La apachería en el siglo XVIII (2)

1776

* En 1776, el Consejo de Indias crea un nuevo departamento llamado las Provincias Internas de la Nueva España. (Se separan de la administración del virreinato de la Nueva España las provincias fronterizas septentrionales, incluyendo Texas, Nuevo México, Coahuila, Nueva Vizcaya y Sonora, y se crea un mando militar independiente para solucionar el problema de la lucha contra los nativos [principalmente los apaches] cuyo primer comandante general fue don Teodoro de Croix, que estaría en el cargo de 1777 a 1783).

* En enero de 1776, un grupo de apaches mata a cuatro niños que estaban jugando cerca de las casas de la Hacienda del Carmen ([municipio de Buenaventura, Chihuahua]. En el ataque falleció un soldado y 18 apaches. En el informe que le llegó al virrey Antonio María de Bucareli, se comunicó la muerte de los pequeños y del soldado de la siguiente forma: bien conocerá la alta comprensión de vuestra excelencia el que haya una u otra avería en unos terrenos tan dilatados como son los de estas fronteras y cuan imposible es evitar.

En la primavera, una banda apache mató a 14 hombres de un pelotón del presidio de Janos [Chihuahua], entre ellos al capitán Antonio Esparza. El 4 de mayo salió tras ellos Hugo O’Conor. La banda apache estaba encabezada por un español que había sido capturado anteriormente por los apaches. Durante el ataque, el cabecilla se encontró frente a un miembro de su propia familia, un tío suyo que imploraba por su vida en virtud del parentesco que le unía con el atacante. Su respuesta fue “que no tenía más tío ni padre que el cerro” y acto seguido lo mató.

Un informe de abril de 1776, decía que en la Ciudad de Chihuahua había un buen número de prisioneros apaches, probablemente entre ellos  estaban los 104 apaches de ambos sexos y de todas las edades capturados en la campaña de O’Conor de finales de verano de 1775. Otro informe decía que en los próximos meses, todos estos prisioneros fueron llevados a Ciudad de México.

El 26 de abril de 1776, un destacamento de 42 soldados al mando de Narciso Tapia, alférez de la 3ª Compañía Volante de Nueva Vizcaya, se enfrenta a una banda apache de unos 300 guerreros en un lugar llamado Estancia de Becerras, cerca del presidio de Janos. Era el mismo sitio donde había muerto su capitán, Antonio Esparza. Al ser atacado, Tapia ordenó a sus hombres que fueran a una colina cercana, donde las tropas se vieron obligadas a luchar a pie, y así el comandante los obligó a formar cuadratura para que pudieran disparar a todo hasta las 16:00 de la tarde con mucho daño a los enemigos, y sin perder un centímetro de terreno”. Después de más de cuatro horas de combate, los apaches finalmente se retiraron. Las bajas españolas fueron de seis muertos [el sargento del destacamento, el principal nativo auxiliar y cuatro soldados], y 29 heridos, mientras que los soldados encontraron los cuerpos de 40 apaches muertos esparcidos por la ladera. Los hombres de Tapia habían disparado más de 2.400 cartuchos durante el enfrentamiento, un promedio de 57 disparos por hombre, una potencia de fuego muy superior a la de los apaches).

* El viernes 5 de julio de 1776, el capitán Francisco Tovar, comandante del Real Presidio de Santa Cruz de Terrenate (Cochise County, Arizona) sale tras un apache que había sido visto en un lugar cercano llamado Las Mesitas. (Tovar había asumido el mando del presidio a finales del verano o principios del otoño de 1774, por lo que dirigió el cambio de ubicación de dicho presidio, anteriormente situado al norte de Cananea [Sonora], ordenado por el Comandante Inspector Hugo O’Conor, quien eligió el 22 de agosto de 1775, un sitio más al norte, en un acantilado con vistas a la orilla occidental del río San Pedro, justo al norte de la actual Fairbank [Cochise County, Arizona]. El presidio de Santa Cruz de Terrenate estaba en el centro de una línea defensiva que recorría todo el norte de la actual Sonora y sur de Arizona, formada por los presidios de Altar, Tubac y Tucson, al oeste; y Fronteras y Bavispe, al este.

En esas fechas, el presidio contaba con 56 hombres, 352 caballos y 51 mulas, estando en una de las principales rutas de incursión de los Western Apaches, los cuales iban hacia el sur, a través del valle del río San Pedro para asaltar asentamientos agrícolas de nativos y españoles de la zona. A ellos se sumaban los chiricahuas, cuyo territorio se encontraba inmediatamente al sur y al este. Cuando los españoles llegaron al lugar, se encontraron directamente entre ambos grupos apaches, los cuales no podían resistir la tentación de llevarse los caballos que tenían los españoles.

Informado Tovar del avistamiento del guerrero, y pensando que no estaría solo, ordenó al sargento del presidio que eligiera los mejores hombres y caballos para salir a su encuentro. Con ellos fue un comerciante que estaba de visita, un soldado retirado, algunos trabajadores y varios de los exploradores ópatas de la guarnición, sumando 34 hombres en total.

El destacamento persiguió al apache, encontrando más huellas que siguieron durante un día y medio. Al recorrer normalmente unos 50 km por día, se supone que Tovar y sus hombres podían estar a una distancia entre 60 o 72 km del presidio. Sin embargo, al estar buscando rastros, es posible que avanzaran a un ritmo más lento. Lo que es seguro que su ruta era paralela al río San Pedro. La tarde del domingo, 7 de julio, después de que los soldados habían echado la siesta del mediodía, y estaban montados para continuar, el centinela gritó a las armas, al haber visto un gran número de apaches vadeando del río. Los apaches, aparentemente no se habían dado cuenta de la presencia de los españoles, cruzando el río San Pedro sin ninguna precaución. Los soldados no solo tenían la ventaja del terreno y la sorpresa, sino que también tenían el equipo seco: La tropa se había preparado de antemano en tomarse el tiempo en doblar las capas que llevaban extendidas sobre las ancas de los caballos, ya que había llovido. Este detalle refleja el hecho de que los españoles tuvieran seca la pólvora después de una fuerte lluvia por lo que deberían haber podido usar sus armas de fuego con gran efecto.

Pero no fue así. Tovar ordenó a sus hombres esperar a que cruzasen todos los apaches, los que iban a caballo y los que les seguían a pie. Quizás con la esperanza de atrapar a todo el grupo, esperó a que pasaran todos. Cuando lo hicieron, se percataron de la presencia de los españoles. Al darse cuenta, Tovar ordenó cargar a sus hombres. El informe decía: Cuando comenzó la escaramuza, ellos [los apaches] huyeron dos veces al vado presionado por los nuestros que peleaban como leones…. Pero los apaches se reagruparon dos veces en el vado, manteniéndose juntos, y conteniendo el ataque español al ser numéricamente muy superiores.

Entonces Tovar ordenó a sus soldados desmontar y luchar a pie. Aparentemente, esa orden fue un error táctico crucial, ya que desperdició el impulso de la carga de los soldados: Aun viendo la ventaja, el valor con el que lucharon y que los caballos estaban en todo su vigor, él [Tovar] les ordenó desmontar, apoderándose de una pequeña meseta donde el combate continuó con cambios de suerte. Sin embargo, quizás Tovar se vio obligado, ante la superioridad numérica de los apaches, a desmontar y tomar una posición defensiva donde poder mantenerlos a raya gracias a sus armas de fuego.

Quizás Tovar se acordó de la decisión que tomó el alférez Narciso Tapia tres meses antes, pero había una gran diferencia. El destacamento de Tapia llevaba suficiente munición. El de Tovar, no. Después de ocupar la pequeña altura, Tovar ordenó a sus 34 hombres que desmontaran y formaran una formación defensiva, destinando dos hombres para sujetar los caballos. Los apaches volvieron a atacar, regando a los españoles con flechas, aunque es posible que algunos tuvieran algunas armas de fuego. Los españoles empezaron a sufrir bajas, uno de los primeros, Tovar. 

A pesar a la pérdida de su capitán, los españoles se defendieron con firmeza durante toda la tarde hasta que su potencia de fuego comenzó a disminuir. Un testimonio posterior reveló que los soldados no llevaban suficiente cantidad de cartuchos. Cuando los apaches vieron que los disparos disminuían, intuyeron que los españoles estaban agotando su munición. Poco a poco, los apaches estrecharon tanto el cerco que los españoles tuvieron que defenderse intentando golpear a los apaches con sus mosquetes. 

Llegados a ese punto, los apaches pudieron arrojar sus flechas a corta distancia, abatiendo paulatinamente a varios soldados. Cuando vieron que cada vez había menos hombres y el enfrentamiento se estaba convirtiendo en un sálvese quien pueda, con los soldados perseguidos por los apaches, los dos que estaban sujetando los caballos, Gerónimo Leyba y otro llamado El Arpero, decidieron montar e intentar escapar. Una vez sobre los caballos, dispararon sus armas contra los apaches y picaron espuelas, galopando colina abajo, llegando hasta el río. Cuando empezaron a vadearlo, el caballo de El Arpero fue alcanzado. Leyba pudo abrirse paso con los apaches acosándole, pero logró escapar y llevar la noticia de lo ocurrido al presidio.

Leyba llegó en un tiempo relativamente corto, quizás esa misma noche del 7 de julio, informando al alférez Pedro Sebastián Villaescusa, el oficial de mayor rango presente, de los pormenores del enfrentamiento. Villaescusa estaba organizando un destacamento para dirigirse al lugar, cuando, sorprendentemente, otros ocho supervivientes del desastre llegaron al presidio. Sus versiones de la batalla confirmaron el relato de Leyba.

Uno de los supervivientes, un ópata [no sabemos su nombre], uno de los 10 auxiliares de la guarnición del presidio, dijo a Villaescusa que después de que los apaches le desnudaran como a los demás, creyéndolos a todos muertos, un cautivo en poder de los apaches le dijo en voz baja que fingiera estar muerto, que se quedara boca abajo, que los apaches vendrían a terminar de desnudarlo, y que si se movía lo matarían. Quizás lo contado por el ópata fue inventado para explicar su huida, pero la sensación general era que la orden del capitán Tovar de desmontar fue determinante en la derrota. El soldado Gerónimo Leyba afirmó que el motivo de tanta carnicería se debió a las disposiciones del capitán, y más porque nadie respondió cuando les ordenó desmontar, a pesar de que sabían que esto [sería] un evidente sacrificio, como observaron hasta el último suspiro una adecuada subordinación. Leyba añadió que los soldados demostraron su disciplina al seguir obedeciendo a su comandante, incluso ante una orden que creían temeraria. 

El 9 de julio, el alférez Villaescusa y un fuerte destacamento del presidio llegaron al lugar de la batalla. Tras reconocer el campo, Villaescusa confirmó que, a pesar de la terquedad con la que las tropas vendieron la vida, la victoria apache fue total. Ya sea porque los cuerpos estaban demasiado deteriorados, o porque era imposible llevarlos al cementerio del presidio, los cadáveres del capitán Tovar y los 25 soldados fueron enterrados en un barranco cercano. [En el panel que se encuentra en las ruinas del presidio, aparece que resultaron muertos Tovar y 29 soldados, pero según el historiador Mark Santiago fueron el capitán y 25 soldados]. A su regreso, Villaescusa envió un informe al comandante inspector Hugo O’Conor, quien inició una investigación. El informe entregado a O’Conor no dejó duda de que el error de Tovar condujo a su derrota. O’Conor transmitió su opinión al virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa quien, a su vez, envió un relato de este lamentable hecho a España. Esta derrota, a juicio de Bucareli, confirma lo que se puede esperar de una tropa oprimida y la mala conducta del jefe que la comanda. La victoria apache fue devastadora, un 33 % de bajas de las fuerzas del presidio.

A raíz de estas pérdidas, O’Conor envió al capitán Luis del Castillo y a la Compañía Volante de Sonora, que había estado sirviendo en el presidio de Fronteras, situado a unos 96 km al este, para reforzar el presidio. Al mismo tiempo, se reclutaron nuevos hombres para reemplazar a los soldados caídos y a los exploradores ópatas. Aparentemente, no hubo problemas para alistar a los nuevos reclutas, ya que todos los puestos se cubrieron en cuatro meses.

El 11 de noviembre de 1776, la compañía del presidio, ahora completa, recibió a su nuevo comandante en jefe, el capitán Francisco Ignacio de Trespalacios. Sus dos subalternos eran el teniente Francisco Galaz y el alférez Pedro Villaescusa).  

* Entre septiembre y diciembre de 1776, Hugo O’Conor dirige otra campaña contra los apaches en la que mata a 40 personas y captura a 46, recuperando 119 cabezas de ganado. (En el este, los apaches lipanes fueron empujados hacia el norte contra sus enemigos tradicionales, los comanches, quienes serían en vez de las tropas presidiales, los que iban a dar los golpes más contundentes a los apaches. Los comanches mataron a más de 300 familias apaches que se habían reunido en el río Colorado de Texas para cazar búfalos y preparar comida y cuero.

Hugo O’Conor salió el 14 de septiembre. El 31 de octubre, informaba desde El Paso del Norte, haber entablado combate cinco veces con los apaches, causándoles 21 bajas y capturando a 18 más. Desde allí pretendía marchar hacia la Sierra de Guadalupe y el río Colorado, pero el 2 de noviembre le sobrevino una grave enfermedad que le obligó a ceder el mando al teniente coronel Bellido, en tanto no llegara el teniente coronel Manuel Muñoz. Bellido recorrió las Sierras de Guadalupe, Aire, del Diablo, Carrizo, Cola del Águila y adyacentes y tomó contacto con Muñoz después de causar a los apaches 40 bajas, capturar a otros 46 [en total 64], y apoderarse de 119 animales.

El destacamento de O´Conor, al entrar en las Sierras del Sacramento y Blanca, obligó a grupos de apaches mescaleros y chihennes a retirarse al norte, al río Colorado de Texas, donde estaban sus enemigos tradicionales, los comanches, quienes serían en vez de las tropas presidiales, los que iban a dar los golpes más contundentes a los apaches. Los comanches mataron a más de 300 familias apaches que se habían reunido en el río Colorado para cazar búfalos y preparar comida y cuero. O´Conor creía que se había resuelto el problema apache en la zona, considerando que no quedarían más de 20 familias dispersas en la misma).

* A mediados de noviembre de 1776, el capitán Francisco Ignacio de Trespalacios, comandante del presidio de Terrenate (Cochise County, Arizona), se dirige con 30 soldados a unos 100 km al sur, en ayuda de la misión de Magdalena (hoy Magdalena de Kino, Sonora) junto al río San Ignacio. (Cuando llegaron encontraron la iglesia incendiada y a todos los habitantes muertos por una banda de 40 apaches [Segunda masacre de Magdalena]).

* En 1776, el teniente Diego de Borica y Retegui lidera una expedición contra los apaches a través de las sierras de Magdalena y Ladrones, al oeste y norte de Socorro (Socorro County, New Mexico).

* Entre 1771 a 1776, según informes de Teodoro de Croix, los apaches han matado a 1.674 personas, sin incluir a viajeros ni soldados; capturando a 154; saqueando 116 haciendas y ranchos, donde han robado 66.155 cabezas de ganado.

* En 1776, los apaches atacan Tubac (Santa Cruz County, Arizona) y roban toda la manada de caballos, unos 500 animales.

1777

* En 1777, una banda apache quema la iglesia, las casas y el granero de San Cayetano de Calabazas (Calabasas, Santa Cruz County, Arizona).      

* En 1777, un grupo de 55 jenízaros derrota a una banda apache en la Sierra Blanca ([White Mountains Wilderness, Lincoln y Otero Counties, New Mexico]. Los jenízaros eran esclavos nativos capturados, que trabajaban como sirvientes en los hogares, como pastores y en otras labores, bajo dominio español, mexicano y norteamericano. En el siglo XVIII, ellos y sus descendientes eran llamados “coyotes”. Sus descendientes contemporáneos fueron reconocidos como indígenas en 2007 por la Legislatura de New Mexico).

* En 1777, el teniente coronel Pedro Fages, comandante de la 2ª Compañía de Voluntarios de Cataluña, lucha en Sonora contra los apaches.

* El 6 de febrero de 1777, el capitán Luis del Castillo, al frente de su Compañía Volante de Sonora, sorprende un gran campamento apache de unas 400 personas en un lugar llamado La Tinaja ([municipio de Fronteras, Sonora]. Castillo y sus 45 soldados mataron al menos a 40 apaches en un enfrentamiento que duró varias horas.

Esta información aparece en el trabajo del historiador Mark Santiago Two Captains and two Defeats. Apache and Spaniards Battle at the Southern Arizona Presidio of Santa Cruz de Terrenate, 1776-1778.

Pero en la tesis doctoral de Mariano Alonso Baquer Españoles, apaches y comanches, aparece que en la misma fecha, 6 de febrero de 1777, el capitán Luis del Castillo iba con su familia y algunos vecinos desde Cumpas [municipio de Cumpas, Sonora] a San Bernardino [municipio de Agua Prieta, Sonora], llevando una manada de caballos y mulas, escoltados por el teniente Corella con ocho soldados, cuando fue atacado por una gran banda de apaches armados con lanzas en un cerro cercano a La Tinaja [municipio de Fronteras, Sonora]. Con gran esfuerzo y herido por una lanza, pudo reunir la recua, hacer una trinchera donde proteger a su mujer y a sus dos hijos pequeños y atacar con sus soldados, haciendo retroceder a los apaches. Desde la trinchera siguieron haciéndoles bajas hasta casi agotar la munición, por lo que hubieron de fabricar hondas y utilizar los arcos de los apaches muertos. Ante ello, cuatro de sus jefes se acercaron diciendo a Castillo, en perfecto castellano, que si entregaba el ganado y los caballos les dejarían marchar en paz. Tras largas negociaciones que duraron hasta la noche, con la mayoría de los españoles malheridos y la recua bastante lastimada, Castillo consiguió que los apaches se retiraran con el botín logrado y lo que recogieron tirado por el campo. Cuando se fueron, mandó aviso al cercano presidio. Auxiliados a la mañana siguiente, vieron que los apaches se habían retirado al norte del río Gila, la zona que ellos llamaban Chiricahua).

* El 27 de abril de 1777, el gobernador de Texas, el barón de Rippedá, realiza un informe sobre el estado de la provincia de Texas indicando: … muy próxima a la ruina debido al estado de guerra permanente entre las naciones del norte y los apaches lipanes, y entre estos y los españoles.

* En mayo de 1777, Manuel de Escorza, el oficial encargado de la tesorería militar de los presidios de la frontera, informa que uno de los oficiales de O’Conor, el teniente Ygnacio de la  Cadena, de los Dragones de México, había recibido la suma de 1.134 pesos para los gastos necesarios del transporte en collera de 150 prisioneros apaches a Ciudad de México. (Los cautivos habían permanecido durante dos meses en la cárcel de la Ciudad de Chihuahua, en la de El Paso, y en los presidios de la Junta de los Ríos y El Carrizal, lo que parece indicar que dichos apaches pertenecían a grupos diferentes capturados a lo largo de la frontera norte. Esta collera incluía a los 64 apaches capturados en la última campaña de O’Conor [diciembre de 1776] junto a otros capturados desde entonces).

* El 2 de mayo de 1777, el gobernador de Nuevo México, Pedro Fermín de Mendinueta escribe al comandante general Teodoro de Croix pidiendo el envío urgente de más caballos a su provincia, ya que los apaches y comanches han robado tantos que los soldados no tienen posibilidad de perseguirlos. (Croix envió 1.500 caballos, pero después del largo camino desde Nueva Vizcaya, los animales tuvieron que reponerse durante varias semanas antes de poder salir de campaña. Teodoro de Croix llegó a decir que los apaches apreciaban más a los caballos que a sus propias mujeres e hijos. Elegían los mejores caballos para la silla y acciones de guerra. No los montaban hasta el caso de emprenderlas y los amansaban, de modo que ya se había visto al caballo acudir a su llamada y seguirlo con la mayor mansedumbre).

* A principios de julio de 1777, el capitán Juan Bautista Perú, comandante del presidio de Janos (Chihuahua), y el capitán Francisco Ignacio de Trespalacios, comandante del presidio de Santa Cruz de Terrenate (Cochise County, Arizona) salen juntos de campaña. (Primero se dirigieron a la Sierra de las Ánimas [Animas Mountains, Hidalgo County, New Mexico] donde atacaron una ranchería, matando a tres apaches y capturando 38 caballos.

Perú regresó a Janos y volvió a salir hacia el norte, hacia las sierras Mimbres y Florida [New Mexico] donde sorprendió una ranchería chiricahua defendida por 20 guerreros. Los hombres de Perú mataron a cuatro y capturaron a seis, además de liberar a un español cautivo y recuperar 12 caballos y algunas sillas.

Al regresar a Janos realizó un tercer avance hacia el oeste, donde inspeccionó las montañas de Carretas [Chihuahua] y Las Espuelas [Sonora] hasta la Sierra de Enmedio [municipio de Janos, Chihuahua]).

* El 22 de julio de 1777, Hugo O’Conor, comandante inspector de presidios, redacta un extenso informe sobre el estado de la frontera norte, que en buena parte había recorrido en viaje de inspección. (El informe va dirigido a Teodoro de Croix, recién nombrado comandante general de las Provincias Internas. El gran problema lo presentan los apaches, aunque O’Conor se pronuncia también sobre otros grupos indígenas y sobre las tropas españolas. Contrastan las actuaciones de los apaches con el comportamiento de otros muchos grupos que vivían en paz y dedicados a sus labores en el campo. O’Conor no omite sus acusaciones por los excesos cometidos por los propios españoles. Comienza el informe con el recuerdo de los destrozos, robos, muertes y otros daños causados por los apaches en numerosos pueblos nativos y españoles en la provincia de Nueva Vizcaya. Y continúa: … En la guerra que se haga contra los apaches, siempre opinaré como conveniente que se emplee a los fidelísimos ópatas, así por su acreditado valor, como por su gran conocimiento de los terrenos, sierras y aguajes en que habitan los indios apaches del poniente.  

Los Apaches que consternan las Provincias de Sonora, y Nueva Vizcaya son conocidos por los nombres Chiricagui, Gileños, Mimbreños, Mescaleros, Faraones, Rancherías de Pascual, y el Ligero, la de Alonso, la del Capitán Vigotes [sic], y el Natagé. Los tres primeros [tribus] en Lengua Apache se llaman Sigilandé, Senozendé, Chiguendé, y las restantes Zetosendé, Selcotisanendé, Culcahendé, Cachugindé, Yncagendé, Sigilandé, y Zetozendé.

Las tres primeras Naciones expresadas residen comúnmente en las dilatadas, y ásperas sierras de Chiricagui, Gila, Mimbres, La Florida, Cerro Gordo, Sangre de Christo, Corral de San Agustín, Capulín, Corral de Piedra, la Sierra Obscura, la Blanca, la del Sacramento, los Órganos, Petaca [San Andres Mountains; Socorro, Sierra & Doña Ana Counties, New Mexico], Sierra de los Ladrones, la de la Magdalena, la de Enmedio, el Ojo de Abeitia, Sierra de la Hacha, las Espuelas de Moquina, La Boca, Corral de Quintero, Mesas de Robledo, Sierras de El Paso del Norte, Cerro hueco, San Nicolás, y otras varias que se hallan en frente de los Presidios de Sonora, y los tres del Poniente de la Vizcaya. Janos, San Buenaventura, y San Fernando del Carrizal, y las restantes Naciones abrazan todo el Terreno, que se halla al lado opuesto del Río Grande del Norte hasta el Colorado abrigándose de las Sierras que corren de Poniente al Oriente, llamadas la de Guadalupe, Mogano, Sierra Nevada, Chanate, la del Cornudo, la de Aire, Cola del Águila, Sierra del Diablo, y su cordillera hasta el Río de San Pedro, de donde comúnmente salen estos Indios a cometer sus hostilidades, así en la Provincia de Nueva Vizcaya, como en la de Coahuila, de modo que solo el Natagé es poco afecto a las Sierras, por cuyo motivo se arrancha lo más del tiempo en las orillas del Río Colorado, y parajes llamados los Arenales, y Pozos). 

* En el verano de 1777, Teodoro de Croix, nombrado recientemente comandante general de las Provincias Internas, y fray Agustín Morfi realizan un viaje de inspección por las provincias del Norte. (Al pasar por la misión Dulce Nombre de Jesús de Peyotes [municipio de Villa Unión, Coahuila], Morfi constató que los ranchos de la zona estaban desiertos debido a la hostilidad de los apaches. Durante su visita al presidio de San Juan Bautista del Río Grande [municipio de Guerrero, Coahuila], llegó el jefe apache lipán Josecillo el Manso.

Morfi informó que este jefe, siendo niño, fue capturado de niño por los lipanes en la misión de Peyotes y de adulto llegó a ser un temido líder apache lipán. Morfi dijo: “La banda de Josecillo el Manso… es cristiano, hijo de la misión de Peyotes, que fue capturado por los lipanes cuando tenía seis o siete años y fue criado entre ellos. Por medio de las malas artes y la desvergüenza llegó a ser un jefe. Es muy valiente y ha hecho gran daño en la provincia, desde que recibió las aguas del bautismo”). 

* El 26 de octubre de 1777, los apaches atacan la manada de caballos del presidio de Janos (Chihuahua) pero debido a la rápida acción del cadete José Manuel Carrasco, los agresores son expulsados y los animales salvados. (Antes de esto, en la Sierra del Capulín [municipio de Saucillo, Chihuahua] opuesto a Janos, una partida de guerra apache trató de llevarse los caballos de escolta de un tren de suministros que llegaba de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua]. No mucho tiempo después, un grupo de más de 60 apaches intentó llevarse los caballos y el ganado del presidio. Los soldados, al oír su llegada, abrieron fuego hiriendo a muchos apaches cuando se retiraban. Luego 52 soldados les siguieron hasta la Estancia de Becerra, en el río Casas Grandes [Casas Grandes, Chihuahua] pero cuando el enfrentamiento iba a comenzar, los jefes apaches Natanijú, Pachatijú y El Zurdo salieron y pidieron una tregua. Ellos querían recoger mescal sin temor a ser atacados. El teniente Narciso de Tapia les dio tres días para decidir sobre el cese de todo acto hostil contra los españoles).  

* El 23 de noviembre de 1777, el coronel Juan de Ugalde ocupa el cargo de gobernador de Coahuila atacando a los apaches mescaleros y lipanes.

* El 14 de diciembre de 1777, un enviado apache llega a Janos (Chihuahua) informando que los jefes apaches gileños Natanijú, Pachatijú y El Zurdo habían ido a las montañas Mimbres (Mimbres Mountains, Sierra County, New Mexico) para transmitir a otros apaches sus intenciones de pedir la paz con los españoles. (Las rancherías apaches estaban recolectando mescal en la Sierra de La Boca [municipio de Ascensión, Chihuahua] y que después irían a Janos a ratificar la tregua.

Natanijú era hijo del jefe Chafalote que se alió con el jefe Coleto de Fierro. Era un prominente apache en el noroeste de Nueva Vizcaya desde 1777 hasta 1790, asociado con frecuencia con los jefes hostiles El Ronco, Manta Negra el Viejo, Manta Negra el Joven y Elder.

Pachatijú sería capturado y enviado fuera del territorio en 1788; y El Zurdo [Inclán] actuaría por los alrededores de Janos y por el territorio de las montañas Mimbres [Sierra County, New Mexico] y Mogollón [Grant y Catron Counties, New Mexico] hasta la primavera de 1787. A veces se producían acuerdos de paz entre una banda apache con las autoridades del presidio de Janos mientras incursionaban por el valle de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua]. Evidentemente, para los españoles esto era un problema, pero no para los apaches, ya que, para ellos, el acuerdo con un presidio no implicaba a otro. Desconocían el concepto gubernamental del territorio. Además, los acuerdos que firmaba el jefe de una banda no afectaban a otra.

Ese invierno, los chiricahuas enviaron dos emisarios al presidio de Janos para informar al teniente Narciso de Tapia [el capitán Juan Bautista Perú estaba en la ciudad de Chihuahua] que vendrán a la Sierra de Enmedio (municipio de Janos, Chihuahua) para traer a Félix Guerra, un soldado ópata capturado el 22 de enero cuando salía del presidio de San Bernardino [Sonora]. Al mismo tiempo, un emisario de los gileños [bedonkohes y chihennes] al mando de El Zurdo [Inclán], Pachatijú y Natanijú dijo a Tapia que una banda chiricahua planeaba una emboscada. El teniente reunió a 72 soldados, entre ellos la milicia de El Paso del Norte [hoy Ciudad Juárez, Chihuahua] al mando del teniente Juan de Miranda, más los ópatas con su jefe, Juan Manuel Varela, dirigiéndose a la Sierra de Enmedio [municipio de Ascensión, Chihuahua]. Los chiricahuas pidieron 10 caballos por Guerra cuando, de repente, 300 guerreros les atacaron, teniendo que regresar a Janos). 

1778

* A principios de 1778, Hugo O’Conor, Comandante Inspector de presidios, lidera una expedición al territorio chihenne, matando a cuatro apaches y capturando a 14.

* En 1778, toma posesión como gobernador de Nuevo México, el veterano oficial de la frontera, Juan Bautista de Anza, cuyo padre había muerto luchando contra los apaches en la Pimería Alta, teniendo amplia experiencia en luchar contra ellos, habiendo sido comandante del presidio de Tubac ([Santa Cruz County, Arizona]. Los apaches gileños iban a sufrir duramente las consecuencias de la política de Anza, ya que inmediatamente se puso a reorganizar las tropas de la provincia, que se hallaban en un estado deplorable, con la moral bastante baja y con un armamento tan deficiente que algunos soldados iban armados con arcos y flechas. La política que se adopta en la Comandancia General de las Provincias Internas para derrotar a los apaches consistió en conseguir que las demás tribus nómadas firmasen la paz y una alianza con los españoles contra aquellos. Los españoles desde hacía tiempo tenían una alianza con los apaches jicarillas y los utes, en cambio, los apaches mescaleros eran quienes causaban más problemas en el área de El Paso del Norte [Ciudad Juárez, Chihuahua], incursionando por los ranchos de la periferia. La estrategia española  era imponerse a los comanches primero por la fuerza de las armas para después llegar a un tratado de amistad y alianza con ellos. Para ello, Anza estuvo dos años preparando una expedición contra los comanches). 

* El 20 de enero de 1778, llegan 400 apaches a San Antonio de Béjar (San Antonio, Bexar County, Texas) dirigidos por los jefes Toyayo, Casusa, José Chiquito, Mucha Manteca y Pato Blanco. (Durante este tiempo, José Chiquito fue considerado un jefe de guerra importante. Afirmó que su gente hacía la paz con los texas y los caddos. Según Domingo Cabello, gobernador de Texas, José Chiquito, le pidió que hiciera la paz entre los apaches lipanes y Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila).

* El 28 de enero de 1778, el teniente Narciso Tapia, al mando de un numeroso destacamento para atemorizar a los apaches, se reúne con los jefes mimbreños (cihennes) Natanijú, Pachatijú y El Zurdo en Malpais (municipio de Galeana, Chihuahua) para intercambiar prisioneros mientras otros apaches roban cuatro caballos por la zona. (En la reunión, los apaches querían cambiar armas capturadas por mantas, punzones y cuchillos; y recuperar a dos niñas apaches en poder de los españoles [una había sido entregada al padre Cenizos, capellán del gobernador de Sonora, y la otra estaba en casa de Hugo O’Conor]. Se intercambiaron algunos cautivos pero no las dos niñas. Tapia insistió en la entrega del soldado ópata Félix Guerra, pidiendo los jefes apaches cuatro días de plazo para indagar sobre él. Mientras tanto, los apaches ayudaron a la gente de Janos [Chihuahua] a cargar leña sobre sus mulas y recuperaron varios caballos extraviados. Pasados los cuatro días, Natanijú, Pachatijú y El Zurdo informaron que necesitaban más tiempo para buscar a Félix Guerra.

Las negociaciones comenzaron a atascarse y el ritmo lento de las mismas causó cierto conflicto entre los españoles. Tapia se negó a negociar en ningún lugar, excepto en el presidio, enviando un mensaje a los tres jefes, indicándoles que, si no se presentaban en Janos [Chihuahua] dentro de una semana, se les consideraría enemigos y declararía la guerra abierta contra ellos. Narciso Muñiz, capitán del Presidio de Carrizal [Chihuahua] estaba impaciente por la lentitud de los procedimientos y disgustado con Tapia, quien en una ocasión había salido del presidio para reunirse con los jefes apaches. Muñiz creía que los chiricaguis [chiricahuas] que estaban en la Sierra de Enmedio [municipio de Janos, Chihuahua] tenían más de tres cautivos que los apaches afirmaban tener y que se retrasaban para disponer de más tiempo para recoger el mescal. Creía que el acuerdo se tenía que haber firmado ya, y quería llevar a los jefes al presidio para realizar negociaciones serias. Ordenó que todas las rancherías apaches sean inspeccionadas para encontrar los animales recientemente robados en San Buenaventura [Buenaventura, Chihuahua] lo que revelaría la buena fe con que los apaches estaban actuando.

Pachatijú, Natanijú y El Zurdo informaron que los chiricaguis [chiricahuas] tenían al soldado ópata Félix Guerra, pero que se negaban a liberarlo hasta que les entregasen los prisioneros chiricahuas cautivos en Encinillas y en la ciudad de Chihuahua [los dos en el municipio de Chihuahua, Chihuahua]. Cuando los chiricahuas pidieron una conferencia, los españoles temieron una traición. En febrero, Tapia se reunió con ellos en la Sierra de Enmedio con una fuerza de 72 hombres, consiguiendo la entrega de Félix Guerra a cambio de 10 caballos.

Muñiz se enfureció porque Tapia había tratado con los chiricahuas fuera del presidio y se había dejado manipular por los gileños. Un informe llegado de El Paso del Norte [hoy Ciudad Juárez, Chihuahua] decía que los gileños eran los autores de los asaltos cometidos en los distritos centrales de Nueva Vizcaya. Por otra parte, Muñiz tenía serias dudas de que las dos tribus fueran enemigas. Los dos grupos habían estado juntos tradicionalmente tanto en Nueva Vizcaya como en Sonora, y no se tiene conocimiento de que hayan combatido entre sí, al igual que los apaches y comanches).

* El 12 de febrero de 1778, algunas familias apaches solicitan instalarse en las cercanías de los presidios de Janos (Chihuahua) y El Paso del Norte ([Ciudad Juárez, Chihuahua]. El comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix rechazó esa petición en un informe a José de Gálvez, basándose en el mal concepto que tiene de los apaches y por su interés en emprender una guerra abierta contra ellos: “Los apaches nunca dejarán de robar porque viven de este ejercicio, merodean a toda clase de gentes, ni pueden guardar la buena fe que jamás han conocido, ni separarse del odio y aborrecimiento con que nos miran y han heredado padres a hijos, ni sujetarse a vida racional y cristiana porque son amantes de la libertad, envajecidos [sic] en sus perversas inclinaciones y acostumbrados a vivir ferinamente. Son, en mi concepto, irreducibles).

* A principios de la primavera de 1778, un grupo de apaches se llevan unos 250 caballos del presidio de Santa Cruz de Terrenate ([Cochise County, Arizona]. Entre los apaches estaba José Elías, antiguo vecino de este presidio, que se había unido a los apaches el año anterior).

* El 13 de mayo de 1778, el fraile Juan Agustín Morfi realiza un informe, diciendo quelos indios de la nación xicarillas (a veces designados Apaches) había sido congregada en una misión, pero que esta fue destruida por el gobernador, a quien la vida labradora de estos nuevos colonos privaba del comercio de pieles. A los indios xicarillas, llenándolos de pavor, esta acción contra la misión los dispersó entre los utes y los comanches”. Morfi escribió que 60 hombres no pudieron dar alcance a tres nativos que habían robado seis caballos en el Sáuz. Morfi hablaba de los apaches en términos severos, como un enemigo irreconciliable, como “salvajes” que debían ser exterminados para asegurar la posesión española. Narraba cómo los apaches robaban ganado, incluso en los alrededores de la ciudad de Chihuahua, siendo las persecuciones generalmente inútiles).

* El 10 de agosto de 1778, un destacamento con un cabo y nueve soldados salen del presidio de Santa Cruz de Terrenate para escoltar a dos correos, que habían llegado la semana anterior con el correo, de regreso a su puesto en el presidio de Fronteras. (El grupo partió hacia el sur por el río San Pedro, pero después de recorrer unos 25 km, uno de los soldados enfermó gravemente, por lo que el cabo decidió regresar con otros dos soldados para llevarlo de vuelta al presidio. Llegaron sin incidencias, mientras los ocho restantes continuaron su marcha.

A la mañana siguiente, el comandante del presidio, el capitán Francisco Ignacio de Trespalacios se mostró preocupado al ver que esos ocho hombres tardaban en regresar. A las 14:00 horas partió con un destacamento de 20 soldados en su busca. Viajaron el resto del día y parte de la noche siguiendo su rastro. A las 23:30 horas de esa noche, perdieron el rastro a unos 5 km del Vado de Las Palominas y a unos 68 km del presidio, debido a la lluvia y a la obscuridad.

Reanudaron la búsqueda a la mañana siguiente cuando, después de recorrer aproximadamente 1’6 km, encontraron  el cadáver de un caballo apache, con una herida de bala que iba de un extremo al otro. Avanzando hacia la parte baja de una montaña que se encuentra entre la Sierra de San José y la de Las Mulas, distante del Vado de Las Palominas, unos 14’5 km, los exploradores de Trespalacios encontraron evidencias de que se había producido un enfrentamiento. A medida que se acercaban al río, encontraron en un banco de arena, un número considerable de armas… con muchos arcos y carcaj. Trespalacios dedujo que el grupo había sido emboscado, pero que se había resistido, matando a muchos apaches. 

A poca distancia y en la ribera del mismo río, encontraron siete cuerpos de los ocho que formaban el grupo. Al examinar los cadáveres, descubrieron que el que faltaba, Gerónimo González, había sido capturado vivo, porque encontraron algunas de sus prendas justo al lado del último soldado muerto, bien colocadas, que no podrían haber estado de esa manera a menos que hayan sido puestas a propósito, con toda consideración.

Intentando reconstruir los hechos, Trespalacios concluyó que el enfrentamiento tuvo lugar desde media tarde hasta la noche, cuando murió el último soldado. Los apaches, a pie y a caballo, habían realizado su emboscada desde una posición cuidadosamente seleccionada, atacando a los españoles inesperadamente de frente, por la derecha y por la izquierda del río San Pedro, dejándoles libre solo la parte de atrás, es decir el mismo río. Atrapados de espaldas al río, el grupo había intentado escapar y alcanzar algunos de los vados que hay por esa parte [por las huellas encontradas lo intentaron varias veces]).

* En la medianoche del 31 de agosto de 1778, una banda apache dirigida por Natanijú, Pachatijú y El Zurdo ataca Janos (Chihuahua) aparentemente por los cuatro apaches muertos a primeros de año por Hugo O’Conor, comandante inspector de las Provincias Internas, llamado El capitán Rojo, por el color pelirrojo de su pelo, al ser irlandés. (Los apaches rara vez luchaban por la noche, la situación era extrema por su frustración por no poder recuperar a sus parientes prisioneros. Los atacantes trataron de entrar en el presidio derribando la poterna [puerta trasera], donde estaba la casa del capitán Juan Bautista Perú, un punto débil que ellos habían identificado en sus numerosas visitas al presidio. La mayoría de los soldados custodiaban lejos la manada de caballos, pero los pocos que estaban dentro subieron a los techos de las casas que daban al muro e intercambiando disparos por flechas, consiguieron rechazar a los chiricahuas.

Un mes y medio más tarde, los chiricahuas emboscaron a una patrulla de Janos, matando a ocho hombres y capturando a dos, uno de ellos un hijo de Perú. Intentando sacar ventaja de la situación, dos apaches se presentaron en Janos, pero Perú les mantuvo bajo arresto hasta que no soltaran a su hijo y al resto de cautivos. El comandante general Teodoro de Croix, que en el pasado había ordenado actuar así, declaró que esta acción podría causar “graves daños y consecuencias fatales”. Afirmó que Perú administró el presidio con “negligencia punible” y se había apoderado de estos apaches por desesperación, porque uno de sus cautivos era su propio hijo. Poco después, cuando el Ayudante Inspector, Diego Borica llegó a Janos, intercambió los dos hombres por cuatro cautivos españoles).

* En la mañana del martes 22 de septiembre de 1778, un grupo de apaches se lleva unos cuantos caballos del presidio de Santa Cruz de Terrenate ([Cochise County, Arizona]. Los caballos pastaban en las afueras del presidio, a lo largo del escarpado acantilado que bajaba hasta un vado del río San Pedro. Aunque la distancia desde el presidio era menos de 800 metros, trasladar la manada arriba y abajo del acantilado era una tarea peligrosa.

Esa mañana, el cabo Joaquín Leyba, al mando de ocho soldados, estaba custodiando la manada que pastaba fuera de los muros del presidio.

Al llegar al vado, como era costumbre, los soldados desensillaron los caballos que habían estado montando estando de guardia durante la noche e iban a proceder a ensillar caballos frescos cuando un grupo de 26 apaches intentó realizar una estampida [claramente habían elegido el momento]. Los soldados reaccionaron lo más rápido que pudieron repeliendo el asalto, pero los apaches huyeron con varios caballos que consiguieron capturar. Leyba envió de inmediato a un soldado al presidio para dar la noticia del ataque.

El comandante del presidio, el capitán Francisco Ignacio de Trespalacios reaccionó de inmediato, saliendo con toda la gente disponible, soldados y vecinos; sin embargo, cuando llegaron, los apaches ya se habían ido.  Trespalacios ordenó a los soldados que ensillaran buenos caballos, mientras ordenaba a cinco de los auxiliares ópatas de la guarnición que llevaran el resto de la manada de regreso al presidio.

Trespalacios se dispuso a emprender la persecución con 34 hombres, entre soldados, exploradores nativos y vecinos, incluidos el teniente Francisco Galaz y el alférez Pedro Sebastián de Villaescusa, por lo que prácticamente todo el primer nivel de la estructura de mando del presidio estaba presente. Trespalacios estaba tranquilo porque otro oficial español de alto rango recién llegado, el inspector ayudante Roque de Medina, se quedó al mando del presidio en caso de necesidad. Medina registraría lo que ocurrió.

Los españoles fueron alcanzando poco a poco a 50 o 60 apaches que habían cruzado a la otra orilla del río San Pedro. Ambos grupos estaban ahora en un llano a la vista los unos de los otros. Poco después, los apaches llegaron a unos cerros rocosos donde aparecieron más guerreros que se prepararon para enfrentarse a los españoles. Leyba declaró más tarde que dijo a Trespalacios: “Mi capitán, no es ventajoso que entremos, ya que no hemos hecho nada en tal buen terreno, y menos hay que hacerles entre esta volería de piedras”. A eso, respondió el capitán, “si tienes miedo, vuelve, que el Rey no quiere hombres sin espíritu”. Leyba insistió en que “no le faltaba ánimo, pero yo tengo experiencia”. No es seguro si esa conversación realmente tuvo lugar, o si Leyba estaba intentando justificar su papel en ese suceso.

Trespalacios y sus hombres se encontraron en un gran cañada, que formaba la entrada a un área llena de grandes rocas y pequeños acantilados. Mientras los españoles disparaban sus armas de fuego, los apaches respondieron con una gran cantidad de flechas que hirieron a varios de los caballos de los soldados. Ante eso, Trespalacios ordenó retirada y dirigirse al llano. Los apaches volvieron a montar y persiguieron al destacamento en retirada hasta que una flecha mató al caballo de un soldado. Los españoles se detuvieron para permitir que el hombre desmontado pudiera subir a la grupa de otro compañero. Al detenerse el destacamento, perdió el impulso de la carrera. Los apaches aprovecharon la oportunidad para entablar combate a corta distancia, atacando con flechas y lanzas a los españoles que  estaban más cerca. Un vecino llamado Ramón Villa, y los soldados Asencio Mezquita y Manuel Chávez entraron en pánico y huyeron pese a los gritos del capitán Trespalacios, del alférez Villaescusa y del sargento. 

