuras donde estaban más expuestos al peligro; por eso nunca mataban a sus caballos porque los necesitaban para el transporte del campamento y para su defensa. Sin ellos, en las llanuras estarían a merced de otras tribus.

Los apaches capturaban mujeres y niños para llevarlos cautivos, adoptándoles en la tribu. Cuando capturaban adultos, les interrogaban para buscar información y después les mataban allí mismo, o les llevaban a su campamento para que las mujeres les matasen. Los chiricahuas torturaban hasta la muerte a los mexicanos cuando eran capturados, porque eran sus mayores enemigos. Históricamente, los mexicanos, y antes los españoles, los perseguían con saña. Les ataban las manos a la espalda, impidiéndoles correr rápido. Las mujeres les perseguían con cuchillos hasta que los mataban. Con la llegada de los estadounidenses a la zona, los chiricahuas se percataron de que traían consigo una tecnología muy superior a la de los mexicanos. Generalmente, ante los recién llegados practicaron una guerra defensiva.

Rara vez dejaban vivos a los hombres adultos porque era peligroso. Pero un niño era adoptado por la tribu. Se convertía en un verdadero apache y de adulto se casaba en la tribu. Cuando atacaban un poblado, los chiricahuas no mataban a muchas mujeres y niños, sino que los dejaban huir para capturarlos después. El antropólogo estadounidense Morris Edward Opler, en su libro An Apache Life-Way” dice: Raramente, capturaban mujeres; cuando lo hacían, no tenían interés sexual en ellas. Cuando los chiricahuas iban de incursión o a la guerra, y capturaban mujeres mexicanas o de otras tribus, no les hacían nada. Temían tener relaciones sexuales con ellas, porque si lo hacían, su suerte se echaría a perder. No podían hacerlo. Los mexicanos, en cambio, lo hacían cada vez que capturaban mujeres apaches. Esto podía ser así, pero hubo bastantes casos de apaches casados con mexicanas (Mangas Coloradas entre ellos). Incluso después de llegar al campamento, se consideraba inapropiado forzar sexualmente a las mujeres cautivas. Si se casaban, estaba bien, pero no era forzada. Algunas veces intentaban cambiar a sus cautivos por apaches en manos de los mexicanos.

El único cautivo verdaderamente deseado era el niño. La sensación de cautiverio desaparecía con el tiempo, para casarse después, y sus hijos eran aceptados como miembros de la tribu. El cautivo era criado por el hombre que lo había capturado, llamándolo padre y a la mujer que lo adoptó, madre. Aunque algunos cautivos escaparon después de pasar un tiempo, otros permanecieron en la tribu.

Los apaches también cazaban ciervos, alces, antílopes, venados y, en las regiones montañosas, ovejas de montaña. Cazaban ciervos y antílopes más por su piel que por alimento, aunque uno de los mitos chiricahuas indicaban que la carne del venado debía consumirse limpia de sangre y, a ser posible,  el desangrado debía hacerse en el lugar de su muerte. También cazaban castores, conejos, ardillas, puercoespines, perros de las praderas, zarigüeyas y pecaríes (jabalíes americanos).  Los apaches se diferenciaban en el consumo de aves de corral. Los jicarillas comían pavos, palomas, urogallos y codornices. Algunos mescaleros comían pavos, codornices, y palomas, aunque otros los desdeñaban; los lipanes comían pavos salvajes, pero se abstenían de consumir la mayoría de otras aves.

Mientras que los hombres eran los principales responsables de la caza, las mujeres se dedicaban a la recolección de bayas silvestres, frutas, y plantas comestibles. El agave (mescal) era abundante en el sur de los Estados Unidos y norte de México, por lo que el término mescalero» llegó a significar recolector [o comedor] de mescal. La planta del sotol tenía coronas más pequeñas que el mescal, pero también se recogía. En un proceso especial, el mescal y el sotol podían ser horneados en láminas delgadas para hacer pan. Las hojas se pulverizaban en cuencos de madera o en depresiones en las rocas, añadiéndose agua para hacer la masa, y la mezcla se cocía en las cenizas alrededor de un fuego. A veces, el mescal y el sotol se almacenaban en parfleches (recipientes de cuero de bisonte) o en cuevas para emergencias o para tiempos de escasez.