Los apaches probablemente aprovecharon el hueco dejado por los tres huidos para introducirse entre los soldados y atacar individualmente a cada uno de ellos, al tener una ventaja de al menos dos a uno. El siguiente en caer fue el soldado que iba a la grupa del caballo del compañero. Al haber guerreros dentro del destacamento, éste empezó a girar, convirtiéndose el enfrentamiento en hombre contra hombre.

Lo que ocurriera en los siguientes minutos determinaría el resultado del enfrentamiento, victoria apache o española. El alférez Villaescusa contaría más tarde que se adelantó para disparar su mosquete, ante lo cual, viéndose solo, picó espuelas, perseguido por varios guerreros. Uno de ellos le alcanzó con una flecha en el hombro, y otro le clavó dos veces su lanza en la espalda. A pesar de las heridas, Villaescusa logró escapar, pero la mayoría de los soldados no. Los apaches elegían un objetivo y le atacaban con lanzas hasta que llegaron al río, donde murió el último.  

La victoria apache fue total. En una distancia relativamente corta [unos 2 km] de un terreno muy llano sin rocas, los apaches mataron a 19 españoles, la mayoría por medio de lanzas en la espalda, lo que indica cómo se desarrolló el enfrentamiento. Después de la batalla, los españoles que fueron al lugar, encontraron el cuerpo de un soldado en el río, detrás de los cerros, por donde se retiraron los apaches, con señales de que fue capturado vivo. Se cree que otro también fue capturado vivo, pero no lo pudieron encontrar.  En total, los españoles tuvieron 21 muertos, entre ellos el capitán Trespalacios, el sargento, 13 soldados de cuera, un miliciano, tres exploradores nativos y dos vecinos. [En el panel que se encuentra en las ruinas del presidio aparece que resultaron muertos Trespalacios y 27 soldados, pero según el historiador Mark Santiago fueron el capitán y 20 soldados].

El inspector adjunto Roque de Medina presenció el regreso de los supervivientes, escribiendo en su informe: Los que escaparon fueron 14, ocho heridos, aunque no de peligro, entre ellos el alférez, y el cabo Leyba con herida de flecha, y los seis restantes sin heridas, porque fueron los primeros que escaparon confiando en sus buenos caballos. 

Durante las semanas siguientes, la guarnición del presidio recibió refuerzos sustanciales, reemplazándose los soldados fallecidos. El gobernador de Nuevo México, Juan Bautista de Anza pidió ayuda urgente y el teniente coronel Pedro Fages llegó en el otoño con la 2ª Compañía de Voluntarios de Cataluña, una unidad de élite del ejército regular, asumiendo el mando del presidio. Estos soldados proporcionaron el apoyo necesario para elevar la moral de los soldados y vecinos, claramente conmovidos por las pérdidas de tantos hombres y de dos comandantes en tan poco tiempo. Se restauraron canalizaciones de agua para la agricultura y se plantaron campos, pareciendo que el asentamiento empezaba a funcionar. Sin embargo, a pesar de la presencia del destacamento de Fages, los caballos del presidio resultaban demasiado tentadores para los apaches. Entre noviembre de 1778 y febrero de 1779, resultaron muertos otros 39 hombres; y en mayo de 1779, el capitán Luis del Castillo.

Los españoles permanecieron en el presidio de Santa Cruz de Terrenate durante dos años más. A finales de 1780, el Comandante General Teodoro de Croix decidió trasladar la guarnición más al sur, cerca de la cabecera del río San Pedro, es decir, a la misma zona donde se había fundado el presidio en 1742. Aunque Croix justificó el traslado por motivos estratégicos y por el ahorro de costes para el Tesoro Real, parece que las derrotas de los capitanes Tovar y Trespalacios tuvo mucho que ver en la decisión de Croix).

* En 1778, el coronel Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila, localiza dos rancherías apaches en los márgenes del Río Grande; una de 40 personas al mando del jefe apache lipán Zapato Bordado, y la otra del apache mescalero Boca Tuerta, destacados jefes en las incursiones a los poblados españoles. (La localización de esas rancherías daría origen a las campañas de Ugalde iniciadas el siguiente año).

1779

* A principios de 1779, los tonkawas llevan a cabo una cruenta incursión contra un campamento de apaches lipanes situado cerca del río San Sabá (Texas), matando alrededor de 300 hombres, mujeres y niños. (Los lipanes pidieron ayuda a los españoles para vengarse, pero estos se negaron. Entonces atacaron un campamento tonkawa cerca del río Colorado [Texas], matando a cuatro personas y capturando a otras cuatro. Más tarde buscaron refugio en Coahuila.

El 22 de febrero de 1779, José de Gálvez, Ministro de Indias, transmitió a Teodoro de Croix, comandante general de las Provincias Internas, una Real Orden por la que se anulaban las disposiciones de 1772 contra los apaches, que a partir de ahora deberían ser atraídos por medios pacíficos. Croix ofreció la paz a algunos grupos apaches pero con condiciones. Primero, tenían que asentar sus rancherías cerca de las poblaciones y presidios españoles; segundo, debían subsistir por sus propios medios cultivando sus huertos; y tercero, debían servir como exploradores para las tropas españolas contra otros apaches hostiles, incluso contra los de su misma tribu.

En la primavera, el coronel Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila, firmó una alianza con varios jefes apaches mescaleros que le proporcionaron ayuda para luchar contra los lipanes. Estos tuvieron que huir de Coahuila y del norte del Río Grande. Presionados por las tropas de Ugalde por el sur, y por los comanches y tonkawas por el norte, muchos lipanes buscaron la paz y situarse bajo la protección de los españoles).

* A mediados de febrero de 1779, Juan Bautista Perú, comandante del presidio de Janos (Chihuahua) detiene a una mujer apache que había venido a pactar un canje de prisioneros.

* En 1779, el coronel Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila, inicia una serie de campañas (cuatro) contra los apaches mescaleros, que asolaban las provincias de Coahuila y Texas. (Juan de Ugalde se convirtió en un experto en localizar las rancherías de los apaches. El lugar más importante de esos ataques fue el Bolsón de Mapimí [región perteneciente a los estados mexicanos de Durango, Coahuila y Chihuahua]. Las cuatro campañas se extendieron hasta 1783, empleando soldados de los presidios, vecinos voluntarios y nativos auxiliares, principalmente apaches lipanes, con una duración, cada una de ellas, de unas ocho semanas.

El objetivo era localizar rancherías de mescaleros, y poner a prueba a los lipanes para saber el alcance de la palabra dada por su jefe Xavielillo, que había dicho que iba a hacer la guerra a los mescaleros e incluso a los lipanes hostiles. El coronel Ugalde calculó en más de 300 los mescaleros organizados en 77 rancherías con sus respectivos jefes.

El resultado de las campañas fue la recuperación de algunos cautivos españoles, la muerte y cautividad de algunos mescaleros, y la comprobación de que los lipanes no iban a mantener la paz pactada con los españoles al aliarse con Dagbole, un jefe mescalero.

La última campaña fue la más larga, ya que duró algo más de cinco meses, empleando a 213 hombres, entre los cuales había siete lipanes y dos mujeres mescaleras que hacían de guías. Había además cinco sirvientas, un cirujano y 48 arrieros para el transporte de los alimentos y los barriles de agua, sumando en total 272 personas, llevando en total 2.000 animales. Ugalde y sus hombres recorrieron 6.140 km en los que reconocieron 113 abrevaderos y restos de 56 rancherías.

Antes de atacar una ranchería de los mescaleros, a 24 km al norte del presidio de Agua Verde [hoy en ruinas, en el municipio de Zaragoza, Coahuila], uno de ellos pidió la paz en nombre de su jefe Natagé. Ugalde parlamentó con los jefes Dagbole, Chitetes, y [a quien los españoles llamaban Alcalá], Echine, Yl Sitié, Datiguichi, Gavichoche, Sigtisya y Digsya con quienes llegó a un acuerdo por el que ambas partes aceptaron suspender las agresiones.

Ugalde regresó a Monclova [Coahuila] habiendo matado a seis mescaleros, capturado a 12, recuperado a un cautivo y a 154 caballos y mulas, además de realizar un reconocimiento exhaustivo de todo ese territorio ocupado por los mescaleros).

* De 1779 a 1784, los comandantes generales de Croix y Felipe de Neve estaban constantemente acuciados por las noticias de ataques apaches, quienes tenían espías entre otras tribus que les informaban cuando podían hacer las incursiones. (Ninguna zona era segura ni los caballos estaban lo suficientemente seguros para evitar su captura. Como los apaches habían vivido asaltando toda su vida, no había manera de detenerlos por un tratado. Los apaches, o incursionaban o se morían de hambre. Por lo tanto, los apaches eran el principal enemigo de los españoles).

* En 1779, Domingo Cabello, gobernador de Texas, afirma que el jefe apache lipán José Chiquito, alias Tacú o Chico, es considerado el jefe de guerra más importante por esas fechas. (José Chiquito era hijo de José Miguel o José el Grande. Nació en 1755 en San Sabá [San Saba County, Texas], en un poblado lipán situado en la unión de los ríos San Sabá y Colorado; y murió en 1820 en un poblado a orillas del río Nueces, cerca de la actual Three Rivers [Live Oak County, Texas].

José Chiquito tuvo tres hijos con María: Cuelgas de Castro, Seuge Castro y Lemmas Castro.

Cuelgas de Castro nació en 1792, en un campamento lipán situado en la unión de los ríos San Sabá y Colorado, cerca del actual San Saba [San Saba County, Texas] y murió en el año 1852, posiblemente de una cirrosis hepática. Estuvo presente en las negociaciones del tratado de Tehuacama Creek, el 9 de octubre de 1844, entre la República de Texas y los lipanes, en Tehuacama Creek, [Limestone County, Texas]. Cuelgas de Castro tuvo tres esposas, María Castro, una de las esposas, tuvo tres hijos: Simón Castro, Ramón Castro y Juan Castro.

Seuge Castro nació en el año 1800, en un campamento lipán situado en la unión de los ríos San Sabá y Colorado, cerca del actual San Saba [San Saba County, Texas]. Estuvo presente en las negociaciones del tratado de Tehuacama Creek, el 9 de octubre de 1844, entre la República de Texas y los lipanes, en Tehuacama Creek, [Limestone County, Texas].

Lemas Castro nació en 1803, en un campamento lipán situado en la unión de los ríos San Sabá y Colorado, cerca del actual San Saba [San Saba County, Texas]. Estuvo presente en la firma del tratado de Tehuacama Creek, el 16 de enero de 1845, en Tehuacama Creek [Limestone County, Texas].

Simón Castro, hijo de Cuelgas de Castro, nació en 1818, en un poblado lipán cerca del actual Sheffield [Pecos County, Texas] y murió el 18 de mayo de 1873, en el río San Rodrigo, cerca de la población de El Remolino [municipio de Zaragoza, Coahuila] durante la incursión a territorio mexicano del coronel Ranald Slidell Mackenzie, al mando de 500 soldados, para atacar a los kickapoos, y a los lipanes. Mueren 19 nativos de las dos tribus, capturando 41, entre ellos a Costalites, un jefe lipán.

Ramón Castro, hijo de Cuelgas de Castro, nació en 1810, en un campamento lipán situado en la unión de los ríos San Sabá y Colorado, cerca del actual San Saba [San Saba County, Texas]. Estuvo presente en las negociaciones del tratado de Tehuacama Creek, el 9 de octubre de 1844, entre la República de Texas y los apaches lipanes, en Tehuacama Creek, [Limestone County, Texas]. Se cree que murió, en algún momento después de la incursión del coronel Ranald Mackenzie, el 18 de mayo de 1873. Ramón Castro tuvo un hijo llamado Ramón Chiquito, alias Chiquito, Little Capitán o Capitán Chico. Fue miembro inscrito de la Mescalero Apache Tribe de New Mexico. Está documentado que Ramón Chiquito fue uno de los 28 cautivos lipanes llevados por los militares estadounidenses tras la incursión de McKenzie en 18 de mayo de 1873.

Juan Castro, hijo de Cuelgas de Castro, nació en 1812, en un poblado lipán, a orillas del río Nueces, cerca del actual Three Rivers [Live Oak County, Texas] y murió el 1 de octubre de 1875 en San Juan, [Willacy County, Texas]. Juan Castro participó en el tratado de San Sabá [San Saba, San Saba County, Texas] el 28 de octubre 1851; y fue un Ranger de Texas entre 1844 y 1852, en San Antonio [Bexar County, Texas]).

* En los primeros meses de 1779, se producen algunas tentativas de paz, por parte de grupos sueltos de apaches en la zona de El Paso (El Paso County, Texas) producto de la presión militar española, junto a las ventajas que podían obtener, dedicándose a las transacciones comerciales, lo que decide a los apaches mescaleros de la banda de Patule el Grande (Daxle Ilchi) a solicitar la paz en el otoño. (Sin embargo, los españoles desconfiaban de tales acuerdos, pues se habían dado casos en que los apaches los buscaban y utilizaban para poder combatir con libertad a sus acérrimos enemigos, los comanches; y, en otras ocasiones, acordaban la paz en un lugar, atacando a continuación en otro.

En enero de 1779, un informe decía que solo había tres apaches encarcelados en la Ciudad de Chihuahua).

* En mayo de 1779, los apaches mescaleros, persuadidos por los españoles de Coahuila, declararon la guerra a los apaches lipanes y natagés. (Los lipanes y mescaleros se enfrentaron al final de la primavera en un combate en el que murieron muchos guerreros de ambos bandos. Los lipanes, que se estaban recuperando de los recientes enfrentamientos con los nativos norteños, buscaron refugio en Texas. Joyoso, un jefe lipán, visitó a su amigo, el capitán Luis Antonio Menchaca, el 3 de junio de 1779, para explicar su situación en Coahuila y preguntar si los lipanes eran bienvenidos en Texas. Menchaca llevó inmediatamente a los lipanes a donde el gobernador Domingo Cabello, quien les informó que siempre que mantuvieran la paz, serían bienvenidos en Texas, pero que si rompían la paz los mataría a todos.

Los lipanes se fueron hacia la llanura costera del golfo cerca de sus aliados mayeyes, cocos y karankawas. Allí se unieron a las tribus costeras en el comercio ilegal con piratas, traficantes de armas británicos y comerciantes de Louisiana, intercambiando pieles de bisonte, pieles, miel, pacanas [una variedad de nuez], pemmican, y mujeres por productos europeos. Debido a que eran excelentes tiradores, los mayeyes y los cocos fueron una excelente ayuda para los lipanes en las incursiones contra los comanches.

Mientras, en julio, el comandante general Teodoro de Croix recibía a una delegación de mescaleros que habían colaborado con sus tropas de la Nueva Vizcaya en una campaña contra los lipanes. El jefe mescalero, quizás preocupado por las represalias de los lipanes, pidió ayuda a Croix para instalar sus rancherías cerca del presidio. A cambio seguirían sirviendo como guerreros auxiliares. Para cumplir con la nueva política de buscar la paz por disuasión, Croix aceptó la petición. Entonces, en un acuerdo preliminar en Chihuahua, nombró gobernador de una de las rancherías a un jefe a quien los españoles llamaban Alonso, y como capitán de guerra a otro llamado Domingo Alegre. Otros dos líderes mescaleros, Patule el Grande (Daxle Ilchi) y Juan Tuerto (Guifre Gusya), pidieron permiso para asentar sus bandas en la ranchería de Alonso, solicitando a Croix el envío de misioneros para instruirles, ayudarles a construir casas y cultivar sus tierras. También pidieron que les dieran raciones de comida por un año y la protección de los soldados presidiales contra sus enemigos lipanes. Para compensar esta ayuda prometieron obedecer las órdenes del Comandante Militar, comportarse fielmente y servir como auxiliares, no solo contra otras tribus apaches enemigas, sino también contra cualquiera que cometiera actos hostiles contra los españoles. Croix aceptó estas peticiones, y también ofreció designar uno o más españoles para aprender la lengua apache para actuar como sus representantes y recoger las quejas que hubiera. Antes de cambiar su cuartel general de Chihuahua por Arizpe [Sonora], Croix dio a los jefes mescaleros ropa y algunos otros regalos, comisionando al teniente coronel Manuel Muñoz para discutir y concluir los acuerdos con ellos).

* A las 15:00 horas del 15 de agosto de 1779, Juan Bautista de Anza sale de Santa Fe (Santa Fe County, New Mexico) para dirigirse al norte en busca del campamento del jefe comanche Cuerno Verde. (El contingente estaba formado por 600 hombres, de los cuales 150 eran tres compañías de dragones de cuera e infantería de la guarnición de Santa Fe, y 450 colonos de nativos Pueblo. Unos días después aparecieron 200 apaches jicarillas y utes encabezados por cuatro de sus jefes que pidieron unirse a la expedición contra sus enemigos comanches, a lo que Anza accedió.  

Anza sabía que la única forma de conseguir entablar combate con Cuerno Verde era cogerle desprevenido. Hasta entonces, los españoles iban hasta Taos [Taos County, New Mexico] y se dirigían a territorio comanche por el Paso del Ratón [Raton Pass, Colfax County, New Mexico y Las Animas County, Colorado] pero estos conocían esa ruta dejando centinelas que avisaban de cualquier movimiento de tropas, dispersándose por las inmensas llanuras. Por eso Anza fue por una ruta nunca antes recorrida con la esperanza de sorprender a los comanches, bordeando su territorio por el oeste, avanzando por tierras de los utes, y llegar a su territorio por el norte, el último lugar del que esperarían un ataque español. 

Durante una semana fueron por terreno descubierto por un valle que llamaron y aún se llama de San Luis [Saguache County, Colorado]. Para evitar ser descubiertos avanzaban de noche y acampaban de día, sufriendo un frío impropio de la época del año, no pudiendo hacer hogueras para no ser descubiertos. Cruzaron el Paso de Poncha [Poncha Pass, Chaffee y Saguache Counties, Colorado]. Tras cruzar el río Arkansas llegaron a la boscosa y abrupta Sierra de Almagre [Almagre Mountain, Teller County, Colorado], desde cuyo pico se divisaba una gran llanura en la que solían acampar grupos de comanches. Anza montó el campamento enviando patrullas para vigilar desde lo alto cualquier señal de los comanches.

A las 10:30 de la mañana del día 31, una de las patrullas informó que se divisaba la humareda de un grupo de jinetes hacia el este del campamento español. Anza ordenó al cabo que la mandaba ir a la parte oriental de la sierra para conseguir más información, mientras el resto se preparaba para atacar. Pronto regresó la patrulla informando que los jinetes eran comanches que se dirigían a un campamento de más 120 tiendas. Comanches y españoles habían acampado a pocos kilómetros, unos de otros sin darse cuenta. El cabo dijo a Anza que algunos comanches vigilaban los alrededores de su campamento y que era cuestión de tiempo que descubriesen las huellas de la patrulla. Anza ordenó atacar antes de que pudiesen huir, pero cuando el tren de bagajes y la manada de caballos iban a la retaguardia, y el contingente se dividía en dos alas y un centro para rodear a los comanches, estos vieron a los españoles comenzando a levantar el campamento a toda prisa. Sin darles tiempo, la caballería española cargó ladera abajo, y hombres, mujeres y niños se dieron a la fuga, abandonando sus tiendas y pertenencias. Los españoles dieron alcance a los más rezagados, entablándose un combate mientras huían a lo largo de casi cinco kilómetros en el que mataron a 18 guerreros y capturaron a 34 mujeres y niños.

Tras ese pequeño triunfo, los españoles abrevaron sus caballos en el río en el que habían acampado los comanches y al que llamaron Sacramento. Durante toda la tarde, Anza interrogó a las mujeres capturadas sin éxito, hasta que las dos últimas contaron que Cuerno Verde había salido hacia Taos hacía algunos días con intención de atacar el pueblo y que había ordenado a todos los grupos comanches reunirse con él tras la incursión para penetrar en territorio español, motivo por el cual estaban ellos allí. Cuerno Verde les llevaba mucha ventaja, siendo imposible alcanzarle antes de que atacase Taos, por lo que Anza decidió ir tras él y atacarle cuando regresase a su territorio.

Dos días después volvieron a cruzar el Arkansas y mientras acampaban en la orilla, la mayoría de los utes se fueron sin avisar, probablemente por estar demasiado lejos de su tierra y demasiado cerca de Cuerno Verde. Cuando iban a reanudar la marcha llegó una de las patrullas diciendo que habían visto al grupo de Cuerno Verde dirigirse hacia ellos sin saber este de su presencia. Anza ocultó a todos sus hombres, caballos y carros y se dispuso a emboscar a los comanches y obligarles a luchar. Al rato apareció la banda, formada por varios centenares de comanches, viajando dispersos por creerse seguros. Avanzaban al pie de unas colinas boscosas y les separaba de los españoles una zanja de cierta profundidad. Cuando estuvieron a tiro, los españoles abrieron fuego y la caballería cargó lanza en ristre dirigida por el propio Anza. Los comanches se dieron a la fuga hacia las lomas y los españoles tan solo pudieron acabar con ocho de ellos, pues la zanja les obligó a desmontar y pasarla de uno en uno mientras los comanches se perdían entre los árboles.

La noche sorprendió a los contendientes y Anza, tras inspeccionar la zanja con algunos dragones, decidió resguardar en ella a todo el contingente. Los apaches jicarillas le recomendaron replegarse aprovechando la oscuridad, pero Anza no tenía ninguna intención de dejar escapar a Cuerno Verde y menos aún de retirarse con cientos de comanches a escasos metros. La lluvia hizo su aparición, cubriéndose los españoles con sus capotes para tratar de dormir un poco a la espera del día siguiente.

Con las primeras luces del 3 de septiembre, los españoles no vieron ni rastro de los comanches, temiendo que hubiesen escapado durante la noche pese a la vigilancia de las patrullas que Anza había enviado. Ordenó a la columna ponerse en marcha. Justo cuando los primeros españoles empezaban a salir, un pequeño grupo de comanches surgió del bosque con la intención de ocupar la zanja tan pronto como la abandonasen los soldados. Pronto se les unieron más guerreros hasta llegar a 50, por lo que Anza ordenó a la sección de retaguardia que tomase la delantera con los carros y los caballos, y saliese a terreno despejado, mientras él se quedaba con las secciones de vanguardia y centro para ocupar unas elevaciones y, si era posible, presentar combate. Ya estaba llegando a esas posiciones cuando ocurrió el hecho determinante para la campaña. El mismo Anza lo describió así en el diario de la expedición: Al entrar a ellos [los soldados españoles], ya los enemigos pasaban de 40 y se acercaban casi a tiro de fusil haciendo fuego con los suyos, con cuyo motivo fue conocido por sus insignias y divisas el famoso Cuerno Verde, quien con espíritu orgulloso y superior a todos los suyos los gritaba, y se adelantaba escaramuzando con mucho ardor su caballo.

Cuerno Verde, como si quisiera hacer honor a su fama de audaz y valiente, incluso a costa del más elemental sentido común, cargó con sus escasos hombres contra una fuerza que le superaba en cuatro a uno mientras disparaba su fusil, sin dejar de insultar a los españoles y alentar a los suyos. Anza no desaprovechó la oportunidad. Ordenó avanzar a 200 hombres hacia él para entretenerle y mandó al cuerpo de retaguardia, que ya había salido al llano, que rodease por detrás al jefe comanche y a sus guerreros y los empujase contra la zanja. Desde las lomas, cuerpo a tierra, los españoles abrieron un fuego cruzado, pero Cuerno Verde prohibía a sus guerreros retirarse. La trampa estaba a punto de cerrarse y Anza decidió dar el toque final para que Cuerno Verde se metiese de lleno en ella. Los jicarillas fingieron huir despavoridos, abriendo un hueco en la formación española.

El jefe comanche ordenó a sus guerreros lanzarse sobre el hueco de la formación española cuando se percató de que la retaguardia de Anza estaba a punto de cortarle la huida y comprendió por fin la estratagema española. Entonces ordenó la retirada, pero fue demasiado tarde. Los comanches, recibiendo disparos por todos los lados, trataron de escapar del cerco. Muchos cayeron, pero los españoles dejaron escapar a la mayoría. Anza había ordenado concentrarse en el jefe. Los españoles atacaron a Cuerno Verde y a su pequeño grupo de guerreros. Sin poder escapar, se metieron en la zanja, echaron pie a tierra y, parapetándose tras los caballos, ofrecieron su última resistencia. Cuerno Verde disparaba su rifle y, mientras otro se lo recargaba, mantenía a los españoles a raya con la lanza. Con él cayeron su hijo primogénito, su chamán, cuatro subjefes y 10 guerreros. Cubiertos desde las alturas por sus compañeros, los dragones de cuera blandieron sus espadas y se lanzaron sobre ellos. En apenas unos minutos, todos los comanches murieron junto al arroyo llamado hoy en día Greenhorn [entre los actuales Pueblo y Colorado City, Colorado]. El tocado de búfalo de Cuerno Verde fue recogido y enviado al rey Carlos III, el cual se lo regaló al Papa. Actualmente, forma parte de la colección de los Museos Vaticanos. En total murieron o fueron capturados unos 130 comanches.

El 7 de septiembre la expedición llegó a Taos, que había sido atacada hacía unos días por Cuerno Verde, tal como habían dicho las prisioneras comanches, habiendo resistido un asedio de dos días. Anza llegó a Santa Fe el viernes, 10 de septiembre).

* El 27 de septiembre de 1779, el comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix informa a José de Gálvez, ministro de Indias: Más de trescientos gandules atacaron la casa donde estaba alojada en el antiguo presidio de Terrenate [Cochise County, Arizona] una partida de siete soldados de la compañía franca de voluntarios; y aunque hicieron los mayores esfuerzos para aportillarla, tuvieron que retirarse los agresores dejando tres muertos en el campo y llevando, a lo que se infiere, muchos heridos. De nuestra parte solo lo quedaron dos. Como 150 apaches acometieron a la misión de Cocóspera [Sonora]; pero recibidos bizarramente por un cabo y nueve hombres de los referidos voluntarios, abandonaron su intento después de cuatro horas de pelea en que murieron cuatro enemigos”.

* El 25 de octubre de 1779, el teniente coronel Manuel Muñoz llega al Presidio del Norte ([Ojinaga, Chihuahua]. Poco tiempo después llegaron seis jefes apaches mescaleros [Alonso, Domingo Alegre, Patule el Grande, Volante, Juan Tuerto y Bigotes] con varios de sus seguidores, y en una serie de conferencias Muñoz les recordó los compromisos a los cuales habían accedido en la Ciudad de Chihuahua. En cambio, los jefes pidieron una nueva concesión. Como su gente necesitaba urgentemente carne y como la zona donde estaban los búfalos estaba en territorio de sus acérrimos enemigos, los comanches, solicitaban una escolta militar para desplazarse a cazarlos a las llanuras. Muñoz aceptó y les asignó una escolta de 10 soldados. Finalmente, antes de que partieran los seis jefes, Muñoz les dio alimentos y les regaló tabaco y cuchillos.

Antes de que el jefe Alonso saliera para cazar búfalos, acompañó a Muñoz al sitio que había seleccionado para su ranchería, en una colina al noreste muy cercana al presidio. Ahí el comisionado midió un cuadrado de 60 varas por cada lado. Al sitio se le dio el nombre de Nuestra Señora de la Buena Esperanza [Ojinaga, Chihuahua] y la fabricación de adobes y la tala de madera para levantar el nuevo pueblo, empezó el mismo día. Alonso trajo su banda de 44 personas para ocupar ese lugar. Otro poblado apache se estaba formando en la abandonada misión de San Francisco, y se inició con una pequeña plantación de trigo hecha por los 80 mescaleros que vivirían ahí, pero prefirieron retirarse. Cuando los mescaleros regresaron de la cacería de búfalos, los jefes pidieron a Muñoz un pueblo para poder estar todos juntos. Muñoz aceptó y amplió la zona de Buena Esperanza a 120 varas de cada lado.

El 15 de noviembre de 1779, Muñoz envió un informe a Teodoro de Croix que decía: Muy señor mío: La adjunta copia impondrá a vuestra superioridad de los ocho cautivos que se han entregado a los individuos que se anotan en los recibos comprendidos en ella y conduje del Presidio de la Junta de los Ríos a esta villa, siendo comprendidas las tres piezas que entregó el capitancillo Patule de la nación mezcalera en canje de los que se le entregaron en Santa Rosa de Coahuila por resolución de vuestra superioridad.

El octavo es un apachito que hizo fuga voluntariamente de los de su nación, que dijo quería vivir entre los españoles por la mala vida y trato que tenía entre los de la suya, por cuya razón le recomendé a don Manuel Urquidi, ínterin vuestra superioridad resuelve lo que fuere de su agrado.

Así mismo, le entregué a Josepha y María, indias fugitivas de la capital de México, para que las tuviere a seguridad en el obraje, ínterin vuestra superioridad se sirva prevenirme el destino que deba dárseles…

En dicho presidio [Presidio del Norte] se me presentó un gandul apache mezcalero, como de edad de 18 años que se conoce entre los nuestros por Joseph Manuel, diciendo que quería vivir con los españoles y por diligencias que hicieron los capitancillos de la misma no fue posible que le atrajesen a su voluntad, por lo que me hallé precisado a traerle en mi compañía, asignándole una mula de las quitadas a los apaches para que anduviese y he gastado cincuenta y un pesos y cuatro reales en vestirle, que mandé pagase el comisionado don Francisco Javier de Uranga de los caudales destinados al auxilio de los individuos, sin otras prendas que se le suministraron por el habilitado de dicho presidio. Esta providencia tuve por conveniente el tomarla para ver si por este medio se atraen otros y se vencen otras dificultades.

A este indio me parece conveniente, se le asignen para su manutención dos reales diarios, cuyo gasto quedo sufriendo de mi bolsillo, ínterin vuestra superioridad resuelve lo que sea de su agrado. Nuestro señor, guarde a vuestra superioridad muchos años. Chihuahua, 15 de noviembre de 1779.

Beso, la mano a vuestra superioridad, su mayor súbdito. Manuel Muñoz).

* El 6 de diciembre de 1779, tiene lugar la llamada primera batalla de Tucson entre apaches y soldados españoles de cuera. (No se sabe mucho sobre esta batalla, pero el capitán Pedro Allande y Saavedra se enfrentó con 15 lanceros a un grupo formado, según él, por 350 apaches dirigidos por Quilcho.

Allande, en vez de refugiarse en el Presidio Real de San Agustín del Tucsón [Tucson, Pima County, Arizona], decidió atacar a los apaches en campo abierto y, tras un largo enfrentamiento, pudo cortar la cabeza de uno de los jefes, clavándola en una lanza. Al verla, el resto de apaches dejó el campo de batalla, abandonando el ganado que llevaban.

Se desconoce el número exacto de víctimas, pero los españoles mataron e hirieron a varios apaches, uno de ellos un hermano del jefe Quilcho).

* En 1779, los oficiales del Presidio del Norte, en Junta de los Ríos (hoy Ojinaga, Chihuahua) rescatan a una niña y a dos niños españoles de los apaches por cerca de 30 pesos cada uno, la sexta parte del salario anual de un soldado.

1780

* De 1780 a 1783, el teniente coronel Juan Bautista de Anza, gobernador de Nuevo México, trabajó para separar a los navajos de sus primos cercanos, los apaches. (Consiguió que los navajos no apoyaran, al menos abiertamente, a los apaches del río Gila y renunciasen a las formas tribales apaches. Los navajos se hispanizaron gradualmente y fueron más dependientes del comercio español. Esto ayudó en la campaña de 1784 contra los apaches).

* En 1780, una gran epidemia de viruela en Nuevo México, Texas y Coahuila afecta especialmente a los comanches, wichita y apaches lipanes. (Mientras comerciaban en un poblado taovaya [wichita] en el Red River [Texas], los comanches contrajeron la viruela, que algunos caddos habían traído de San Antonio. Sin defensas naturales contra la enfermedad, los comanches sufrieron una alta mortandad. Algunas tribus de las llanuras perdieron la mitad de su gente. No sabemos cuántos comanches perecieron. Trataron de reemplazar sus pérdidas, capturando y asimilando más cautivos. Los lipanes, ante la acometida de los comanches, se replegaron a la zona entre San Antonio de Béjar [Bexar County, Texas] y el Río Grande; mientras algunos apaches mescaleros abandonaron sus poblados, asentándose junto a los presidios.

Los apaches temían mucho a la viruela creyendo que se infectaban por las camisas y mantas que adquirían en los intercambios. Estadísticamente, se producía una epidemia cada 18 o 20 años. Los curanderos lipanes utilizaban como cura el peyote de los carrizos [pueblo nómada que pasaba el invierno en el estado de Nueva León y en primavera subía hasta Texas].

Las autoridades españolas, entre ellas los comandantes generales Teodoro de Croix y Felipe Neve, planearon privar a los apaches de su planta principal, el mescal. Sin embargo, en 1780, el asesor de Croix, Pedro Galindo Navarro, determinó que el mescal no podía ser eliminado debido a su abundancia, creciendo de forma natural por casi todo el amplio territorio, “siendo tan frecuente que los apaches subsisten de ella durante las estaciones”, según escribió Galindo, añadiendo que “algunos grupos apaches hacían su cosecha anual en el Paraje de Ia Boca y otras cosechas no lejos del presidio de Janos, donde las plantas se reproducen con mayor abundancia”.

Los lugares donde cosechaban mescal  eran peligrosos, siendo las mujeres y niños apaches los que corrían mayor riesgo de ser capturados mientras lo recolectaban a lo largo de los arroyos y las laderas de las montañas que dan al sur, durante los meses de noviembre a mayo).

* En 1780, una banda apache mata al pima de 28 años, Juan Ignacio Mera.

* En marzo de 1780, el teniente Miguel de Urrea muere a manos de un grupo de apaches en las proximidades del presidio Santa Gertrudis de Altar (Sonora), cuando iba al Rancho de San Rafael (municipio de Altar, Sonora) a recoger a su familia.

* En la primavera de 1780, la viruela diezma a la tribu tonkawa y El Mocho, un apache lipán capturado y criado por ellos, alcanza la jefatura de la alianza tonkawa, en Monte Grande (Cameron County, Texas) entre los ríos Trinity y Colorado ([Texas]. El Mocho convocó un consejo de tonkawas, texas, ais y lipanes para discutir una alianza bajo su liderazgo. Aunque ante el consejo discutieron la alianza, José Chiquito, El Joyoso y Mucha Manteca visitaron el campamento tonkawa para cambiar pieles de búfalo y caballos por armas de fuego. Según Domingo Cabello, gobernador de Texas, José Chiquito llevó la idea de la alianza a los jefes apaches mescaleros El Quemado [Illydé] y Volante y a los apaches llaneros y a los jumanos. Los documentos españoles demuestran que los apaches llaneros eran citados como una confederación de pequeños grupos, similares a los lipanes, mescaleros, y a los jumanos. Además, esto sugiere que José Chiquito tuvo contacto con los llaneros y fue reconocido por ellos como jefe).

* En abril de 1780, un grupo de apaches vestidos con uniformes y armados con mosquetes españoles capturados en el presidio de Terrenate (Cochise County, Arizona), atacan a los pimas en el río Gila (en la parte de Arizona del río), capturando a 120. (Los pimas creyeron que habían sido atacados por los españoles hasta que una india capturada se escapó y contó la verdad).

* En mayo de 1780, Teodoro de Croix organiza una campaña contra los apaches gileños. (Con los soldados fueron varios apaches mescaleros guiados por el jefe Domingo Alegre. Incluso atacaron a la banda del también mescalero Juan Tuerto (Guifre Gusya), al que mataron por haber reanudado las incursiones después de haber aceptado asentarse en el pueblo de Nuestra Señora de la Buena Esperanza, cerca del Presidio del Norte [Ojinaga, Chihuahua].

El 31 de mayo de 1780, Pedro Galindo Navarro, auditor de la guerra, escribe a Teodoro de Croix:  “Señor Comandante General. El teniente coronel don Manuel Muñoz, remitiendo lista de los cautivos que se han canjeado y rescatado de los apaches mezcaleros y copia de los recibos que ha recogido de los sujetos a quienes los ha entregado, avisa que entre ellos se halla un apachito que parece ser de doce años y, habiendo hecho fuga voluntariamente de los de su nación, se pasó a los nuestros diciendo quería vivir entre los españoles por huir de la mala vida y trato que le daban sus gentes, por cuya razón lo puso en poder de don Manuel Urquidi hasta que vuestra superioridad resuelva lo que fuere de su agrado, y reflexionando que la edad de doce años que tiene este apache es bastante para que haya adquirido afecto y estimación a la libertad, usos y costumbres de su nación, que el haber pasado a la nuestra puede prevenir del temor de algún castigo que quisieron darle, el cual cesando se restituirá con relativa facilidad a vivir entre los suyos llevando la ventaja de haber adquirido noticias individuales de nuestras fuerzas y terrenos, y que la experiencia ha manifestado la facilidad con que los criados desde muy pequeños entre los nuestros hacen fuga y se pasan a vivir con sus compatriotas, siendo por lo común los más crueles y perjudiciales enemigos, me parece que para evitar los graves inconvenientes y perjuicios que han resultado y pueden resultar que así suceda, podrá vuestra superioridad, si fuere servido, acordar se prevenga al teniente coronel don Manuel Muñoz que, luego que se presente la ocasión oportuna de pasar a México algún sujeto de confianza, disponga lleve consigo libre y suelto en calidad de criado o agregado al referido apache, encargándole lo entregue a disposición del señor virrey, a quien podrá dar aviso de ello cuando llegue el caso, a fin de que su excelencia lo destine como libre a donde tenga por más conveniente, haciéndole presente que para más bien evitar su fuga y regreso, que aun las mujeres han ejecutado tantas veces desde aquella capital, como lo demuestra el ejemplar reciente de las dos indias Josefa y María que desde ella se volvieron a los apaches, será muy oportuno que a este y a los demás que se envíen procure hacerles pasar al vecino reino de Goatemala [sic], provincia de Campeche u otro paraje, que no siendo ultramarino, dificulte por la mayor distancia el tránsito y regreso de estos bárbaros a su propio país. Y la misma providencia me parece podrá vuestra superioridad tomar por lo respectivo al otro gandul mezcalero llamado Joseph Manuel, previniendo a Muñoz que disponga su trasmigración con maña y de modo que no pueda percibir el fin a que se dirige, para evitar la fuga que en este caso ejecutaría; y que, en cuanto a los gastos que refiere haber ocasionado su vestuario y manutención, disponga salgan de los caudales destinados a socorrer los apaches mezcaleros que se hallan de paz.

No hay duda que la tropa de los presidios se retraerá de solicitar con eficacia el rescate o canje de los prisioneros que se hallan entre los apaches si no se les reintegra del costo que le tenga el de cada pieza; y como puede haber algunas que carezcan de padres o parientes conocidos o que en caso de conocerlos sean tan pobres que no posean bienes ni caudal con qué pagarlo, parece necesario para este caso dictar alguna providencia a beneficio de la humanidad, del Estado y de la religión que lastimosamente pierden los prisioneros que desde corta edad se crían, viven y mantienen con los apaches, observando sus bárbaras costumbres, como que no han conocido ni tienen noticia de otras, cuyo daño suele extenderse aun a los adultos y con especialidad a los del sexo femenino que, bien será por el torpe vicio de la sensualidad en que desde luego gozan de la mayor libertad o bien por el justo miedo que profesan a unos enemigos tan crueles, pierden fácilmente la esperanza de verse restituidos a su patria y por consiguiente adoptan y siguen la vida libertina y bárbara de aquellos de quienes se consideran esclavos, olvidando hasta los principios de la verdadera religión en que nacieron y se criaron. Y para ocurrir a estos graves inconvenientes y fomentar el canje tan encargado por la piedad de su majestad en el artículo tercero título diez del Reglamento, me parece podrá vuestra superioridad, si fuere servido, acordar se prevenga al teniente coronel don Manuel Muñoz que los gastos de canje o rescate de cualquier cautivo o prisionero que se saque de los apaches deben pagarlos de sus propios bienes, si los tienen, y en su defecto de ellos de los de sus padres, hijos, hermanos o mujeres, y a falta también de estos podrán pagarse del fondo de gratificación de las compañías; y para evitar en lo posible este gravamen, por tener otras varias atenciones, respecto ser una de las obras más piadosa y caritativas la de contribuir al rescate y libertar de los infelices que gimen bajo la más dura esclavitud de estos bárbaros, me parece sería conveniente establecer en las provincias una demanda, cuyas limosnas se destinen a este objeto tan laudable, de cuyo pensamiento, si mereciere la aprobación de vuestra superioridad, podría cometerse la ejecución a los gobernadores, justicias y ayuntamientos, donde los hubiere, encargándoles nombrasen semanariamente personas celosas y de satisfacción que cuidasen de
pedir y recoger las limosnas que suministren los fieles y que su producto se fuese depositando en las cajas o tesorería más inmediata, llevando cuenta, aparte de la cantidad a que ascendiese, para darle, cuando hubiese ocasión, el destino que va referido y no otro alguno, instruyendo al público anualmente, para más excitar su caridad, del número de personas de ambos sexos que se hubieren redimido y rescatado con expresión de sus nombres, edades y patrias.

Y finalmente por lo respectivo, a las dos indias Josefa y María, que habiéndose conducido en collera a México y hecho fuga de aquella capital, regresaron a vivir entre los apaches y se presentaron después en el Presidio del Norte, donde fueron aprendidas, se vuelvan a conducir a México a disposición del excelentísimo señor virrey para que se les dé igual destino que el que va expuesto en cuanto a los apaches, o el que estime más conveniente y adecuado para evitar la nueva fuga que es presumible ejecuten siempre que tengan proporción para conseguirla. Sin embargo, de lo cual resolverá vuestra superioridad sobre todo lo que fuere de su agrado.

Arizpe, 31 de mayo de 1780. Don Pedro Galindo Navarro”.

El 2 de marzo de 1782, José de Gálvez ordenó a Teodoro de Croix: …Y en cuanto al muchacho y mujeres apaches, quiere Su Majestad que los remita vuestra superioridad a México y no a Guatemala ni a Campeche.  De su real orden lo prevengo a vuestra superioridad para su inteligencia y cumplimiento. Dios, guarde a vuestra superioridad muchos años.

El Pardo, 2 de marzo de 1782”).

* En junio de 1780, unos 30 apaches atacan una comitiva de vecinos que regresaba a Tucson (Pima County, Arizona) de las fiestas de San Juan, celebradas los días 23 y 24 de junio, en Bacanuchi (municipio de Arizpe, Sonora), matando al capellán del presidio de Tucson, fray Francisco Perdigón, y a otros dos vecinos. (El comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix envió un destacamento de Dragones, pero no lograron darles alcance).

* En junio de 1780, una banda de apaches lipanes acampan junto al río Medina (centro-sur de Texas), tras una serie de incursiones para robar ganado. (Debido a la llegada de los comanches al sur, ya no tenían acceso a los rebaños de búfalos. El teniente Menchaca llevó a 80 soldados, colonos y nativos de la misión contra ellos, pero cuando llegaron al río, los lipanes habían desaparecido).

* En julio de 1780, Teodoro de Croix escribe a Anza felicitándole por otra campaña realizada contra los comanches y las … repetidas solicitudes de estos indios para celebrar las paces”. (Sin embargo, dado que no se fía de los comanches, Croix aconseja Anza que tome las máximas medidas para asegurarse de que aquellos se mantengan en su país y no vengan a hostilizar la frontera hispana. También el comandante general expresa el deseo de emplear a los utes y jicarillas contra los gileños del mismo modo que ya se hacía contra los comanches. Aun así, Anza se ve obligado a suspender las operaciones contra ellos debido a que España había declarado la guerra a Gran Bretaña durante la guerra de Independencia norteamericana y le fue imposible enviar municiones y hombres para luchar contra los comanches).

* En agosto de 1780, los apaches roban un número considerable de caballos y ganado en Fronteras (Sonora).

* En agosto de 1780, una epidemia de viruela llega al pueblo de Nuestra Señora de la Buena Esperanza (junto al Presidio del Norte, Ojinaga, Chihuahua) donde vivían desde junio cuatro bandas de apaches mescaleros: la de Alonso, Domingo Alegre, Patule el Grande (Daxle Ilchi), y Volante. (A la epidemia de viruela se sumó la inundación de los ríos Bravo [Río Grande] y Conchos que destruyó los campos de maíz de los mescaleros. A excepción de la banda de Alonso, el resto abandonaron las casas y se resguardaron en el presidio, pero para noviembre también la banda de Alonso se había ido. Las 113 casas del pueblo de Buena Esperanza y dos torres de protección quedaron desiertas. Algunos de esos mescaleros realizaron algunas incursiones).  

* En octubre de 1780, Teodoro de Croix, comandante general de las Provincias Internas, ofrece 100 pesos a cualquiera que en Nuevo México, capture vivo o muerto, un apache varón; crea un fondo para rescate de cautivos de los nativos; ordena trasladar el presidio de Terrenate (Cochise County, Arizona), que ha visto morir a dos comandantes y a más de 80 hombres, y que ya no pueden ni recoger las cosechas, y trasladarlo a Las Nutrias (en la cabecera del río San Pedro, al este de Santa Cruz, su antiguo emplazamiento, Sonora).

* En noviembre de 1780, más de 100 guerreros apaches asaltan el presidio Santa Cruz de Terrenate (Cochise County, Arizona).

* A finales de 1780, los españoles envían tres expediciones punitivas al territorio de los apaches gileños (La primera al mando del capitán Juan Bautista de Anza, explorando una ruta entre Arizpe [Sonora] y Santa Fe [Santa Fe County, New Mexico] pasando por las cercanías de las montañas Mimbres [Mimbres Mountains, New Mexico]. 

La segunda, al mando del capitán José Antonio Vildósola, comandante del presidio Santa Cruz de Terrenate, saliendo de Sonora hacia el valle de San Simón [San Simon Valley, Cochise y Graham Counties, Arizona; e Hidalgo County, New Mexico] en el sureste de Arizona y luego recorrió las montañas desde Pinos Altos [Grant County, New Mexico] al río Mimbres en el suroeste de Nuevo México. Tuvo un encuentro con los apaches matando a seis apaches y capturando a 18. Pero mientras Vildósola estaba en el norte, 100 apaches aprovecharon para atacar la manada de caballos del presidio de Terrenate, entrando en el interior del mismo, matando a un cabo, hiriendo a tres soldados y a un vecino, y llevándose seis caballos y dos bueyes.

La tercera, al mando del capitán Francisco Martínez de Carrizal, mató a nueve apaches de una ranchería de liderazgo no identificado al noroeste de la Laguna de Guzmán [municipio de Villa Ahumada, Chihuahua]. Después marchó hacia el norte, hasta el Picacho de Mimbres [Cooke’s Peak, Luna County, New Mexico] donde acampó el 18 de noviembre, teniendo al menos dos pequeñas escaramuzas con los apaches. En un mes y medio, las tres expediciones de más de 500 hombres mataron a 31 apaches, capturaron a 25, y recuperaron cuatro cautivos y unos 300 animales).

* En diciembre de 1780, después de que unos apaches robaran algunos caballos en el Valle de San Buenaventura (Buenaventura, Chihuahua), un destacamento español sale tras ellos, pero los apaches matan a los animales, logrando huir.

1781

* En 1781, los soldados del presidio de Tucson (Pima County, Arizona) vuelven temporalmente al antiguo presidio de Tubac (Santa Cruz County, Arizona) para proteger a los colonos de los ataques apaches.

* En enero de 1781, Juan Bautista de Anza es atacado por un grupo de apaches mescaleros en la Jornada del Muerto (Sierra County, New Mexico) cuando dirigía la expedición de castigo contra los apaches que salió a finales del año anterior de Arizpe (Sonora) a Santa Fe (Santa Fe County, New Mexico) logrando rechazarles. (Los mescaleros continuaron incursionando por la zona meridional de la provincia.

Entre enero y abril de 1781, Teodoro de Croix, comandante general de las Provincias Internas, anotó la entrega de siete prisioneros apaches enviados desde Nuevo México a la Ciudad de Chihuahua, de donde hizo que los trasladaran al obraje [fábrica o taller, preferentemente textil con mano de obra nativa] de la cercana Encinillas [municipio de Chihuahua, Chihuahua]).

* En febrero de 1781, una partida apache asalta y arrasa el pueblo de Teopari (municipio de Ures, Sonora), haciendo 50 muertos y capturando 28 prisioneros. 

* El 6 de junio de 1781, un grupo de unos 300 apaches atacan a los habitantes de Cucurpe (Sonora) mientras se hallaban trabajando en sus campos, matando a 45 personas y cogiendo 44 prisioneros, entre mujeres y niños. (Según uno de los supervivientes, los atacantes habían perdonado la vida al misionero [quien en ese momento se encontraba también en los campos de la misión] porque quien los mandaba así lo ordenó. Según varios testigos, el jefe de los apaches era un antiguo residente de dicho pueblo llamado José María, hijo del vecino Eugenio Gómez, que había sido capturado por los apaches en 1771 cuando tenía 15 años. Entre los apaches, su nombre era Cayetano y había nacido en Cucurpe. En 1782 tenía una esposa e hijos apaches y su ranchería estaba habitualmente a unos 30 km al norte de las montañas Chiricahua [Chiricahua Mountains, Cochise County, Arizona]. Al ser un guerrero importante, tenía muchos seguidores. Entre las 45 personas que mataron, estaba el padre de Cayetano; y entre los 44 cautivos, dos eran sus hermanos. Uno de estos chicos, también llamado José María, escapó casi de inmediato, pero el otro, Justo, se quedó con los apaches.

Cayetano no era el único no apache” de este grupo, ya que después de ser liberados a cambio de ropas y herramientas, los prisioneros capturados en Cucurpe aseguraron que la mayor parte de los agresores eran cautivos pimas, ópatas, yaquis, seris y muy pocos apaches.

Cayetano llegó a Bacoachi [Sonora] el 7 de noviembre de 1786 para pedir la paz junto a otras 15 personas provenientes de la Sierra de la Peñascosa [Dragoon Mountains, Cochise County, Arizona], entre las que se encontraban dos sobrinos y una hija del jefe apache Chiquito).  

* En julio de 1781, Teodoro de Croix está convencido de que los apaches mescaleros que residían en el pueblo de Nuestra Señora de la Buena Esperanza son los culpables de los asaltos cometidos contra poblados españoles, por lo que envía al teniente coronel Manuel Muñoz, al Presidio del Norte (Ojinaga, Chihuahua) nuevas instrucciones para tratar con ellos: No debía darse comida, ropas, municiones ni nada a los apaches mescaleros hasta que se hubieran asentado de manera segura en el pueblo de Buena Esperanza o en otro lugar autorizado, y hasta que hayan realizado un fiel servicio como auxiliares en contra de enemigos hostiles. Se entregarán raciones semanales de comida y otros artículos durante un año a aquellas familias que se compruebe estén asentadas en alguno de los pueblos designados. Ningún apache mescalero podrá dejar esa población sin autorización del comandante del presidio, y aun así, solamente por periodos de tiempo específicos. A los trabajadores españoles se les proveerá nuevamente con qué sembrar y cultivar sus campos por un año, pero los apaches mescaleros [y en particular sus hijos] deberán ayudar a esas labores. Aquellos apaches que se instalen en algún pueblo y sirvan como auxiliares, serán liberados de todo trabajo de construcción y cultivo y se les pagará tres reales al día o el equivalente en mercancías por su servicio militar. Los que no permanezcan en ningún pueblo, pero ayuden en las operaciones militares, recibirán las mercancías que necesiten para dicho servicio y también premios especiales por sus hazañas individuales, pero nada más. Los que no se asienten ni ayuden militarmente, se les considerará enemigos y no serán admitidos en los presidios o en los pueblos de la frontera. (Croix dudó de que los apaches mescaleros aceptaran y cumplieran estos términos y creía que los que servían lo hacían solamente como espías de los hostiles y ordenó a otros comandantes, declararles la guerra y autorizó a Muñoz hacer lo mismo cuando lo creyera oportuno.

En septiembre, tres jefes apaches mescaleros, Alonso, Domingo Alegre y Patule el Grande [Daxle Ilchi], accedieron a los términos impuestos por Teodoro de Croix. Domingo Alegre, junto con otros dos jefes, Volante y Manuel Cabeza, regresaron con sus bandas a Buena Esperanza durante el mes de octubre. Domingo Alegre y 12 guerreros, acompañaron a las tropas en ataques contra rancherías de otros mescaleros durante aquel mes, logrando capturar un buen número de prisioneros).

El 10 de noviembre, Domingo Alegre y su banda, que vivían en Buena Esperanza, huyeron con 19 de los prisioneros apaches capturados el mes anterior. Durante el invierno se instalaron en el abandonado pueblo de San Francisco, cerca de El Paso del Norte [Ciudad Juárez, Chihuahua]. Esto ocurrió porque, tras la incursión que los comanches llevaron a cabo contra los apaches lipanes en 1779, estos acabaron por pedir la paz y la protección de los españoles en Coahuila. A partir de entonces, el gobernador de Coahuila, Juan de Ugalde, comenzó a utilizar auxiliares lipanes en sus campañas contra los mescaleros, a los que él consideraba como los más peligrosos y malvados de todos los apaches. Cuando estos también pidieron la paz, Ugalde accedió a que tres bandas de mescaleros se instalasen en San Francisco, ayudados por algunos nativos de las misiones [sumas y julimeños]  que les enseñaron el modo de vida sedentaria: cultivos, riegos y construcción de viviendas. Esta experiencia duró poco debido a que los mescaleros añoraban la vida nómada a la que estaban acostumbrados. La banda de Domingo Alegre intentó adaptarse, pero las de Patule el Grande [Daxle Ilchi] y otros siete jefes se fueron a finales de 1781, instalándose en el Bolsón de Mapimí [zona perteneciente a los estados Durango, Coahuila y Chihuahua], desde donde comenzaron a incursionar por Coahuila, asaltando entre otros, Parras [Parras de la Fuente, Coahuila]. Durante el invierno de 1781-82, mataron a 80 personas, hirieron a otras muchas y se llevaron gran cantidad de caballos. Las tropas de Ugalde fueron tras ellos hasta el Bolsón de Mapimí, matando a numerosos mescaleros, incluyendo a cinco jefes, y recuperando unos 500 caballos y mulas; además de liberar a seis cautivos españoles. Probablemente, esta campaña fue la primera expedición española dentro del Bolsón de Mapimí. Patule el Grande tuvo que dejar Coahuila para dirigirse a Nueva Vizcaya, donde volvió a pedir la paz en el Presidio de San Carlos de Cerro Gordo [Manuel Benavides, Chihuahua] pero en enero de 1783, su comandante, con el visto bueno de Croix, le detuvo llevándole junto al resto de su banda a la Ciudad de Chihuahua, paso previo para llevarlos a Ciudad de México).

* El 29 de agosto de 1781, el jefe apache Cayetano dirige otro ataque, esta vez contra la guarnición de Santa Cruz en Las Nutrias (municipio de Cananea, Sonora), llevándose todos los caballos.

* A principios de septiembre de 1781, una banda apache se topa con Narciso Tapia, comandante del presidio de Janos (Chihuahua) cuando iba al mando de una compañía de 108 hombres, en el Pastor o el Paraje de Venegas [?] ([Chihuahua]. Los apaches, que apenas superaban en número a los españoles, les obligaron de nuevo a retirarse a los Álamos de San Juan [?] [Chihuahua]. Teodoro de Croix, muy disgustado, dijo que los soldados habían perdido tanto el terreno como el honor).

* El 30 de octubre de 1781, el comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix informa: … el ataque de 300 apaches al presidio de Fronteras [Sonora], defendido exitosamente por la guarnición y sus residentes, resultando en el lance cuatro apaches muertos y… un herido por parte de los defensores.

* En 1781, debido a que los comanches les privaban de cazar bisontes libremente en las llanuras, los apaches jicarillas y mescaleros tuvieron que hacer incursiones contra los poblados españoles de Nuevo México y Nueva Vizcaya (parte de la actual Chihuahua), llevándose ganado como botín principal. (Entre el río Pecos y el Colorado oriental se extendía el territorio de los llaneros o cuelcajen-né, formados por tres bandas: los apaches llaneros, los lipiyanes y los natagés. Sus enemigos eran los comanches, aunque a veces, se aliaban con los mescaleros para incursionar contra los españoles. En el último cuarto del siglo XVIII, el principal jefe de guerra de los lipiyanes se llamaba Picax-endé o El Calvo. La mayoría de estas tribus tenían una economía basada en la caza y la recolección. El producto de las incursiones también formaba parte importante de su sustento y los asentamientos hispanos y los nativos Pueblo sufrían considerablemente sus depredaciones, aumentando sus incursiones a medida que fueron empujados por los comanches). 

1782

* En 1782, dos acaudalados ciudadanos de Ciudad de México, con grandes ranchos cerca de Parras (Parras de la Fuente, Coahuila), Juan Lucas de Lasaga, caballero de la Real Orden de Carlos III y administrador general de minería; y el marqués de San Miguel de Aguayo, se quejan al rey en carta emitida el 20 de febrero y recibida en junio, por los ataques apaches, lo que fuerza a José de Gálvez, Ministro de Indias, a cambiar las disposiciones de 1779 y restaurar las de 1772. (En febrero de 1782, una collera de 95 apaches mescaleros es enviada a Ciudad de México).

* En abril de 1782, un jefe mescalero, que había estado incursionando en el Bolsón de Mapimí (región perteneciente a los estados mexicanos de Durango, Coahuila y Chihuahua) pide la paz en El Paso del Norte por los ataques del coronel Juan de Ugalde. (El comandante general Teodoro de Croix accedió a discutir la paz, pero cuando llegaron tres jefes con 137 mescaleros, los engañó y los envió al sur como prisioneros de guerra).

* El 1 de mayo de 1782, se desarrolla la segunda batalla de Tucson donde un gran número de apaches ataca el Presidio Real de San Agustín del Tucsón ([Tucson, Pima County, Arizona].

Tucson era entonces un lejano pueblo fronterizo de menos de 400 habitantes. Según los españoles, fue uno de los ataques más grandes contra una población fronteriza del Imperio español. La fuerza de apaches atacantes destacó no solo por su gran tamaño, sino por su propósito. Hasta entonces, y posteriormente, los apaches, cazadores y recolectores, saqueaban los recursos de sus vecinos, centrándose principalmente en el ganado. Pero según todos los testimonios, la banda que atacó Tucson, no se enfocó en los animales, sino que se centró en la población, civil y militar, del presidio, incluyendo el poblado pima que estaba en los alrededores.  

Según el historiador Charles Leland Sonnichsen, su objetivo era la destrucción del presidio y borrar del mapa a los españoles y sus aliados nativos de un lugar que amenazaba sus rutas de incursión hacia los asentamientos del norte de Sonora.

Para intentar comprender por qué los apaches atacaron Tucson, primero debemos saber qué estaba sucediendo allí en ese momento. En primer lugar, el presidio de Tucson se construyó en 1775, llevando la guarnición desde Tubac [Santa Cruz County, Arizona], por lo que era bastante nuevo.

Los apaches habían luchado contra los españoles en muchas zonas del suroeste, pero no en Tucson. En esa época, resultaba un molesto asentamiento, situado en el borde de sus territorios ancestrales. El fraile franciscano, Juan Domingo Arricivita escribió en 1791: “[Los apaches] siempre han buscado destruir la pequeña Ranchería de Tugson [sic], siendo esta el punto de entrada de sus irrupciones [sic]. Hugo O’Conor, inspector de presidios para Coahuila, Nueva Vizcaya y Sonora, describió el establecimiento del presidio de Tucson como el cierre perfecto de la frontera apache. Hasta entonces, los apaches podían asaltar granjas, ranchos, y pequeños poblados del norte de la Nueva España, saliendo desde sus rancherías situadas en los márgenes del río Gila, pero la  repentina presencia española en el río Santa Cruz debió haberles  provocado cierta alarma, cuando hasta entonces, habían tenido libertad de movimientos, debido a la ausencia de tropas permanentes en el territorio. Es decir, los españoles tenían un motivo para instalar allí un presidio.

Además, la fundación del presidio de Tucson fue parte de una estrategia militar española más amplia que, en 1782, había causado grandes pérdidas a los apaches. En septiembre de 1775, Hugo O’Conor realizó una campaña de tres meses contra los apaches, en donde hubo 15 enfrentamientos diferentes, en los que mató a 130 guerreros, capturó a 104 apaches, y recuperó 2.000 caballos y mulas. Además, obligó a 300 familias apaches orientales a huir hacia el este, territorio de sus enemigos, los comanches, donde muchos cayeron a orillas del río Colorado [Texas]. Según el historiador Max Leon Moorehead, al desplegar la milicia de Sonora en las montañas a lo largo del río Gila y las tropas de Nuevo México en el norte, O’Conor esperaba aplastar a los apaches en un movimiento de pinza gigante. Estos movimientos contra los apaches fueron lo suficientemente exitosos como para ganarle a O’Conor un ascenso al rango de general de brigada en junio de 1776.

En 1779, la guarnición española en Tucson hizo una campaña contra los apaches en la Sierra de Santa Catalina [Santa Catalina Mountains, Pima & Pinal Counties, Arizona], al norte del presidio, en la que atacaron dos rancherías y mataron a varios apaches. Indudablemente, los apaches comprendieron que el nuevo presidio facilitaría que los españoles repitieran tales episodios en el futuro, lo que limitaría gravemente su capacidad para asaltar los asentamientos españoles, y tal vez les obligaría a trasladarse a otras zonas, más lejanas y peligrosas.

Quizás por ello, los apaches decidieron atacar el presidio y destruirlo. Seguramente a todos nos viene a la mente, una instalación con altos muros de adobe, cerrada, y con plataformas para los tiradores, pero en 1782, esa estructura no existía, ya que los muros de adobe se iniciaron en 1783, terminándose en 1788. El capitán Pedro de Allande y Saavedra, quien tomó el mando en 1777, describió el presidio: sin muros [defensivos], con una empalizada de toscos mástiles, [con] cuatro baluartes.  

Roque de Medina, ayudante inspector, visitó el presidio el 3 de mayo de 1779, escribiendo: “El recinto del Presidio, casas y estructuras de jacales [,] está fortificado con un foso ancho alrededor, y una empalizada de postes que mandó construir el Capitán Don Pedro de Allande, y dos terrazas donde se ubican los cañones, y soldados fuera de la empalizada y bajo la defensa de la artillería, y la obra corta levantada a un lado, y más distancia del agua de la que se podía poner”.   

Cuando los apaches atacaron, la entrada del presidio estaba completamente indefensa. En palabras del Allande, la entrada [al área fortificada]… no tenía puerta ni caseta de vigilancia. Había cuatro cañones de bronce, uno de los cuales jugaría un papel clave en el enfrentamiento.

Quizás los jefes apaches pensaron que, con el tiempo, los españoles mejorarían las defensas del presidio y que, aunque vulnerable, era lo suficientemente grande como para representar una amenaza para ellos, por lo que  lo mejor era realizar un ataque cuanto antes mejor.

Ya lo habían intentado antes. El 6 de noviembre de 1779, un gran grupo de apaches se acercó a la empalizada, pero la salida de los españoles, hizo que se alejaran. Allande informó: «Salimos tras ellos con 15 hombres [,] siendo el enemigo 350 [,] y sin cálculo los corrimos por mucha tierra«. Después de perseguir a los apaches durante un tiempo indeterminado, se enfrentaron en combate. Los españoles les derrotaron, matando a un jefe y a su hermano, llamado Guilcho o Quilcho, a quien cortaron la cabeza y la clavaron en una lanza. Al verla, el resto de apaches dejó el campo de batalla, abandonando el ganado que llevaban.

En otro incidente, el 26 de junio de 1780, los apaches capturaron a dos niñas en las cercanías de la empalizada, pero tuvieron que dejarlas atrás y huir al recibir varias andanadas de disparos.  

Aunque fracasaron en los dos intentos, ahora tenían una experiencia real del potencial del presidio, y es posible que creyeran que tenían una aceptable posibilidad de que un asalto total al fuerte podría tener éxito.

Otro hecho pudo haber aumentado la confianza de los apaches de que podrían echar a los españoles de Tucson. El 17 de julio de 1781, casi un año antes del ataque a Tucson, los yumas atacaron la misión de San Pedro y San Pablo de Bicuñer [actual Yuma Crossing, entre California y Arizona], junto al río Colorado, matando a unas 50 personas [100 según otras fuentes], y capturando a 74 mujeres y niños, destruyendo completamente el asentamiento. Sin duda, ese hecho llegó a conocimiento de los apaches, que pudieron pensar que, con un ataque masivo como el realizado por los yumas, podrían tener éxito. Pero resulta que, es posible, que guerreros yumas participaran en el ataque a Tucson. 

El sacerdote Gabriel Franco, presente en Tucson, informó que había oído hablar de nativos con apariencia similar a los presentes en el ataque a la misión de San Pedro y San Pablo de Bicuñer. Así mismo, el alférez Ygnacio Félix Usagarra mencionó que varias mujeres que habían sido liberadas de manos de los yumas y reasentadas en Tucson, informaron algo similar. Además, los yumas tenían un motivo personal para atacar el presidio de Tucson. En 1779, soldados de Tucson habían estado custodiando las misiones de los yumas mientras el ganado español destruía impunemente sus cosechas. La petición del sargento José Darío Argüello, al mando de los soldados llegados de Tucson, y de los propios yumas, a las autoridades del lugar de que se cercara el ganado, fue ignorada. 

La destrucción del presidio de Tucson no solo beneficiaba a los apaches, también a los yumas, y si estos pudieron destruir un asentamiento español, los apaches bien pudieron pensar que al reunir tantos guerreros, y contar con la presencia de guerreros yumas, la posibilidad de éxito aumentaba. Quizás, incluso sabían cuántas personas había [en 1797, último año en el que se tiene conocimiento, eran 395 personas].

La mañana del ataque era una mañana típica de domingo, en el que la mayoría de los hombres estaba realizando sus quehaceres habituales. El capellán presidial, Juan Bautista Beldarrain, celebró una misa a primeras horas de la mañana en la capilla del presidio. Luego cruzó el río Santa Cruz para ir al poblado pima para visitar al padre Gabriel Franco, sacerdote de la misión de San Xavier del Bac [Pima County, Arizona], que había venido para celebrar una misa para los pimas. El alférez Ygnacio Félix Usagarra también fue al poblado pima acompañado de un soldado. El teniente José María Abate estaba durmiendo en su casa situada fuera de la empalizada del presidio. Un soldado deambulaba con alguna desconocida misión entre la maleza a poca distancia del puesto. Algunas mujeres y niños iban caminando por los campos de cultivo del valle hacia el poblado pima.

Alrededor de las 10:00 horas, un gran grupo de apaches llegó de repente cogiendo a los españoles por sorpresa. Los guerreros se dividieron en dos grupos. Uno, a caballo, no participó en el enfrentamiento, aparentemente con la intención de rodear el campo de batalla y evitar la huida de la gente atacada. El otro, a pie, avanzó para atacar el presidio y el poblado pima situado junto a la misión. Por eso, la sorpresa inicial que lograron los apaches se desperdició por la dispersión de sus fuerzas contra los dos objetivos y el imprevisible atasco de muchos de los guerreros en las viviendas situadas fuera de la empalizada. Aparentemente, los apaches atacaron de acuerdo con un plan concertado de antemano, pero sin una jefatura que dirigiera la lucha sobre el terreno. Los españoles también lucharon sin un mando unificado, ya que los tres oficiales estaban en lugares diferentes, pero su disciplina y sus armas de fuego contrarrestaron el mayor número de los apaches, que luchaban con arcos y flechas.

Usagarra escribió sobre el padre Franco: “[Fray Franco] se vio impedido de ver cuál podía ser la cantidad de enemigos que atacaban este presidio, pero a pesar de la distancia pudo escuchar el primer disparo, y trepando al techo, inmediatamente comenzó a ser informado de los apaches que rodeaban el presidio en tal número, que no solo rodearon el recinto presidial, sino que a la vez se extendieron en un ala que iba derecho a la citada misión, por lo cual no pudo prestar auxilio”.

El criado nativo del teniente José María Abate descubrió rápidamente a los apaches e inmediatamente le avisó. Antes de que los apaches llegaran a la entrada del presidio y pudieran entrar por sorpresa, recibieron disparos tanto del mosquete de Abate como de las flechas de su criado, desde la azotea de la casa del teniente, quien dijo: “El primer día de mayo, como a las 10:00 horas, se acercaron los apaches a este presidio… llegó un sirviente mío diciéndome [“] aquí están los apaches[”]. Tomé mis armas y subí al techo de mi casa [,] vi que los enemigos lo tenían cercado y como no esperaban daño del techo [,] pude [,] sin ser visto [,] matar a uno del primer tiro; y mi sirviente con las flechas derribó a otro, pero cuando los apaches vieron que solo les disparaban dos [,] y los que habían rodeado la casa eran como 115, bastante más que menos, comenzaron a disparar hacia nosotros y devolviendo su fuego, derribé uno…  

[El] muro [en el techo] resistió las flechas de ellos [los apaches] y [yo mismo] tirando donde ellos estaban, y mi siervo con sus flechas herimos a muchos, ya que cada tiro era certero y con seguir disparándoles me bastó para disparar 10 tiros y mi mosquete bloqueado [;] ordené a mi criado que bajara y me trajera otra pistola [me la trajo a pesar de haber sido herido en medio del enfrentamiento] [,] y [yo mismo] devolviendo el fuego empezaron a huir [,] pero al ver que [,] yo aproveché este último tiro, pero aunque cayó [el blanco del tiro] quedó [solo] herido… Nunca había visto una cantidad tan grande de enemigos, pero me parece que los que atacaron no fueron menos de 600”.

A pesar de la actuación de Abate y su criado, los apaches llegaron hasta la entrada del presidio, donde se encontraron con el capitán Allande, quien defendió la entrada con cuatro de sus hombres. Allande resultó herido en la pierna derecha, pero siguió luchando, matando a dos apaches. Los apaches llegaron a entrar en las casas de los soldados Francisco Javier Espinosa, Juan Santos López y Juan Bautista Romero. Allande, en una carta al Rey, dijo: “El primero de mayo de 1782 [Allande] defendió el presidio con 20 hombres… de 600 [apaches] que pretendían acabar con todos los habitantes; [los apaches] sirviéndose de muchas casas para nuestro ataque y su defensa, que les sirvieron a la vez de hospital de sangre en que poner muertos y heridos, y hasta alcanzaron en el primer asalto la empalizada que estaba fuera puertas o caseta de vigilancia; hirieron de muerte a un soldado ya inválido, y a un vecino, y al defensor [es decir, Allande] le dispararon en la pierna derecha…  después de la herida, él [Allande] mató a dos por su propia mano”.

Fray Franco escribió: “Tuve en cuenta con el padre Velderrain [Beldarrain] la multitud de enemigos que estaban al norte del presidio, donde tenían la mayor fuerza de fuego, aunque [los apaches] teniendo tantos al sur y al oeste, no se les hizo caso”.

Aunque rodeaban el presidio, parece que no habían pensado en escalar los muros, centrándose en tomar la entrada y luchar en el interior de la empalizada.

Mientras una parte del grupo asaltante atacaba el presidio, otros intentaron cruzar el río Santa Cruz y entrar en el poblado pima, adyacente a la Misión de San Agustín, a la sombra del Picacho del Centinela  [hoy conocido como el Sentinel Peak o A Mountain]. El poblado estaba situado en una isla formada por el río y el principal canal de riego del asentamiento. A pesar de estar en la estación seca de la primavera, solo se podía acceder al poblado por un puente. En ese momento, el río Santa Cruz tenía bastante agua, al contrario de lo que pasa hoy en día [En 1820, el padre Juan Baño, de Tucson, informó al obispo de Sonora que por correr mucha agua era casi imposible cruzar a pie la corta distancia que hay entre el pueblo y el presidio]. Por eso, los apaches tenían que cruzar primero el puente para atacar el poblado pima. 

Viendo el peligro, dos españoles y un número desconocido de pimas se apresuraron a defender el puente, impidiendo así que el asalto apache se extendiera más allá del presidio. Usarraga escribió: “El primer día del citado presente mes en que los enemigos cayeron sobre este presidio, me hallaba en el pueblo de Tucson por motivo de mi encargo, y con vuestra venia en compañía del distinguido Juan Felipe Beldarrain, en cuyo tiempo, a pesar de la distancia a los tiros y alboroto esperaba volver al presidio, pero no lo logré. En ese tema cuando llegué al puente con el citado distinguido, los enemigos ya estaban tomando ese sitio por allá en gran número; y con bastante fuerza esperaban meterse por la isla al pueblo, pero viendo yo que allí eran muchos y además saliendo contentos [es decir, venciendo] a ellos, me sería necesario chocar con otra multitud que tapaba el estanque, y la acequia, tuve por bueno mantenerme con el citado distinguido tirando en dicho puente, tanto para impedir su inserción en la isla y pueblo, como para socorrer a algunas mujeres y niños que se encontraban en la acequia [,] desde donde [es decir, el puente] vimos cercado el presidio, y a pesar de que había muchos [apaches] por todas partes [,] la mayor resistencia del presidio se dirigió hacia el norte de él [el presidio] y eso fue lo que me convenció de que allí [en el extremo norte del presidio] estaba la mayor parte de los enemigos. Y habiéndoles quitado el objetivo de entrar en el pueblo, volví a él y pedí al padre fray Juan Bautista Beldarrain unos indios que me dio luego; pude con ellos, y el distinguido [,] entrar al presidio después de terminado el combate aunque todos pudieron ver [que] los enemigos estaban reunidos no muy lejos…

… Los enemigos muertos [fueron los siguientes]… Yo vi desde el puente uno caer en la poza, y que los apaches levantaron y llevaron, y otro que, el distinguido y yo disparándoles desde el puente, cayó y los pimas le siguieron tirando flechas, y nos dijeron que lo iban a agarrar: y por no querer salir del puente lo dejamos, y estoy persuadido que este apache es a quien los pimas le cortaron la cabeza que Vuestra Misericordia ha colgado en la puerta de la empalizada, por tener una bala de mosquete en el pecho y dos flechas en el costado según dicen los que fueron a ver el cuerpo. Las huellas que dejaron los apaches demuestran que habían llegado hasta ocho o diez pasos de distancia del [puesto] de guardia y que hacían mucha diligencia para entrar”. 

Además de los relatos de los soldados, dos sacerdotes, Gabriel Franco, de San Xavier del Bac; y Juan Bautista Beldarrain, el capellán presidial, presenciaron la batalla y dejaron registros escritos que corroboran la descripción de Usagarra.

La gran pregunta acerca de la batalla por el puente es si los apaches querían impedir que los pimas acudieran en ayuda del presidio, o si el poblado en sí era el objetivo del ataque. Nunca se sabrá, pero la gran cantidad de apaches que participaron y el hecho de que no se ocuparon del ganado, sugiere que el poblado era su objetivo. No habría tenido mucho sentido acabar con el presidio y dejar el poblado para poder reconstruir el dominio español en la zona, por lo que parece lógico pensar que los apaches intentaron apoderarse tanto del presidio como de la aldea, usando guerreros a pie para combatir mientras sus jinetes controlaban el perímetro.

El antropólogo Henry Farmer Dobyns, en su libro “Spanish Colonial Tucson. A Demographic History”, sugiere que la función de los guerreros a caballo era dar a los españoles la impresión de estar rodeados. Pero puede haber sido más que eso. Después de todo, estaban en la posición perfecta para asegurarse de que ningún español o pima pudiera retirarse o reagruparse durante o después de la batalla. Los guerreros que hicieron frente Usagarra, fray Beldarrain, y los pimas fueron, con toda probabilidad, mucho más que una  distracción. Probablemente, Allande dio en el clavo cuando informó al Rey: “Defendí el presidio con 20 hombres… de 600 apaches que pretendían acabar con todos los habitantes”.

Si bien la comprensión de Allende del objetivo de los apaches pudo haber sido acertada, su estimación del número de atacantes está abierta a debate. Fray Beldarrain, por ejemplo, informó de una cantidad mucho menor: “En cuanto a lo que vi desde el pueblo de Tucson en el primero [de mayo], entre éste y el presidio había muchos apaches a pie y algunos montados. Los de a pie, a juzgar por el cuerpo que los pimas, pápagos y gileños que se recaudan para hacer campañas, que hemos contado, calculo que han sido unos 180. No presté mucha atención cuántos pudo haber habido a caballo. Juzgo que éstos se habían colocado en aquel sitio para entorpecer el socorro del pueblo, porque observé que no estaban recibiendo la atención de Su Señoría, porque vi que el fuego venía del noroeste al noreste, por lo que deduje que aquellos en esas direcciones eran más numerosos que aquellos que hicieron un esfuerzo total para entrar dentro de la empalizada… La batalla duró hasta que la manada remontada se acercó cerca del pueblo. Hasta donde yo sé, eso fue bastante distante y pasó casi una hora en recolectarla y arrearla”.

Allande y Abate informaron que los guerreros que participaron en el ataque eran 600; mientras que fray Beldarrain indicó que eran 180 a pie, más un número no especificado a caballo [es poco probable que pretendiera dar a entender que los guerreros a caballo eran 420, cantidad necesaria para que fuese igual a la manifestada por Allande]. Dobyns sugirió que los guerreros asaltantes eran unos 300, montados y a pie. Debido a que es probable que un militar exagere el número de sus enemigos para realzar su valentía a ojos de sus superiores, es más que probable que Dobyns esté más cerca de la verdad que la estimación de Allande. Beldarrain usa la palabra “muchos” para describir el número de apaches a pie [180] y “algunos” para los que iban a caballo, por lo que podemos suponer que los guerreros montados eran mucho menos que los guerreros a pie, y que una estimación de 200 a 300 guerreros es más precisa que la de 600. Aun así, esa cantidad era un número elevado, dado el tamaño de la guarnición y de la población civil de Tucson en ese momento. Usagarra informó a Allende: “Le puedo asegurar bajo fe de mi palabra  que no he visto volumen semejante en los combates en que me he encontrado, ni he oído decir que se han esforzado tanto en entrar en cualquier otro presidio”.

La empalizada del presidio fue defendida por 18 soldados y dos civiles, mientras que dos españoles y un número no especificado de arqueros pimas bloquearon el puente que conducía al poblado. Fray Franco menciona a otro soldado [José Antonio Delgado] dentro del poblado que había “ido por heno” y que no participó en la lucha.

Fray Franco dijo que la batalla duró “unas dos horas”. Fue en algún momento hacia el final de esas dos horas cuando los soldados que defendían el presidio lograron disparar uno de sus cañones. Allande, herido, pero aún protegiendo la entrada sin puerta de la empalizada, envió a José Domingo Granillo, que había estado ayudándole a mantenerse en pie, a disparar el cañón. Después de la batalla, Granillo firmó su declaración ante el alférez Usagarra con “la señal de la Cruz”, al ser analfabeto: “por último… quedó solo con su capitán en la entrada de la empalizada y que su capitán le mandó subir al baluarte para hacer un cañonazo, y que las muchas flechas lo detuvieron en ese momento…, su capitán, le dijo [‘] Sube te cuidaré la espalda [‘]; subió y disparó el cañón”. La actuación de Granillo acabó con la batalla.

Las declaraciones de los participantes no indican si los apaches tuvieron bajas por el disparo del cañón, pero después de haber sufrido importantes bajas a causa de las armas personales, es lógico pensar que el uso del cañón y el fallo del elemento sorpresa, llevara a los jefes apaches a considerar que su objetivo era difícil de lograr y que arriesgarse a los disparos del cañón era demasiado peligroso.

Una vez que finalizó la batalla, Allande hizo lo mismo que en 1779, al decapitar a los apaches que las tropas españolas y sus aliados pimas habían matado y exhibir sus cabezas en las paredes de la empalizada. En una carta al Rey, Allande explicó que: “En las muchas ocasiones que los apaches han venido a este Presidio en gran número, han dejado castigados por triunfo de nuestras armas [;] muchas de sus cabezas que estaban expuestas [con las que fueron cercenadas en las campañas de aquellos bárbaros] en las almenas sobre el muro de este presidio”.

Los españoles confirmaron ocho apaches muertos [seis en el presidio y dos en el puente]. La táctica apache de retirar sus muertos y heridos del campo de batalla, impidió conocer sus bajas reales. Algunos de los presentes indicaron que los apaches pudieron sufrir 30 muertos. El teniente Abate mató o hirió personalmente al menos a cinco apaches desde el tejado de su casa. Su sirviente mató o hirió a algunos otros. El capitán Allande mató a dos hombres. El soldado José Antonio Delgado estaba fuera del presidio, presuntamente a buscar heno, escondiéndose entre la maleza cuando vio llegar a los apaches. Se arrastró hasta un campo de trigo, llegando a la parte trasera de una zanja, donde se subió a un cúmaro [árbol típico de Sonora]. Desde arriba vio pasar a unos 13 apaches, que llevaban tres cadáveres, y que descansaban debajo de donde él estaba escondido. Más tarde, vio el disparo del cañón y a otros apaches llevando a tres ya moribundos.  

Los españoles tuvieron dos muertos [un soldado y una mujer], y tres heridos. Once soldados fueron elogiados por su conducta por parte del comandante general Teodoro de Croix). 

Aunque los informes de los participantes no mencionaron a los apaches heridos, dijeron que durante el enfrentamiento, los guerreros ocuparon varias casas fuera de la empalizada, que utilizaron para atender a sus heridos [es decir, el “hospital de sangre” que Allande mencionó al informar sobre su defensa de la entrada del presidio]. Según Usarraga: “Que los enemigos que murieron fueron [,] según la gran cantidad de sangre que derramaron [,] muchos… ellos [los apaches] se sirvieron de la mayor parte de las casas fuera de la empalizada, de donde hicieron mucha resistencia, y que los muertos pusieron en la casa del soldado Juan Samos López, y en la parte de atrás de aquella [casa] de… Francisco Espinosa, y en aquella [casa] del soldado Batista Romero había muchos charcos de sangre”.

La existencia de numerosos charcos de sangre en algunas de las casas que los apaches ocuparon para atender a sus caídos sugiere que sufrieron un número considerable de heridos. Si eso fue así, los ocho guerreros muertos contabilizados por los españoles pudieron ser el mínimo de muertos que tuvieron en la batalla. No sabemos cuántos apaches pudieron haber fallecido, ya sea en el interior de las casas, o posteriormente como resultado de sus heridas; pero todo indica que pudieron haber sido muchos más que lo que declararon los testigos, quienes además, no inflaron las cifras de bajas apaches. Informando que los asaltantes eran 600, los soldados podrían haber declarado que mataron a más de ocho guerreros, y no lo hicieron.

Sin duda, las armas de fuego jugaron un papel clave en la derrota de los apaches. Al contrario de lo que ocurriría en épocas posteriores, los apaches no podían conseguirlas comerciando, adquiriéndolas solo mediante botín de combate. Incluso los españoles no disponían de todas las armas de fuego que querrían, hasta el punto de que los nativos auxiliares también carecían de ellas, usando el tradicional arco y flecha. Durante una inspección del comandante inspector, Felipe de Neve, en noviembre de 1782, reveló que el armamento del presidio de Tucson constaba de 66 mosquetes, 20 de los cuales necesitaban mantenimiento. En otros dos almacenes de armas de fuego en el presidio, encontró uno que constaba de 31 mosquetes de diferentes calibres y niveles de calidad, de los cuales solo 10 podían ser reparados, y otro que constaba de nueve mosquetes, cinco en buen estado, y los cuatro restantes necesitan mantenimiento. El informe del ayudante inspector, Roque de Medina,  en 1784, reveló que la situación era esencialmente la misma que antes del ataque apache.

La superioridad del armamento de los españoles puso a los apaches en desventaja durante su ataque, a pesar de su mayor número. Según Usarraga: … fue mucha la diligencia que [los apaches] hicieron para ganar la entrada a la empalizada… pero la gran cantidad de fuego que hizo el capitán con cuatro hombres les quitó la intención.  

El 21 de marzo de 1784, 500 apaches atacaron Tucson y se llevaron 50 caballos. Aunque este grupo era comparable al que atacó el presidio, casi dos años antes, había una diferencia importante: los asaltantes ignoraron el presidio y el poblado y se llevaron el ganado, como habían hecho siempre. Esta vuelta a los orígenes en cuanto a la guerra y el saqueo se refiere, indica cuál fue verdaderamente el objetivo del ataque de 1782, derrotar y expulsar a los españoles en Tucson.  

En 1786, el general Jacobo Ugarte y Loyola ordenó que los apaches “hostiles” fueran perseguidos sin descanso. Los que se rindieran quedarían bajo la protección española, a los que se les daría tierras, pudiendo vivir junto a los asentamientos existentes. La estrategia de Ugarte, que el historiador Hubert Bancroft definió como observación hábilmente exitosa, fue un anticipo de la política para los nativos que practicaría el gobierno estadounidense a finales de la década de 1880. En general, prevaleció una paz relativa con los apaches entre 1790 y 1820, lo que fomentó el mayor período de prosperidad y crecimiento demográfico que experimentó Arizona bajo el dominio español. El presidio de Tucson funcionó como esperaban los españoles y como temían los apaches, proporcionando una base de operaciones que permitió a los españoles privar a muchas bandas apaches de su tradicional estilo de vida seminómada de caza, recolección y saqueo, y obligándoles a establecerse o a huir sin descanso).

* El 27 de junio de 1782, Teodoro de Croix edita una Cédula Real, autorizando y apoyando una ofensiva a gran escala contra los apaches. (Aunque Teodoro de Croix había establecido las bases para ello, ese trabajo quedaría para sus sucesores. A principios de 1783, Croix sería promovido al más alto cargo en las colonias españolas americanas: el virreinato del Perú).

* El 30 de agosto de 1782, el coronel Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila, escribió una relación sobre la campaña realizada contra los apaches mescaleros diciendo: … los apaches mescaleros armados con ‘muchas armas de fuego’ continuaban sus continuas entradas contra las estancias ganaderas obteniendo como botín numerosos caballos de los que solo se pudieron recuperar algunos cientos….

* En octubre de 1782, los españoles al mando de Muñoz atacan la ranchería apache del jefe Bigotes en la Sierra de San Cristóbal (?), matándole.