En mayo y junio las mujeres, provistas de hachas y palos especialmente afilados y aplanados en un extremo, salían en busca del mescal. Cuando había peligro por la existencia de enemigos cercanos, los hombres las acompañaban. Cuando encontraban dichas plantas, primero cortaban las largas hojas con sus hachas para después excavar las raíces con el palo, hasta llegar al bulbo enterrado y sacarlo, listo para cocer.

El siguiente paso era excavar una zanja en el suelo que les servía de horno para cocer los bulbos. Generalmente, medía unos 5 metros de largo y uno de profundidad. El fondo se cubría con piedras y sobre ellas se encendía una hoguera, dejando que las piedras se calentasen durante varias horas. A continuación, se echaban los bulbos de mescal y seguidamente se cubrían con hierba verde; el conjunto de rocas calientes, bulbos y hierba se cocía durante 24 horas. Entonces ya se podía comer, dejando lo sobrante secando al sol para servir de alimento durante el resto del año.

Los apaches eran poco aficionados a la agricultura, pero casi todos la usaban como medio de subsistencia. Los jicarillas eran los que más la practicaban, incluso utilizando el riego para las calabazas, frijoles, melones, guisantes, trigo, tabaco y maíz. El maíz era el cultivo más importante, para la alimentación en invierno, y sus semillas eran enterradas en primavera antes de partir a las llanuras a cazar bisontes.

Los lipanes y mescaleros tampoco practicaban mucho la agricultura, estando completamente subordinada a la caza y a las incursiones. Los chiricahuas, tan alejados de las llanuras donde pastaban los bisontes, basaban su sustento en la caza y en las incursiones para conseguir botín.

A mediados del siglo XIX, en los valles y las colinas abundaba el ciervo de cola blanca, mientras que en las montañas se encontraban muchos alces y ciervos de cola negra. En las llanuras situadas al sur de las Chiricahua Mountains (Cochise County, Arizona) y en el norte de Sonora y Chihuahua, pacían rebaños de antílopes que se cazaban mediante el rodeo por el que varios hombres rodeaban un rebaño, estrechando el cerco hasta tenerlos al alcance de sus flechas. También cazaban el pavo salvaje. Desde pequeño, el apache aprendía los hábitos de los animales y cómo cazarlos. Los niños aprendían rápidamente a utilizar el arco y la flecha, cazando conejos, ardillas y gallinas de las praderas.  El apache no comía serpientes, coyotes ni peces por prohibírselo su religión. También creían que los osos tenían un gran poder esotérico y no se debían matar a no ser que fueran atacados por ellos.

Los apaches hacían sus arcos con madera de la morera silvestre. Algunas tribus apaches utilizaban el arco reforzado con tendones. Las mejores aljabas se confeccionaban con piel de puma, dejando intacta la cola del animal como adorno, aunque también usaban la piel del lince, ciervo, e incluso del caballo o vaca, con una capacidad para unas 40 flechas. Los chiricahuas tenían una funda para guardar el arco cuando no lo estaban utilizando.

Los Western Apaches solían utilizar cañas para hacer sus flechas que encontraban en las orillas de los ríos, sobre todo en el Gila, aunque también utilizaban el sauce y otros tipos de madera. Las primeras flechas tenían la punta de piedra, por lo general de obsidiana, con muescas a los lados para penetrar profundamente en la dura piel de los ciervos y bisontes. Al tener contacto con los españoles, consiguieron metal para las puntas. Para dar estabilidad a la flecha, se ataban con tendón de ciervo, tres plumas de pavo salvaje o de halcón de cola roja, en el otro extremo.

Percy Bigmouth, hijo de padre mescalero y madre lipán, era un hábil fabricante de armas, incluidos arcos y flechas y, en menor medida, lanzas y escudos. También hacía gorros de guerra. Contó a la escritora Eve Ball cómo los apaches hacían sus arcos y flechas: Para hacer arcos se usa la madera de la zona. Si bien el roble es bueno al principio, luego no dura mucho. No aguanta muchos disparos. La mejor madera es la morera silvestre que crece al este del Pajarito Mountain [Otero County, New Mexico] y en los malpais [tierras baldías volcánicas del área de Carrizozo cerca de la Reserva Mescalero]. Con ella se hace un buen y duradero arco. La madera de la acacia es fuerte… Usamos el tendón de una vaca o un ciervo… La flecha también está atada con el tendón. El arco largo está ajustado, doblado y sujeto, y el empalme cubierto con cuero… Para que la cuerda del arco no roce la muñeca, hacemos protectores de cuero, usando cuero crudo… El arco lipán tenía 1’5 metros de altura; nuestras lanzas, algo más de 3 metros.