* En noviembre y diciembre de 1782, bandas de apaches mescaleros y natagés arreglan sus diferencias con los apaches lipanes, quienes querían vengarse de los españoles por un ataque de estos a unas rancherías lipanes por parte de una milicia de Laredo ([Webb County, Texas]. Acordaron unirse contra los españoles, pero necesitaban armas de fuego, por lo que acudieron a una reunión comercial con tonkawas, bidais, mayeyes, karankawas, cocos, akokisas y caddos, quienes estaban dispuestos a cambiar con los lipanes, mescaleros y natagés, armas de fuego por caballos. Todos ellos sumaban 4.000 individuos. Los apaches llevaron 2.000 caballos y mulas hasta el río Guadalupe [Texas] con la esperanza de conseguir 1.000 armas de fuego. Esta fue una gran reunión, ya que los participantes consumieron 4.000 reses de ganado bovino, marcado y sin marcar, mientras los caballos tenían marcas de ranchos y presidios, lo que indica que las diferentes bandas apaches habían estado muy activas incursionando para robar ganado. El gobernador de Texas, Domingo Cabello, tuvo conocimiento de la reunión, pero no pudo hacer nada para impedirla. Aun así envió, en una peligrosa misión, como espía a Andrés Courbière, un soldado intérprete del presidio de San Antonio de Béjar [Bexar County, Texas]. Courbière vio el intercambio, observando que los participantes solo pudieron proporcionar a los apaches 270 armas de fuego, por lo que estos se llevaron de vuelta la mayor parte de los caballos. Durante este intercambio, los tawakonis, taovayas, wichitas e iscanis atacaron a los lipanes y tonkawas cuando estaban cazando búfalos en el río Colorado [Texas].

El jefe de los tonkawas, el lipán El Mocho, pretendía ser el líder de la coalición con los lipanes, pero estos aplazaron su decisión sobre la alianza, decidiendo retirarse para discutir su decisión. La alianza lipan-tonkawa nunca se materializó.  Dos años después, en 1784, el gobernador de Texas, Domingo Cabello, cansado de las incursiones de los tonkawas y lipanes, ordenó a sus tropas que mataran a El Mocho).  

* El 25 de diciembre de 1782, en la llamada tercera batalla de Tucson (Pima County, Arizona), 200 apaches se llevan todo el ganado. (El comandante Pedro de Allande y Saavedra salió tras ellos, recuperando todo el ganado, matando a 10 apaches y cortando a siete de ellos sus cabezas para exhibirlas en los muros del presidio).

* A finales de 1782, 26 apaches entran en Janos (Chihuahua) pidiendo la paz. (Los españoles mataron a 21 hombres y a dos mujeres, capturando a los tres restantes. Las tropas españolas aplicaron el Reglamento de 1772 pasando a la ofensiva, no dando tregua a los apaches matando o capturando a varios líderes gileños).

1783

* De 1783 a 1785, la zona de Tubac estaba demasiado lejos de Tucson (Pima County, Arizona) para ser fácilmente defendida, y las rancherías de pimas y pápagos de la zona de Tubac y Tumacácori (las dos en Santa Cruz County, Arizona) fueron frecuentemente atacadas por los apaches. (Algunos soldados fueron ubicados en los edificios antiguos del presidio de Tubac, añadiendo en 1785 soldados pimas y pápagos.

En 1783, el capitán Pedro Allande y Saavedra atacó varias veces a los apaches desde el presidio de Tucson, clavando sus cabezas en la empalizada del mismo.

En enero de 1783, había 145 prisioneros apaches en la Ciudad de Chihuahua preparados para ser enviados en collera a Ciudad de México. Entre ellos estaba el jefe apache mescalero Patule el Grande [Daxle Ilchi], capturado en el invierno de 1781-82. Salieron el 20 de enero de 1783. Cuando llevaban 11 días de viaje, Patule y 55 apaches consiguieron escapar, siendo perseguidos por los soldados de la escolta. Alcanzaron y mataron a 19, entre ellos a Patule, pero 47 apaches [31 hombres, 14 mujeres y dos niños pequeños] pudieron eludir a los perseguidores y presumiblemente llegar a su tierra natal.

En mayo de 1783, el Comandante Inspector, Felipe de Neve solicitó a Teodoro de Croix, más medios para llevar en collera a 28 apaches que habían sido capturados al este de las Provincias Internas. Neve había llevado a estos prisioneros a la población de Monclova [Coahuila] para ser llevados a Ciudad de México, pero ante la huida de los 47 apaches, Neve solicitó más medios.

A finales de 1783, otra collera salió de Monclova con 33 mescaleros [seis hombres, 24 mujeres, y tres muchachos], más cinco comanches [cuatro hombres y una mujer], y dos jóvenes mulatos que habían sido capturados por los mescaleros, pero habían sido asimilados y adoptados en su sociedad. El gobernador de Coahuila, Pedro Tueros, estaba particularmente preocupado por los dos mulatos, por lo que escribió al virrey Matías de Gálvez que había dos mulatos que estaban cautivos entre ellos, que causaron más o menos algún daño).

* Entre 1782 y 1783, los apaches causan la muerte de 30  personas (varios de ellos tarahumaras) en el valle de río Basúchil (Chihuahua), una de las zonas agrícolas más importantes en esa época. (También capturaron a 14 más y robaron 1.516 cabezas de ganado).

* En la primavera de 1783, Juan Bautista de Anza se entera de que muchos navajos se habían unido, como venían haciendo desde hace años, a los apaches del río Gila para organizar un ataque contra Janos ([Chihuahua]. Cuando la noticia llega al comandante general Neve, este cursa instrucciones en diciembre a Anza para que el gobernador proceda a romper la alianza entre las dos tribus y obligue a los navajos a hacer la guerra a los gileños. Por esa época, los navajos, con sus grandes rebaños de ganado ovino, producían mantas, cultivaban maíz y, en general, seguían una vida medio sedentaria. Temían perder el importante comercio con los pueblos españoles de Nuevo México y cuando Anza efectuó una demostración de fuerza compuesta por soldados, colonos, nativos Pueblo y utes, a pesar de las reticencias de muchos navajos, estos accedieron a romper su alianza con los apaches gileños).

* En marzo de 1783, el jefe apache mescalero Manuel Cabeza abandona con su banda el Presidio del Norte (Ojinaga, Chihuahua) donde residían desde octubre de 1781.

* En abril de 1783, Domingo Vergara (inmigrante vasco, nacido en Eibar y que en 1779 trabajaba como armero en el presidio de Tucson [Pima County, Arizona]) organiza por su cuenta una campaña contra los apaches para intentar el rescate de unas cautivas que habían capturado recientemente. (La expedición de Vergara reunió, según su versión de los hechos, una fuerza de 140 vecinos y nativos que el día 24 de ese mes atacó una ranchería apache en el Peñón de los Janeros [?] matando a una mujer, apresando otras seis junto con dos niños y logrando el rescate de dos mujeres. En la empresa habría invertido más de 2.000 pesos, según el informe dirigido al comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix. Al parecer, este hecho y el agradecimiento del comandante general allanaron el camino para que hacia 1785 Vergara fuera nombrado alférez en la compañía de Bacoachi [Sonora]; a partir de entonces, las narraciones de sus andanzas por las sierras persiguiendo apaches comenzaron a llegar con más regularidad hacia el despacho del comandante general. En abril de ese mismo año, decía haber encabezado una partida de 80 hombres [de las compañías de Bacoachi, Bavispe y Fronteras, las tres en Sonora] con quienes habría recorrido siete diferentes sierras, destacando un enfrentamiento con más de 100 apaches, en el cual había matado a cinco y destruido su ranchería. El 5 de octubre, Vergara había recibido en el presidio de Fronteras a un grupo de 24 apaches encabezado por un hermano del jefe Chiquito, quienes solicitaban ser aceptados en Bacoachi, entregando “algunos cautivos” como muestra de buena voluntad, prometiendo que toda su ranchería se establecería en paz en el pueblo si se les daban alimentos y se les repartían tierras para trabajar.

En octubre de 1786, la siguiente noticia que el recién llegado comandante general de las Provincias Internas, Jacobo de Ugarte y Loyola, recibió sobre la paz en Bacoachi [Sonora] era una nueva versión del establecimiento de los apaches presentada por Vergara en dos documentos. En esta ocasión algunos detalles importantes habían cambiado. En la transcripción de un supuesto diálogo entre Vergara y el jefe de los apaches, ocurrido, según su autor, el día 16 de noviembre, el jefe apache declaraba su intención de cesar los enfrentamientos a muerte con los españoles, reconociendo que todos eran hermanos “siendo hijos de un mismo Padre que es Dios que está en el cielo” y darse cuenta de que había llegado ya “el día en que seamos amigos”. Acompañaba a esa nota una narración en la que se reseñaban los sucesos del 19 de noviembre, cuando los apaches se presentaron a los españoles en Bacoachi. Este segundo relato es rico en descripciones acerca del ceremonial con que Chiquito, su familia y seguidores llegaron a Bacoachi, dando importancia a la sumisión e incondicional adhesión que prometían los apaches. Curiosamente, en estos relatos aparecía Vergara como el artífice de la paz, sin mencionarse que habían sido los propios apaches quienes se habían presentado meses antes a solicitarla a cambio de alimentos y tierras. De manera más sorprendente aún, el interlocutor del encuentro del 5 de octubre, un hermano del jefe Chiquito, se convierte en los relatos de noviembre de 1786 en el propio Chiquito… muerto en un ataque del 21 de marzo de 1784 al presidio de Tucson [Pima County, Arizona].

La narración de Vergara causó un impacto positivo en el comandante general, quien tras conocer estas noticias dispuso su marcha para Sonora con el fin de garantizar la bienvenida de los apaches, brindándoles cuanto necesitaran para permanecer en Bacoachi y pensando también en reconocer los esfuerzos de Vergara, a quien de inmediato comenzaba a promover para alcanzar el grado de teniente. Ugarte estaba convencido de que con la rendición de Chiquito, uno de los jefes “de más séquito… entre los Gileños”, la mayor parte de Sonora estaría tranquila, mostrándose complacido con estos resultados y así lo hizo saber al propio Ministro de Indias en su comunicación oficial: “Por los informes del citado Vergara… he sabido… no quedaban rancherías algunas en las sierras inmediatas al valle de Oposura ni demás poblaciones de Sonora; cuya provincia disfruta de un sosiego y tranquilidad general desde que se empezaron a tratar las paces con los apaches chiricagüis y demás que habitan las serranías del Gila, regulando que hoy pasan de 400 personas de ambos sexos las que se han establecido en Bacoachi y se mantienen de cuenta de [la] real Hacienda ínterin pueden subsistir a expensas de su trabajo […] Confieso a V. E. que admiro confundido en esta parte los adorables juicios de Dios. Yo veo la Apachería de Poniente, o conocida bajo el nombre genérico de Gileña, con las mejores disposiciones para radicarse y establecerse en pueblos formales, cesando de una vez por nuestra parte y la suya las hostilidades”.

Todo parecía favorable para el artífice de la paz, salvo que Vergara no tenía un jefe Chiquito que presentar a Jacobo de Ugarte y Loyola a su llegada).

* En octubre de 1783, José de Gálvez y Gallardo, visitador general de la Nueva España, ordena al virrey que proporcione a Teodoro de Croix, comandante general de las Provincias Internas, cuantos auxilios de caudales y tropa necesite a efecto de que consiga escarmentar y destruir a los apaches.

1784

* En 1784, una banda apache al mando de Antonio Hernández, apodado El Mordullo, incursiona por Santa Bárbara (?) y sus alrededores, ocasionando graves daños en muertes y bienes.

* El 5 de enero de 1784, el capitán Pedro de Allande, comandante del presidio de Tucson (Pima County, Arizona) se enfrenta a los apaches en el río Gila, matando a nueve y capturando a 24. (Entre noviembre de 1783 y enero de 1784, resultaron muertos 40 apaches y 33 fueron hechos prisioneros, uno de ellos era Pachatejú, un jefe chiricahua opuesto a los españoles durante varios años.

Cuando Pachatejú y su mujer fueron capturados en 1783, fueron incluidos, junto a otros prisioneros apaches, en una collera para ser llevados desde el Presidio de Fronteras [Sonora] al de Janos [Chihuahua]; de allí al obraje de la Hacienda de Encinillas, en las cercanías de la Ciudad de Chihuahua; y finalmente a Ciudad de México. Cuando Pachatejú estaba en Janos, más de 400 apaches se presentaron el 22 de marzo de 1784 en el presidio con el objetivo de rescatarle, pero solo pudieron quemar la casa que estaba fuera de la muralla.  

Para evitar que pudiera escapar o que sus seguidores le rescataran, Felipe de Neve organizó una fuerte escolta ordenando que antes de que huyeran, mataran a los apaches de la collera, “especialmente a Pachatejú, ya que sería muy perjudicial que lo liberaran”. Cuando llegasen a la Hacienda de Encinillas, el administrador tenía que poner a buen recaudo a los apaches e informar a Neve de su salida para Ciudad de México).

* En febrero de 1784, una banda apache tiene un enfrentamiento con soldados españoles cerca del presidio Santa Cruz de Terrenate ([Cochise County, Arizona]. Los soldados que fueron tras ellos regresaron con las manos vacías).      

* El 22 de febrero de 1784, Felipe de Neve, nombrado comandante general de las Provincias Internas, escribe sobre la idea de obligar a los apaches a retirarse a sus baluartes en las sierras del norte del río Gila  y en los cañones y sierras del río Mimbres (suroeste de New Mexico).  

* El 1 de marzo de 1784, un grupo de 20 hombres de Altar (Sonora) junto a otros tantos pimas de San Ignacio (municipio de Magdalena, Sonora) salen en campaña hasta el 18 de marzo, contra los apaches de las Sierras de San Cayetano (?) y La Tasajera (municipio de Aldama, Chihuahua), consiguiendo en dos encuentros con ellos dar muerte a uno, herir a dos, rescatar a un cautivo y recuperar 76 mulas y caballos.

* El 8 de marzo de 1784, Felipe de Neve escribe otra vez sobre los apaches, refiriéndose a la nación del Gila y Chiricagui, cuyos pobladores han causado infinidad de daños en Sonora y en Nueva Vizcaya, iniciando una política más agresiva contra ellos, empujando a muchos apaches chiricahuas al norte del río Gila. (Neve había sido nombrado, coincidiendo con el fin del conflicto con Inglaterra en 1783, comandante general de las Provincias Internas, en sustitución de Teodoro de Croix, designado virrey del Perú).     

* El 21 de marzo de 1784, se produce la cuarta batalla de Tucson (Pima County, Arizona) donde una coalición de unos 500 apaches y navajos atacan a los soldados que protegen el ganado del presidio al mando del alférez Juan Carrillo, llevándose 50 caballos, matando a cinco soldados, hiriendo a uno y resultando muertos tres apaches. (El teniente Tomás Equrrola, con los 12 soldados supervivientes, más otros dos, cinco civiles y 30 guías pimas, les persiguieron y junto al río Catalina [hoy San Pedro, Arizona] mataron a 14 apaches, incluido a su jefe Chiquito. Las cabezas de los apaches fueron expuestas en los muros del presidio).

* En abril de 1784, Felipe de Neve, comandante general de las Provincias Internas, organiza una campaña contra los Western Apaches con unos 700 hombres. (Muchos eran ópatas de Bavispe y Bacoachi [Sonora] y soldados de los presidios sonorenses de Tucson [en esa época pertenecía a Sonora], Fronteras, Bavispe y Bacoachi; y San Buenaventura y Janos en Nueva Vizcaya [Chihuahua].

El teniente coronel Roque de Medina dio comienzo a la campaña desde el presidio de Fronteras, el 15 de abril de 1784, con un contingente de 190 hombres. Los soldados de Medina tuvieron el apoyo del destacamento del teniente Diego de Bórica, y el del capitán Pedro Allande. 

El capitán Francisco Martínez recorría la Sierra del Hacha [Big Hatchet Mountains, Hidalgo County, New Mexico], y situado en las Mimbres Mountains [Sierra County, New Mexico] atacaba a los grupos de apaches que huían de los otros contingentes españoles. El balance de la expedición fue de 68 apaches muertos, y 17 capturados, consiguiendo gran cantidad de pertrechos, pieles de búfalo y venados, y alimentos, así como 168 caballos y mulas.

El mayor mérito de la expedición se debió a los ópatas de Bavispe y Bacoachi [Sonora] porque combatieron ágilmente en un terreno escabroso, donde no podía actuar la caballería, y a la buena dirección de las operaciones, gracias al cuidadoso mapa hecho por el ingeniero Jerónimo de Rocha, que señalaba la zona del Gila con detalle y los itinerarios por donde se debía efectuar el ataque. Las tropas solo sufrieron una baja, liberando a dos cautivos de los apaches. Aunque la victoria no resultó definitiva, sí contribuyó a disminuir la intensidad de los asaltos apaches en Sonora y Nueva Vizcaya).

* El 25 de junio de 1784, unos 200 guerreros apaches asaltan San Xavier del Bac (Pima County, Arizona) pero son rechazados por los pimas del lugar.

* El 29 de junio de 1784, unos 200 guerreros apaches asaltan Bacoachi (Sonora) donde matan a ocho personas, entre ellas al jefe ópata Francisco Tomohua.

* El 1 de agosto de 1784, una coalición de 300 apaches, y algunos papagos y pimas del río Gila, atacan Tucson (Pima County, Arizona) matando a dos personas y huyendo con 100 animales.

* El 26 de agosto de 1784, sale de la Ciudad de Chihuahua, el alférez Marcos Reaño al frente de 46 hombres siguiendo las huellas de una banda apache que había cometido un pequeño robo en las cercanías de la población. (Les dieron alcance el día 30 en el paraje de Santa Clara. Al estar lloviendo no pudieron utilizar las armas de fuego, teniendo que usar las lanzas con las que mataron a dos guerreros y recuperando 41 caballos. [Por la imposibilidad de utilizar armas de fuego debido a las condiciones climáticas y a la escasez de las mismas, era común el uso de lanzas y flechas en este tipo de expediciones].

* El 11 de octubre de 1784, una banda apache ataca Bavispe (Sonora), matando a varias personas (junto al ataque que realizarán el 11 de enero siguiente a San Ignacio, sumarán 23 personas muertas).  

* A principios de noviembre de 1784, se produce una gran incursión apache en Nueva Vizcaya, participando más de 400 apaches gileños en grupos de 50 a 60 guerreros por una amplia área comprendida entre el municipio de Julimes (Chihuahua), la Sierra de Carretas (municipio de Janos, Chihuahua) y la Sierra de los Mimbres ([Mimbres Mountains, Sierra County, New Mexico].

El día 12 de noviembre, los apaches se apoderaron de 19 animales en la jurisdicción de Cosihuiriachic [municipio de Cusihuiriachi, Chihuahua]. Su dueño, junto con la Compañía Volante, les siguió sin lograr alcanzarlos.

El 5 de diciembre, se llevaron 26 animales de las inmediaciones del Parral;  y en una fecha no especificada, 12 apaches robaron 119 caballos del presidio de San Elizario [El Paso County, Texas] cuando los llevaban a abrevar por una zona de monte.

El 17 de diciembre, una partida de 25 apaches intentó llevarse sin éxito la manada de caballos de la 2ª Compañía Volante; y el día 18, los apaches capturaron a un soldado.

Los españoles enviaron seis destacamentos contra ellos, haciéndolos retroceder, matando a 22 y capturando a uno. Los apaches se refugiaron en la Sierra Blanca [Hudspeth County, Texas] al este de El Paso del Norte [hoy Ciudad Juárez, Chihuahua], desde donde enviaron partidas de guerra para atacar por diferentes lugares de Nueva Vizcaya. Los españoles recuperaron 775 caballos.

Pero el gasto era enorme. El valor de las propiedades destruidas por los apaches se tasó en 16 millones de pesos).

1785

* En enero de 1785, el teniente Manuel Delgado, comandante del Presidio de San Buenaventura (municipio de Buenaventura, Chihuahua) en Nueva Vizcaya, informaba: El 20 de este mes vino aquí el alférez de Janos, Don Francisco de Yesco, con siete niños apaches, quienes fueron hechos prisioneros en este presidio, y a estos también se les unió el cabo de Janos, Baltasar Acosta, quien los llevó, junto con el ganado del enemigo en el Paraje del Álamo el 1 de diciembre del año pasado; y todos fueron traídos para el Señor Comandante General.

* El 11 de enero de 1785, una banda apache asalta San Ignacio (municipio de Magdalena, Sonora) matando a varias personas.

* En febrero de 1785, 22 soldados del presidio de San Elizario (El Paso County, Texas), que iban a reunirse con los de Carrizal (municipio de Ahumada, Chihuahua) para salir en campaña, son atacados por gran multitud de apaches cerca de la Sierra de la Ranchería (municipio de Ahumada, Chihuahua), y, aunque sostuvieron la acción dos horas, les robaron todos los caballos y mulas, quedando dos soldados muertos y otros dos heridos, sospechándose que también perdieron la vida dos apaches.

* El 6 de mayo de 1785, en un lugar llamado El Corral de Quinteros, cerca del presidio de Janos (Chihuahua), está registrada la presencia de la ranchería del jefe chihenne Yagonxli, más conocido como Ojos Colorados, formada por 12 hombres y 33 personas más, entre mujeres, jóvenes y niños. 

* En junio de 1785, 46 navajos, incluyendo siete de sus jefes, se presentan ante el alcalde mayor del pueblo de Laguna para prestarse voluntarios para la próxima campaña contra los apaches del Gila, la división oriental de la tribu chiricahua. (Los Laguna o kawaik [gente del lago] son una tribu nativa perteneciente al grupo de lenguas keresanas y a la cultura de los nativos Pueblo, que viven en New Mexico.

Los navajos ocupaban un extenso territorio situado en el noroeste de Nuevo México. Cuando llegaron los españoles, esta tribu de lengua atapascana no se diferenciaba prácticamente nada del resto de apaches, pero a lo largo del siglo XVII los navajos experimentaron profundos cambios en su cultura. Debido a la proximidad de los colonos españoles y a los nativos Pueblo, los navajos adquirieron numerosas costumbres de aquellos, incluyendo el pastoreo de ovejas, el cultivo de maíz, la fabricación de mantas [de lana en lugar de algodón], etc. Todo ello dio como resultado una cultura semi-nómada, en la que el comercio con los nativos Pueblo y con los españoles desempeñaba un importante papel.

Los españoles buscaban romper la alianza entre los navajos y los apaches. Debido a su división en bandas autónomas era difícil firmar la paz con toda la tribu navajo. Para lograrlo, Juan Bautista de Anza prohibió todo comercio entre los españoles y los navajos hasta que estos accedieran a colaborar con ellos y a que rompieran su amistad con los apaches.

Para poder volver a practicar ese comercio, accedieron a combatir a los apaches. 120 guerreros navajos montados, 30 a pie, y 94 auxiliares nativos de Laguna realizaron en enero de 1785 una incursión contra los gileños en las montañas Dátil [Datil Mountains, Socorro y Catron Counties, New Mexico], matando a más de 40 apaches. Como recompensa, Anza les reabrió el comercio en Nuevo México.

Una práctica de Anza consistía en intimidar a los nativos a base de una enérgica demostración de fuerza para luego llegar a un acuerdo con sus jefes y darles regalos. Lo hizo con los comanches, cuando mató a Cuerno Verde, para después llegar a un acuerdo con Ecueracapa y los principales guerreros de su banda. También lo hizo con el jefe navajo Antonio el Pinto, quien recibió muchos regalos de los españoles a cambio de colaborar con ellos en las campañas contra sus antiguos aliados apaches).

* En julio de 1785, más de 400 comanches se presentan cerca de Taos (Taos County, New Mexico) pidiendo negociar. (En Texas, una delegación de tres jefes negociaron un tratado de paz con las autoridades de la provincia; el tratado incluía el inmediato cese de las hostilidades, el intercambio mutuo de prisioneros, la prohibición de permanecer en los poblados comanches a cualquier europeo, excepto los españoles, el reconocimiento por parte de los comanches de que los amigos y enemigos de los españoles eran también los suyos y la entrega de regalos a los jefes principales como muestra de buena voluntad. En la práctica significó que, los comanches intensificarían sus ataques contra los apaches lipanes y otras tribus orientales, así como permitirles entrar en Coahuila en persecución de los apaches con la autorización de Domingo Cabello, gobernador de Texas, quien firmó un tratado de paz con los comanches orientales en San Antonio [Bexar County, Texas] en octubre de 1785.

A partir de finales de julio de ese año, se celebraría todos los años en Taos, la Feria de los apaches, también llamada Feria de Rescate, pues en ella no solo se hacían tratos con ganado y otras pieles, ropas y caballos, sino también se rescataban cautivos españoles o nativos de tribus enemigas de los comanches, quienes en gran número acudían al trueque).

* En 1785, el gobernador de Texas, envía al francés Pedro Vial y a Francisco Xavier Chaves (Chaves fue capturado por los comanches en Alburquerque [hoy Albuquerque, Bernalillo County, New Mexico], a los 8 años, regresando con 22, siendo contratado en Texas como traductor y soldado hasta su retiro en 1832) al territorio de los comanches orientales, con quienes pasan todo el verano firmando, en octubre en San Antonio, un tratado de paz que será respetado, aunque con algunos incidentes, durante el resto de este siglo, que entre otros puntos, incluía la ayuda de los comanches a los españoles para luchar contra los apaches lipanes.

* El 6 de octubre de 1785, debido a la repentina muerte de Felipe de Neve, es nombrado comandante general, Jacobo de Ugarte y Loyola, otro veterano enemigo de los apaches, relevando al interino José Antonio Rengel.

* En noviembre de 1785, Juan Bautista de Anza, gobernador de Nuevo México se reúne, en un punto del río Arkansas, con los principales jefes de las bandas de comanches occidentales de los jupes, yamparicas y cuchanticas para establecer un tratado de paz, bajo las condiciones que le había comunicado el comandante general Ugarte, que eran las mismas que las acordadas meses antes en Texas; así como la elección de un jefe de todas las bandas occidentales que debía recaer, a ser posible, en el jefe de guerra cuchantica Ecuerapaca; el acercamiento de los campamentos comanches a la frontera de Nuevo México y la regulación del comercio en Pecos y otros puntos. (Sobre todo, se especificó que tendrían que intensificar las incursiones contra los apaches, que era lo que los españoles pretendían).

* A primeros de noviembre de 1785, se organizan tres divisiones para salir de campaña contra los apaches en el río Gila. (Estaban formadas por 350 soldados pertenecientes a seis presidios del norte de Nueva Vizcaya. La 1ª División era de Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua]; la 2ª División, al mando del capitán Juan Bautista Perú, estaba formada por 60 soldados de Janos [Chihuahua], 50 de otros presidios, y 20 ópatas de Sonora; y la 3ª División, al mando del capitán Antonio Cordero de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua].

En conjunción con la 3ª División de Cordero, Perú debía dirigirse al norte buscando rancherías apaches, para acabar uniéndose las tres divisiones en el manantial de Santa Lucía, cerca del río Gila. Después de peinar el área entre el manantial y el río, las divisiones tenían que volver a sus presidios, la 1ª a El Carrizal, y la 2ª y 3ª a Janos. Las instrucciones eran muy claras con respecto a cualquier cosa recuperada de los apaches. Los caballos debían ser llevados de acuerdo a las vigentes regulaciones, mientras las reses debían ser repartidas entre los hombres. Cualquier otra cosa requisada debía ser repartida entre los ópatas que acompañaban a cada división.

Sin embargo, Perú no salió de Janos al caer enfermo, pasando el mando de su división al capitán Cordero. Natanijú supo por un grupo incursor que un gran destacamento de soldados se dirigía hacia el norte. Como los soldados recorrían las sierras al sur de su ranchería de invierno, Natanijú dispersó a sus apaches, unas 300 familias en total, por el norte y el nordeste, donde esperaba encontrar refugio a lo largo del río Gila y en las pendientes más bajas de la Sierra de Mimbres [Mimbres Mountains, Sierra y Grant Counties, New Mexico]. Allí, los apaches que huían se encontraron con la 1ª División, donde un grupo tuvo que abandonar 19 caballos y mulas para poder escapar, mientras otro perdió 12 animales y un joven guerrero que dio cobertura a su familia para que huyera.

A medida que los soldados se acercaban, un gran grupo de guerreros emboscó a más de 60 soldados en un estrecho cañón de la Sierra Florida [Florida Mountains, Luna County, New Mexico]. Atacando con flechas, mazas de guerra y algunas armas de fuego, mataron a un soldado [Ignacio Mena] y al caballo del soldado Antonio Escageda [del presidio de San Elizario, El Paso County, Texas]; hirieron gravemente a cuatro hombres con flechas [Luis Reaño, soldado de la 2ª División; Manuel Velarde, del presidio de El Carrizal, Chihuahua; Luis Larez y Cosme Medina, de la compañía El Príncipe, estacionada en Pilares [Presidio County, Texas]; y golpearon a varios más con sus mazas. En este ataque fallecieron tres guerreros.

Los chiricahuas intentaron avisar al resto que estaba junto al río Gila por medio de señales de humo desde la Sierra de Mimbres de la llegada de un gran contingente de soldados. La 2ª y 3ª División, al mando de Cordero, vieron las señales de humo de respuesta de los chiricahuas que estaban en la Sierra de las Burras [Burro Mountains, Grant County, New Mexico], al sur del Gila. Cordero ocultó sus hombres hasta la medianoche y luego avanzó por la fría noche de otoño. Viendo los fuegos del campamento, Cordero dividió a su destacamento en tres grupos, dos a caballo para atacar y uno a pie para que subiera a terreno alto y cortar cualquier vía de escape. Al amanecer atacaron, pero el campamento había sido abandonado. Solo había una familia que por alguna extraña razón no había ido con los demás [¿un desacuerdo entre el líder de esa familia y Natanijú?]. Pero cometieron el fatal error de ir a los altos situados sobre el campamento, quizás con intención de ocultarse allí. El grupo de soldados que iba a pie los descubrió, matando a las cinco mujeres y un niño. Los dos hombres de la familia pudieron subir a sus caballos y huir.

Cordero continuó hacia el río Gila, enviando dos patrullas para buscar a los apaches. La primera patrulla descubrió otra ranchería abandonada la noche anterior. Incomprensiblemente, otro guerrero y su familia se quedaron allí. Los soldados le mataron a él, a su mujer y a su hija. No pudieron avanzar mucho más a pesar de encontrar numerosas huellas que se dirigían a las sierras situadas al norte del Gila, a causa de una fuerte nevada que cubrió las huellas y dejó agotados a los caballos de los españoles, quienes se tuvieron que retirar porque varios soldados empezaron a congelarse. Habían matado a 13 apaches y recuperado 27 animales, perdiendo un soldado y más de 50 caballos.  Por su parte, Natanijú instaló sus rancherías sobre el terreno nevado para dejar descansar a su agotada banda).

* En 1785, lo que queda de la 2ª Compañía de Voluntarios de Cataluña es destinada a la ciudad de Chihuahua para atacar a los apaches.

1786

* En 1786, los jefes apaches mescaleros, Alegre y Volante, ayudan a los apaches lipanes a realizar una incursión, especialmente sangrienta, contra los ranchos de Sábana Grande (?) y Gruñidora ([?]. Estos mescaleros firmarían la paz con los españoles en 1790, pese a la oposición de algunos oficiales españoles de alto rango, como Ugarte, que no quería que se convirtieran en aliados, ya que los responsabilizaba del ataque contra el tren de suministros de Río Grande, en el cual habían perdido la vida dos comisionados y 20 soldados españoles).

* En 1786, los tawakonis, los flechazos (una división tawakoni), los iscanis y los tonkawas (quienes, para ganarse el favor de los españoles, se habían unido a la guerra) destruyen una gran ranchería lipán en el río Colorado ([Texas]. Mataron a 30 lipanes, incluidos los jefes Cuernitos [considerado el jefe lipán más sensato] y Panocha, capturaron a dos mujeres y se llevaron muchos caballos, obligando a los lipanes a ir hacia el sur hasta el río Nueces).

* El 30 de enero de 1786, una banda apache provoca una estampida de los caballos del presidio de Janos (Chihuahua) llevándose 225. (Poco antes, el capitán Manuel de Azuela, del presidio de Fronteras [Sonora] había inspeccionado el sur de las montañas Chiricahua [Chiricahua Mountains, Cochise County, Arizona] hasta la Sierra de las Espuelas [municipio de Agua Prieta, Sonora], situada al noroeste de Janos, donde descubrió una gran reunión de apaches a los que no se atrevió a atacar porque solo tenía 114 hombres. Estos apaches eran probablemente los mismos que se llevaron los caballos de Janos un poco más tarde).

* En febrero de 1786, Juan Bautista de Anza, gobernador de Nuevo México, firma en Santa Fe, un acuerdo con los comanches occidentales, quienes estaban encantados. (Habían estado luchando contra los apaches desde su llegada a las llanuras del sur a principios del siglo XVIII. 

Un mes más tarde, en marzo, Anza logró romper la alianza entre los gileños y los navajos, amenazando a estos últimos con la prohibición de comerciar y con que los comanches les atacarían. Los jefes navajos Carlos y Antonio El Pinto dijeron a Anza que su gente había sufrido hambre como resultado de la prohibición, lo que indica que el restablecimiento del comercio con los nativos Pueblo y los españoles pudo haber sido clave para acceder a las peticiones de los españoles. Los comanches y los navajos lanzaron una serie de ataques contra las rancherías apaches, tanto junto a destacamentos españoles como de forma independiente, entre el verano de 1786 y el verano de 1790.

En uno de ellos, un destacamento de 127 soldados españoles y 108 nativos, entre ellos 26 navajos y 22 comanches, inspeccionaron las montañas entre el sur de Santa Fe [Santa Fe County, New Mexico] y el Paso del Norte [hoy Ciudad Juárez, Chihuahua]. En las montañas cercanas a Socorro [Socorro County, New Mexico] mataron a una mujer apache y capturaron 13 prisioneros. Más al sur, en la Sierra de San Mateo [San Mateo Mountains, Socorro County, New Mexico] atacaron un campamento, donde tres apaches fueron pasados a cuchillo, recuperando unos cuantos caballos. 

En otro, en septiembre de 1788, el navajo Antonio El Pinto guió a Fernando de la Concha, próximo gobernador de Nuevo México [de 1789 a 1794] a un campo de maíz chiricahua cerca de las montañas Mimbres [Mimbres Mountains, Sierra County, New Mexico]. Aunque los apaches permanecieron fuera del alcance de sus tropas, Concha “hizo que los caballos arrancaran las orejas de los tallos y las pisotearan ante los ojos de tres apaches”, que estaban viéndolo todo desde la cima de una montaña cercana. Cinco días después, “encontraron y destruyeron un campo de maíz en dirección al Tecolote” [probablemente las montañas Cuchillo Negro, Sierra & Socorro Counties, New Mexico]. Como Concha sin duda sabía, el maíz comenzaba a madurar en septiembre y los apaches lo cosechaban en octubre).

* En la primavera de 1786, el alférez Domingo Vergara, al mando de un destacamento de soldados de Fronteras, Bacoachi y Bavispe (los tres en Sonora), hizo un reconocimiento de las montañas Chiricahua ([Chiricahua Mountains, Cochise County, Arizona]. Encontró grandes zonas de pastizales quemados, aparentemente para destruir el forraje para los caballos españoles. Luego marchó hacia las sierras Pitaicachi y de Embudos [las dos en el municipio de Agua Prieta, Sonora]; y Cucuverachi [?] donde atacó a más de 100 guerreros apaches que estaban allí con sus familias haciendo mescal.

El 24 de mayo de 1786, un destacamento español [posiblemente el mismo que guió Vergara] con miembros ópatas atacó una ranchería apache después de ver el humo de sus hogueras en las montañas Florida [Luna County, New Mexico], matando a cinco de ellos, e incendiando la ranchería después de saquearla).

* El 19 de julio de 1786, sale de Santa Fe (Santa Fe County, New Mexico) una expedición contra los apaches compuesta por 37 soldados de la compañía presidial, 90 milicianos, 60 nativos Pueblo, 26 navajos y 22 comanches, con un total de 235 hombres, bajo el mando del alférez Salvador Rivera. (Rivera fue por la orilla del Río Grande para explorar la Sierra del Socorro [Socorro Mountains, Socorro County, New Mexico], enviando, desde el Paraje de las Cañas [Sierra de las Cañas, Socorro County, New Mexico] una partida de 60 hombres seguidos por 22 comanches y 20 navajos, que no encontraron más que cuatro rancherías apaches, en las que solo había mujeres y niños al cuidado de dos guerreros que huyeron rápidamente. Siguieron por el Río Grande hasta San Pascual, donde los comanches pidieron al alférez ir en vanguardia, a lo que accedió. Continuaron solos, siguiendo un rastro que les llevaron a una numerosa ranchería apache, a la que atacaron sin avisar ni esperar refuerzos, consiguiendo matar a tres enemigos, cuyas cabelleras llevaron a Rivera, pero teniendo cuatro heridos).

* El 26 de agosto de 1786, el virrey Bernardo de Gálvez promulga sus Instrucciones para el gobierno de las Provincias Internas de Nueva España”. (En ellas diría: “… No creo que la apachería se sujete voluntariamente; Dios puede hacer este milagro…

… En la sujeción voluntaria o forzada de los apaches, o en su total exterminio, consiste la felicidad de las Provincias Internas, porque ellos son los que las han destruido, los que viven sobre sus fronteras y los que causan los infieles procedimientos y la inquietud de los indios reducidos…

… Me inclino muchas veces a la ruina especial de la apachería, pretendiendo interesar en ella a las demás naciones y a las mismas parcialidades apaches, porque estos indios son los verdaderos enemigos que tienen las Provincias Internas, los que causan su desolación, y los más temibles por sus conocimientos, ardides, costumbres guerreras [adquiridas en la necesidad de robar para vivir], y por su número…

… Ha de hacerse la guerra sin intermisión en todas las provincias y en todos tiempos a los apaches que la tienen declarada, buscándolos en sus rancherías, pues es el único modo de castigarlos y de que nos vayamos acercando a la pacificación de los territorios…

… Los apaches desean con ansia proveerse de escopetas, pólvora y municiones, porque en el uso de estas armas encuentran el gusto y la seguridad de la caza, y porque discurren equivocadamente que les son ventajosas en la guerra…

… Si la apachería, por su desunión y por las fuertes irrupciones de los indios del norte, llegase a exterminarse, contarán las provincias muchos años de tranquilo sosiego, florecerán sus preciosas riquezas y tendremos tiempo para precaver las hostilidades de otras naciones que, sin duda, se irán acercando a nuestras fronteras…

… Los indios del norte tienen afición a las bebidas que embriagan. Los apaches no las conocen, pero conviene inclinarlos al uso del aguardiente o del mescal donde estuviere permitida su fábrica…”.

Un día más tarde, el 27 de agosto de 1786, tuvo lugar en Nueva Vizcaya, una devastadora helada que destruyó por completo todas las cosechas. Ese año, Gálvez escribió que Nueva Vizcaya era “una provincia notablemente afligida por los rigores de la guerra y por las enfermedades y la escasez de alimentos”. Esta helada creó una gran escasez de alimentos, los precios se dispararon, y el hambre y las enfermedades se extendieron por toda el territorio. Según el obispo Esteban Lorenzo de Tristán, la mitad de la población de Nueva Vizcaya murió, incluido el mismo Gálvez, que falleció de fiebre ese mismo año, a causa de esa epidemia).

* En 1786, Jacobo de Ugarte y Loyola, comandante general de las Provincias Internas, decide comprar a los comanches, niños apaches menores de 14 años, en abierta violación de las leyes que prohíben esclavizar nativos, comprarlos o venderlos, previendo que así los comanches matarán apaches adultos para capturar a los niños.

* En septiembre de 1786, el jefe apache lipán Zapato Sas visita a Domingo Cabello, gobernador de Texas. (Los lipanes, luchando por sobrevivir tras sus graves pérdidas, unieron sus fuerzas con otros dos grupos nativos, los jumanos y los joviales de la zona del Río Grande. El grupo combinado seleccionó a Zapato Sas, un antiguo líder lipán, como su jefe. Zapato Sas visitó al gobernador Cabello pidiéndole paz y protección. Este le dijo que se estableciera en el Frio River [Texas], sabiendo que allí estarían a merced de los nativos norteños, quienes recientemente se habían trasladado al área del río Pedernales, cerca del Frio River, esperando que los norteños acabaran con ellos.

La sugerencia de Cabello era una sentencia de muerte. Los lipanes reconocieron su difícil situación, pero aceptaron los términos del gobernador porque necesitaban la paz con los españoles, intentando retrasar el viaje al Frio River hasta que estuvieran mejor armados. Creyeron que con un poco de suerte podían derrotar a los taovayas y wichitas, por eso no fueron directamente al Frio River, sino que se reunieron con sus viejos amigos, los bidais, para intercambiar caballos por armas y municiones. Luego asaltaron los campamentos taovayas y wichitas  de manera tan implacable que los obligaron a retirarse a sus antiguos territorios en el Red River. Por supuesto, el suelo rocoso del valle del Pedernales, que no era bueno para la agricultura, también pudo haber influido en la decisión de los wichitas de irse.

El plan de Cabello falló. Quizás los norteños podían haber destruido a los lipanes, pero sus aliados, los comanches, perdieron ese año a tres de sus principales líderes. En julio, 50 comanches atacaron una gran ranchería formada por lipanes, mescaleros y lipayanes, donde había 300 hombres, mujeres y niños que cazaban bisontes en el río Pecos. Los apaches mataron a 21 comanches, incluyendo a su jefe, Cabeza Rapada. Irónicamente, a finales de año, los españoles mataron a otros dos jefes, Camisa de Hierro y Patuaris. Estas pérdidas crearon un vacío en el liderazgo comanche, careciendo del empuje necesario para exterminar a los lipanes.

En septiembre, los lipanes volvieron a Béjar. Querían pedirle al gobernador una vez más la paz. Cabello se negó a hacer de Zapato Sas el gran capitán de los lipanes. Un decepcionado Zapato Sas informó a Cabello que los lipanes planeaban ir al río San Sabá, cerca del presidio abandonado, y cazar bisontes.

Ahora que tenían pocas posibilidades de permanecer en Texas, los lipanes intentaron hacer la paz en Nuevo México. Sin embargo, el gobernador de Nuevo México, Juan Bautista de Anza, no quería la paz con ningún grupo apache y rechazó su oferta. Para sellar aún más el destino de los lipanes, en otoño los comanches y los españoles hicieron la paz. En noviembre, Anza volvió a reunirse en territorio comanche con los principales jefes. A requerimiento del gobernador, representantes de las tres bandas principales nombraron a un jefe principal para actuar como responsable de toda la tribu comanche. Después de una ardua discusión, fue elegido para el cargo el importante jefe de guerra de la banda cuchantica, Ecueracapa. A cambio de una alianza contra los apaches, los españoles garantizaron el total respeto a las tierras de los comanches y el comercio con los pueblos de Nuevo México. Asimismo, las autoridades de Santa Fe [Santa Fe County, New Mexico] se comprometían a enviar anualmente a territorio comanche grupos de comerciantes con carromatos cargados de artículos para cambiar, para que las bandas más lejanas no tuvieran que desplazarse a los pueblos de Nuevo México. Aquí cabe subrayar algunos de los términos de la alianza suscrita entre los españoles y los comanches que Jacobo de Ugarte insistió en incluir en el tratado. Al igual que otros muchos oficiales de la frontera, el comandante general consideraba que, debido a su crueldad, los apaches no merecían compasión, especialmente por parte de los comanches; lo que Ugarte no tenía en cuenta es que el tipo de guerra practicada por los nativos no diferenciaba a ninguna tribu y en ese sentido, los comanches no eran diferentes de los apaches en su “crueldad”. En cualquier caso, se estipuló que los españoles no intentarían rescatar de los comanches, a prisioneros apaches mayores de 14 años, aún en el caso de que su vida corriera inmediato peligro. En cambio, por un precio estipulado, los comanches debían entregar a los españoles niños de ambos sexos menores de dicha edad. Asimismo, debían entregar a todo cautivo procedente de tribus aliadas de los españoles como los utes. En el caso de esta tribu enemiga de los comanches, Anza consiguió que las dos naciones hiciesen la paz para poder combatir mejor a los apaches. El tratado fue ratificado en Chihuahua, donde acudió una importante delegación de comanches que fueron agasajados espléndidamente por los españoles.

Los lipanes se negaron a regresar a San Sabá, construyendo los españoles dos nuevas misiones en el Valle de San José, llamado El Cañón. Los comanches y sus aliados norteños encontraron las rancherías de los lipanes cerca de las misiones, matando a muchos hombres y capturando a muchas mujeres y niños. Muchos lipanes huyeron a Coahuila.

El 5 de diciembre, Rafael Martínez Pacheco sucedió a Domingo Cabello como gobernador de Texas, haciendo la paz con los lipanes, y dándoles provisiones).

* El 10 de septiembre de 1786, varias rancherías de apaches gileños establecidas en las montañas Chiricahua (Chiricahua Mountains, Cochise County, Arizona) piden la paz al alférez Domingo Vergara, comandante del presidio de Bacoachi ([Sonora]. El jefe Tisonsé, también conocido como Isosé, fue con 23 guerreros a hablar con Vergara, quien les dijo que debían instalarse cerca de los presidios. El comandante general de las Provincias Internas, Jacobo de Ugarte, dio el visto bueno. El 28 de septiembre, Ugarte les puso las mismas condiciones que pidió a los apaches mescaleros de Nueva Vizcaya, comisionando al teniente coronel Roque de Medina, concluir el acuerdo. Tras saber las condiciones, las bandas chiricahuas comenzaron a ir a los presidios de Arizpe, Bacoachi y Fronteras [las tres en Sonora] como asentamientos permanentes. Medina ordenó que les dieran raciones; que la oferta de ayudar a las tropas se discutiese una sola vez; y que sus familias deberían permanecer junto a los españoles como prueba de su lealtad.

Los guerreros sirvieron leal y efectivamente como soldados auxiliares, y muchos niños fueron bautizados, pero las sospechas sobre las intenciones de los españoles y el miedo a las represalias por parte de sus parientes hostiles, provocaron frecuentes y numerosas deserciones. El 11 de diciembre de 1786, habría 78 chiricahuas congregados junto a los presidios; para el 14 de marzo de 1787, serían más de 400; pero para el 18 de abril, solamente había 253; y para el 2 de mayo de 1793, solo 81).

El 1 de octubre de 1786, un grupo de apaches se presentó en Calabazas [Calabasas, Santa Cruz County, Arizona] diciendo que desean asentarse en la zona, siendo aceptados, ya que otro grupo había hecho una petición similar poco antes en Bacoachi. Tiempo después, los apaches mataron a dos pimas, hirieron a otro, y escaparon con el botín. Pablo Romero, capitán del presidio de Tucson [Pima County, Arizona] les persiguió con sus 54 soldados, alcanzándolos en la Sierra Arizona [municipio de Nogales, Sonora] matando a cuatro y recuperando todo lo robado).

* En octubre de 1786, cuando se habían renovado los caballos que una banda apache se había llevado de Janos (Chihuahua) el 30 de enero anterior, de nuevo los apaches roban 280 caballos, topándose en la huida con una patrulla española, matando a tres soldados, entre ellos, a un sargento. (Ese mes, uno de los más importantes jefes apaches, el chokonen El Chiquito [no confundir con Chiquito, muerto el 21 de marzo de 1784] que vivía en la Sierra de la Peñascosa [hoy Dragoon Mountains, Cochise County, Arizona], solicita vivir con su ranchería en Bacoachi [Sonora]. El Chiquito [también conocido entre los apaches como Chiganstegé y Chigosté] operaba generalmente por el noreste de Sonora. Apareció en los registros de Bacoachi en 1787 y 1788 y en 1792 en los Ojos de San Francisco [?]. El Chiquito, chamán u hombre medicina, dejó el presidio de Bacoachi, reanudando las incursiones el siguiente mes de marzo de 1787. Era hermano de otro jefe apache relevante, Asquegocá [también conocido como Asquiegocá y Asqueguigocal], cuya continúas hostilidades influyeron mucho en las relaciones hispano-apaches.  

El 13 de octubre, una banda apache pacífica que habitaba en Janos es ubicada en el estanque de La Palotada [municipio de Janos, Chihuahua].

Al mismo tiempo, la mayoría de los chihennes y muchos nednais estaban en paz en el presidio de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua] donde los españoles repartieron raciones a ocho jefes, que representaban a 800 ó 900 individuos. Los jefes declararon que los españoles, aliados con los navajos, les habían obligado a dejar sus territorios para irse al nordeste de México. Durante ese mes de octubre, aparentemente, la alianza de los españoles con los navajos funcionaba porque el comandante general Jacobo Ugarte escribió a Anza felicitándole por no solo acabar la liga antigua que los indios navajoes tenían formada con los Gileños para hostilizarnos, sino también mover a los primeros a que hagan la guerra a los segundos”. Ugarte, debido a la paz con los comanches, dio instrucciones a Anza para que atacase a los apaches gileños “desalojándolos especialmente de las sierras de la frontera de los navajos, hasta la mayor distancia posible hacia la de Sonora”. Esos ataques debían hacerse sin interrupción, utilizando destacamentos de los presidios, vecinos, nativos Pueblo y navajos. Ugarte también le indicó que, aunque sería bueno que estos últimos operasen por sí solos, siempre que se tuviesen pruebas positivas de su lealtad, sería necesario que estuviesen junto a la tropa, un mínimo de entre cuatro y seis campañas. Se esperaba que la utilización de los navajos y los apaches pacíficos de Sonora en las operaciones que se realizaban desde el norte y el sur obligasen a los gileños a solicitar la paz.

Asimismo, Ugarte afirmó que uno de los principales logros era el nombramiento de un único jefe para el pueblo Navajo. Este tendría que cobrar un sueldo anual de 200 pesos y su segundo 100 pesos pagaderos en “efectos de su uso”. Sus nombres eran Don Carlos y Don José Antonio, importantes jefes de dos bandas. Aunque se temía la reacción negativa de otro jefe relevante llamado Antonio el Pinto, este acabó por aceptar la colaboración con los españoles a cambio de la entrega anual de valiosos regalos, al igual que otros jefes de varias bandas, y se convirtió en el más fiel colaborador de todos).

El 4 de noviembre, un gran grupo de apaches asaltó de nuevo la manada de caballos de Janos. Soldados de la guarnición salieron tras ellos, matando a siete asaltantes y recuperando la mayor parte de los caballos dispersos durante el enfrentamiento.

El 21 de noviembre, el capitán Antonio Cordero, recién llegado al presidio de Janos para ocupar el puesto de comandante, descubrió el rastro de los apaches que anteriormente habían atacado Bavispe [Sonora]. Las huellas cruzaban la Sierra de Agua de Enmedio [municipio de Cajeme, Sonora] llegando hasta la Sierra de las Ánimas [Animas Mountains, Hidalgo County, New Mexico]. Los soldados españoles llegaron a las montañas y descubrieron rancherías de más de 300 familias. Los apaches las abandonaron huyendo por varias rutas, unos hacia las montañas de San Luis [San Luis Mountains, Socorro County, New Mexico]; otros hacia las montañas Mimbres [Mimbres Mountains, Sierra y Grant Counties, New Mexico] por la ruta de El Alamillo [Alamillo, Socorro County, New Mexico] y otros hacia la Sierra de Las Burras [municipio de Chihuahua, Chihuahua]).

1787

* El 5 de enero de 1787, los españoles dan raciones de maíz, harina y tabaco a los apaches en Bacoachi ([Sonora]. El comisionado Leonardo de Escalante realizó una lista de ellos encabezados por los jefes Francisco y Leonardo Tisonsé, más Alejandro Neya, Antonio Gusnil, Atanacio, Aucho [viuda], Ayschil, Bechesda [viuda], Benito el Zancudo, Betachicelchi [viuda], Betachiulchi [viuda], Bichase, Bilute, Billago, Cara Manchada [viuda], Carlos, Caylas [viuda], Casta, Cee [viuda], Chadestale, Chuquille, Cristóbal, Echelfer, Edilchi, El Compá, El Mocho, Enal Alcansa [viuda], Espíritu, Francisco Achego, Ignacio Chanasun, Ignacio Corella, Ignacio Oltugi, Ignacio Quincheligo, Ignocente Naltil, Jacinto, Jasqueniteci, Jayundi, Joaquisi [viuda], José el Naquitas, José María el Cautivo, José María Pitaycacheno, José Nagulquise, Juan Antonio, Juan el Zurdo, La Chata [viuda], Lachelsade [viuda], La Pelona, La Renga, Lorenzo, Luis Tude, María Ylaschoye [viuda], Miguel, Nacaye [viuda], Nagenci [viuda], Nagucide, Nagusculi, Nasque [viuda], Paula [viuda], Pedro Natagulto, Pesbachitigin, Pillago, Quechinli, Quedilchu, Quenaschine, Queyanla, Queyanlo, Rita, Salvador Cheta, Santiago, Sidi, Sisi [viuda], Susli, Tagayn, Tagulce, Tasqueniteci [viudo], Tayya [viuda], Teresa, Tomás Gusti, Tladicu [viuda], Tomasa Damace [viuda], Tulle, Tusye, Yaschis, Yesgo e Ysa Sin Narisen. Mencionó las personas ausentes, como Chanasun muerto el 3 de octubre pasado, junto a otros en la campaña del alférez Domingo Bergara). 

* En 1787, Felipe Díaz Ortega, gobernador intendente de Durango (o de Nueva Vizcaya, oficialmente denominada provincia de Durango, era una intendencia que formó parte de la comandancia general de las Provincias Internas dentro del virreinato de Nueva España. Su territorio comprendía los actuales estados mexicanos de Durango y Chihuahua) plasma en un informe las incursiones de los apaches con los consiguientes daños para el comercio y despoblación de los partidos de su jurisdicción. (Díaz manifestó: … el infeliz estado en que se hallan los partidos de Chihuahua y los demás de aquella provincia por las incursiones, robos y muertes que ocasionan los indios; la decadencia del comercio y rentas reales y despueble que ya se experimenta de muchos pueblos. Todo lo cual acredita por los documentos testimoniados que acompaña. En el expediente hay, entre otros muchos documentos, 18 folios bajo el título de Apunte de los ranchos, estancias y labores despobladas por la opresión de los bárbaros apaches en las inmediaciones de Chihuahua. He aquí unos cuantos ejemplos tomados de un relato escrito en primera persona por alguien que conocía la situación de manera muy directa: 1. Primeramente, el rancho que llaman del Salitre […] de donde se llevaron los bárbaros apaches, el ganado de los Jaboneros, que llamaban, que eran como 500 reses, a las diez del día, pues lo vi con mis propios ojos, sin que hubiese quien les diera socorro. 2. El rancho de Jesús María, cría de ganado mayor y caballada, en donde alcancé a varios vecinos poblados en dicho rancho con sus pegujales [pequeña porción de terreno] de ganado y caballada; a estos, los que no mataron los indios los dejaron imposibilitados y sin bienes. […] 17. El valle entero de Casas Grandes, despoblado, tan hermoso y tan útil para criar ganado y caballada, como para sembrar; tan amplio que infiero, no tendrá la Vizcaya, tierras más hermosas. […] 18. La estancia y labor de San Miguel, que fue del difunto don Eugenio Ramírez. Alcancé un rodeo de ganado mayor, que era tanto que ya no les era posible herrar las crías ni contarse, muy hermoso. 36. La Laguna de Pacheco, perteneciente a don Antonio del Castillo, con un rodeo de ganado mayor de 14.000 y más reses, y cría de ganado menor, con un obraje muy hermoso, el cual todo lo han quemado los enemigos. 58. El rancho que fue de Bartolo de León. En este rancho alcancé al mencionado con 24 manadas de yeguas y bastante ganado mayor, y no tan solo acabaron los bárbaros con los bienes, sino hasta con la vida de ellos. […] 60. Y en la sierra de las minas de Chihuahua había varios ranchitos, el pozo de Marqués, el aguaje de San Juan. Los alcancé poblados de muchos yaquis y pimas; estos se ejercitaban en pepenar [recoger] metales plomosos, que hay por todas partes varias cintitas muy ricas en toda la sierra que llaman Chihuahua el Viejo, y todo lo han abandonado por los bárbaros apaches.

Tras el epígrafe 93 hay diez folios con otras muchas referencias a situaciones concretas y una descripción de las “crueldades” de los apaches: “… pues no pueblan estas tierras otra cosa si no es enemigo por todas partes, pues según su rabiosa envidia que tienen con nosotros estos bárbaros infieles, no ha sido su fin más de acabar con todo, pues es tanta su rabia que no están libres ni aun las caballadas alzadas que llaman mesteñas, pues hasta estas las espían en los aguajes al tiempo que bajan a beber agua y allí las van tumbando a jarazos solo por hacer mal. Las anatomías que hacen con los cautivos cristianos que llegan a caer a sus manos son tantas que causan compasión, pues estos la primera diligencia que hacen con ellos es después de desnudarlos, en pelota y descalzos, los incorporan entre las caballadas que llevan, y hacerlos andar al parejo de los brutos, y los que no pueden ya de cansados los mancuernan con una bestia para que esta los lleve arrastrando hasta dar fin con sus vidas. A otros los cuelgan de un palo y a menudos pedazos les van con cuchillo, arrancando sus carnes, vivos, bailando sus mitotes [danzas], y a otros les sacan los ojos vivos y con rigor les hacen que anden hasta que caigan en los mayores despeñaderos. A otros los atan de pies y manos, y así atados los queman vivos, pues de esto he visto mucho en tantos cuerpos muertos en manos de ellos que he levantado”).

* En febrero de 1787, se produce un cese casi total de las hostilidades entre los apaches y los españoles. (Durante un corto período, 4.200 apaches son ubicados junto a presidios españoles: los apaches mescaleros en el Presidio del Norte [hoy Ojinaga, Chihuahua]; los apaches mimbreños en San Elizario [El Paso County, Texas] y el resto en San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua] y Bacoachi [Sonora].

El comandante general de las Provincias Internas, Jacobo de Ugarte y Loyola, informaba a José de Gálvez, el 1º de febrero de 1787: … los apaches transitan de Bacoachi a Arizpe [los dos en Sonora] con la mayor confianza sin llevar armas: se han manifestado muy satisfechos del buen trato que han observado se da allí a los pequeños prisioneros que les hemos hecho y están repartidos en diferentes casas y se les ha visto acompañar de escolta a nuestras gentes de unos a otros presidios, acreditando también que proceden de buena fe…”.

Los mescaleros fueron admitidos en el Presidio del Norte, bajo 11 condiciones impuestas por Jacobo de Ugarte: el capitán Domingo Díaz, de la 1ª Compañía Volante; y el capitán Juan Bautista Elguezabal, del presidio de San Carlos de Cerro Gordo [Manuel Benavides, Chihuahua] fueron designados para hacer cumplir estas condiciones:

1. Que hayan de entregar […] todos los cautivos nuestros que tengan en sus rancherías, sin exigir mulas, caballos ni otros efectos.

2. Que en el instante han de abstenerse de hostilizar no solo en el paraje donde se les admite, sino también en los demás presidios de esta provincia [Nueva Vizcaya] y la de Coahuila, sus pueblos y haciendas, pues de verificarse la más leve infracción en cualquier paraje volverán a ser tratados como enemigos.

3. Que han de entregar de buena fe todos los españoles [aquí se incluyen indios, mulatos y demás castas] que se hallen entre ellos y se hayan pasado a su partido, guiándolos y ayudándolos en sus campañas, bajo el concepto de que los indultos de la pena de muerte que merecían por este delito, y de que se les destinará a los pueblos de su naturaleza para que vivan aplicados y no reincidan en él.

4. Que las rancherías que soliciten la paz podrán situarse en la inmediación del Presidio del Norte, sobre la vega del río del mismo nombre [Río Grande], y que en él u otro paraje […] se les señalarán tierras para que las cultiven y se radiquen, a cuyo fin les facilitaremos los auxilios necesarios.

5. Que no ha de asistírseles con ración, pues podrán mantenerse aplicándose al laborío de las tierras y fomentar las crías de ganado, ayudándose con la caza y mezcal, pero que para salir a la una e ir a hacer el otro, ha de ser con nuestra licencia y permiso.

6. Que para que les franqueemos los auxilios de que habla la condición 4ª se han de establecer en pueblos formales, o reunirse las rancherías a la inmediación del citado Presidio del Norte, teniendo su mando en calidad de Gobernador el capitán de su nación que ellos señalen, pero nombrándolo nosotros, sin que se les precise a hacerse cristianos si no quieren admitir nuestra religión.

7. Que en este estado, y acreditándonos su buena fe, les permitiremos la entrada en todos nuestros presidios y poblaciones a tratar y hacer feria de sus efectos por los que necesiten nuestros […].

8. Que hemos de entrar en sus pueblos o rancherías cuando nos acomode, y que sus capitanes han de constituirse responsables a dar aviso en el presidio más inmediato de cualquiera novedad que ocurra capaz de perturbar la paz que va a establecerse […].

9. Que expresen si [esta paz] la solicita generalmente toda la nación mezcalera, o algunas rancherías particulares, distinguiendo cuáles son estas, los nombres de sus caudillos y el número de hombres, mujeres y niños que las compongan.

10. Que han de manifestar las bestias que tengan al tiempo de bajar de paz […] en el supuesto de que no se les quitarán.

11. Y finalmente, que en el caso de no estar conforme el todo de la nación en reducirse de paz, han de enviar las rancherías que se establezcan a convidar a las demás para que se bajen [… y en todo caso] deben acompañar en calidad de amigos y auxiliares a nuestras partidas de campaña que salgan a perseguirlas [a las rancherías enemigas].

Estas condiciones exigían cambios drásticos en la forma de vida de los mescaleros, sobre todo los puntos 4º al 6º, debiendo convertirse en comunidades sedentarias dependientes de la agricultura y la ganadería en los alrededores del Presidio del Norte.

El capitán Díaz, el principal comisionado, estaba autorizado para cambiar cualquiera de las anteriores condiciones si lo consideraba necesario después de consultar con los jefes mescaleros, pero no haría concesiones que los españoles no pudieran cumplir o que perjudicaran la paz, debiendo informar rápidamente a Ugarte sobre todas las circunstancias y el desarrollo de los nuevos acuerdos.

Ugarte haría algunas rectificaciones el 27 de febrero y nuevamente el 22 de mayo. Para entonces había cambiado su residencia general de Chihuahua a Arizpe [Sonora], como Teodoro de Croix en 1779. Al hacerlo, Ugarte dejó la supervisión de la paz de los mescaleros a su comandante inspector, José Antonio Rengel. Las instrucciones de Ugarte al capitán Domingo Díaz eran, entre otras cosas, hacer un censo completo de los mescaleros reunidos en el Presidio del Norte para proporcionarles raciones semanales de maíz, trigo, azúcar y tabaco hasta que puedan mantenerse por sí mismos por sus cultivos y halagar a sus jefes dándoles trajes y ropa para ellos.

Estos acuerdos de paz no impidieron que los mescaleros fueran atacados por otras tropas españolas, como ocurriría a primeros de abril cuando un destacamento de la provincia de Coahuila atacó la ranchería de Zapato Tuerto. Los mescaleros estaban cazando venados en la Sierra de los Chisos [parte del actual Big Bend National Park], aunque las primeras noticias indicaban que la ranchería de Zapato Tuerto se encontraba en la Sierra del Carmen mientras elaboraban mescal. Los españoles mataron a tres mescaleros, capturaron a un número indeterminados de ellos y se llevaron todos sus caballos.

La noticia del ataque llegó al Presidio del Norte, cuando la mujer de Patule contó lo ocurrido al capitán Juan Bautista Elguezabal, quien ordenó al alférez Granados que saliera con 16 soldados a buscar al destacamento de Coahuila “para hacerle presente a aquel comandante por medio de un oficio, como aquellos indios se hallaban de paz en las provincias, y que se les había permitido el ir a hacer sus mezcales en aquellas sierras y que bajo este supuesto se les devolviere su caballadita y prisioneros”.

Al comunicar este hecho al comandante general, el capitán Domingo Díaz lamentaba la incursión del destacamento de Coahuila en las inmediaciones del Presidio del Norte, señalando: “Yo me temo que haciendo poco aprecio el comandante que manda las citadas tropas de Coahuila de este oficio de Elguezabal, no tan solamente no entregará los citados prisioneros y caballada, sino es que continuará persiguiendo estas rancherías”.

El comandante general Jacobo de Ugarte respondió a Domingo Díaz diciéndole que quedaba enterado del incidente, y que había enviado comunicación a sus subalternos, Rengel y Ugalde, para mantenerlos dentro de sus áreas de actuación. Jacobo de Ugarte había hecho a Rengel las advertencias necesarias tanto para que disponga cesen las tropas de esa frontera de perseguir los mezcaleros si no dieren motivos que obliguen a obrar de otro modo, como para que […] se remitan a V. M. los prisioneros gentiles de ambos sexos que existan en las cárceles y obrajes de Nueva Vizcaya”; de igual forma, a Ugalde le había ordenado que entregara a Díaz los mescaleros que se encontraran prisioneros en Coahuila mandándole también que las tropas de su cargo ciñan sus operaciones a lo que va referido [.…]”).

* El 4 de marzo de 1787, los españoles dan raciones de maíz, harina y tabaco a los apaches en Bacoachi ([Sonora]. El comisionado Leonardo de Escalante realizó una lista de ellos, encabezada por los jefes Chiquito, Francisco y Leonardo Tisonsé, más Adesechin [viuda], Adicu [viuda], Agenaschi, Alejandro Neya, Altajolla, Antonio Gusnil, Asquebillo, Asquechildi, Asquislage, Asquiyanla, Atanacio, Atedenanchen [viuda], Auchole [viuda], Baltasar, Banachachilda [viuda], Banastati, Baychul, Benito el Zancudo, Bechesda [viuda], Billago, Cachaa, Calu, Carlos, Casque, Catalina Dabachil, Caysasa [viuda], Chaditi Judeo, Chanastlin [viuda], Chanatan, Chencande [viuda], Chetegiel, Cheyesgen [viuda], Chuya [viuda], Citacy [viuda], El Compá, El Mocho, Elstigi, Enalalcansa [viuda], Espíritu, Francisco Achego, Gadesnane, Gayyase [viuda], Gine, Gitae [viuda], Guadalupe Cee [viuda], Guadalupe Coyegi [viuda], Ignacia Pelona, Ignacio Chanasun, Ignacio Corella, Ignacio Escalante, Ignacio Quincheligo, Ignacio Yepes, Inocente Saltil, Jacinto, Jasque, Javier el Chico, Javier Nanes, Jayundi [viuda], Jorge Nistay, José Antonio, José el Cautivo, José María Pitaycacheno, José Nagulquise, Juan el Zurdo, Juan Gaucha, La Chata, Lachelsade, La Renga, León Echi, Les, Luis, Manuel Asdili, Marcial Fasle, Marcos Ychuli, Margarita [viuda], María Ylachoye [viuda], Masqui [viuda], Miguel, Nachil, Nagesti, Nagusculi, Naguside, Nanqufa Bernalda [viuda], Nantanquiyayn, Nantasiti, Nasquetayn, Naysile [viuda], Naytigi, Nicolás el Cheche, Paechin [viuda], Pascual el Coyote, Pascual el Guabesi, Pedro Napale, Pedro Natagulto, Pesida [viuda], Peslaytigi, Quedigilti, Quiachisi Nauqua, Quidilchu, Quiechilti, Quinascho, Quinasti, Quiyasta, Salvador Agulquille, Saade [viudo], Santiago, Side, Sisi, Susli Nachili, Taltaa, Taschil, Taylla, Tlapili [viuda], Toche [viuda], Tomás Guste, Tunagay, Usesin, Yafe, Yenlos, Yeste e Ystiguli).

* En marzo de 1787, más de 400 apaches, una gran parte de los chokonen bajo el mando del jefe mimbreño El Chiquito (no confundir con Chiquito, muerto el 21 de marzo de 1784), están residiendo cerca de Bacoachi ([Sonora]. El Chiquito fue descrito por los españoles como timorato, supersticioso y brujo o adivino [por sus dones para predecir el futuro, lo que era muy apreciado por los apaches].

El 9 de marzo, El Chiquito se enteró de la llegada del comandante general Jacobo de Ugarte en misión de inspección, pero creyendo que se trataba de una campaña punitiva, huyó a las montañas con más de 150 personas. 

Cuando Jacobo de Ugarte llegó a Bacoachi sólo quedaban 251 apaches del jefe Tisonsé [también llamado Isosé], quien hizo bautizar a sus hijos. Ugarte envió mensajes a El Chiquito para que volviera, pero sin éxito. 

A mediados de marzo, se presentó en Janos [Chihuahua] el jefe apache El Zurdo para hablar de paz para él y para las rancherías bedonkohes y chihennes de Natanijú. Jacobo de Ugarte se reunió con él y con Natanijú, encargando el comandante general a Antonio Cordero buscar acuerdos de paz. Acordaron establecerse en el plazo de dos semanas en el Paso del Norte [hoy Ciudad Juárez, Chihuahua] y San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua].

A principios de abril, había dos rancherías chiricahuas a menos de 2’5 km del Presidio de San Buenaventura, y un mes más tarde, Cordero calculaba que su número sumaban unas 500 personas).

* El 17 de mayo de 1787, ocho jefes apaches mescaleros llegan con sus bandas al Presidio del Norte ([Ojinaga, Chihuahua]. El capitán Domingo Díaz estimó un total de unos 400 guerreros y 300 familias. Los jefes dijeron a Díaz que habían llamado a otras dos bandas que, aunque no eran mescaleros, llegarían en poco tiempo. Los ocho jefes mescaleros eran: Bigotes el Bermejo [el sucesor de Bigotes el Pelón, fallecido en 1782], Domingo Alegre, Patule el Grande [Daxle Ilchi], Volante [también llamado Ligero], Cuerno Verde, Montera Blanca, Zapato Tuerto y El Quemado [Illydé]. Los dos jefes que iban a llegar eran, el apache lipiyán Picax-endé [El Calvo] y el apache natagé El Natagé

Los españoles utilizaban habitualmente la expresión “apaches de paz” para denominar a los apaches que se asentaban cerca de los presidios. El término “establecimientos de paz” es una expresión usada más adelante, inventada por historiadores mexicanos y estadounidenses. El presidio era para el “establecimiento de paz”, lo que la Agencia para la reserva estadounidense. El principal motivo del asentamiento de estos apaches era que buscaban seguridad.

Los ocho jefes aceptaron las condiciones de Ugarte y como pasaban mucha hambre, el capitán Domingo Díaz les proporcionó raciones. También varió algo las instrucciones de Ugarte sobre las garantías dadas a los españoles que tuvieran prisioneros apaches para intercambiarlos por cautivos españoles en manos apaches; sobre el censo de las bandas apaches [Díaz temía que esto despertara sospechas y frustrara las negociaciones]; y sobre el permiso para mover sus campamentos de los alrededores del presidio a sitios más alejados en la montaña, donde podrían mantenerse con la caza y la recolección de frutas silvestres [las mercancías del presidio se habían vuelto insuficientes para mantener a tantas familias apaches.

Al permitir a varias bandas apaches mudarse del asentamiento presidial, el comisionado Díaz quiso evitar el problema de la hambruna, pero al hacerlo ocurrió un hecho peligroso para la paz: algunos grupos de mescaleros se apartaron de sus recién designados asentamientos hasta tierras que las tropas de Coahuila habían desalojado de enemigos y cuyo comandante no solamente ignoraba la tregua concedida a los mescaleros en el Presidio del Norte, sino que tampoco simpatizaba con las concesiones que les habían hecho.

Como resultado, el 31 de marzo, las tropas del coronel Juan de Ugalde atacaron a una de las bandas de mescaleros, antes de saber que existía el tratado, y otros dos ataques a fines de abril, después de saber de su existencia. Ugalde rechazó suspender las hostilidades o liberar a los mescaleros que había capturado.

En la lejana Sonora, el comandante general Ugarte, era incapaz de imponer su autoridad sobre Ugalde, y el comandante inspector Rengel, que estaba en El Paso del Norte [Ciudad Juárez, Chihuahua] era reacio a condenar al coronel Ugalde. En vez de eso, prefería culpar al capitán Díaz por permitir a los mescaleros alejarse del presidio. Rengel creía que la principal dificultad era que los alrededores del Presidio del Norte no eran adecuados para construir pueblos que pudiesen mantener a los mescaleros. El presidio no podía proveer de comida a tan gran número de nativos, no había suficiente tierra adecuada para el cultivo, además de estar cerca del territorio  de los comanches. Por todo esto, ordenó a Díaz y Elguezabal enviar a los jefes mescaleros hacia El Paso del Norte y arreglar con ellos su residencia permanente por sus alrededores, preferiblemente en la abandonada hacienda de Los Tiburcios [San Elizario, El Paso County, Texas]. Este lugar estaba a 20 km de El Paso del Norte y bastante lejos del centro de Nueva Vizcaya, donde no podían tener tratos con la población civil. También en sus alrededores había suficiente caza, frutas, tierras cultivables, agua para regar y otras comunidades con las que los mescaleros podían comerciar.

Dos de los jefes fueron a El Paso del Norte a discutir esa propuesta, pero expresaron algunas reservas: dijeron a Rengel que preferían vivir de la caza y recolección de frutas en lugar de ponerse a cultivar; preferían vivir en grupos separados y no bajo el control de un jefe principal; y deseaban permanecer cerca del Presidio del Norte, donde se sentían más protegidos de sus enemigos. Mientras tanto, cuatro de los ocho grupos de mescaleros que estaban negociando la paz, abandonaron sus asentamientos asignados en las montañas después de haber sido atacados por los soldados de Ugalde desde Coahuila. Se juntaron a otros grupos que eran enemigos de los españoles y aún permanecían en libertad. Los otros cuatro grupos regresaron a los alrededores del Presidio del Norte, pero permanecieron visiblemente inquietos.

Para entonces, el capitán Díaz se había convencido de que los mescaleros nunca admitirían las raciones españolas mientras tuviesen frutas silvestres que pudieran recolectar, como mescal, dátil, pitahaya, tuna y mezquite, y caza como venados y búfalos. Estaba seguro de que preferían la vida de libertad y ocio en la que se habían criado y que solamente sus hijos podrían dedicarse algún día a cultivar la tierra o dedicarse a un trabajo manual. También estaba convencido de que se resistirían a vivir en tierras donde no habían crecido ni vivido, es decir, en las montañas cercanas al Presidio del Norte, pero pensaba que aceptarían dejar de amenazar las vidas y propiedades de los españoles, si estos les garantizaban protección. Finalmente, Díaz creía que ayudarían a capturar a los mescaleros renegados al ver cómo los alzados eran castigados).  

* En la tarde del 21 de mayo de 1787, los apaches chihennes y nednais residentes en el presidio de San Buenaventura (municipio de Buenaventura, Chihuahua) huyen. (Ocho rancherías chihennes, que sumaban a finales de mayo unas 800 o 900 personas, llegaron a San Elizario [El Paso County, Texas] y el resto a San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua] y Bacoachi [Sonora].

El comandante general, Jacobo de Ugarte, envió a Antonio Cordero, comandante del presidio de Janos [Chihuahua] con cinco chiricaguis [chokonen] para supervisar a los recién llegados y asegurarse de que estaban siendo bien tratados. Mientras tanto, para contener las pocas incursiones de otros apaches, los españoles mantuvieron las patrullas sobre el terreno. Destacamentos militares inspeccionaban regularmente sus refugios por el noreste de Sonora y noroeste de Chihuahua, enviando también mensajes a las rancherías hostiles que si no deseaban vivir en paz con los españoles, debían alejarse lo más posible.

La falta de comunicación entre los apaches y los españoles era la causa de muchos problemas. En Ojitos [al oeste del presidio de Janos] los soldados españoles devastaron parte de una ranchería apache en medio de las negociaciones de paz con las autoridades de ese presidio; una acción considerada accidental por los españoles debido a que los guerreros apaches no habían hecho ninguna señal de paz. Los apaches informaron en Janos que muchas rancherías del interior no eran conscientes de que otras rancherías habían pactado treguas. Los españoles enviaron rápidamente emisarios a los apaches recientemente pacificados con noticias del nuevo estado de las cosas.

Pronto llegó a Janos, el jefe apache Tetsegoslán [más tarde tendría cierta importancia como líder apache en el presidio], pidiendo ubicarse en Bavispe [Sonora]. 

Los chihennes huyeron después de que en abril, soldados ópatas del presidio de Bavispe [Sonora] emboscaron a un grupo de chihennes que se dirigía a San Buenaventura a firmar el acuerdo como habían hecho sus parientes en ese presidio, matando a dos apaches y confiscando gran cantidad de material, que recuperaron gracias a la actuación de Cordero. Solo unos días después, el alférez Vergara, con los apaches de Bacoachi [Sonora] como auxiliares, destruyó varias rancherías lideradas por El Chiquito [en una de ellas mataron a una de las mujeres y a cuatro hijas de El Chiquito que estaban de visita] y Asquegocá [que siempre rechazó la paz con los españoles]. La lucha dio como resultado 16 muertos, 49 heridos, y 33 prisioneros entre los apaches. El Chiquito y Nayelel, se quejaron ante Cordero del ataque sin ningún resultado, por lo que muchos chihennes decidieron empezar el sendero de la guerra cuando el líder chihenne Manta Negra, un acérrimo enemigo de los españoles, vino de las montañas proponiendo tal fin. Aunque El Zurdo y Natanijú trataron de sofocar el problema, solo pudieron posponer la rebelión.

Los chihennes estaban liderados por ocho jefes, entre los que se encontraba Yagonxli u Ojos Colorados, persona destacada en las relaciones hispano-apaches en la región hasta 1800. Los apaches, cuando huyeron, atacaron al intérprete, a 10 soldados y a los cinco chokonen que cooperaban con Cordero. Mataron a un soldado, al intérprete, y a tres de los chokonen, y capturaron a otro. El quinto consiguió huir para informar a Cordero. Estos chokonen habían sido enviados por autoridades de Sonora desde Bacoachi como mediadores. Las esperanzas españolas de una paz duradera desaparecieron, extendiéndose el desorden rápidamente por el este de Sonora. 

Inmediatamente, Cordero organizó una fuerza de unos 300 hombres de Nueva Vizcaya, Sonora y Nuevo México, recorriendo los lugares preferidos de los chihennes. El destacamento de Sonora, guiado por chokonen buscaban venganza. Mataron o capturaron a más de un centenar de apaches en cuatro enfrentamientos, mientras otro de El Paso del Norte, que contaba con la participación de navajos y comanches como auxiliares, capturó 20 más. 

A mediados de junio, 119 de los 283 apaches chokonen residentes en Bacoachi se fueron, yéndose otros 64 una semana después. Jacobo de Ugarte consideró que su marcha era producto de su inconstancia natural, provocada por la mala influencia de Juan Antonio [un apache, considerado apóstata por los españoles porque había sido bautizado]. Unos 100 chokonen, incluidos los jefes Tisonsé [Isosé] y Alejandro [también conocido como Tudé], se quedaron y fueron considerados leales por los españoles; algunos de estos hombres sirvió luego con las fuerzas españolas.

Pero los apaches chihenes y nednais, huidos de San Buenaventura, incrementaron sus incursiones. Antonio Cordero calculó que su número era de unos 1.000, asaltando desde el oeste de la Ciudad de Chihuahua hasta la Sierra Madre y por el norte de Chuhuichupa [municipio de Madera, Chihuahua]. Durante cinco años, cuatro grandes grupos de apaches vivieron regularmente en esa amplia zona, siendo un refugio natural para las partidas de guerra. En julio acosaron unos carros con suministros cerca de la Hacienda del Carmen [municipio de Buenaventura, Chihuahua]. En respuesta, el mismo Cordero lideró ese mismo mes una expedición, atacando la ranchería de Manta Negra, el Joven [hermano de Manta Negra] en la Sierra del Metate [municipio de Carichí, Chihuahua], estando allí alguna gente de El Zurdo. Los auxiliares chokonen, incluyendo El Zurdo y Natanijú, ayudaron a las tropas españolas, mientras que los apaches que se presentaron en Janos u otros presidios fueron hechos prisioneros de inmediato, sin ninguna posibilidad de hablar de paz.

Varios líderes apaches tendrían un papel de cierta importancia en el distrito de Janos durante los siguientes años, como Natanijú y El Ronco, quienes habían estado en San Buenaventura en el mes de mayo de 1786, y ahora vivían en paz en Janos, y después lo harían en El Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua] en 1791 y 1792. También tuvieron su importancia los líderes apaches Gniguisén [Manta Negra, el Viejo]; y Chenaschán o Schenachén [Manta Negra, el Joven].

En agosto, Cordero rastreó a unos apaches hasta el sur de la Ciudad de Chihuahua, capturando a 24 apaches, quienes habían incursionado por los alrededores de la Hacienda de Encinillas [municipio de Chihuahua, Chihuahua; hay otro Encinillas perteneciente a Galeana] matando a tres hombres.

La última expedición del año de Cordero fue en diciembre, cuando exploró las sierras que estaban encima de San Buenaventura, donde encontraron cuatro campamentos abandonados. En uno de ellos hallaron el cuerpo mutilado de un cautivo, desollado de pies a cabeza. Luego llegaron a una ranchería por sorpresa, matando a cinco hombres y a dos mujeres, y capturando un niño. El resto, incluido Ojos Colorados y Jasquienachi [un jefe en la región hasta abril de 1790], escaparon para emboscar después a los soldados que iban de regreso a Janos a causa del frío y la nieve, sin producirse ninguna baja por las dos partes. Después los chihennes se refugiaron en la Sierra Madre, entre San Diego [municipio de Casas Grandes, Chihuahua] y Temósachic [municipio de Temosachi, Chihuahua]. Entre las tres expediciones de Cordero, la de julio, la de agosto y esta de septiembre, se produjeron seis enfrentamientos en los que mataron o capturaron a 45 apaches, incluidos 19 guerreros.

La mayoría de los apaches que todavía quedaban en Bacoachi [Sonora] se fueron; y los apaches mescaleros del este, emprendieron el sendero de la guerra. Manuel de Vergara recorrió la Sierra Madre, prácticamente sin éxito, excepto la captura de un hermano de Ojos Colorados

* En septiembre de 1787, un destacamento de soldados españoles con nativos auxiliares, incluidos comanches, tiene un enfrentamiento con una banda apache (probablemente coyoteros White Mountain o chihennes), en algún lugar al sudoeste de la provincia de Moqui (Moqui, Coconino County, Arizona) pero tienen que batirse en retirada, perdiendo dos soldados, tres civiles y un comanche. (El 21 de octubre, José Antonio Rengel, comandante inspector de las Provincias Internas, salió de Santa Fe [Santa Fe County, New Mexico] con un destacamento apoyado por comanches, yendo hasta el sur de la provincia de Moqui y llegando al río San Francisco [afluente del Gila, entre Arizona y New Mexico], enfrentándose a una banda apache [probablemente eran, como el mes anterior, coyoteros White Mountain] quitándoles 121 caballos).

* El 1 de octubre de 1787, el comandante general Jacobo de Ugarte realiza un detallado informe para el nuevo virrey Manuel Antonio Flores de las operaciones realizadas contra los apaches. (Ugarte anotó que entre mayo de 1786 y octubre de 1787, los españoles habían matado a 294 apaches y capturado 305 más. Ampliando el plazo, del 19 de abril de 1786 al 31 de diciembre de 1787, los enfrentamientos entre los españoles y diferentes bandas apaches habían dado como resultado la muerte de 306 españoles y la captura de 30, mientras que los españoles habían matado a 326 apaches, capturado a 365 y liberado a 23 cautivos, recuperando aproximadamente la mitad de los 4.000 caballos robados.

Ugarte envió a intervalos de unas seis semanas a más de 300 apaches adultos de ambos sexos de Arizpe [Sonora] a Guadalajara [capital de Jalisco], y de allí a Ciudad de México.

El primer grupo, al mando del teniente Ygnacio Ullate, del Regimiento de Dragones de España, salió de Arizpe el 1 de agosto, llevando a dos hombres, 12 mujeres, y 27 niños. Ugarte ordenó a Ullate dejar en Los Álamos y en las poblaciones situadas entre allí y Guadalajara, a los prisioneros de menos de 12 años… a los ciudadanos que puedan alojarles y puedan asegurarles una cristiana educación.

El segundo grupo salió el 24 de septiembre con 12 hombres, 23 mujeres, y 44 niños, al mando del sargento Manuel Terminel, de los Voluntarios de Cataluña. Después de dejar el Real de los Álamos el 16 de octubre, la comitiva perdió más de 1/3 de los 79 cautivos. Dos mujeres consiguieron soltarse y escapar. Después, una desconocida enfermedad mató a un hombre, a una mujer, y a ocho niños. El sargento Terminel determinó que otros 18 niños estaban demasiado enfermos para seguir, por lo que los repartió entre los ciudadanos que pudieran cuidarlos. Cuando llegaron a Guadalajar solo le quedaban 49 cautivos.

El tercero y último salió el 9 de noviembre, llevando a siete hombres, 12 mujeres, y 15 niños, al mando del alférez José Loredo, de los Dragones de España. 

Antes, el 8 de octubre de 1787, el virrey Flórez ordenó a Ugarte trasladar sus tropas para hacer la guerra a todas las bandas apaches y unirlas en Coahuila a las del comandante general de Texas, Coahuila, Nuevo León y Nuevo Santander, Juan de Ugalde. El objetivo era obligar a las bandas apaches [principalmente mescaleros] asentadas en el Presidio del Norte [Ojinaga, Chihuahua] ir al de Santa Rosa [Ciudad Melchor Múzquiz, Coahuila].  El 12 de noviembre, el virrey ratificó la orden a Ugarte de declarar la guerra a todos los apaches mescaleros que estaban viviendo en Nueva Vizcaya, incluyendo a los del Presidio del Norte, que rechazaban el traslado. Ugarte se opondría y se resistiría a cumplir la orden hasta mayo siguiente. Sin embargo, recibió un ultimátum del virrey el 14 de abril de 1788. No quedándole alternativa, Ugarte ordenó al capitán Díaz el 7 de mayo de 1788 retirar a los mescaleros del Presidio del Norte y para el 20 de mayo, informó al virrey que, aunque los mescaleros estaban desilusionados, su expulsión había sido hecha. Sin embargo, los mescaleros no se habían trasladado al presidio de Santa Rosa sino a las montañas y nuevamente se dedicaban a atacar las poblaciones de Nueva Vizcaya, algunas veces aliados con los apaches lipanes y gileños).

* El 9 de diciembre de 1787, Rafael Martínez Pacheco, gobernador de Texas, informa de la llegada al presidio de Béjar (Bexar County, Texas) de los jefes apaches lipanes Aga, Canoso y Cibolo quienes dicen que han sido atacados por los comanches.

1788

* El 17 de enero de 1788, un grupo de apaches se lleva 16 yuntas de bueyes, tres caballos y 33 reses de varios vecinos de Santa Cruz de Tapacolmes ([hoy municipio de Rosales, Chihuahua].

El capitán Antonio Cordero siguió manteniendo presión sobre los chihennes, atacando seis rancherías, en las cuales mató o capturó a 25 personas entre hombres, mujeres y niños, entre ellos al hijo de Tagaquechoe, hermano de Ojos Colorados. A primeros de año se dirigió a la Sierra del Mogollón [Mogollon Mountains, Grant & Catron Counties, New Mexico] y al río San Francisco [afluente del Gila, entre Arizona y New Mexico] para buscar rancherías por esa zona.