Los apaches también utilizaban lanzas, haciéndolas con el tallo seco del cactus llamado sotol. Medían entre 1’35 y 2’5 metros de largo y, al principio, llevaban una punta hecha de hoja de yuca. Al llegar los españoles, consiguieron bayonetas y sables para colocarlos en el extremo de sus lanzas. Solían pintar la vara de rojo y azul, adornándola con dos plumas de águila que se ataban en el extremo donde se hallaba la punta. Utilizaban la lanza en el combate cuerpo a cuerpo, nunca la lanzaban como si fuera una jabalina.

Se cree que los apaches no utilizaban escudos antes de la llegada de los españoles, pero al ver que los recién llegados portaban la rodela, copiaron esta arma defensiva, haciéndolos con piel de vaca o caballo, lo cual refuerza esa teoría, pues ese ganado lo trajeron los españoles. Según información dada por los apaches al antropólogo Grenville Goodwin, se usaba la parte de la piel de la espalda del animal. Después de mojar la piel, se extendía entre clavijas a una distancia de 8 o 10 cm del suelo. En medio se colocaba un peso que hacía curvarse hacia abajo aquella parte de la piel dándole forma cuando se secaba. Una vez seca se soltaba de las clavijas, la parte del medio se recortaba en forma de cuadro y las esquinas se quitaban hasta formar un escudo redondo. Algunos apaches utilizaban solo una piel, pero los White Mountain empleaban dos, pegando una encima de la otra para dar mayor grosor al escudo. Detrás se fijaba un lazo de piel endurecida para que sirviera de asa.

Los Western Apaches pintaban la parte exterior del escudo con figuras de serpientes, osos y otros animales. En el borde de la parte superior, se ataban plumas de águila y a veces tiras de franela roja. Los mescaleros a veces, pintaban sus escudos con la imagen del sol en medio, mientras, por el borde, figuraban la madre tierra y el cielo, y en el nordeste, sudeste, noroeste y sudoeste, las montañas sagradas y el tocado que llevaban los espíritus que moraban en ellas.

También empleaban una maza para el combate cuerpo a cuerpo, cuyo mango era un palo que se introducía dentro del rabo de un caballo que se dejaba secar.  La zona de impacto de la maza constaba de un trozo circular de piel de vaca, cosida con una piedra redonda dentro, adornado con el pelo de la cola del animal.

Todas estas armas dejaron de ser usadas a medida que los apaches iban consiguiendo armas de fuego de los europeos.

Los apaches diferenciaban lo que eran partidas de guerra y las incursiones en busca de botín. En el primer caso, se trataba de ataques para vengar alguna afrenta o muerte de alguien. A menudo, un familiar del difunto pedía voluntarios y, aunque cualquier guerrero podía ir, lo lógico era que fuesen sus parientes más próximos. También lo podía hacer el jefe de guerra, practicando el hombre-medicina los rituales necesarios para asegurar el éxito de la empresa, antes de la salida de los guerreros, y a veces, acompañándolos llevando un escudo de guerra con su magia protectora.

Cuando se trataba de una incursión en busca de botín, la partida no tenía un número fijo de guerreros, pudiendo ir desde dos hasta los que considerasen necesarios, aunque lo normal era de ocho o diez guerreros. También solicitaban la intervención del hombre-medicina para que les protegiera con su poder. Antes de partir reparaban sus n’deh b’ken o botas, calzaban a sus caballos con una especie de bota de piel para protegerles de las piedras y la vegetación del desierto; hacían cuerdas con piel de ciervo para atar los caballos que capturasen al enemigo; llevaban para alimentarse unas bolsas de piel con maíz molido, bayas, una especie de tarta hecha de higo chumbo, y mescal seco que se mezclaba con agua cuando se iba a comer.