El 7 de febrero, una banda apache, liderada por el jefe chihenne El Chiquito, atacó Bacoachi [Sonora] enfrentándose a los chokonen que vivían allí, matando de una lanzada al jefe Tisonsé [Isosé]. Es posible que este ataque fuera realizado en represalia por la ayuda que estos chokonen prestaban a los españoles, a los que consideraban traidores. Los pocos chokonen que quedaban quisieron vengar su muerte ayudando al destacamento perseguidor que no tuvo ningún éxito.

Mientras tanto, los apaches atacaron dos caravanas de mulas cerca de Janos [Chihuahua], matando a 10 personas y perdiendo dos guerreros. Una compañía española, bajo el mando del teniente José Manuel Carrasco, persiguió a unos 200 bedonkohes y chihennes hasta los alrededores de La Escondida [cerca de San Buenaventura, municipio de Buenaventura, Chihuahua] y, aunque los españoles perdieron un hombre y los apaches cinco, estos se apoderaron de equipos valorados en 2.000 pesos. Al enterarse, Cordero ordenó marchar a una compañía de 85 hombres que les persiguió hasta la Sierra de las Mulas [Mule Mountains, Cochise County, Arizona], donde el 20 de marzo se enfrentó a 150 apaches, logrando matar a tres y recuperar nueve caballos, mientras perdieron un explorador chokonen.

Otro destacamento de Cordero llegó hasta la Sierra del Gallego [municipio de Ahumada, Chihuahua] y el Cañón del Barrigón, situado en la Sierra de las Tarabillas [municipio de Ahumada, Chihuahua], antes de sorprender, el 10 de abril, una ranchería en los montes que rodean Los Aparejos [municipio de Ahumada, Chihuahua], donde capturaron a una mujer y a cuatro muchachos, estando los hombres ausentes por haber ido de caza.

El 17 de abril, los exploradores del destacamento enviado por el capitán Antonio Cordero descubrieron un gran campamento apache en un lugar de difícil acceso, atacándolo. Los guerreros defendieron su posición con eficacia, y casi todas las mujeres y niños escaparon rápidamente, seguidos después por los hombres. Los soldados atraparon a dos mujeres, un niño, seis caballos, y algo de bagaje. El destacamento que inspeccionaba la Sierra Los Arados [municipio de Ahumada, Chihuahua] localizó tres grandes rancherías apaches, pero, cuando descubrieron la presencia española, también huyeron. Los españoles se retiraron tras una campaña de 43 días.

En mayo, un grupo de guerreros que habían asaltado un tren de mulas en Casas Grandes [Chihuahua] eludía a las tropas, dispersándose por las montañas de los alrededores antes de dirigirse al norte, a las Sierras Florida [Florida Mountains, Luna County, New Mexico] y Mimbres [Mimbres Mountains, Grant County, New Mexico]. El destacamento de Antonio Cordero, reforzado con 85 hombres de San Elizario [El Paso County, Texas], viró al oeste hacia las Sierras de Las Ánimas [Animas Mountains, Hidalgo County, New Mexico] y El Hacha [Big Hatchet Mountains, Hidalgo County, New Mexico]. Sus hombres no localizaron apaches, pero estos sí que detectaron la llegada de los soldados, quemando el pasto alrededor de los pozos de agua, para privar así a los caballos de los españoles de comida. 

También Sonora participó en la presión contra los chiricahuas. En enero, el capitán Juan Manuel de Echeagaray salió del presidio de Santa Cruz de Terrenate [al oeste de la actual Tombstone, Cochise County, Arizona] con un destacamento de 186 oficiales y soldados para dirigirse al este, al territorio de los chihennes, o como los españoles los llamaban, mimbreños. Recorriendo zonas del suroeste del actual New Mexico, encontró numerosas huellas de caballos y personas, siguiéndolas hasta que la noche del 15 de enero, vieron los fuegos de un campamento en lo alto de unas montañas. Echeagaray ordenó seguir adelante y a las 04:00 de la madrugada atacó un pequeño campamento apache, matando a cuatro mujeres y capturando a otras dos, junto a un hombre y cinco niños. Además, liberaron a un hombre y a un niño que declararon ser cautivos.

Echeagaray le interrogó informándole que sabía de la existencia de otro campamento más hacia el este. Cabalgando hacia allí durante dos días localizaron a los apaches. Mataron a tres mujeres y a un hombre, y capturaron a otros cinco. Una de las mujeres declaró que todavía había otro campamento más al este, donde había muchos caballos capturados a los españoles. Una fuerte nevada les hizo parar durante medio día hasta que el 20 de enero localizaron huellas de muchos caballos llevados por seis hombres en la Sierra Florida, cerca del actual Deming [Luna County, New Mexico]. Las siguieron y a media noche del día siguiente llegaron a una montaña llamada El Potrerito donde encontraron 17 caballos que los apaches habían abandonado. Cabalgando duro los persiguió durante la noche con los apaches huyendo hacia el Río Grande: Fui tras ellos hasta las 10:00 del día siguiente atacándoles en las orillas de dicho río.

Había seis apaches y nueve mujeres con cinco pequeños niños. A pesar de la abrumadora superioridad de los españoles, los apaches se defendieron desesperadamente, matando al alférez Rafael Tovar en un enfrentamiento que duró seis horas. Al final los españoles mataron a todos, incluidos los niños, excepto a una mujer. Echeagaray informó: Este duro enfrentamiento terminó a las 16:00 horas cuando ordené enterrar al oficial caído y cortar las orejas y las cabezas de los apaches. Continuó avanzando durante otros 17 días sin ver a nadie más.

El 7 de febrero, Echeagaray informó que había matado a 28 apaches de ambos sexos y todas las edades, capturado a 14 más, y recuperando 41 caballos).

* En 1788, una collera de 108 prisioneros apaches es enviada a Ciudad de México, llegando 73 de ellos dos meses después. (Siete personas habían muerto en la cárcel antes de salir; tres más no salieron, presumiblemente al estar agonizando y el resto falleciendo por el camino. El mismo año, otra collera enviada al sur, llegó con solo tres apaches a su llegada a Ciudad de México). 

* En 1788, los apaches matan al teniente Francisco Barrios en el presidio de Tucson (Pima County, Arizona). 

* En abril de 1788, Juan de Ugalde, comandante militar de las Provincias Internas orientales, informa del envío de una collera de 12 apaches desde San Antonio (Texas) a Ciudad de México, vía San Luis de Potosí. (El grupo, probablemente lipanes, estaba formado por dos jóvenes de 11 y de 15 años; tres mujeres de 20 años cada una; cinco de 24 años; y dos de 40 años. Originalmente, eran 17, pero cinco habían muerto antes de salir de Texas, llegando la collera a Ciudad de México a primeros de junio.

En agosto de 1788, Jacobo de Ugarte, comandante general, envió a 77 apaches en collera al mando de José María Rivero, cadete del Presidio de El Pitic [Hermosillo, Sonora]. Estando los prisioneros en la Ciudad de Chihuahua, dos niños pequeños murieron y una mujer estaba demasiado enferma para efectuar el viaje).

* El 8 de abril de 1788, la banda de apaches mescaleros que residía junto al presidio Santa Rosa (hoy Ciudad Melchor Múzquiz, Coahuila), capital de las Provincias Internas orientales, huyen aprovechando la ausencia de su comandante, Juan de Ugalde, matando a dos soldados que trataban de evitarlo. (En su huida saquearon los ranchos y haciendas que encontraron en su camino. (Ugalde había firmado un tratado de paz con esta banda de mescaleros, pero poco tiempo después, cuando salió a realizar una de sus campañas, estos huyeron aprovechando la escasa protección que había, rompiendo el reciente tratado de paz. Ugalde nunca perdonó eso, ya que tras regresar de su campaña, les ofreció un nuevo tratado, los invito a que reunieran a toda su gente en su casa en Santa Rosa, para firmarlo y festejarlo. En marzo de 1789, esta banda de apaches mescaleros, al principio desconfiados, poco a poco fueron creyendo las buenas intenciones del comandante, y al estar todos reunidos dentro de su casa, los  soldados cayeron sobre ellos, apresándoles a todos, excepto a dos que después de huir fueron alcanzados y tras matarlos, llevaron sus cabezas a Juan de Ugalde. Tres de los jefes y por lo menos 73 de sus seguidores murieron en prisión por falta de comida).

* El 27 de abril de 1788, un grupo de apaches roba dos mulas y dos caballos del patio de la casa de los dueños, y dos días después siete caballos de la Hacienda de San Lucas. (Los dos robos tuvieron lugar en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes [hoy municipio de Rosales, Chihuahua].

El 9 de mayo, los apaches robaron nueve yuntas de bueyes y ocho caballos de la Hacienda de San Bartolomé, en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes.  

El 19 y 20 de julio, los apaches volvieron y mataron a un joven pastor y a un vecino de la Hacienda de San Lucas, llevándose 10 yuntas de bueyes y tres caballos. En el camino a San Pedro mataron a otra yunta de bueyes que estaba arando, llevándose el atajo de mulas y dos caballos del vecino Patricio Domínguez, todo ello en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes. También el 25 de agosto, los apaches atacaron en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes a un convoy de tres carretas que iban a cargar carbón, matando a dos carreteros e hiriendo a una persona que realizaba labores de escolta, llamada Domínguez).

* Entre el 31 de mayo y el 24 de junio de 1788, el capitán Pablo Romero, comandante interino del presidio de Tucson (Pima County, Arizona), al mando de un destacamento de 208 soldados de Sonora, ataca a los apaches en las montañas del Pinal (Pinal Mountains, Gila County, Arizona), matando a 11 guerreros, incluido su jefe Quilcho; a cuatro mujeres y niños; y capturando a 34, entre hombres, mujeres y niños. (Liberaron a dos pimas cautivos y recuperaron 11 animales, falleciendo dos soldados. Pero cuando Romero se dirigía a Arizpe [Sonora] para informar al comandante general del resultado de esa campaña, los apaches le mataron en un enfrentamiento el 30 de junio.

Por esas mismas fechas, tuvo lugar otra escaramuza entre apaches y españoles en Santa Cruz [Sonora]). 

* El 4 de junio de 1788, el coronel Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila, llega al río Nueces (Texas) para visitar al jefe apache lipiyan Picax-endé (El Calvo) para ratificar un tratado de paz que se firmaría el 10 de julio. (Los apaches lipiyanes celebraron en su honor un mitote a la puesta del sol. Ugalde declaró que el mitote era una fiesta que los apaches hacían a sus invitados).

* El 18 de agosto de 1788, tres soldados (Justo Mesa, Fermín González y Bartolomé Galaviz) dejan el presidio de Bavispe (Sonora) después de llevar unos mensajes del comandante del presidio de Janos (Chihuahua), el capitán Antonio Cordero. (A las 15:00 horas, cuando los tres hombres estaban cerca del Paso de Carretas [municipio de Janos, Sonora] fueron atacados por unos 20 o 25 chiricahuas. Es difícil  saber a qué banda pertenecían porque había bastantes rancherías hostiles a los españoles en esa época: Gniguisén [Manta Negra, el Viejo]; la de su hermano Chenaschán o Schenachén [Manta Negra, el Joven]; Squielnoctero; Yagonxli [Ojos Colorados]; Jasquienachi; y El Chiquito entre otras, en contraposición a las de El Zurdo y Natanijú, que colaboraban con los españoles.

Los tres hombres abrieron fuego matando a un guerrero e hiriendo a varios más. Al ver que el camino estaba bloqueado por los chiricahuas, regresaron a Bavispe a todo galope. Los guerreros les persiguieron y cuando estaban a punto de ser alcanzados, se giraron y volvieron a disparar, siendo contestados con flechas y con algunos disparos de mosquete. Una flecha alcanzó a Mesa, quien cuando llegó a Bavispe confesó que temió por su vida. Los disparos de los soldados abrieron un hueco entre ellos y los chiricahuas, pero estos continuaron la persecución en cuanto los tres hombres picaron espuelas, alcanzándoles nuevamente. Un guerrero realizó un disparo de mosquete que alcanzó en la cabeza a Galaviz, matándole instantáneamente.

Mesa y González, viendo que no tenían opción si continuaban galopando, desmontaron y disparando sus mosquetes, pudieron mantener a raya a los chiricahuas hasta el anochecer, los cuales ante la falta de luz abandonaron el lugar. Los dos hombres sepultaron a Galaviz colocando piedras sobre su cuerpo y regresaron a Bavispe llevando el caballo de su compañero.

Una patrulla salió de Bavispe pocos días después para reconocer el terreno, confirmando el relato de los dos hombres. La patrulla encontró en el primer sitio del enfrentamiento el cuerpo de un guerrero, el cual tenía las orejas cortadas [el informe no indica si la ausencia de las orejas era reciente o el guerrero ya las tenía cortadas antes de morir], y evidencias de que varios habían sido heridos. En el segundo lugar había abundantes flechas y restos de papel que envolvían las balas usadas por los mosquetes; y la tumba de Galaviz en el tercero.

El capitán Cordero informó al comandante general, Jacobo de Ugarte, quien recompensó a Mesa, a González, y a los herederos de Galaviz, con 50 pesos a cada uno. González, cuando se licenció con el cargo de sargento, había prestado servicio durante 41 años y participado en 37 campañas y persecuciones, pero fue esa larga y terrible tarde la que siempre acudía a su mente. Tampoco Mesa la olvidó).

* El 22 de agosto de 1788, Fernando de la Concha, gobernador de Nuevo México, dirige una expedición contra los apaches del Gila y de las montañas Mimbres. (Cuando el 10 de noviembre de 1787, el coronel Fernando de la Concha accedió al cargo de gobernador de Nuevo México, heredó una situación de relativa seguridad debido a la actuación, tanto militar como política, de su predecesor, el teniente coronel Juan Bautista de Anza. Los utes y los comanches estaban en paz entre sí, y ambas tribus con los españoles. Los apaches del este bastante tenían con defenderse de los comanches, mientras los navajos estaban en tregua, gracias a la política del “palo y la zanahoria”, es decir, amenazas y sobornos.

Dadas las circunstancias, Fernando de la Concha decidió realizar una expedición en el corazón mismo del territorio de los apaches del Gila y las montañas Mimbres [bedonkohes y chihennes].

Conocemos los aspectos de esta expedición gracias al diario de campaña de Fernando de la Concha. El diario no menciona cuantos hombres tenía Fernando de la Concha a su mando, pero posiblemente fueron más de 100. Salió de Santa Fe [Santa Fe County, New Mexico] el 22 de agosto de 1788, con 74 soldados, ocho apaches jicarillas, y ocho comanches, citando en Laguna [Cibola County, New Mexico] a un número indeterminado de civiles y nativos para unirlos a su destacamento. Al día siguiente, 23 de agosto, envió de vuelta a dos soldados que se encontraban enfermos.

Un día después, el 24 de agosto, llegó a Isleta [Bernalillo County, New Mexico] donde envió un destacamento formado por 20 soldados y 20 civiles al mando del sargento Pablo Sandoval para averiguar si había apaches en la Sierra de la Magdalena y en la Sierra de los Ladrones [ambas en Socorro County, New Mexico], y luego ir a Laguna para juntarse de nuevo con el gobernador.

En Laguna, Fernando de la Concha organizó cuatro destacamentos al mando del 1.er teniente Manuel Delgado, el alférez Antonio Guerrero y los sargentos Pablo Sandoval y Clieto Miera. Compró ganado y ovejas para el mantenimiento de los jicarillas, comanches, y navajos. Se presentaron más de 50 navajos voluntarios, pero debido al gasto que supondría mantener a tantos durante los dos meses que preveía que duraría la campaña, se quedó con 20, entre ellos Antonio el Pinto, un viejo conocido de los españoles. Al gobernador le interesaba la presencia de navajos en su destacamento porque eso, pensaba, podría alterar cualquier alianza entre los gileños y los navajos. El diario menciona la presencia de nativos de Taos [Taos County, New Mexico], Zia, Santa Ana y Jémez [los tres en Sandoval County, New Mexico].

El 30 de agosto, salieron para el Pueblo de Ácoma [Valencia County, New Mexico] enviando de vuelta a Santa Fe a dos soldados y cuatro civiles que estaban enfermos.

Después de llegar a Cebolla [Rio Arriba County, New Mexico] salieron de allí a las 16:00 horas del 3 de septiembre. Al amanecer del 5 de septiembre, Fernando de la Concha envió a 48 hombres de avanzadilla, guiados por el navajo Antonio el Pinto, conocedor del territorio, quien previamente había dicho que el destacamento encontraría agua en la base de unas montañas. Guiados por otro navajo, fueron allí donde había abundante pasto y mucha agua. También vieron un oso, por lo que llamaron al lugar Ojo del Oso [Rio Arriba County, New Mexico]. Los apaches del Gila y de las Mimbres, solían pasar por ahí para realizar sus incursiones.

Salieron al amanecer del 6 de septiembre, llegando a la Llanura de San Agustín [Catron & Socorro Counties, New Mexico] donde había muchos antílopes [su número disminuyó drásticamente debido a la caza intensiva que se produjo a raíz de las fuertes nevadas que tuvieron lugar en 1888]. Acamparon a las 14:00 horas y dos horas más tarde llegó el grupo de Antonio sin haber encontrado rastro alguno de los apaches.

Al amanecer del 7 de septiembre, salió de exploración otro grupo de 48 hombres, dirigido otra vez por Antonio y por otro navajo [el intérprete Francisco García]. Otro navajo y un nativo de Ácoma llamado Casimiro, guio al destacamento a un lugar previamente designado.

Al día siguiente, llegaron los exploradores diciendo que habían encontrado huellas de lo que parecían apaches cazando, las cuales se internaban en las montañas.

A las 15:00 horas, encontraron dos huellas frescas de hombres a pie. Fernando de la Concha ordenó al teniente Manuel Delgado que las siguiera con 30 hombres; y a las 16:00 horas al sargento Pablo Sandoval para que fuera por detrás con otros 30 para ayudar al teniente en caso de que se topara con los apaches. A las 17:00 horas, el gobernador los encontró juntos detrás de un cerro, donde estaban protegidos para no ser vistos por los apaches, quienes estaban en un cañón cercano, según informó Delgado. Al haber abundante agua y pasto, acamparon, enviando a Delgado y Sandoval con 70 hombres a pie y 24 a caballo, para reconocer el terreno y atacar a los apaches, saliendo al anochecer.

El 9 de septiembre, llegó el grupo de Delgado informando que habían ido por el cañón donde había rastros de que los apaches habían estado allí, dejando atrás los campos de maíz y las rancherías, perdiendo el rastro por cañones impenetrables.

Al amanecer del 10 de septiembre, el gobernador dividió su destacamento, proporcionando dos caballos a cada hombre; y la otra mitad, junto al tren de suministros y la manada de caballos, la envió a un lugar llamado Fray Cristóbal [Sierra County, New Mexico], al mando del sargento Clieto Miera, con la orden de esperar allí.

Fernando de la Concha fue hacia el suroeste por cañones no demasiado escabrosos hasta que llegaron a un valle de considerable anchura en el que había un río que, por correr de oeste a suroeste, bien pudiera ser el San Francisco. Pararon para descansar, pero cuando estaban desensillando las monturas, los exploradores llegaron diciendo que había una ranchería apache en las inmediaciones. Inmediatamente, llegaron un comanche y un navajo diciendo que los apaches estaban muy cerca y que escaparían si no se daban prisa.

Aunque eran las 17:00 horas, Fernando de la Concha decidió atacar inmediatamente, enviando un grupo a la derecha y otro a la izquierda para cortar la retirada a los apaches y cargar por el centro con el resto. Dejó el campamento y los caballos bajo la protección del sargento Pablo Sandoval, y con el resto de soldados, civiles y exploradores nativos, cargó contra los apaches, quienes emprendieron la huida por un estrecho cañón, donde fueron alcanzados, sufriendo 18 muertos y cuatro prisioneros. El resto de guerreros, más las mujeres y los niños, pudieron escapar gracias a lo accidentado del terreno y a la llegada de la oscuridad.

El 11 de septiembre, Fernando de la Concha decidió cruzar la sierra y llegar al otro lado. Fueron hacia el sudeste y después de subir una pendiente, llegaron a una mesa plana de aproximadamente 2’5 km de largo que se extendía hacia el este-sureste. Luego entraron en varios cañones muy abruptos y finalmente en uno, del que salieron subiendo una pendiente muy empinada por la que tuvieron que viajar en fila india, ya que el desfiladero era extremadamente estrecho, con los lados muy empinados y boscosos. Cuando bajaron divisaron al este, las montañas Mimbres [Mimbres Mountains, Sierra County, New Mexico], y más adelante llegaron a la Sierra del Cobre [Santa Rita Mountains, Grant County, New Mexico]. Siguieron bajando, encontrando un río con poca agua. Allí, Fernando de la Concha preguntó a uno de los prisioneros apaches a qué distancia estaban del río Gila, contestando que a un día de viaje.

Entraron en las montañas Mimbres, encontrando la fuente de un arroyo que pronto se convertía en río y más abajo un maizal que había sido abandonado por los apaches. El maíz estaba medio maduro, ordenando el gobernador arrancar las espigas verdes de los tallos y que los caballos lo pisotearan ante la vista de tres apaches que estaban en lo alto de la montaña.

Recorrieron todo el fértil valle, lleno de nogales, cruzando el río varias veces hasta llegar a otro campo de maíz que tuvo el mismo trato que el anterior. Más adelante llegaron a un pantano llamado la Ciénega del Mimbres [cerca de la actual ciudad de Dwyer, Grant County, New Mexico] donde no pudieron dar de beber a los caballos debido al fango.

El 12 de septiembre, varios apaches aparecieron en las cimas de las colinas y uno de ellos reconoció al navajo Antonio, hablando con él desde la distancia, recriminándole haber guiado a los españoles, terminando por desafiarle, profiriendo amenazas.

A las 7 de la mañana del 13 de septiembre, fueron hacia el este por el lado norte de la Ciénega del Mimbres y a unos 9’5 km vieron otra vez el río que corría hacia el suroeste del Picacho [actual Cooke’s Peak].

Estando acampados el 15 de septiembre, uno de los centinelas avisó que había visto a un apache a caballo. Fernando de la Concha ordenó examinar el lugar en busca de huellas, encontrando un rastro que se dirigía hacia un cañón. Inmediatamente, envió un destacamento compuesto por 20 jinetes y 20 a pie, al mando del sargento Pablo Sandoval. Cuando le informaron que estaban siguiendo un rastro reciente, envió otro grupo de 24 hombres a caballo al mando del cabo Juan de Dios Peña, el cual alcanzó a Sandoval. Este había perdido el rastro, pero cuando estaban a punto de regresar, encontraron las huellas de los exploradores nativos de Taos, a los que Sandoval había enviado por delante, comprobando que iban tras algunos apaches. Después de haber recorrido una corta distancia, se encontraron con los exploradores que regresaban con un caballo ensillado, y una niña cautiva, diciendo que los apaches habían desaparecido en un terreno muy accidentado.

Al llegar al campamento, el jefe de los nativos Taos entregó al gobernador, la muchacha cautiva y los caballos de dos guerreros apaches que habían alcanzado y matado, habiéndose llevado también el caballo de otro que lo había abandonado mientras huía por la montaña.

El 16 de septiembre, Fernando de la Concha envió a donde estaba el tren de suministros [Fray Cristóbal], todos los caballos heridos con un destacamento de 50 hombres al mando del sargento Sandoval, junto con los navajos que estaban impacientes por volver a casa, y los cinco cautivos. Sandoval tenía orden de volver con caballos frescos. Mientras esperaba, el gobernador envió exploradores a los cuatro puntos, pero no encontraron huellas.

A medianoche del día 18, llegó Sandoval informando que en Fray Cristóbal no estaba ni el campamento ni la caballeriza. Fue a un lugar llamado Bosque del Apache [al sur de San Antonio, en el Río Grande, Socorro County, New Mexico], que está a un día de camino río arriba, pero tampoco estaban allí. Esto obligó al gobernador a dejar de explorar más zonas debido al mal estado de los caballos y a la falta de provisiones, dirigiéndose a buscar el tren de suministros.

El 19 de septiembre, se dirigieron lentamente hacia el Río Grande, debido al cansancio de los caballos, debiendo matar uno de ellos al no poder seguir el ritmo.

El 20 de septiembre llegaron a Fray Cristóbal, donde comprobaron que allí no les esperaba nadie, matando un agotado caballo para que los exploradores nativos tuvieran algo que comer. Salieron a las 15:00 horas, llegando a las 20:00 horas a San Pascual [Socorro County, New Mexico].

A las 22:00 horas llegaron 30 hombres enviados por el sargento Clieto Miera, quienes informaron que el tren de suministros estaba en un lugar llamado Casa Colorada [cerca de la actual localidad de Turn, Valencia County, New Mexico] y que no habían podido ir a Fray Cristóbal, como había ordenado el gobernador, porque los jicarillas que iban con ellos despertaban al campamento todas las noches por lo que Miera no consideró oportuno ir allí, no habiendo ocurrido nada, excepto el extravío de dos caballos.

Salieron al amanecer del 21 de septiembre, llegando a las 11:00 horas a un lugar cercano a una población llamada Luis López [Socorro County, New Mexico]. A las 14:00 horas reemprendieron la marcha, deteniéndose a las 20:00 horas en Hoya de Valencia [La Joya, Socorro County, New Mexico], población que fue abandonada antes de 1788 debido a los ataques apaches.

El 22 de septiembre llegaron a Casa Colorada, uniéndose al tren de provisiones y a la caballeriza, donde descansaron hasta el 27 de septiembre, enviando mientras tanto el gobernador a 150 hombres al mando del alférez Antonio Guerrero a explorar la Sierra San Mateo [San Mateo Mountains, Socorro County, New Mexico]; y al cabo 1º Juan de Dios Peña, al mando de 74 hombres a explorar la Sierra Oscura [Socorro County, New Mexico]. El grupo de Peña encontró rastros muy antiguos mientras el de Guerrero recorrió la Sierra San Mateo; las aguas termales que estaban en el territorio chihenne y que se llamarían Ojo Caliente; y el Cañón Sal Si Puedes [antiguo nombre de Cañada Alamosa]. Allí vieron a tres apaches que huyeron a la parte agreste de la sierra, no pudiendo ser alcanzados.

Dando por finalizada la campaña con el resultado de 20 guerreros muertos y cinco personas capturadas, el 3 de octubre, Fernando de la Concha dio orden de regresar a Santa Fe, a donde llegaron el 6 de octubre).

* A finales del verano de 1788, el capitán Juan Manuel de Echeagaray, comandante del presidio Santa Cruz de Terrenate (Cochise County, Arizona) tiene un enfrentamiento con un grupo de chihennes de El Chiquito, con quien se encuentran varios chokonen, capturando a cuatro prisioneros. (Entre ellos estaba la esposa de un jefe chokonen llamado El Compá [también conocido como El Cumpá], que poco después se convertiría en un hombre de la mayor confianza de los españoles en el presidio de Janos [Chihuahua]. Cuando El Compá fue a preguntar por su esposa, los españoles le dijeron, por orden de Jacobo de Ugarte, que solo la recuperaría si se asentaba en paz cerca del Presidio de Bacoachi [Sonora]. El Compá accedió y se unió a otros chiricahuas residentes en la zona. Poco después de conseguir la liberación de su esposa y sus parientes cercanos, se unió a los soldados españoles. Él y El Chacho, que se rindió aproximadamente a la vez, comenzaron a servir como informantes y guías para los soldados de Echeagaray, revelando el paradero de El Chiquito y Asquegocá.

A mediados de octubre, Echeagaray, al mando de 400 soldados, atacó a los apaches en el río Gila, matando a 41 de ellos en el área de Santa Lucía [después conocido como Santa Lucia Springs; luego San Vicente de la Cienega; y finalmente Silver City, Grant County, New Mexico] siendo guiados por El Compá y El Chacho.

Echeagaray, siguiendo el rastro de El Chiquito, llevó a sus soldados hacia el norte, por los pueblos Zuni [Apache County, Arizona] y Ácoma [Acoma, Cíbola County, New Mexico]. Al regresar, asaltaron una ranchería apache en la Sierra del Cobre [municipio de Altar, Sonora], afirmando haber matado a 54 apaches  [incluyendo a 22 guerreros], capturando a 125 [entre ellos cuatro guerreros y 55 que se entregaron voluntariamente], y 60 cabezas de ganado).

* Durante 1788, el virrey Manuel Antonio Flórez Maldonado, decreta que los apaches que se rindan en batalla deben considerarse prisioneros de guerra y los que se entreguen sin coerción militar, ubicados en asentamientos. (A finales de 1788, el capitán Manuel de Echeagaray había capturado un substancial número de prisioneros apaches. El jefe Pachatijú fue capturado y enviado lejos del Presidio de Janos [Chihuahua]. La mayoría de los cautivos eran enviados a este presidio, lugar de reunión antes de ser enviados en collera al interior de México. Junto a los cautivos, envió una nota a Antonio Cordero, comandante de Janos, pidiendo que una de las mujeres apaches no fuera incluida en la collera con el argumento: … un apache de los recién pacificados que estuvo aquí con las tropas, se presentó ante mí y ante los que estaban conmigo y al examinarlos [a los prisioneros] reconoció el atuendo de un ser querido en una de las mujeres prisioneras manifestándome que respondía por ella… generalmente conocido por tener coraje y presteza y está destinado a espiar. El apache en cuestión se llamaba Tujlainla, y como Echeagaray esperaba utilizarlo en el futuro, pidió que la mujer cautiva, llamada María por los españoles, fuese entregada a Tujlainla. Cordero accedió a la petición. La liberación de María y el envío en collera del resto de cautivos fue un mensaje muy claro para los apaches. Quien ayudaba a los españoles podían vivir en paz cerca de los presidios y quien se enfrentaba a ellos, les esperaba el traslado a lejanos lugares.

Cordero ordenó al teniente Manuel Carrasco llevar una collera de 103 prisioneros apaches de ambos sexos y de todas las edades a la Ciudad de Chihuahua. El 2 de diciembre de 1788, 99 de ellos habían sido llevados a Janos, como Cordero explicó a Ugarte, pero durante su corta estancia en el presidio fallecieron tres niños y varias mujeres, siendo añadidos nueve prisioneros más que se encontraban allí. Carrasco llegó a la Ciudad de Chihuahua el 22 de diciembre, falleciendo al día siguiente tres niños, y uno más el 24 de diciembre, siendo enterrados en el cementerio de la iglesia de la ciudad por un sacerdote, lo que indica que posiblemente fueron bautizados antes de morir.

En la Ciudad de Chihuahua, el teniente Juan Sartorio, de los Voluntarios de Cataluña, tomó el relevo de Carrasco, quien regresó a Janos. El 30 de diciembre, Sartorio recibió la entrega de siete prisioneros más llegados de New Mexico a manos del teniente José Maldonado. El 1 de enero, otro niño murió siendo enterrado con los anteriores, y una mujer fue enterrada en el campo, quizás por no haber querido el bautismo o por haber fallecido antes. El 2 de enero, Domingo Bergaña, miembro de la tesorería real, inspeccionó a los prisioneros, contando 46 niños entre 1 y 5 años; 17 entre 6 y 14; y 33 adultos de más de 14 años. Para el transporte Sartorio recibió de Bergaña, 39 mulas y 1.200 pesos en efectivo y letras bancarias por un gasto total estimado para el viaje de 60 días por una suma total de 2.043 pesos.

Cuando el 5 de enero de 1789 iba a salir, Sartorio se percató de que dos niños estaban demasiado enfermos para viajar, teniendo que dejarlos allí. El resto, los 94 prisioneros apaches montados en mulas, y rodeados de la escolta, se dirigieron al sur, hacia Ciudad de México. Después de una semana de viaje, llegaron el 13 de enero al Presidio de Conchos, cuartel general de la 3ª Compañía Volante. Allí, una de las mujeres cayó gravemente enferma, siendo bautizada antes de morir por el capellán franciscano Sebastián Flores. Quizás debido a eso, la collera permaneció allí dos días más.

El 19 de enero llegaron a los asentamientos del Valle de San Bartolomé, donde otra mujer cayó gravemente enferma, no pudiendo continuar. Mariano Oviedo, comisionado del subdelegado de la Hacienda Real del Valle de San Bartolomé, escribió un certificado de que había recibido en esta cárcel real a una india enferma. El 21 de enero llegaron a Río Florido, donde Sartorio entregó 92 apaches al sargento Nicolás Tarín, de la  3ª Compañía Volante, quien se haría cargo de la collera hasta Ciudad de México. Allí se añadirían a la collera seis cautivos apaches más, llevados por el carabinero José Manuel Carrasco. Habían salido el 14 de enero de la Ciudad de Chihuahua y al llevar solo seis apaches viajaron más rápido, llegando a Río Florido el mismo día que Sartorio. Cumplida su misión, Sartorio y Carrasco rellenaron el documento de transferencia para el sargento Tarín.

La collera partió de Río Florido y cuatro días más tarde, Tarín cayó gravemente enfermo sin poder continuar. En el Presidio de Cerro Gordo, Tarín decidió que se encargase de la collera el cadete Mariano Varela, ya que sabía leer y escribir, al contrario que Tarín. Desde el presidio se envió un correo para informar al comandante general Jacobo de Ugarte de lo ocurrido, quien rápidamente dio el visto bueno de la decisión. El 1 de febrero de 1789, Varela asumió el mando de la collera y de los 17 soldados de la escolta, dirigiéndose hacia Ciudad de México. Seis días más tarde llegaron al asentamiento de El Pasaje, donde por causas desconocidas, Varela dejó a varias muchachas apaches a cargo del capitán José Yrndiola. Cualquiera que fuera la razón, durante los 38 días restantes de viaje, las pérdidas de los prisioneros apaches continuaron aumentando. Varela entregó 73 apaches a las autoridades militares de Ciudad de México, de los 98 con los que salió. No hay ningún informe que indique que ocurrió con los 25 restantes [1/4 del total]. Probablemente, fallecieron de enfermedad o fueron vendidas durante el viaje para convertirse en sirvientes). 

* El 26 de diciembre de 1788, el comandante general de las Provincias Internas de Oriente, Juan de Ugalde, escribe al virrey Flórez, informándole de la exploración realizada por el Valle de Santa Rosa (hoy Melchor Múzquiz, Coahuila): Nueve meses y otros tantos días son los que justamente he invertido en esta operación, y a pesar de tan dilatado tiempo, debo asegurar a Vuestra Excelencia que no dejo las provincias en el completo orden que les deseo y habría perfeccionado, por lo que respecta a los ramos de mi cargo, si no hubiese ocurrido el levantamiento que el 8 de abril verificaron los indios mescaleros en este Valle…

… En los preparativos de la próxima campaña… es forzoso el esperar las aguas hasta fines de marzo o principios de abril, para salir al campo con probabilidad de que sean durables y fructuosas las operaciones que tengo detalladas para entonces, y en que cuento con el auxilio del capitán Lipiyan Manuel Picax-ande Ins-tinsle a quien [citado por mí como manifesté en oficio N. 84 de 24 de septiembre último] aguardo en este valle dentro de seis u ocho días según las noticias últimas que de él acabo de recibir).  

* Durante el invierno de 1788, los “apaches de paz” de Bacoachi (Sonora), se dirigin al norte, donde el cautivo de origen español, José González, al mando de los auxiliares apaches, participa y personalmente mata o captura a 10 apaches, siendo ascendido por el general Jacobo Ugarte al rango de alférez, señalando que el profundo conocimiento de las costumbres de unos chiricahuas sobre otros, permitía a los españoles ubicar, por primera vez, numerosas rancherías, antes desconocidas.

1789

* En 1789, el franciscano Vicente Santa María escribió una Relación histórica de la colonia del Nuevo Santander y costa del Seno Mexicano diciendo: … Desde el río del Norte hasta la raya de la provincia de Texas y mucho más adentro, se extienden las naciones comanche y apache, que son las más numerosas y guerreras que se conocen en todas estas provincias… 

… Dan indicios de que su modo de vivir no es tan grosero como el de los demás, pero no así en hacerse la guerra, que es de lo más bárbaro que jamás se ha visto, especialmente cuando alguna hace prisioneros a sus rivales y con la muerte de estos celebra su triunfo… (Aquí fray Vicente se deja llevar por el odio de la época a los apaches o por su imaginación literaria, calificando a los apaches y comanches de antropófagos y caníbales, en los seres más abyectos y sanguinarios de los dominios españoles. Ninguna descripción, relato o informe anterior o posterior, y son muchísimos los que hay, refiere que apaches y comanches comieran la carne de sus enemigos. Si así hubiera sido, desde el principio las autoridades españolas no solo no lo hubieran permitido, sino que habrían ordenado la guerra a muerte contra ellos. Pero ¿de dónde sacó fray Vicente tan espeluznante descripción?, ¿lo vio?, ¿se lo contaron? Por lo que han averiguado algunos historiadores, el franciscano no pasó de las fronteras de la colonia del Nuevo Santander [provincia de la Nueva España, que abarcaba el actual estado de Tamaulipas, parte del estado de Nuevo León y la parte sur de Texas, entre el río Bravo y el río Nueces] y en su ‘Relación’ no cita a nadie de quien hubiera podido obtener esa información. ¿Qué ideas había en el pensamiento del franciscano que le llevaron a escribir que apaches y comanches eran antropófagos? ¿Con qué objeto falsificó la historia de una manera tan vil? Ningún historiador coincide con él.

… Todos ellos se visten de pieles de cíbolo [bisonte] muy bien curtidas y labradas por ellos mismos. Se alojan en tiendas de campaña aderezadas de las mismas pieles y con ellas y con su armamento, que a más del arco y flecha es también la escopeta y el chuzo [lanza], andan siempre vagando o buscándose mutuamente para destrozarse, o en pos de la cíbola, que en millares se les presenta para la caza, o acercándose a los presidios y fortificaciones de los españoles, para ver la ocasión que se presenta a sus correrías). 

* El 21 de enero de 1789, un grupo de apaches se lleva de 15 a 20 animales, la mayoría mulas, de la carbonera de Pedro Beltrán, situada en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes (hoy municipio de Rosales, Chihuahua).

* En febrero de 1789, el comandante general de las Provincias Internas, Jacobo de Ugarte y Loyola, ordena que para medir la efectividad de las campañas y para asegurar la veracidad de los informes de sus tropas, a todos los apaches que resulten muertos se les cortarán las orejas como señal inequívoca de la veracidad de los informes.

* En marzo de 1789, el líder chihenne Ojos Colorados firma un tratado de paz en Janos (Chihuahua) siendo ratificado por toda su gente el 29 y 30 de mayo. (Una reunión entre el capitán Antonio Cordero y Ojos Colorados proporcionó al español una importante información sobre la composición de los chiricahuas. Cordero llegó a la conclusión de que los chiricahuas estaban formados por tres bandas: los segatajen-né [chokonen]; los tjuiccujen-né o gileños [bedonkohes]; y los iccujen-né o mimbreños [chihennes]. Cordero creía que los mimbreños era la banda más numerosa, consistente en dos grupos: los mimbreños del norte y los del sur).

* El 22 de marzo de 1789, después de dos meses persiguiendo a los apaches en febrero y marzo por la zona de Yepómera (municipio de Temósachi, Chihuahua) y Namiquipa (Chihuahua), el capitán Ramón Marrufo escribe: Llegué a este puerto dejando perdidos y muertos 68 caballos, bestias mulares y lo restante de toda la caballada ha quedado imposibilitada que morirá la más sin duda alguna por lo fatal de los temperamentos de los fríos y mieses, que ha experimentado en esta mi expedición de campaña que acabo de ejecutar.

* El 24 de marzo de 1789, Juan de Ugalde, gobernador de Coahuila y comandante militar de las Provincias Internas orientales, ataca un campamento de apaches mescaleros. (Ugalde había parlamentado con ellos durante varias semanas, convenciéndoles para que fueran al Valle de Santa Rosa [hoy Melchor Múzquiz, Coahuila], para después atacar su campamento. Capturó a 74, incluidos tres jefes, 23 guerreros, 29 mujeres, seis muchachos, siete chicas, y seis niños. Dos guerreros prefirieron morir luchando antes que rendirse, a los que cortaron sus cabezas. Los prisioneros fueron llevados a la cárcel de Santa Rosa, encadenando las piernas de todos los hombres.

Algunos oficiales de la frontera no estuvieron de acuerdo con utilizar esos métodos, pero el virrey Manuel Antonio Flórez lo aprobó. Ugalde dijo poco después: “Guiado sin duda de mi constante celo de aquella mano suprema e inescrutable a que están sujetos todos los aciertos, he conseguido en la mañana de este día matar dos indios mescaleros y poner en estrechas prisiones 76 [la suma da 74] piezas de ambos sexos y todas edades, que de la misma nación, tuvieron la osadía de presentárseme en este valle, a celebrar una nueva paz, tan pérfida como la que quebrantaron en el río Sabinas el día 8 de abril de 1788, e infringirán siempre que por nuestra parte se cometa el error de concedérsela […] allí propuse el uso de perfidia contra perfidia, engaño contra engaño y cautela contra cautela; por uno de los medios de que era preciso usar para concurrir por todos al exterminio de los enemigos más crueles que tiene contra sí la naturaleza”.

Seguidamente, el 20 de abril, expuso un nuevo plan al virrey para atacar las rancherías del jefe lipiyán Manuel Picax-ande Ins-tinsle, que desde hacía algún tiempo era aliado de los españoles, solicitándole permiso para atacarle. En esa época, los mescaleros, lipanes y otras tribus de apaches llaneros se encontraban en una situación difícil. Durante 70 años habían sufrido las incursiones comanches, causándoles fuertes pérdidas demográficas y territoriales. A partir de 1785, su situación había empeorado con la alianza entre comanches y españoles, atacando los primeros a los apaches cuando se atrevían a salir a las llanuras de Texas, mientras los españoles realizaban campañas desde Nuevo México, Coahuila y Texas contra ellos en las que utilizaban auxiliares coahuiltecos, navajos, utes, apaches jicarillas y nativos Pueblo. A pesar de la política oficial de atraer a los distintos grupos de apaches a los asentamientos situados cerca de los presidios, muchos de los oficiales de la frontera pensaban que el mejor modo de acabar con los apaches era exterminarlos.   

Ugalde dijo al virrey: Habiendo, en 31 de diciembre del año próximo anterior, ingresado en este valle [Valle de Santa Rosa, hoy Melchor Múzquiz, Coahuila] el capitán principal de la apachería, Manuel Picax-ande Ins-tinsle, y regresándose para sus rancherías el 3 de enero consecutivo, di a Vuestra Excelencia cuenta de lo que con él había tratado en mi oficio n.º 141 de 1 del mes actual…

… manifestaré a Vuestra Excelencia, los fundados recelos en que me hizo entrar este caudillo al tratarle de la próxima campaña para que me dispongo; el incremento que estos tomaron cuando profundé mis conocimientos sobre su conducta, los parajes en que los mescaleros la acriminan y comprueban, y por último, la necesidad e importancia de que abandonadas las esperanzas que yo propio funde en su paz, sean opuestos a semejante principio, nuestros subsesivos [sucesivos] designios.

La prevención que por conducto de los lipanes hice a Picax-ande Ins-tinsle, para que se me presentase a mi regreso del reconocimiento de las Provincias, no tenía otro objeto que el de imponerle en las operaciones con que por su parte había de concurrir al castigo y exterminio de los mescaleros, y por lo mismo fue este primer punto que le toqué, después de cumplimentado al llegar, pero como interesado él en una carneada de cíbolo [bisonte] para que tenía combinada la mayor parte de sus fuerzas, recibió mi proposición con frialdad, se desentendió de contestarla diciéndome que había venido solo por obedecerme, y que le importaba el regresarse al instante, porque dejaba con necesidad sus rancherías, y la tenían también las de los lipanes.