Los apaches sabían contar. John Carey Cremony en su libro Life Among the Apaches dice: Los apaches mescaleros pronuncian así los números: 1 se dice: lash-ay-ay; 2: nah-kee; 3: kah-yay; 4: tin-yay; 5: asht-lay; 6: host-kon-ay; 7: host-ee-day; 8: hah-pee; 9: en-gost-ay; 10: go-nay-nan-ay. Al llegar al 11 utilizan una palaba completamente diferente: klats-ah-tah-hay, que sólo aparece en parte hasta que llegan a 1.100, que es: klats-at-too-ooh. 12: nah-kee-sah-tah; 13: kah-yay-sah-tah; 14: tin-sah-tah-hay; 15: asht-lay-sah-tah-hay; 16: host-kon-sah-lah-hay; 17: host-ee-sah-tah-hay; 18: sam-pee-sah-tah-hay; 19: en-gost-ee-sah-lah-hay; 20: nah-tin-yay. 30 es: kah-tin-yay; 40: tish-tin-yay; 50: asht-tin-yay; 60: host-kon-tin-yay; 70: host-ee-tin-yay; 80: sam-pee-tin-yay; 90: en-gost-ee-tin-yay; y 100: too-ooh. 200 se dice: nah-kee-too-ooh; 300: kah-yay-too-ooh; 1000: go-nay-nan-too-ooh; y 2000: nah-kee-go-naynan-too-ooh. Aquí tenemos pruebas suficientes para demostrar que los apaches deben haber poseído objetos de suficiente importancia y cantidad para obligarles a crear términos para numerarlos. 

Sus verbos expresan pasado, presente y futuro con mucha regularidad, y tienen infinitivos, indicativos, subjuntivos e imperativos, junto con la primera, segunda y tercera persona, y el número en singular y plural. Muchos verbos son irregulares y dependen de auxiliares.

El principal juego de los apaches era el aro y la vara. Solo lo jugaban los hombres, no permitiendo a las mujeres ni siquiera verlo. Ninguna fiesta era completa sin ese juego, participando con gran fervor y empeño.

Se jugaba en un lugar llano de unos 33 metros de largo y 5,50 metros de ancho, orientado en dirección norte y sur. En su centro había una base, generalmente una roca, desde donde se lanzaban las varas. A unos 8,30 metros de esta base, tanto al norte como al sur, había tres crestas cubiertas de heno, con la cresta central situada en la línea central del suelo de la vara. Cada cresta tenía unos 2,75 metros de largo y el ancho total de las tres era de unos 1,55 metros. Había dos estrechos surcos entre las crestas por donde se hacía rodar el aro.

Se jugaba con dos varas, cada una de las cuales se componía de tres secciones y un aro. La empuñadura de cada vara estaba marcada con 9 divisiones o muescas para ser contadas. El radio que dividía el aro en dos partes estaba envuelto con una cuerda con un abalorio en el centro. También se usaba para contar, existiendo 104 vueltas de cuerda; cuando se añadía el nudo o el abalorio en el centro, había 105 en total. El número total de puntos en la vara y en el aro era de 125 como media, pero en algunos casos superaba esa cantidad. Las dos varas representaban los dos sexos, amarillo el macho, rojo la hembra. Sus tres secciones eran la empuñadura, la parte del medio, y la punta. Las uniones se hacían rodeando la vara con tendones.

Los extremos de la pista hacia donde se desarrollaba el juego, alternativamente, se construían con heno o hierba para formar tres crestas paralelas, y dos puntos bajos, de 2,45 metros a 3,05 metros de largo. El aro se lanzaba, contando el lanzamiento cuando el aro caía sobre el extremo marcado de la vara. Al jugar, uno de los dos oponentes hacía rodar el aro desde el centro hacia uno de los extremos; justo cuando comenzaba a perder su inercia, el otro hombre lanzaba su pértiga de tal manera que se deslizaba hacia la depresión en la cual el aro había rodado. El mismo procedimiento se repetía en la dirección opuesta. El siguiente par de jugadores empezaba su turno, y así sucesivamente hasta que todos los jugadores del juego hubieran jugado. Luego, el primer par empezaba otra ronda y la rotación continuaba hasta que un oponente o un bando hubieran logrado la cantidad de puntos acordada.

El juego se puede describir así: El suelo está nivelado y cubierto de heno o de pasto seco. Si juegan dos hombres, uno tira rodando el aro y ambos, apuntando primero, lanzan sus varas a lo largo del suelo, tratando de hacer que la rueda caiga en el extremo de la vara. El recuento se complica dependiendo de la forma en que la vara cae con relación al aro, cuya periferia está marcada con anillos de tendones. 

La manera de contar era simple. Cada marca en la pértiga o aro contaba un punto. Si el aro caía contra el extremo final de la vara, tocándola, contaba 1; si caía en algún lugar de la propia zona de la empuñadura, se contaban tantos puntos como marcas había dentro del aro. Por ejemplo, si tocaba la primera marca sobre el final de la empuñadura, se contaba 2; la siguiente, 3; la siguiente, 4; etc.

Si las marcas en la circunferencia del aro también tocaban la pértiga, se añadían puntos a los ya mencionados, 1 si era una marca, 2 si eran dos marcas, etc. Y si el radio del aro también cruzaba la vara, se agregaban tantos puntos al lanzamiento como vueltas de cuerda cruzaban el grosor de la empuñadura. Si el aro caía sobre la vara de modo que el radio estuviera exactamente arriba y paralelo a esta, cubriendo todas las muescas de la vara, ese lanzamiento ganaba el juego.

Los apaches tenían un temor universal a la muerte y los muertos. Cuando una persona fallecía, su fantasma era liberado y podía hacer un gran daño a la vida, a menos que de inmediato fuese al más allá y se quedase allí. La mayoría de las costumbres funerarias estaban destinadas a fomentar que el fantasma aceptase su destino y dejara la tierra de los vivos. El nombre de la persona fallecida nunca se mencionaba en voz alta y el campamento donde la muerte tenía lugar era trasladado. Esta reubicación era generalmente más simbólica que real.

Entre los apaches jicarillas, lipanes y Kiowa-Apaches, si la muerte ocurría lejos del campamento o en una partida de guerra, el cuerpo se dejaba generalmente en una cueva, matorral, o en un agujero en el suelo. Después de una batalla en territorio enemigo, estas tribus apaches deseaban purificar la región. Cada hombre de la partida de guerra quemaba algunos pelos de la cabeza de un enemigo muerto. Ellos creían que esto llevaba a los espíritus de los muertos lejos de la zona. Si no podían hacerlo, después de matar a un enemigo en territorio de los comanches, a menudo se negaban a volver a la región por temor a los vengativos fantasmas comanches.

La palabra tats-an significa muerto en apache pero nunca lo empleaban cuando se referían a un amigo muerto, diciendo yah-ik-tee que significa que no está presente. Este uso, refiriéndose a sus amigos fallecidos, no es tanto debido a la delicadeza y pesar por su pérdida, sino a sus temores supersticiosos por los muertos, en su creencia implícita en fantasmas y espíritus. Cuando mataban a un animal en la caza, exclamaban yah-tats-an, ahora está muerto, pero si solo estaba herido, decían to-tats-an-see-dah.

Al principio no diferenciaban entre los valores o cualidades del hierro, plata, cobre, latón u oro. Su nombre para el hierro era pesh y los diferentes metales los distinguían por sus colores. La plata la llamaban peshlickoyee o hierro blanco; el oro, peshklitso o hierro amarillo; pero después de aprender la diferencia entre su valor y uso, adoptaron los términos españoles, y la plata se convirtió en plata-hay y el oro cambió a oro-hay.

Los guerreros apaches toman sus nombres de determinados rasgos de carácter, conformación personal, o actos dignos de mención. Por ejemplo, el jefe de los apaches mescaleros en la reserva de Bosque Redondo (De Baca County, New Mexico) en 1863 se llamaba Gian-nah-tah que significa Siempre Listo, aunque es más conocido por el nombre mexicano de Cadete.

Otro apache mescalero de la misma reserva se llamaba Nah-tanh que significa Flor del maíz, llamado así porque en una ocasión, durante una incursión, se escondió él y su grupo en un campo de maíz cerca de la localidad de Ures (Sonora) logrando llevarse unos 200 caballos.