Fundados los primeros recelos que de la conducta del capitán lipiyán llegué a tener, en la indiferencia con que tomó el anuncio de su proximidad a operar contra los mescaleros, le referí la ingratitud de cuantos existían de paz en el río de Sabinas, con todo el horror de que es ella digna, pero esta pintura, que hecha una vez para manifestarle mi rigor, repetí muchas con el fin de sondear el corazón de Picax-ande, no aumentó en nada las primeras sospechas… y bajo el abrigo de sus rancherías a una considerable parte de la nación misma contra quien dirigía semejantes dicterios.

Dedicado, pues, a conocer las ideas de Picax-ande para con los mescaleros, fueron muchos, pero infructuosos, los medios que me propuse con el fin de lograrlo… Dispuesta la marcha de Picax-ande para el 3 de enero, le advertí la mañana del mismo día, que tenía destinado al alférez Casimiro Valdés para que le escoltase de regreso hasta sus rancherías, y que con este oficial irían desde San Fernando los soldados que él quisiera, pues acompañado de tan pocos indios, no quería yo que en el camino experimentase algún quebranto. Bastante trabajo costó él que admitiese esta oferta, pero al fin lo hizo con más repugnancia que voluntad; y advertido el alférez Valdés de las observaciones a que en realidad se dirigía su viaje, le emprendió entre dos y tres de la tarde, sin otro fin en el concepto del lipiyán, que el de escoltarle hasta sus rancherías…

… La tarde del 22 del precitado mes de enero regresó el alférez Valdés sin ninguna novedad, porque no siéndolo ya en mi concepto la falta de legalidad de Picax-ande Ins-tinsle, deseaba solo comprobar sus infracciones para fundar en justicia mis posteriores informes y consecuentes procedimientos. El diario que en este nuevo viaje formó el referido oficial… trae nuevos testimonios de la mala conducta del referido caudillo, pues descubierto en la noche del 18, Dabeg-silisete [jefe lipán], con el alférez Valdés confirmó esta [la mala conducta] en el baile del 19 y con la vista de alguna caballada en la mañana del 20; que los lipiyanes nos hacían la guerra en conjunto de los mescaleros, sendes, nit-axendes, y cachu-endes; que aunque personalmente no concurría a ella Picax-ande, la permitía y admitía gustoso el tributo de sus presas; y que por fin teníamos nosotros, con semejante seguridad, sobrada justicia para declararle la guerra.

Si para no detenernos un instante en tal rompimiento son necesarias mayores pruebas, se ocurrirá a los mescaleros apresados el 24 de marzo próximo anterior, que las facilitan con abundancia… Y yo añadiré ahora a ellos que al combinar Picax-ande en el paraje de Los Ahorcados el levantamiento de los mescaleros, confiesan Guifre-gusya y El-lite [El Quemado], que ofreció aquel llevarse el situado de caballada de la compañía de Aguaverde y estos el del presidio de la Bavia, y hecho, reunirse en Las Moras: Que unos y otros pusieron los medios para conseguirlo… pero que frustradas sus ideas en esta parte, tuvo únicamente efecto la reunión citada, de donde fueron todos juntos a la carneada del cíbolo.

Cuantos antecedentes se quieran buscar, deben resultar contrarios a un hombre cuyo corazón está tan corrompido del interés como distante de la verdad; yo he sido su único defensor y continuaría este empeño si viera guardada con sinceridad la paz que me pidió en las márgenes del río puerco el día 10 de julio de 1787, porque ella en este último caso debía producirnos efectos más ventajosos que los que se pueden sacar de la destrucción de los lipiyanes, pero infringida con perfidia, hace robusto el cuerpo de nuestros enemigos, les da un retirado asilo que por miedo de los comanches no tomarían sin semejante protección, y en una palabra, causa daños graves y trascendentales que se deben cortar de raíz…  Ilusorias, en efecto, cuantas experiencias prometía la paz del capitán principal de la apachería de Oriente, Manuel Picax-ande Ins-tinsle, y comprobada por distintas partes su infracción, creo, señor, que ha llegado el tiempo en que con las armas en la mano debemos tomar satisfacción de semejante conducta…

Nada juzgo ya de mayor importancia que el quitar a la apachería esta cabeza poderosa y respetable entre la oriental, por su antigua existencia al frente de ella, por su valor bien acreditado [en que creen los indios que nadie la iguala] y sobre todo por su dominio supersticioso que los conduce a obedecerle sin arbitrio; para lograrlo se presenta una ocasión propia la reunión de tropas que han de operar en mi próxima campaña, pues regresado Picax-ande Ins-tinsle de la carneada a que salió el 20 de enero, acaba de situar sus rancherías en el confluente que forman los ríos de San Rodrigo y San Antonio con el Grande del Norte, con que ínterin recibo las decisiones de Vuestra Excelencia sobre tan interesante particular, me dedicaré a conservar la reunión de los capitanes indios mescaleros que aún le siguen y a que experimenten el golpe que propongo a Vuestra Excelencia cuantos no sean lipanes.

El 20 de agosto de 1789, realizó una campaña contra los mescaleros y lipanes del suroeste de Texas. En el río Pedernales tuvo lugar una escaramuza con lipanes y mescaleros, y más al norte llegó, con la ayuda del gobernador de Texas, Rafael Martínez Pacheco, hasta el abandonado presidio de San Sabá [San Saba, San Saba County, Texas]. Martínez escapó por los pelos de morir a manos de unos lipanes que estaban de paso por San Antonio [Bexar County, Texas].

Ugalde atacó, una ranchería de mescaleros que ya habían pactado la paz, matando a todos los hombres, mujeres y niños a sangre fría, no dejando supervivientes y dejando sus cuerpos en el suelo a merced de los lobos y los buitres. Después de la masacre, los perros de la ranchería permanecieron allí, hasta que agotados de defender los cuerpos de sus dueños de la presencia de los carroñeros, fueron muriendo uno a uno.

Para contrarrestar esos actos, en abril de 1790, el nuevo virrey, Juan Vicente de Güemes, 2º Conde de Revillagigedo, ordenó a Ugalde dejar la comandancia militar en manos de Jacobo de Ugarte y Loyola, veterano de la frontera, cuyas ideas sobre el trato a los nativos coincidían con las suyas. No obstante, un resentido Ugalde, tardó en dar por terminada su campaña, dificultando los esfuerzos de su sucesor para concretar la paz con varias bandas apaches. Usando la crueldad más extrema, se empleó a fondo contra toda banda apache que tuvo oportunidad.

A partir de entonces, mescaleros y lipanes tuvieron cuidado en confiar en los españoles, aunque fingieran unirse a ellos y obedecer sus instrucciones. Los jefes apaches decían a sus guerreros: Cuídense muy bien de prestar oídos a las proposiciones de paz o de alianza que pudieran hacernos, pues solo se trata de artificios de los blancos…”).

* El 24 de marzo de 1789, tres apaches atacan un convoy que iba a la Ciudad de Chihuahua en un lugar llamado La Cueva (municipio de Rosales, Chihuahua), matando a un joven, vaciando la carga de harina y de maíz, de la que se llevan una parte, además de un caballo.

* En mayo de 1789, grupos de apaches realizan varios robos en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes (hoy municipio de Rosales, Chihuahua): el 4 de mayo, se llevan cinco vacas; el 8 de mayo, atacan el pueblo de San Pedro y la hacienda de San Lucas, matando tres bueyes y llevándose tres caballos; y el 11 de mayo, en el paraje llamado la Zanja roban varios caballos a Faustino Saen, quien les persigue matando a uno de los apaches y recuperando los animales.

* El 26 de junio de 1789, Fernando de la Concha, gobernador de Nuevo México, informa que varios apaches del río Gila y mescaleros de la Sierra Blanca (White Mountains Wildernees, Lincoln & Otero Counties, New Mexico) habían acudido a pedir la paz. (Los dos jefes principales de los gileños, Fecolve y Chaparón eran los únicos sobrevivientes de una matanza hecha por los españoles en el presidio de Janos [Chihuahua]. A pesar de que uno de ellos había sufrido una herida de bala en aquel suceso y corría el rumor entre su gente de que el gobernador Concha quería exterminarlos y apresar a los supervivientes, durante aquel verano y otoño estuvieron en paz. Pero los mescaleros, no solo continuaron atacando a los españoles, sino que realizaron una incursión contra los apaches del Gila, llevándose 18 caballos, por lo que, estos se ofrecieron para guiar a las tropas en la próxima campaña que efectuasen contra los mescaleros. Asimismo, los aliados navajos continuaron desempeñando tareas de exploración para los españoles).

* Entre el 17 de marzo y el 22 de julio de 1789, apaches lipanes y mescaleros asaltan tres asentamientos de la Provincia de Nuevo Santander, al sur de Texas. (Los apaches mataron a 25 personas y se llevaron siete cautivos en Laredo [Webb County, Texas], Revilla [Ciudad Guerrero, Tamaulipas] y Mier [Ciudad Mier, Tamaulipas]. También robaron 2.414 caballos, mulas, y reses; y 3.756 cabras, sumando unas pérdidas de más de 23.000 pesos, según el gobernador.

En Nuevo León fue parecido. Entre marzo y junio de 1789, lipanes y mescaleros mataron a un total de 43 personas, llevándose dos cautivos, produciendo innumerables daños).

* En julio, agosto y septiembre de 1789, grupos de apaches realizan varios robos en las cercanías de Santa Cruz de Tapalcomes ([hoy municipio de Rosales, Chihuahua]. (El 2 de julio, robaron cinco mulas y caballos del vecino Francisco Ramírez en la hacienda de San Bartolomé, y mataron dos bueyes, hiriendo cuatro más del arrendatario Pedro Valencia; el 10 de julio, se llevaron tres bueyes de Ramón Acosta en la hacienda de San Lucas; el 18 de julio, robaron tres caballos en la hacienda de San Lucas, y en San Pedro de los Conchos mataron a un peón de Patricio Domínguez, llevándose tres caballos y matando seis reses.

El 6 de agosto, atacaron las carretas que iban de la hacienda de San Lucas a la Ciudad de Chihuahua, matando a 12 peones, hiriendo a cuatro más y llevándose más de 100 reses, aunque luego se recuperarían 33.

El 1 de septiembre de 1789, robaron 15 yuntas de bueyes, matando a cinco de ellos y alanceando a otros tres, siendo perseguidos a caballo sin éxito a pesar de que los apaches iban a pie; el 16 de septiembre, mataron una vaca de Sebastián Flores; el 17 de septiembre, alancearon cerca de su casa un caballo del capitán Vicente Hortega; y el 19 de septiembre dos apaches [uno llevaba guaraches y el otro teguas] se llevaron cuatro bueyes de Patricio Domínguez en San Pedro de Conchos).

* El 13 de septiembre de 1789, un destacamento español al mando del teniente coronel Antonio Cordero emprende una campaña contra rancherías apaches ubicadas en Nuevo México. (El 13 de septiembre Cordero cruzó el Río Grande por un punto situado a unos 128 km al norte de El Paso del Norte [Ciudad Juárez, Chihuahua. Probablemente, lo cruzó por el San Diego Crossing entre Rincon y Radium Springs, Doña County, New Mexico], dirigiéndose al este, hacia la Sierra del Sacramento [Sacramento Mountains, Otero County, New Mexico], pasando por la Sierra de las Petacas [hoy llamadas San Andres Mountains; Socorro, Sierra & Doña Ana Counties, New Mexico].

Al pasar por la Sierra de las Petacas, sus hombres encontraron un gran número de huellas frescas que, tras seguirlas, les llevaron a donde había tres rancherías. Cordero dividió a sus hombres en tres grupos, atacando las tres a la vez. Después de un intenso combate, los españoles mataron a tres hombres y a una mujer, y capturaron a 29 personas [entre ellas Keoltjan, una sobrina del jefe chokonen El Compá], resultando muerto un soldado.  

Cordero dio descanso a sus caballos y el 15 de septiembre partió hacia la Sierra del Sacramento. Cuando estaban llegando a su destino, el 19 de septiembre, vieron huellas de un gran número de apaches. Cordero las siguió llegando a las cercanías del río Salado, un afluente del Río Grande, al norte del actual Magdalena [Socorro County, New Mexico], donde encontraron una ranchería. El informe de Cordero decía: A las  04:30 de la tarde del 21 del corriente mes, atacamos a muchos apaches que estaban acampados en las más escabrosas y enmarañadas áreas… los guerreros apaches aguantaron el primer ímpetu de nuestras tropas, como se vio con el fin de dar tiempo a sus familias a huir«. Cordero informó que los apaches lucharon bien pero fueron superados: «Ellos [los apaches] lograron herir a cuatro hombres y a algunos caballos, pero muchos de ellos resultaron heridos por nuestras tropas, por lo que huyeron precipitadamente, dejando muertos, un hombre, una mujer, y un niño. Les perseguimos con vigor, pero como el terreno era tan escabroso y la noche comenzaba a caer, solo pudimos coger 23 prisioneros [entre ellos la hermana de la mujer de El Compá], 20 animales y el resto de los bienes de la ranchería.

Al empezar a faltarles suministros, Cordero decidió dar la vuelta y dirigirse a El Paso del Norte sin terminar su campaña de exploración de la Sierra del Sacramento. El comandante general de las Provincias Internas, Jacobo de Ugarte y Loyola, felicitó a Cordero, pero le ordenó que cuando descansasen sus hombres volviese a salir para terminar el principal objetivo de la campaña, averiguar si había rancherías apaches, sobre todo de mescaleros, en la Sierra del Sacramento. 

Salió de El Paso del Norte el 31 de octubre con un destacamento de 275 hombres, entre los que se encontraban soldados presidiales, milicianos civiles, nativos auxiliares de El Paso, y lo que era más importante, 23 chiricahuas. Para intentar no ser detectado, Cordero avanzó por el norte, paralelo al Río Grande, llegando tan lejos como le aconsejaron sus guías, para luego girar al este y entrar en una zona que hoy se llama Valley of Fires [Lincoln County, New Mexico]. De allí, Cordero se dirigió a la Sierra del Sacramento desde el noroeste, sorprendiendo a los mescaleros. Cordero se enfrentó a los mescaleros en varios puntos, incluyendo un largo enfrentamiento en un lugar que los españoles llamaron la Laguna de la Victoria, posiblemente un gran estanque o pantano cerca del actual río Bonito [Lincoln County, New Mexico] o río Ruidoso [Lincoln & Otero Counties, New Mexico]. El choque debió de ser brutal, según el informe de Cordero: Tuvimos el 10, 11, 12, y 13 del corriente [noviembre] cinco enfrentamientos con los apaches faraones, dejando en todos ellos a estos enemigos totalmente destruidos, con el éxito de que ninguno de los que vivían en las rancherías atacadas escaparon, ni hombres ni niños, de modo que todos los que no se rindieron fueron pasados a cuchillo, a pesar del vigor con el que se defendieron y el coraje con el que querían tener su libertad. Dejaron sobre el campo 22 gandules [término con el que los españoles denominaban a los varones apaches] y siete mujeres, cuyas orejas envié a Su Señoría, y 69 personas capturadas, incluyendo en este número dos gandules, y toda su manada de caballos, perros y todas sus posesiones. Exultante por esta victoria, Cordero terminó su informe elogiando el valor de sus tropas al dar este sangriento castigo a estos bárbaros.

En cuanto a las dos mujeres capturadas, fueron inscritas para ser llevadas en una collera. El Compá fue a hablar con Cordero para pedir que fuesen liberadas. Cordero escribió a Ugarte, el comandante general, quien ordenó que las dos mujeres fuesen entregadas a El Compá, en consideración a su fidelidad y exactitud en las campañas).

* El 11 de diciembre de 1789, Francisco Javier de Enderica, alférez del Presidio de Fronteras (Sonora) sale de la Ciudad de Chihuahua hacia Ciudad de México con 180 apaches cautivos. (Eran 250, pero 70 habían muerto esperando en las celdas de la ciudad. La collera estaba formada por ocho hombres, 87 mujeres, y 85 niños. El Comandante General Jacobo de Ugarte y Loyola había ordenado a Enderica recoger a varios apaches de una anterior collera. Las órdenes escritas decían: En poder del capitán de la Milicia Vicente Olonio y el teniente Manuel Romano hay dos piezas medianas, fugitivos de la collera conducida anteriormente bajo el mando del alférez [cadete] Mariano Varela. Estos dos oficiales empezaron a cristianizarles y educarles, pero piensan que son demasiado mayores para ello y están demasiado cerca de la frontera para evitar que huyan, por lo que solicitan dos niños más pequeños. Los cambiaron por dos más jóvenes.

Antes de salir, el 9 de diciembre, un niño apache se puso demasiado enfermo para salir. Al día siguiente, otro niño se puso grave y antes de morir le llevaron a la capilla Nuestra Señora de Guadalupe para bautizarle. Murió esa misma noche, siendo enterrado en el cercano cementerio. El mismo día 11 de septiembre, Enderica informó: Cuando las mulas estaban siendo cargadas para la marcha, el sargento me dijo que una vieja mujer apache se había cortado la garganta. Se me informó que se preguntó a los presos si sabían por qué quería morir y ellos no pudieron dar ninguna razón. He cortado sus orejas y se las he enviado con la noticia al Señor Comandante General [Ugarte]. La eliminación de las orejas, manos y narices era una práctica común en los viajes con prisioneros apaches hacia el sur. A los apaches se les obligaba a mirar cómo los españoles cortaban los miembros a sus amigos y parientes. Cuando el sargento Antonio Griego informó del suicidio, anotó que la mujer se había matado con un belduque [cuchillo] que ella tenía. Nadie sabe como consiguió o pudo ocultar el cuchillo.

Enderica salió con una collera de 141 apaches el 11 de septiembre, escoltada por 24 hombres de la 3ª Compañía Volante al mando del sargento Antonio Griego. Se dirigieron al sureste, empleando tres días en recorrer los 164 km que había hasta el puesto de Nuestra Señora del Pilar de Conchos [Valle de Zaragoza, Chihuahua]. Durante el trayecto, fallecieron tres cautivos, de ellos dos niños, y otros dos que dejaron atrás porque estaban enfermos. En Pilar de Conchos recogieron a otros 39 apaches junto a seis soldados del Presidio de San Carlos de Cerro Gordo [Manuel Benavides, Chihuahua]; 16 soldados del Presidio del Norte [Ojinaga, Chihuahua]; y otros seis del Presidio del Príncipe [Coyame, Chihuahua], todos a cargo del cabo Fermín Uribes.

Sin embargo, a los soldados a cargo de Uribes se les había ordenado llevar a los prisioneros solo hasta la Hacienda de Santa Catalina, donde debían unirse a la escolta que debía llevar la manada de caballos para los diferentes presidios del norte al mando del sargento Valentín Moreno. A partir de ese punto, Enderica únicamente dispondría de los soldados de la 3ª Compañía Volante para custodiar la collera hasta Ciudad de México. Salieron de Pilar de Conchos el 18 de diciembre, cubriendo de 24 a 32 km por día. Durante los siguientes 22 días, pasaron por una serie de haciendas, ranchos, y pequeñas poblaciones, teniendo ocho bajas más, incluyendo la muerte de cuatro niñas y una mujer; con un niño, una niña, y una mujer adulta que dejaron atrás enfermos.

El 10 de enero llegaron a Durango, la primera ciudad importante a lo largo de la ruta, donde la collera pasó tres días descansando. Allí murieron dos apaches más, un muchacho al que dieron el nombre de Pedro de la Cruz, y María, una mujer nativa del Gila. Fueron bautizados antes de morir, siendo enterrados en el cementerio de la ciudad.

Durante los siguientes días, la collera fue hacia el Real de Sombrerete [Zacatecas] donde recogieron a una anciana mujer apache de una anterior collera que habían dejado allí enferma, pero ya estaba curada. Ya de camino, tres muchachos más fallecieron y otro niño y una mujer fueron dejados atrás. El 21 de enero, llegaron a Fresnillo [Zacatecas] en medio de una fuerte inundación. Durante los siguientes tres días, murieron nueve prisioneros [cuatro mujeres y chicas, y cinco varones, tres de ellos de menos de 12 caños y un bebé de solo dos meses]. Además, dos mujeres más estaban demasiado enfermas para ir muy lejos. Ante la posibilidad de que hubiera una enfermedad contagiosa, Enderica contrató a un doctor para atender a los prisioneros apaches, pero se desconoce si su trabajo tuvo algún éxito.

La collera llegó a la ciudad de Zacatecas, donde siguieron falleciendo más apaches. El 26 y 27 de enero, cinco varones apaches fueron bautizados antes de morir. Además, José Francisco de Castañeda, uno de los concejales de la ciudad, tomó a su cargo a un niño llamado José, quien estaba demasiado enfermo para continuar. Cuando la collera llegó a la Hacienda del Señor San José de Tlacotes [municipio de Ojocaliente, Zacatecas], fallecieron una mujer apache de 70 años y un niño de unos seis. Al día siguiente, 29 de enero, Mariano Elías Beltrán, un terrateniente de la zona, expidió un documento certificando las muertes y enterramiento de un prisionero llamado José Miguel, de una mujer de 60 años, de un muchacho de 15 años, otro de nueve, y dos bebés de dos y cuatro meses que murieron en el Puesto de San Francisco y enterrados en la Hacienda de San Juan, propiedad de Elías.

El 30 de enero, Enderica y su collera llegaron a la ciudad de Aguascalientes, escribiendo en su diario: En este lugar he hecho un descanso a consecuencia de la enfermedad en la collera. Pidió ayuda al padre Pedro Cardozo, prior del Convento de San Juan de Dios, cuyos miembros estaban a cargo del Hospital de San Juan, donde ingresaron 10 mujeres apaches con dolores en el costado. Como Enderica tenía que seguir, uno de los oficiales de Aguascalientes, Pedro Herrera y Leyva, se encargó de su mantenimiento y enviar la factura a las autoridades militares. Otras seis mujeres, una muchacha, y un muchacho de 10 años fallecieron en esa población, siendo bautizados y enterrados. Un muchacho de unos 14 años falleció sin ser bautizado, siendo enterrado en el campo. Enderica partió el 1 de febrero y 10 días después, Cardozo informaría que solo una de las 10 mujeres que había dejado en el Hospital había sobrevivido.

A partir de entonces, la collera pasaba cada noche en poblaciones más grandes y pasaba por zonas más densamente pobladas. Pero los apaches continuaban muriendo. Dos muchachos fallecieron en la ciudad de León. En Silao [Silao de la Victoria, Guanajuato] fallecieron un hombre y un niño, dejando Enderica en esa localidad a cuatro cautivos … tres pequeñas piezas… dos llamados José y la otra María Josefa, junto con una muchacha de 16 años que no se sabe su nombre porque todavía no había sido bautizada. Un hombre falleció en Celaya [Guanajuato] y en San Juan del Río [Querétaro] murieron un hombre, una mujer llamada María Francisca y su pequeño hijo, los dos bautizados antes de morir. El 15 de febrero, fallecieron José, un niño, una madre y un bebé. Tres días más tarde, en las cercanías de Ciudad de México, José Antonio, un niño de unos 10 años, fue bautizado antes de morir. El 19 de febrero, ya en la capital, falleció una mujer cinco horas después de ser bautizada, pero cuyo nombre no fue registrado.

De los 180 apaches con los que Enderica empezó el viaje, habían perecido 70 [los ocho hombres, 29 mujeres, y 33 niños, incluyendo varios recién nacidos]. Otras 11 mujeres y 14 niños fueron dejados enfermos por el camino [10 de las mujeres fallecieron poco después]. Si la causa de tantas muertes fue una enfermedad contagiosa, no afectó a los soldados de la escolta. De los 70 muertos, 55 fueron bautizados antes de morir y enterrados, según la doctrina católica).

* El 12 de diciembre de 1789, el sargento Antonio Treviño, destinado en el presidio de Nuestra Señora de Loreto de la Bahía (Goliad, Goliad County, Texas) realiza una expedición contra los karankawas (pueblo que habitaba la costa este de Texas) y contra los apaches lipanes.

* Durante todo el año de 1789, las bandas chihennes de los hijos de Natanijú y de los dos hermanos Manta Negra, el Viejo y el Joven, asaltan por amplias zonas del interior de Chihuahua, llegando hasta más al sur de la capital. (Cerca de Namiquipa [Chihuahua] atacaron un destacamento español en dos asaltos consecutivos, matando a dos soldados, hiriendo a 15, y matando 26 caballos, aunque perdieron dos guerreros.

A finales de año, dos destacamentos, uno al mando del capitán Antonio Cordero y otro al mando del teniente José Manuel Carrasco, salieron tras ellos. Estuvieron en campaña 40 días, informando que habían matado o capturado a 241 apaches, y recuperando unos pocos cautivos. Esta campaña hizo que los chihennes fueran hacia el oeste, hasta la Sierra Madre.

Esta campaña también tuvo otra consecuencia, En diciembre, el jefe chihenne Squielnoctero, también conocido como Esquielnoctén y Jasquienelté, y su familia pidieron la paz en el presidio de Janos [Chihuahua] y a finales de año, más de 200 chokonen residían en Bacoachi [Sonora], y algunos gileños [bedonkohes y chihennes] y mescaleros de la Sierra Blanca [Lincoln County, New Mexico] habían hecho la paz en Nuevo México).

1790

A principios de 1790, el jefe chokonen El Compá, que comenzó a colaborar con los españoles en 1788, se convierte en el principal líder apache de Janos ([Chihuahua]. Anteriormente, El Compá había recibido raciones en Bacoachi [Sonora]. Hizo de explorador para los españoles e intermediario con otros jefes apaches. El Compá vivió permanentemente en Janos desde este año hasta su muerte en julio de 1794. Su ranchería contaba de 42 a 77 personas, acampando con frecuencia dentro de los muros del presidio. Dos de sus hijos se convertirían más tarde en prominentes líderes apaches. Juan Diego se hizo cargo del grupo cuando murió su padre, y Juan José fue, tal vez, el apache más importante en el distrito de Janos en la década de 1830.

El Compá se había presentado en Janos por un buen motivo. La Corona había dictaminado que fuera Cuba el destino final de los apaches prisioneros, excepto los que se rindieran voluntariamente. La campaña, en la que El Compá se había rendido, habían sido capturados 125 apaches en diferentes enfrentamientos. El comandante general había decidido enviarles a Ciudad de México. La gente de El Compá podía quedarse en Bacoachi al haberse rendido previamente, pero decidió trasladarse a Janos por el rencor que pudiera producir en los familiares de los que iban a ser llevados en collera.

En marzo de 1790, El Compá, después de venir de campaña con otros siete apaches chokonen, al mando del capitán Domingo Díaz, fue enviado a encontrar a Ojos Colorados y convencerlo de que firmase la paz. Ojos Colorados llegó a Janos el 21 de marzo con nueve hombres y una cautiva española para cambiarla por algunos caballos. También pidió a Antonio Cordero la liberación de una mujer capturada, esposa de uno de sus guerreros, que estaba cautiva en San Buenaventura, intercambiándola por dos niños cautivos españoles. No pudo conseguir la liberación del hijo de su hermano Tagaquechoe, capturado en enero de 1788 porque había sido enviado a La Habana. Las autoridades españolas iniciaron una búsqueda por Veracruz y Cuba sin resultado positivo. Muchos morían antes de llegar debido a las enfermedades, el largo viaje encadenados y por actos de venganza de los soldados. Aparentemente satisfecho, Ojos Colorados firmó un acuerdo de paz y a finales de mayo toda su ranchería estaba en paz en Janos, comprometiéndose a asentarse cerca del presidio, a no realizar ningún ataque a asentamientos españoles, a participar en campañas contra apaches hostiles y a no protegerlos. También convenció a su pariente Jasquienachi y al viejo Natanijú para asentarse en Janos y unirse a El Compá, firmando sendos acuerdos de paz.

Ese verano, a propuesta de El Compá, Cordero ordenó que una mujer apache capturada en una campaña anterior fuera entregada al joven chokonen Nac-cogé [también llamado Napé o Najoee] pero conocido entre los españoles como El Güero debido a su cabello claro. Fue miembro de la ranchería de El Compá en 1791-1792 y, aunque solo tenía 15 años en ese momento, era considerado como un jefe. Se convirtió en cabeza de su propia ranchería en 1793, cuando muchos apaches se trasladaron de Bacoachi a Janos sumando más de 50 personas en su ranchería hasta después de 1800. Poco después, se trasladó a Bavispe [Sonora] y solo visitó Janos ocasionalmente. A finales de la década de 1820, acamparon en las minas de Santa Rita del Cobre [Santa Rita, Gran County, New Mexico]. El regalo a El Güero fue debido a los buenos servicios de El Compá, según anotó Cordero.

Durante el otoño, cuando El Compá estaba explorando para un destacamento español cerca de la Hacienda del Carmen [municipio de Buenaventura, Chihuahua], detuvo a dos de sus exploradores pertenecientes a la banda de Manta Negra, el Viejo, porque habían advertido a una ranchería de su inminente ataque. Uno de ellos consiguió escapar, pero el otro fue capturado por El Compá y presentado ante el sorprendido oficial español en El Carmen. Los servicios de El Compá suponían buenos beneficios para su familia, ya que sus esposas recibían una ración extra de carne de cordero y él era premiado con la construcción de una casa de estilo colonial dentro de los muros del presidio.

Un año después, El Compá pidió al nuevo comandante general que liberase a varios de sus parientes tomados cautivos en una reciente campaña. El comandante general separó a los familiares de El Compá del resto de los que iban a ser trasladados en collera a Ciudad de México, pero solo liberó a uno, a Juan Diego, el hijo de El Compá, manteniendo al resto en Chihuahua como “aviso” para que los que estaban en Janos permanecieran en paz. Si así lo hacían, les serían entregados más adelante. A finales de 1790, los españoles capturaron a la mujer, hijos y demás parientes de Gimiguisen. Cordero esperaba que estas pérdidas obligaran a Gimiguisen a buscar la paz y luego participar en las siguientes campañas. No se sabe si Gimiguisen lo hizo, pero estas tácticas obligaban a muchos apaches a asentarse en Janos y unirse a El Compá).

* El 9 de enero de 1790, el comandante general Juan de Ugalde, al frente de soldados españoles y de unos 100 comanches y nativos del Norte (tonkawas, vidais, orcoquizas, hasinais y otras tribus) ataca una ranchería apache en la que había más de 300 lipiyanes, lipanes y mescaleros, dando muerte a dos jefes, 28 guerreros, 28 mujeres y un niño, en el Arroyo de la Soledad (hoy Sabinal, Uvalde County, Texas [se conocerá después por cañón de Ugalde y de él deriva el nombre del condado y ciudad de Uvalde]. Los españoles capturaron a otros 30, además de llevarse 800 animales, entre caballos y mulas; mientras solo tuvieron dos muertos y cuatro heridos. Los apaches se refugiaron cerca del Río Grande, pero allí serían atacados, en el futuro, por los comanches. El virrey solicitó al ministro de Indias la destitución de Juan de Ugalde como comandante general de las Provincias Internas orientales, por sus prácticas crueles con los nativos. Tras ese enfrentamiento, Ugalde se dirigió a atacar los asentamientos lipanes en la Sierra de Guadalupe [Guadalupe Mountains, Hidalgo County, New Mexico]. El 11 de octubre de 1851, el periódico “El Zurriago” publicó el documento de esa acción: “Documento Histórico perteneciente al reinado de Carlos IV. Provincia de Texas. Año 1790. Extracto del ataque que dio el señor comandante general de las provincias del Oriente, coronel Juan de Ugalde a la nación lipana y los apaches unidos, el día 9 de enero, en el Arroyo de la Soledad, y lo que le ocurrió al gobernador de Texas, Rafael Martínez Pacheco, con los que mató y aprisionó de los lipanes, antes de que se atacaran, los que venían a explorar nuestros ánimos, y si había salido tropa para este fin.

El día 9 de enero atacó el señor comandante general en el Arroyo de la Soledad, a la nación lipana, y apaches unidos, a los  que dejó destruidos y despojados de todos los bienes que poseían, cogiendo mujeres e hijos, y muchachos, habiéndose puesto todos en fuga viéndose atacados por su señoría, haciendo prisioneros a unos, muerto a otros, y los demás errantes.

De este presidio concurrieron al ataque 44 hombres de tropa y 52 vecinos, no relatando todo lo ocurrido; y solo sí digo, que en 35 años que tengo de conocimiento práctico en estas provincias, no ha habido superioridad que haya resuelto a atacar el cuerpo de una nación tan respetable como la lipana, con las demás naciones apaches unidas, que han hostilizado todas estas provincias hasta lo interior del reino, contrarrestando a todas las naciones del Norte, y a las provincias del Oriente con sus colindantes, pues cuando han pensado los gobernadores que merecían un castigo semejante, para contenerlos en su orgullo, proyectaban y pedían 500 hombres solo para atacar a los lipanes: así consta en estos archivos; pero tuve la satisfacción, desde que mataron al teniente Curbelo en las inmediaciones de su rancho, indefenso, y en los Almagres a unos pobres paisanos, de proporcionarles el castigo merecido, como se verificó el día predicho, teniendo el sufrimiento de haber recibido con agrado a tres indios de esta nación la noche del día 5 de diciembre, que entraron a la misión de San Antonio, por encima de la muralla, a donde fui con siete soldados y un oficial, entrando a hablarles solo y dejando la tropa fuera, ocupando los puestos por donde pudieran hacer su fuga, y hablando con ellos me di por satisfecho que no habían hecho las muertes los de su nación, con lo que quedaron sin recelo alguno dejándolos satisfechos y en la misma misión, convidándolos para que viniesen a verme al presidio el día siguiente, lo que verificaron, y cuando se quisieron volver a dar parte a sus capitanes yo quedaba contento y los españoles también, habiendo echado un bando el mismo día, para que ninguna persona se sintiera de ellos y les manifestara agravio, y cuando se quisieron despedir dos de ellos y quedarse el otro, los regalé y obsequié a su satisfacción.

El día 21 de dicho mes, por la noche, me llegó aviso del señor comandante general, que se hallaba sobre el terreno del antiguo presidio de San Sabá [San Saba, San Saba County, Texas], a donde le mandé el 24, los 44 hombres de tropa, y 52 vecinos, pues venían con el designio de atacar a los lipanes y demás naciones unidas, y el que se llamaba Joaquín, indio lipán que se había quedado, lo quiso llevar el alférez Urrutia en su compañía por ser su amigo fiel, hasta que llegó la ocasión de haberle tirado un chuzazo [herida hecha con el chuzo o lanza] de muerte en la marcha, estando cercado de la tropa y vecinos que iba mandando dicho alférez, tirándole a la caja del cuerpo, pudo libertarse de que lo atravesara, pero lo verificó en un muslo, de lo que está padeciendo todavía, pero le dieron al indio la pronta muerte que merecía: a este suceso se siguió otro más funesto, pues habiendo entrado en este presidio el día 29 del mismo, por la mañana se vinieron en derechura a meterse en mi cuarto, seis indios de armas de esta nación, y hallándome en cama de calenturas, me saludaron por señas, les correspondí que yo estaba muy malo, y como lo manifestaba por el semblante lo creyeron, les mandé dar de chupar [fumar], en el ínterin me fui vistiendo, al parecer de ellos despacio, mandando al mismo tiempo llamar al intérprete y, cuando llegó este, yo ya estaba en pie, y preguntándoles a qué venían y en donde estaba su gente arranchada, me contestaron que venían a verme, y que los de su nación estaban en los Caños de las lomerías [lomas] de Medina [?], y que venían muertos de hambre: con este motivo me acerqué a la inmediación de la cocina, con lo que pude conseguir hablar a un soldado de los que escriben en la secretaría, para que avisara a la guardia y enviaran secretamente 12 hombres de tropa con armas cortas, que se introdujeran por la espalda de la casa, en el zaguán [parte de una casa inmediata a la puerta principal de entrada] de la cocina, que aunque todo se hizo pronto y seguido, esta maniobra no dejó de dilatarse, lo que dio tiempo a que los indios quisieran salir, pero los detuve con que la carne se estaba asando para que comieran, saliendo hasta la puerta del cuarto de mi asistencia para pedirla, con lo que tuve ocasión de hacer una seña para que entrara la tropa, luego que verificaron la llegada a la puerta, los mandé amarrar, y con esta demostración metieron mano a sus armas que traían ocultas, de belduques [puñales] y flechas, y no queriéndose rendir, a puro golpe se les fueron acabando las fuerzas, y el principal de ellos que se llamaba Santa Rosa, a quien le puse la boca de la escopeta montada en el pecho, no se quiso rendir, y por no matar a alguno de los nuestros, no le tiré, con lo que tuvo lugar de afianzarme a brazo partido por la cintura, y aunque no le quité la escopeta del pecho, no le pude tirar porque estaba un vecino asido de él y el indio gobernador de la misión de San Antonio [Bexar County, Texas], y todos los demás bregando con los indios en menos terreno de seis pasos todos, después de largo rato y mucha fatiga, pude coger la espada, con la que le atravesé la caja del cuerpo, y tocó la punta al expresado indio gobernador en un vacío, fue el primero que murió, y los otros cuatro tuvieron el mismo éxito, y el que quedó con vida, aunque maltratado, se llevó preso a la guardia, cuando se llevaron muertos y arrastrando al mismo tiempo sus compañeros, quedando la corta pieza de mi cuarto llena de sangre como si hubieran degollado cinco toros, pues mi cama, las paredes, sillas y mesas, quedaron ensangrentadas, y el suelo hecho un charco: estos indios venían a saber nuestros ánimos, y si había salido tropa y vecinos, para dar aviso a los de su nación, pero quiso Dios que ninguno escapó para poderlo verificar, y no lograr el jefe darles un golpe, como el que experimentaron. A los ocho días de este suceso y no regresando estos indios a sus pueblos, enviaron dos de su nación y fueron a averiguar el paradero de estos a la misión de San José, y como allí tenían un soldado haciendo de cabo de los indios de dicha misión y vecinos agregados, los dejaron entrar y a puro golpe los rindieron, y así me los condujeron amarrados a mi presencia, que los mandé asegurar en la guardia: a pocos días vino un indio con su mujer con mucho arte y habilidad, manifestando que venía a restablecerse a la misión de San Antonio, de donde se habían ido antes, los que también aseguré en la guardia y no lograron ni unos ni otros de estas tres partidas últimas, llevar aviso a los de su nación, de lo que por acá pasaba, por lo que no supieron que se les iba acercando su ruina por mano de nuestro jefe el señor comandante general, coronel D. Juan de Ugalde con su tropa; véanse cuantos sucesos y antecedentes hubo para lograr nuestro referido jefe darle un golpe a este cuerpo de nación tan ventajosa a todas las del Norte, y tan propincuo [cercano] a las provincias de su mando y sus colindantes a las que tenía en respeto esta nación.

No solamente logró este jefe el aterrar esta nación lipana, y sus aliadas, después de haberlas despojado de todos los bienes que poseían, y todas las tiendas que formaba su opulento y extendido pueblo, sino que quedó en la opinión de la nación comanche, y de los dos indios taguayazes [wichitas], y taguacanes [tawakonis, emparentados con los wichitas] que también se hallaron en el ataque, de que no habían visto españoles de más resolución y atrevimiento para pelear; que conocían también, que era por el miedo y subordinación que le tenían al capitán grande, que con otros no habían de ser tan guapos ni valerosos; pues lo mismo acometían a pie que a caballo, que ellos habían peleado con los apaches muchos contra pocos, y no los habían podido hacer que se pusiesen en fuga, como lo habían visto en esta ocasión con los españoles, que los indios de la nación taguayas, guichitas, taguacanes [los tres wichitas] y flechazos [?], los habían atacado todos juntos en el río de los Pedernales poco tiempo antes, y los habían rechazado con pérdida de más indios muertos que de los apaches, por lo que comprenderá cuántas ventajas y lauros sacó nuestro jefe y sus tropas, con todas las naciones amigas y enemigas, y al saber estas noticias cuatro capitanes y algunos indios de las dichas naciones taguayas, guichitas, taguacanes y flechazos, vinieron a verme para que los llevara a su campo a conocer al capitán grande, nuestro comandante general, lo que verifiqué el día 21 del mes anterior, llegando a su presencia con dichos capitanes el 22 por la tarde, y nuestro jefe los recibió con tanto obsequio y agrado, que los llenó de satisfacción y complacencia, pidiéndole que les hiciera el gusto de que pudieran llevarlo retratado para estarlo mirando siempre, y que lo conocieran todos los indios y familias de sus pueblos; lo mismo le pidieron los capitanes de la nación comanche, para cuyo fin le llevó unos chimales a nuestro jefe, en que estaba retratado en dos partes en cada uno, con lo que lograron cuanto deseaban, expresándole que no les quedaba otro deseo más que verlo en sus pueblos como lo vieron, la numerosa nación de los comanches, no se fueron desconsolados, porque les dijo lo podrían verificar, luego que acabase con las naciones apaches unidas, que andaban ya sueltos y dispersos, y se despidieron conmigo de su señoría el 24 bien obsequiados.

Presidio de San Antonio de Béjar, 28 de febrero de 1790. Rafael Martínez Pacheco, gobernador de Texas”. [Las fuerzas que entonces tenía a su disposición eran dos compañías presidiales: la 1ª mandada por el capitán Francisco Ordoñez; y la 2ª por el capitán Santiago de Ovando, y ambas componían una fuerza de 90 hombres, que costaba al gobierno español 670 pesos mensuales]).

* En 1790, el alférez Pablo Sandoval, sale de Santa Fe (Santa Fe County, New Mexico) para realizar una campaña contra los apaches. (Un oficial español dijo de los apaches: “Escalan montañas casi inaccesibles, cruzan desiertos áridos para agotar a sus perseguidores, y emplean infinitas estratagemas para eludir los ataques de sus víctimas”).

* Durante la noche del 25 al 26 de enero de 1790, un grupo de 117 apaches establecidos en Bacoachi (Sonora) abandonan dicho lugar, supuestamente alentados por José Reyes Pozo, uno de los apaches fugados, de quien se decía que alteraba a los nativos conespecies sediciosasy producciones perversashabiéndoles convencido de que los españoles querían matar a todos los apaches. (Los antecedentes personales de Pozo se ajustaban a esta acusación, por lo que parecían fortalecer la hipótesis de su culpabilidad, según se pensó en el proceso a que fue sometido. Se trataba de un apache que había sido capturado cuando tenía cerca de 14 años de edad, siendo trasladado a la misión de Huásabas [Sonora] donde fue criado por una pareja de ópatas, recibiendo el bautismo de manos del franciscano Diego Pozo, de quien tomó el apellido. El 8 de octubre de 1785, cuando contaba con cerca de 20 años de edad, se alistó en el presidio de Bavispe [Sonora]; un año más tarde, el 1 de noviembre de 1786, sería trasladado al presidio de Bacoachi, de donde desertó el 20 de junio de 1787 retirándose a vivir a la sierra durante casi un año. Al término de ese tiempo se presentaría voluntariamente en Bavispe, entregándose al comandante de dicha compañía, quien lo llevó a Janos [Chihuahua] ante el comandante general; tras ser perdonado fue nuevamente admitido en el servicio militar en Bavispe el 1 de julio de 1788. De ahí pasaría a Bacoachi el 1 de agosto de 1789, donde permaneció hasta la noche de su segunda deserción. En octubre de 1790 fue capturado por un grupo de apaches alistados en el presidio de Bacoachi que habían salido de campaña por orden del intendente Enrique Grimarest. Tras su arresto fue conducido a Arizpe [Sonora] donde se le instruyó un proceso en el que se le encontró culpable de los cargos de incitar a la fuga de los apaches y de desertar por segunda vez, sentenciándolo a morir “pasado por las armas”. La causa de Pozo desembocaría en una amplia discusión entre autoridades de la provincia, del virreinato y del Consejo de Guerra del rey, baste decir que aun cuando se liberara a Pozo del cargo de incitar a la fuga de los apaches, el principal conflicto estribaba en la severidad y la ejemplaridad del castigo que debía recibir por su deserción y por los delitos cometidos durante su estancia en la sierra. La resolución de la causa implicaba una grave dificultad, puesto que se tenía en cuenta que de imponerse la pena capital, al ser “afectos y parientes de Pozo, los chiricaguis, era de temer se alzasen, y que les siguiesen indefectiblemente todas las otras parcialidades, perdiéndose en muy poco tiempo las ventajas conseguidas a costa de muchos años, volviendo la provincia a inundarse de enemigos que la hostilizasen”. A final de cuentas, el 13 de septiembre de 1798 el rey aprobó el parecer de su Consejo de Guerra, el cual desestimaba la pena inicial de horca, sentenciando, en cambio, a Pozo a sufrir 10 años de cárcel en Sonora y el destierro definitivo al término de dicho periodo.

Al margen del destino que pudo tener Pozo, interesa conocer las razones y los conceptos con que los diferentes involucrados en esta historia describían sus pormenores y justificaban o reprobaban las andanzas del acusado. Un primer rasgo importante de estos testimonios es que los testigos y los fiscales de esta causa veían en Pozo a un soldado que había participado tanto de las obligaciones como de las prerrogativas [sueldo y alimentos] de su condición; en segundo lugar veían en él a un apache criado entre ópatas y solo un par de testigos pensaban en él como cristiano. Estas declaraciones hacían énfasis en la imagen del soldado desertor, pues destacaban el hecho de que en el enfrentamiento previo a su detención Pozodespedía flechas con bastante frecuencia” tratando de evitar su captura. Cobijado por otros apaches, Pozo se había dedicado a robar bestias con sus “compatriotas”, y en general andar “haciendo daño y hostilizando la provincia”; para agravar su situación se había pasado a vivir con los enemigos, andando “alzado con ellos en la sierra”.

Por su parte, a pesar de haber pasado poco más de seis años al lado de una familia de ópatas cristianos, Pozo se presentaba a sí mismo como apache. Pero no solamente partía de esta afirmación, sino que manifestaba su abierta preferencia por la vida errante y no veía inconveniente en que alguien en su situación volviera al monte porque “en la sierra en que estaba no hacía nada” y que únicamente estaba acampado en las sierras de Pitaicachi y Batepito [las dos en Sonora]. No obstante, Pozo aceptaba haber participado en alguna ocasión en ataques contra los españoles, diciendo: “... que de arriba de Mátape [Sonora] para donde se mete el sol, se trajo tres caballos en compañía de otros tres apaches; que en Oposura [Sonora] pegado a la sierra mató una vaca en compañía de cinco apaches; otras dos vacas en dicho Oposura, que cerca de Pívipa [Sonora] atacaron una partida de caballada que llevaban unos españoles de los que mataron uno, [y] se llevaron un capote, pero que… aunque vio matar al Cristiano no se halló en la función, pues estaba con otros tres muchachos en lo alto de la sierra; que no ha matado a ninguno, ni los apaches que andaban con él ha visto hayan hecho muerte alguna; que de Mátape robaron 12 o 13 bestias, de las que le tocaron las tres que lleva referidas, y las demás las cogieron los apaches que le acompañaban, y se las quitaron los españoles […] Que debajo de Aconchi [Sonora] mataron dos vacas en compañía de otros tres apaches; en Jamaica [Sonora] robó otros dos caballos con cuatro apaches; que no ha hecho más daño que el que lleva referido”.

Pozo dio sus razones para abandonar el servicio militar y la vida en Bacoachi regresando de nuevo a la sierra: “Vivir en Bacoachi era pesado por las obligaciones del servicio y porque ‘no podía dormir a gusto’. Al igual que él, los demás apaches se habían ido sin necesidad de que alguien les impulsara a ello, pues simplemente se iban de Bacoachi porque les daba la gana”. Demostraba este argumento la facilidad con que para este apache se daba la unión entre el poblado y la sierra, lo mismo participando en los ejercicios militares de la compañía del presidio que en el pillaje en contra de los habitantes de Sonora.

El defensor de Pozo [Juan Franco, alférez del presidio de Tucson] se apoyaba en esta conducta repetida de manera frecuente por los nativos recién incorporados a la vida en los pueblos de Sonora. Por su naturaleza y carácter inconstante, el acusado no podía dejar de ser considerado un “legítimo apache”, habiendo vivido entre su gente el tiempo suficiente “… para hacer campañas a los españoles y respirar contra ellos aquellos sentimientos de venganza e infidencia a que los constituye su falta de religión, dañadas y bárbaras costumbres, y aunque desde la expresada edad que lo hicieron prisionero se mantuvo entre nosotros hasta la de 22, no fue bastante para que abandonase el amor e indignación  que ya tenía contraída a los de su nación, como se deja ver en las repetidas fugas que hizo a ella”.

También el auditor de guerra de la comandancia de las Provincias Internas argumentó que la amistad y el parentesco eran las principales causas de la conducta de Pozo. No podía esperarse, decía este oficial, que habiendo sido capturado en edad avanzada y bien identificado con sus costumbres de apache, Pozo tuviera por delito el seguir y acompañar a los apaches; “antes bien, estaría persuadido que por este medio recobraba su natural libertad, a lo que no dejarán de contribuir la prontitud y la facilidad con que se le perdonó la primera fuga”. Era asimismo probable que Pozo hubiera respondido a “alguna particular amistad y trato ilícito que por ser mozo es muy regular, tuviese con alguna joven apache, que le sería muy difícil y sensible abandonarla, y su pasión le arrastraría a seguirla y acompañarla sin que nada bastase a detenerle”).

* En algún momento del mes de febrero de 1790, un gran grupo de apaches mescaleros llega al Presidio de El Paso del Norte (Ciudad Juárez, Chihuahua) pidiendo parlamentar. (Estaban liderados por los jefes Alegre, Volante, y Bigotes el Bermejo [la historiadora Nancy McGown Minor le clasifica como apache lipán]. Venían en busca de protección ante los continuos ataques que sufrían por parte de los comanches y los españoles, esperando obtener un acuerdo de paz con el teniente gobernador de la provincia de Nuevo México, Francisco Javier de Uranga, algo que las autoridades españolas del este se negaban a concederles. Los tres jefes enviaron mensajeros a las rancherías más distantes pertenecientes a otras bandas. Bigotes el Bermejo envió a su hijo a parlamentar y después de una serie de tensas negociaciones, las rancherías de Domingo, Patule y Bigotes el Bermejo accedieron a asentarse cerca de El Paso del Norte, pero poco después, por  razones desconocidas, se fueron hacia el Llano Estacado. Su partida confirmó a Uranga que estos mescaleros eran incapaces de mantener relaciones pacíficas.

En junio, dos mescaleros llegaron a las afueras del Presidio de El Paso del Norte. Cruzando a nado el Río Grande se presentaron con la intención de parlamentar, llevando un mensaje de su jefe Nzazen, también conocido como Barrio, un importante líder que vivía en la Sierra del Sacramento [Sacramento Mountains, Otero County, New Mexico]. El comandante español enseguida se percató de la importancia del mensaje. Nzazen quería mantener conversaciones de paz.

Para Uranga, la llegada de estos dos mensajeros representaba otra oportunidad para la paz. Recientemente, había supervisado la partida de una collera con un importante número de mescaleros que habían sido capturados por Antonio Cordero el invierno anterior, en una de sus exitosas campañas contra los apaches. Es evidente que Nzazen pretendía recuperar a sus familiares y alcanzar algún tipo de acuerdo que pusiera fin a las recientes hostilidades. Las conversaciones duraron varias semanas, al final de las cuales, en julio, el mismo Nzazen estuvo presente. Con 12 guerreros y cinco mujeres, Nzazen y otro jefe llamado Arco, cruzaron el Río Grande y entraron en El Paso del Norte para negociar cara a cara con los españoles, mientras otros 60 mescaleros permanecían acampados en la otra orilla del Río Grande. Los dos jefes declararon que querían asentarse a las afueras del presidio. Uranga envió un correo para informar al comandante general Ugarte de la situación. Ugarte ordenó que se diesen a Nzazen y a Arco regalos y que fuesen escoltados a la Ciudad de Chihuahua para completar el acuerdo. Nzazen accedió a todo, incluido proporcionar guerreros a los españoles para realizar campañas contra apaches hostiles, salvo en un punto. Se negó a asentar a su gente más abajo del Presidio de San Elizario [El Paso County, Texas]. Al final, los españoles accedieron.

Pero pronto, el número de mescaleros que fueron a pedir la paz aumentó considerablemente. Al mismo tiempo que Uranga negociaba con los mescaleros en El Paso del Norte, un número aún mayor se congregaba cerca del Presidio del Norte [Ojinaga, Chihuahua]. En junio, los jefes Alegre y Volante [los mismos que estuvieron en febrero en El Paso del Norte] fueron al presidio junto a otro jefe llamado José para entablar negociaciones con el capitán Domingo Díaz, quien pidió instrucciones a Ugarte. En julio, el comandante general ordenó que los mescaleros tenían que asentarse cerca del presidio, devolver todos sus cautivos y propiedades robadas, y servir como auxiliares con las tropas españolas para llegar a un acuerdo. Esta vez, los jefes accedieron y asentaron sus rancherías cerca del Presidio del Norte y para demostrar sus buenas intenciones, ocho guerreros mescaleros se unieron a Díaz para perseguir a un grupo incursor de apaches gileños.

Gradualmente llegaron más mescaleros. Siete grupos lo harían en septiembre de 1790, pero Ugarte pospuso la firma definitiva de un acuerdo de paz con ellos hasta que se hubieran logrado arreglos similares a los firmados con los apaches lipanes en Coahuila. Estas negociaciones avanzaron rápidamente y a finales de 1790 se firmó la paz formal con ocho bandas de mescaleros que decidieron asentarse cerca del presidio.

El capitán Díaz y sus oficiales realizaron un recuento de todos los grupos. Tuvieron la fortuna de que uno de sus soldados, Francisco Pérez, hablaba apache, actuando como intérprete. Pérez era natural de Coahuila, sirviendo como soldado en el Presidio del Norte durante 13 años. Se desconoce por qué hablaba apache [quizás era un antiguo cautivo] pero pudo identificar la identidad de los mescaleros que había por los alrededores. Pérez informó que estaban las rancherías de Alegre [llamado por los suyos Daban Chu]; de Bigotes el Bermejo [Chialitsó]; de Cuerno Verde [Pases-flá]; de Esquin-yoé; de José [Josnatesdey]; de Montera Blanca [Chal-coay]; y de Volante [Cheguindilé], sin embargo, Pérez y Díaz discreparon en el número de guerreros. Mientras el primero informó que sumaban poco más de 100, Díaz estimó que había entre 200 y 250. Se estima que en ese momento había en los alrededores del Presidio del Norte entre 800 y 900 mescaleros, entre hombres, mujeres y niños.

A finales de julio, cinco jefes mescaleros que tenían sus rancherías instaladas cerca del Presidio de El Paso del Norte también estaban siendo identificados. También había allí otro soldado que hablaba apache, Juan Pedro Rivera, quien identificó al jefe principal Nzazen [Barrio] con unos 100 guerreros; a Maselchindé con unos 25; a Tlayelel [Diego Antonio Candelario, también conocido como Francisco] con unos 100 guerreros; a Tucon Chujaté [Mayá] con unos 30; y a Chimeslán con un desconocido número de guerreros.

Uno de los motivos de la llegada de tantos mescaleros del este pudo ser debido a la presión de los comanches, mucho más numerosos, que buscaban nuevos pastos para sus vastas manadas de caballos mientras seguían al búfalo. Los comanches y una fuerte sequía les obligaron a acercarse a los españoles a pedir su sustento).

* A las 16:00 horas del 7 de marzo de 1790, más de 200 guerreros apaches lipanes gritando alaridos de guerra, entran en la plaza de la Villa de Laredo (Webb County, Texas), disparando mosquetes y flechas, matando a algunos colonos y a un soldado. (Cuando se fueron, mataron a un pastor y a 200 cabezas de ganado, llevándose más de 500 caballos).

* En la primavera de 1790, se reúnen en la casa de un comerciante español (en la actual Las Vegas, San Miguel County, New Mexico) jefes de las tribus kiowa y comanche con autoridades españolas, donde pactan una alianza contra los apaches y a la que se unen rápidamente los Kiowa-Apaches (tribu de las llanuras muy diferente del resto de apaches).

* En la primavera de 1790, se producen dos incursiones apaches simultáneas en San Buenaventura (municipio de Buenaventura, Chihuahua) y en Janos ([Chihuahua]. La primera, realizada, probablemente, por el jefe chihenne Ojos Colorados; y la segunda por el también chihenne, Manta Negra, el Viejo, [aunque los apaches de Ojos Colorados también podrían haber sido los autores]. Cuatro días más tarde, las tropas de San Buenaventura atacan una ranchería hostil [probablemente perteneciente a Ojos Colorados o a Manta Negra], matando a un hombre y capturando a tres mujeres).

* El 21 de marzo de 1790, Rafael Martínez Pacheco, gobernador de Texas, ordena al capitán Manuel de Espada que haga una expedición contra los apaches lipanes.

* En mayo de 1790, un grupo de apaches mescaleros baja de sus escondites de la Sierra de Sacramento (Sacramento Mountains, Otero County, New Mexico) hasta El Paso del Norte (Ciudad Juárez, Chihuahua) para negociar y otro tanto hacen algunos apaches de la banda natagé, pero al ver que se acercan las tropas de Ugalde, huyen de nuevo a las montañas. (Una vez que Ugalde se retiró de la zona, los natagés regresaron y el 8 de junio, Jacobo de Ugarte, nuevo comandante de las Provincias Internas orientales, les autorizó a instalarse cerca de El Paso si cumplían con las condiciones de paz, algo que los apaches  no creían aunque fingían obediencia. También autorizó al capitán Domingo Díaz, comandante del presidio de El Paso, a entablar negociaciones con el resto de los mescaleros. Díaz no tardó en contactar con los jefes Alegre, Joseph y Volante, que estaban acampados con sus grupos a unos 4 km del presidio. También envió mensajeros a los jefes Bigotes, Montera y Natagé para que acudieran a participar en las conversaciones de paz.

Del 8 de abril al 21 de junio, los navajos ayudaron a los españoles a matar o capturar a 71 apaches gileños).

* Entre agosto de 1789 y mayo de 1790, Manuel Muñoz, gobernador de Texas, informa que los apaches lipanes y mescaleros han matado 29 personas y destruido más de 9.000 reses de ganado menor, no pudiendo decir el número de caballos que han sido robados, y ovejas sacrificadas pertenecientes a los ranchos cercanos a San Antonio de Béjar (San Antonio, Bexar County, Texas), abandonados por sus propietarios para poder salvar sus vidas. (El 3 de junio de 1790, un grupo de lipanes y mescaleros atacó las misiones y ranchos contiguos al Presidio de San Juan Bautista del Río Grande [hoy municipio de Guerrero, Coahuila], matando a un vecino, hiriendo gravemente a otro y llevándose más de 200 reses.

El 24 y 25 de junio, lanzaron 12 separados ataques por la jurisdicción de la Villa de Saltillo [Coahuila]. Mataron a 34 personas de ambos sexos y capturaron a cuatro cautivos, llevándose o matando unas 3.000 reses. Las mayores pérdidas en vidas tuvieron lugar en la estancia de Sartuchis [?] donde el gobernador de Coahuila, Miguel Jose de Emparán, informó que 16 personas murieron con todos los animales domésticos, aves de corral, perros y gatos, y no quedando satisfechos, quemaron a 16 personas.

Casi al mismo tiempo, otros apaches pedían la paz. A finales de junio, el comandante del Presidio de Aguaverde informaba a Emparán que seis jefes lipanes estaban pidiendo establecer relaciones de paz. No pudiendo comunicarse con su superior, el comandante general Juan de Ugalde, Emparán buscó el consejo del comandante general del oeste, Jacobo de Ugarte, quien le recomendó que si los lipanes que habían ido querían la paz, debería concedérsela bajo justos términos. Emparán así lo hizo. Aunque las negociaciones parecían ir bien, mantuvo la cautela: Admitiré estas y las más grandes indulgencias hasta ver si con las capitulaciones pueden inflar sus perfidias).

* El 22 de agosto de 1790, un grupo de apaches lipanes y mescaleros sorprende a un destacamento formado por un sargento y 20 hombres que había salido del presidio de San Juan Bautista del Río Grande (hoy municipio de Guerrero, Coahuila), matándoles a todos y llevándose sus monturas.

* En otoño de 1790, en un gesto de buena voluntad, el virrey organiza una cacería para que una banda de apaches mescaleros pudiesen cazar búfalos en las llanuras de Texas, autorizando al comandante de El Paso del Norte (Ciudad Juárez, Chihuahua) a proporcionarles una escolta militar para protegerles de los comanches, quienes, según rumores, habían dado muerte al soldado intérprete Francisco Pérez, causando gran malestar entre la tropa. (Hábilmente, los mescaleros consiguen que los soldados de la escolta colaboren en una incursión contra los comanches atacando el campamento del jefe Ecueracapa, a quien los españoles habían nombrado jefe de la Nación Comanche. Este se hallaba ausente con una parte de sus guerreros y los mescaleros lograron apresar a varios cautivos, incluyendo a uno de sus hijos. 

Este hecho tensó, lógicamente, las relaciones entre los españoles y los comanches. Mientras, el comandante general Pedro de Nava, tiene que esforzarse en arreglar la embarazosa situación que amenazaba con dar al traste con una alianza que constituía uno de los pilares de la diplomacia española en la frontera septentrional de la Nueva España. Visiblemente enojado, informa al gobernador Fernando de la Concha que piensa abrir una investigación para averiguar si los soldados han tomado parte en lo sucedido y en caso afirmativo castigar a los culpables. No se comprende cómo se podía haber dado tal autorización sin premeditar las malas consecuencias que pueden resultar de un proceder tan ligero y contrario al modo en que debían manejarse con una Nación amiga y aliada nuestra, que ha dado pruebas nada equivocadas de su fidelidad. Ante todo, Concha debía liberar a los cautivos y asegurar a los comanches de que no volvería a repetirse este tipo de incidentes. Asimismo se informa a los jefes mescaleros que la escolta para su cacería de ningún modo debía servir de escudo para indisponer los ánimos de los Comanches, nuestros fieles aliados).

* En octubre de 1790, Antonio Cordero, comandante del Presidio de Janos (Chihuahua) recibe aviso de que un jefe apache quería hablar con él. (Se trataba de Tetsegoslán, que residía con su banda en los alrededores del Presidio de Bavispe [Sonora], a unos 95 km al oeste de Janos desde mayo de 1787. En los últimos dos años, Tetsegoslán había empezado a emerger como uno de los más prominentes jefes apaches, ayudando a los españoles a luchar contra otros apaches que seguían incursionando. Tetsegoslán quería pedir un favor a Cordero, el regreso de varios familiares que estaban en poder de los españoles.

Como otros muchos líderes, Tetsegoslán estaba en paz después de años de guerra, en la cual sufrió la pérdida de varios familiares. Ahora quería recuperar a varios parientes cercanos, como Tajuyé, su hijo de ocho años; Quineidestín, su hermana; y el hijo de esta, Matchan. Los tres habían sido enviados a Ciudad de México en la collera que partió el 11 de diciembre de 1789 de la Ciudad de Chihuahua al mando del alférez Francisco Javier de Enderica. Cordero dijo a Tetsegoslán que haría todo lo posible por conseguir el retorno de sus familiares.

Cordero escribió al comandante general Jacobo de Ugarte, el 14 de octubre de 1790, remarcando la amistad que Tetsegoslán tenía con los españoles y la ayuda que proporcionó a la hora de atacar a tres grupos de apaches hostiles [chihennes], las rancherías de los hermanos Manta Negra, el Viejo y el Joven; y la de Squielnoctero [también conocido como Esquielnoctén y Jasquienelté]. Cordero añadió que Tetsegoslán había ido en campaña en unión de nuestras armas y que los éxitos conseguidos por los españoles se debían a este hábil, astuto, y belicoso indio. Cordero solicitó que se permitiese ir a varios miembros de la banda de Tetsegoslán con un destacamento que iba a llevar a varios prisioneros apaches a Ciudad de México, y una vez allí pudiesen buscar a sus familiares y traerlos de vuelta si aún estaban vivos. Ugarte dio el visto bueno, enviando el 27 de octubre la solicitud al virrey conde de Revillagigedo en Ciudad de México. El virrey accedió a que familiares de Tetsegoslán fuesen a la capital a buscarlos incluso en las casas particulares. Los tres fueron encontrados y regresaron con su gente.

No hubo tanta suerte con Tagaquechoe o Jasaquechoe, un hermano de Yagonxli, más conocido como Ojos Colorados. Yagonxli había pedido la paz en el Presidio de Janos, pidiendo el regreso de su hermano. Otras fuentes indican que no era su hermano, sino el hijo de este. Tagaquechoe [o su hijo] no fue encontrado).

* En noviembre de 1790, el gobernador de Nuevo México, Fernando de la Concha, informa al comandante general que, desde el 6 de julio, los comanches habían efectuado dos campañas contra los apaches llaneros y los mescaleros de la Sierra Blanca ([White Mountains Wilderness, Lincoln y Otero Counties, New Mexico]. La primera sin éxito, pero en la segunda mataron a un hombre e hicieron cuatro prisioneros quitándoles seis caballos. Los demás apaches de este grupo lograron escapar por conocer bien el agreste terreno. Concha efectuó un rescate por tres de los cautivos, pero el cuarto, un muchacho, el jefe comanche Ecueracapa lo tenía reservado para regalárselo, en persona, al comandante general Jacobo de Ugarte. En su informe Concha, también refleja el acuerdo de paz hecho con el jefe gileño Taschelnate, el cual se instala con 18 cabañas de personas a 2’5 km de El Sabinal [en el Río Grande, al noreste de la sierra Ladrones; Ladron Mountains, Socorro County, New Mexico] procedente, junto a los jefes Tlansgesni, Tahsquieduetche y Nasbachonil, de las San Mateo, Ladron, Magdalena [todas en Socorro County, New Mexico] y Mimbres Mountains [Sierra y Grant Counties, New Mexico]. El acuerdo especificaba que, los cuatro jefes gileños, exhortarían a sus seguidores a que dejasen de hostilizar los pueblos de El Paso del Norte [Ciudad Juárez, Chihuahua], Fronteras [Sonora] y los de Nueva Vizcaya. Pasado el tiempo, Concha se mostró contento por la actuación los jefes gileños y anunció sus planes para conseguir que los apaches se pusiesen a sembrar en la primavera siguiente cerca de los pueblos españoles a orillas del Río Grande. Los gileños observaron la paz escrupulosamente, visitando y comerciando con los habitantes de los mismos y los nativos Pueblo de las cercanías. Las condiciones del acuerdo abarcaban a todos los apaches que vivían entre el pueblo de Zuñi [Zuni Pueblo, McKinley County, New Mexico] en el oeste y El Paso del Norte, en el este, y especificaban que además de vivir en paz, se comprometían a realizar un recuento diario de su gente para asegurarse de que no habían entrado en sus campamentos apaches de la banda natagé u otros hostiles. Los jefes se comprometieron a detener a cualquier persona de sus campamentos que cometiese un robo y entregarla al gobernador para ser castigada; así como a participar en las expediciones contra los demás apaches, procurando evitar que los miembros de sus bandas pasasen a Sonora o Nueva Vizcaya. Para el mes de diciembre de 1790, más de 300 natagés, faraones, mimbreños y gileños están instalados en El Sabinal, recibiendo una pequeña ración semanal de maíz y carne).

* En noviembre y diciembre de 1790, el teniente Antonio Denojeant, comandante de los ópatas de Bacoachi (Sonora) lidera una campaña contra los apaches.

* A finales de 1790, soldados españoles persiguen a los apaches chihennes del jefe Manta Negra, el Viejo, capturando a varios de sus parientes, incluyendo a su esposa y tres hijos. (Negociaría la paz en febrero de 1791 para recuperar a su familia, viajando a la ciudad de Chihuahua para hablar directamente con el capitán Antonio Cordero, jurando no volver a hacer la guerra. Cordero le devolvió uno de sus hijos y le prometió que también le devolvería a su esposa y a sus otros dos hijos. Manta Negra, el Viejo, finalmente se unió a los apaches pacíficos. Estuvo con su ranchería en Janos [Chihuahua] durante nueve meses [de marzo a noviembre] en 1792 y de otros siete [de abril a octubre] en 1795. No hay constancia de su paradero durante los años y meses intermedios, a pesar de que, aparentemente, vivió parte del tiempo en el Presidio de Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua]; estuvo en el Corral de Piedra [municipio de Guerrero, Chihuahua] y todavía pertenecía a la jurisdicción de Janos en junio de 1796. Está registrado un Manta Negra, probablemente el Viejo, en el presidio de Carrizal en 1803; y quizás de julio a octubre de 1818. De Manta Negra, el Joven, no se sabe nada a partir de 1791.

Mientras tanto, Jasquienachi, Tugjla y Esquielnoctén [probablemente sea Squielnoctero] y Jasquienelté vivieron regularmente en Janos hasta finales de 1820). 

1791

* El 2 de enero de 1791, los españoles dan raciones semanales a los apaches en el presidio de Fronteras, y en las localidades de Bacoachi y Santa María (los tres en Sonora) principalmente maíz, harina y tabaco. (El comisionado Leonardo de Escalante realizó una lista del grupo, formado por el jefe Juan José Fadilla, Alejandro Neya, Anta, Aranacio, Arias Mantecoso, Asicasi, Atanacio, Ayichil, Baltasar, Benito, Bepaltafun, Bichase, Bilun, Billago, Bine, Cadisin, Canasti [viuda], Caylas [viuda], Chachayn, Chacho, Chaymen, Chalinija, Chanacufe, Chelcande [viuda], Chequefen [viuda], Chriosilla, Chastu, Chille, Chorli [viuda], Cisluse, Costu [viuda], Ejoe, Elcande [viuda], Elna, Essanilque [viuda], Estain, Francisca, Francisco Achego, Gaucha, Gunti, Ignacio Escalante, Jacinto, Jasandi [viuda], Javier el Chico, Jocien [viuda], José el Cautivo, Jose María PisaycachiJuan el Chato, Juan José Tadiya, La Chata [viuda], Lorenzo, Luis, Luy Triste, Manuel Cordero, Mansecoso, Manuel, Mapaje [viuda], Marcos [cautivo apache], Melchor, Nacaye [viuda], Nafenci [viuda], Naucha, Nayetlili, Nayquies, Naysna, Niysilan, Oquies, Pascual Coyote, Pascual Guabesi, Pelona [viuda], Quaso [viudo], QuenaschineQuinayanla, Quisatilque [viuda], Quitenla [viuda], Reyes, Salvador Basques, Siculi, Siguina, Tamapuiji, Tapia [viuda], Taschil, Tasitaje, Tiguije, Timde, Tomasa, Tuderna Clarjano, Tusenasen, Unda [viuda], Viculi, YanaundiliYiquichin, Ytic, Yundisi e Yuntacy).

* A principios de 1791, llegaron muchos apaches para asentarse en Janos ([Chihuahua]. En marzo habían llegado tantos que a algunos se les permitió ubicarse en otro lugar, como Manta Negra, el Viejo, Jasquienachi, y El Ronco, que finalmente fueron al Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua], y Ojos Colorados, que fue a Namiquipa [Chihuahua].

Muchos de los recién llegados eran chihennes, como el jefe Vívora que se estableció con 20 guerreros y sus familias sumando más de 100 miembros, pero a mediados de 1794, su ranchería se redujo a unos 60; después de 1796, el número que vino para recibir las raciones semanales fue considerablemente menor. Vívora estuvo en Janos hasta su muerte en 1800.  

Pisago llegó a Janos en mayo, acampando en La Boca [junto al río Casas Grandes, municipio de Ascensión, Chihuahua]. Sin embargo, permaneció indeciso. Las autoridades españolas presionaron a sus hijos argumentando un posible ataque militar a su padre. Le convencieron temporalmente, pero él quería terminar sus días en su propio territorio, aunque se comprometió a mantener la paz con los españoles. En la primavera del siguiente año, los hijos de Pisago se fueron e incursionaron, tal vez por el sur de la ciudad de Chihuahua. Poco después, un destacamento de Sonora, en busca de ganado robado, atacó el campamento de Pisago y lo mató. Al mismo tiempo, un hijo suyo, también llamado Pisago, se trasladó a Janos viviendo en paz.

También estaba en Janos Cal-lo [Calo y quizás Carlos] quien, al poco de llegar, participó en una campaña española. Un contingente de 20 soldados de Janos, 20 ópatas de Bavispe [Sonora], y 10 auxiliares apaches liderados por Cal-lo atacaron una ranchería apache cerca de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua]. Dejaron en Janos a siete apaches que habían capturado, continuando su campaña. Mientras, acompañado de su hermano El Padre, Tetsegoslán, fue a Janos a solicitar la paz y la entrega de su familia. [El nombre apache de El Padre era Jasquieljal, Jasquie-ja, Quiejal o Quietjal]. 

Tetsegoslán, El Compá y Ojos Colorados habían pedido el retorno de 11 cautivos apaches; ocho familiares de Tetsegoslán, dos de Ojos Colorados, y uno de El Compá.

El 18 de abril de 1791, Antonio Cordero, comandante del presidio de Janos configuró la lista de prisioneros apaches reclamados por los tres jefes:

El Compá reclamó a Vegonz-in-é [mujer].

Yagonxli [Ojos Colorados] reclamó a Taggaiso-é [hombre] y Chinaggai [mujer].

Tetsegoslán reclamó a Quineidestín [hermana de Tetsegoslán], Matchan [niño, hijo de Quineidestín], Tajuyé [niño, hijo de 8 años de Tetsegoslán], Tagu-húl [hombre], Senz-si [mujer], Ylche-he [mujer], Colchin-hé [muchacha], y Lass-é-sen [mujer].

Cada jefe seleccionó a un miembro de su banda para buscar a los cautivos y traerlos de vuelta. El Compá eligió a Eustingé; Ojos Colorados a Quienastgnan; y Tetsegoslán a Padatssi. Los tres fueron con el alférez Miguel Díaz de Luna a Ciudad de México y como escribió Cordero al virrey, tuviesen la satisfacción de conocer al capitán grande que manda a todos los españoles de este continente. Aunque no recuperaron a los cautivos, volvieron contando lo extensos que eran los dominios de los españoles y la riqueza que tenían, convenciéndoles de que les convenía estar en paz).

* En enero de 1791, un destacamento de soldados de Sonora ataca una ranchería apache en el Ojo de Abestia (?), al noroeste de Janos (Chihuahua), cerca de la Sierra de las Ánimas (Animas Mountains, Hidalgo County, New Mexico) con resultado desconocido.

* En 1791, una numerosa banda de apaches lipanes ataca La Punta de Lampazos (municipio de Lampazos de Naranjo, Nuevo León) y San Carlos de Vallecillo (municipio de Vallecillo, Nuevo León) llevándose más de 3.000 cabezas de ganado entre reses, caballos, cabras y ovejas.

* En 1791, los jefes apaches mescaleros, Alegre y Volante, cometen un sangriento error que da al traste con unas importantes negociaciones de paz. (Debiendo presentarse sus amigos, los apaches lipanes, en el presidio de la Junta de los ríos Norte y Conchos, para firmar un acuerdo con el comandante general Pedro de Nava, se adelantaron dos apaches lipanes con sus familias, instalándose en las inmediaciones de dicho presidio, esperando al resto de su gente, cuando los jefes mescaleros Alegre, José y Volante mataron a los dos apaches lipanes junto a sus mujeres e hijos. Esta acción fue reprendida por el capitán del presidio, que rompió la amistad y la alianza entre mescaleros y lipanes). 

* En febrero de 1791, José Antonio, uno de los jefes más importantes de los apaches lipanes septentrionales, se presenta en la Villa de San Fernando de Austria (hoy Zaragoza, Coahuila), con otros cuatro subjefes, Malabe, El Hijo de Cabello Largo, El del Balazo y Ayatinde, y siete guerreros y tres mujeres. (Su llegada no tenía otro motivo que pedir la firma de un tratado de paz, que fue redactado por el brigadier Pedro de Nava, comandante de las Provincias Internas de Occidente, y hombre de amplia experiencia en negociar con nativos. El 8 de febrero, José Antonio y Pedro de Nava firmaron el tratado.

Artículo 1º: “Que José Antonio sea el capitán general que gobierne a los de su parcialidad a fin de que le estén subordinados y le reconozcan por tal para que responda y de satisfacción de los daños que puedan causar los indios de ellos”.

Los lipanes respondieron: “Que todos se conforman con que sea el capitán general José Antonio, a quien obedecerán deseosos de que se verifique lo propuesto en este artículo”.

Artículo 2º: “Que han de entregar todos los cautivos cristianos que tengan en su poder sin que se les dé cosa alguna por ello de rescate y que han de solicitar los que haya en otras rancherías”.

Los lipanes respondieron: “Que no tienen los presentes en sus rancherías ningún cautivo, pero que harán diligencia en las demás que están distantes y los traerán”. La captura de personas por parte de los lipanes en zonas controladas por los españoles era algo habitual, llevándoselas para utilizarlas como trabajadores y siervos en sus rancherías, provocando muchas veces su asimilación.

Artículo 3º: “Que no han de pasar en la provincia a Texas del arroyo nombrado el Atascoso [cerca de Nacogdoches, Nacogdoches County, Texas], ni del de las Vacas [cerca de Ciudad Acuña, Coahuila], manteniéndose no distantes de los presidios que forman la línea de Coahuila y Laredo [Webb County, Texas], donde podrán hacer sus siembras”.

Los lipanes respondieron: Que así lo ejecutarán”. Los lipanes se comprometían a no traspasar los límites marcados por los arroyos Atascoso y de las Vacas, ni alejarse demasiado de los presidios que marcaban la línea entre Coahuila y Laredo, donde podían practicar la agricultura. Lo cierto es que los lipanes apenas recurrían a la agricultura para subsistir, manteniéndose fundamentalmente de la caza del bisonte, y de las incursiones, obteniendo con el comercio y trueque de los bienes así obtenidos los objetos que requerían para su subsistencia. En esta estructura económica, el caballo era pieza fundamental, ya que no solo les era imprescindible para cazar bisontes, sino que el propio animal era uno de los alimentos básicos de su dieta. Así pues, parece que la autorización a sembrar era poco más que un brindis al sol, hecho con la esperanza de lograr sedentarizar sus costumbres o aminorar su dependencia del robo como forma de supervivencia.

Las autoridades españolas buscaban tener el control de las actividades de los lipanes teniendo cumplida información de sus desplazamientos para cazar bisontes, tema comprometido, por cuanto lo hacían reunidos en grandes grupos, para protegerse de los ataques de sus enemigos, los comanches. El 28 de marzo de 1791, Pedro de Nava escribió al virrey diciendo: “… La cacería del cibolo [bisonte] es en dos estaciones del año, la primera es en junio, en que se van los apaches internándose al Norte en busca de los machos y entonces se encuentran con las naciones que lo habitan. En noviembre y diciembre es la segunda cacería en que la cibola se viene huyendo del frío hasta el río de San Pedro y entonces las naciones del Norte siguen tras de ella y se encuentran con los apaches, de lo que se infiere que ellos no reconocen legítima posesión de esta clase de ganadoEs cierto que es difícil obligar a los lipanes a que respeten exactamente los límites de los arroyos del Atascoso y de las Vacas en unos territorios despoblados, pero lo que nos interesa es separarlos a una larga distancia de las naciones del Norte con quien están tratando que corten toda comunicación entre sí y no se apoderen del ganado perteneciente a la misión próxima al presidio de la Bahía del Espíritu Santo, como ahora están haciendo. Cuando los lipanes salgan a la cacería del cibolo, ha de ser con nuestro conocimiento tanto la ida como la vuelta y siempre salen unidos a ella a causa de los comanches con quienes tienen sus encuentros.

Artículo 4º: “Que, desde luego, han de enviar sus emisarios a los lipanes de abajo para que inmediatamente se instituyan a sus antiguos establecimientos que tienen por límites el arroyo del Atascoso, separándose totalmente del río de Guadalupe [nace en el Kerr County, Texas y desemboca en la Bahía de San Antonio, Texas] en que se hallan”.

Los lipanes respondieron: “Ofrecen cumplirlo y piden para ejecutarlo con seguridad el pasaporte correspondiente para ir a la provincia de Texas”. Se les entregó el pasaporte. Este artículo marcaba las relaciones entre los lipanes septentrionales [firmantes del acuerdo], los lipanes meridionales [que se habían negado a firmar cualquier acuerdo de paz con España], y las propias autoridades españolas. Los lipanes septentrionales se comprometían a enviar mensajeros a los lipanes meridionales, pidiéndoles que se retiraran, al igual que ellos, a la zona de los arroyos Atascoso y de las Vacas, abandonando las proximidades del río Guadalupe, donde tantos problemas estaban causando a los españoles. Para ello, los lipanes pidieron a Pedro de Nava un documento que les permitiera cruzar los límites de la provincia de Texas, donde debían localizar a los lipanes meridionales. Pedro de Nava accedió y dio un pasaporte a José Antonio.

Artículo 5º: “Que si no conviniesen los referidos lipanes de abajo a retirarse del río Guadalupe, ha de encargarse a los comisarios persuadiéndoles se vengan a unir con los reducidos, pues de lo contrario sufrirán el castigo de nuestras armas que será preciso emplear contra los que por su terquedad insistan retirarse de aquel destino, advirtiendo a los que lo verifiquen que serán tratados con las mismas franquicias que los que se han dado por amigos”.

Los lipanes respondieron: Prometieron ejecutarlo«.

Artículo 6º: «Que en caso de que alguno de los lipanes de abajo no consideren avenirse a los límites que se les señala y por cuyo motivo sea necesario usar del rigor de nuestras armas, no han de faltar los de este armisticio a lo estipulado en él”.

Los lipanes respondieron: “Que conociendo lo justo de esta demanda, no faltarán a la paz y amistad con los españoles, aunque estos hagan la guerra a los de su nación, que se obstinen a no volverse a sus antiguos límites, pues en donde hoy se hallan están los ganados pertenecientes a los españoles y siempre han de hacer daño. Si los lipanes meridionales se negaban a desplazarse a las zonas antes mencionadas, España les atacaría, pese a lo cual el tratado seguiría obligando a los lipanes septentrionales a mantener la paz. Dicho de otra forma: los lipanes septentrionales se comprometían a no intervenir aunque España atacara a sus parientes que estaban en las inmediaciones del río Guadalupe.

Artículo 7º: “Que igualmente han de solicitar, vengan a unirse con ellos todos los lipanes de arriba que están con el lipán conocido entre nosotros por El Calvo, separándose totalmente de él”.

Los lipanes respondieron: “Que les están esperando y que si se tardan los harán venir”. Este artículo obligaba a los lipanes que estaban con la banda liderada por el jefe lipiyán al que los españoles llamaban El Calvo a abandonar de inmediato dicha banda, una de las más temidas por los pobladores de aquellas tierras, y en la que actuaban mezclados tanto lipiyanes como lipanes septentrionales y meridionales. Los lipanes presentes informaron a Pedro de Nava que ya habían transmitido esas órdenes, y que esperaban que, en cualquier momento, los lipanes de la banda de El Calvo llegaran a San Fernando de Austria, como prueba de haber cumplido con lo que se firmaba. Si no llegaban en los próximos días, los lipanes se comprometían a enviar emisarios para obligar a venir a sus guerreros que acompañaban a El Calvo.

Artículo 8º: “Que han de ser auxiliares nuestros en todo evento o rompimiento de guerra en que soliciten contra cualquiera nación a quien se la declaremos”.

Los lipanes respondieron: “Prometen ser nuestros auxiliares contra los que sean enemigos de los españoles”. Este artículo era el más duro, ya que, según el cual, había muchas posibilidades de que los lipanes septentrionales tuvieran que colaborar con las tropas presidiales en campañas contra sus parientes, los lipanes meriodionales, hasta entonces reacios a cumplir las exigencias de los españoles. Sorprendente, los lipanes de José Antonio accedieron a este punto, sin plantear objeción alguna [o al menos, si lo hicieron, Pedro de Nava no la recogió en la copia del tratado que remitió al virrey].

Artículo 9º: “Que siempre que se experimente daño por algunos lipanes de los de la parcialidad amiga, de que se dará aviso a su caudillo José Antonio, debe este, con los demás de ella, perseguir a los malhechores obligándolos a que los restituya y castigándolos a la aprobación del exceso, entregándolos si se les pidieren por nosotros para que se les imponga la pena que merezcan”.

Los lipanes respondieron: “Que si es solo robo se restituirá y se azotará en una picota y si ha hecho de muerte que lo matarán, de que seremos sabedores”. Este artículo decía que, de cometerse alguna violación del tratado o delito por parte de la gente de José Antonio, las autoridades españolas le informarían para que castigase al culpable de la forma más conveniente y satisfactoria para los españoles. Para que no hubiese duda, el artículo fijaba las penas de las dos faltas más habituales. Si el lipán había robado algo, este debía devolverlo y luego ser castigado a la pena de picota [Consistía en pasar una o más horas a pleno sol atado a una picota o columna, a veces embadurnado en miel para que los insectos aumentaran su sufrimiento]. Si el lipán era responsable de una muerte, debía ser ejecutado por los propios lipanes, de lo cual se informaría puntualmente a las autoridades españolas. La jurisdicción lipán para castigar estos hechos no era total, puesto que el tratado establecía que, en caso de que las autoridades españolas quisieran juzgar y castigar ellas mismas a los autores, los lipanes estaban obligados a entregárselos.

Artículo 10º: “Que cuando corran mesteños han de devolver las bestias que cojan de tierra conocida, bien sean de la tropa, vecinos o indios de misión o pueblo, a satisfacción del sargento Joaquín Gutiérrez u otro que de nuestra parte se destine con ellos a este fin”.

Los lipanes respondieron: “Dicen que las bestias que cojan en los corrales que hagan las entregarán a sus dueños, pero que las que cojan en el campo a lazo les han de dar estos una gratificación por el trabajo que tienen y lo que maltratan sus caballos”. Este artículo hacía referencia a que los lipanes tenían que devolver a sus dueños aquellos caballos mesteños que atraparan «en tierra conocida», es decir, bajo la autoridad española. Debían devolverlos a sus dueños, ya fueran estos habitantes de los pueblos, nativos de las misiones o las propias tropas presidiales. Para la entrega de los caballos se designó al sargento Joaquín Gutiérrez, un veterano de la frontera acostumbrado a tratar con los apaches. Sin embargo, aquí sí que pusieron condiciones los lipanes: Aceptaban devolver los caballos que «capturaran» en corrales, es decir, robados de sus establos, pero no los que capturaran en campo abierto, a lazo. Para devolver estos caballos, los lipanes exigían que se les pagara una cantidad en concepto de gratificación por el trabajo realizado.

Artículo 11º: “Que podrán entrar libremente en nuestras poblaciones de la frontera y cambalachear los cibolos y demás efectos que poseen y puedan adquirir sin perjuicio nuestro, manejándose en su detención y retirada de las citadas poblaciones sin hacer perjuicio alguno”.

Los lipanes respondieron: Ofrecen cumplir lo que se les propone”. Este último artículo autorizaba a los lipanes septentrionales a entrar libremente en las poblaciones de la frontera para comerciar con sus bienes y adquirir los que necesitaran, siempre y cuando no causaran perjuicio alguno mientras estuvieran en ellas.

Nota: “El capitán José Antonio, como caudillo de los lipanes de arriba, pidió se les diese copia de este convenio, lo que se le concedió.

Concluida esta capitulación, yo, el comandante general don Pedro de Nava, y todos los indios relacionados al principio de ella, entregué a José Antonio, capitán nombrado para los lipanes de arriba, un bastón por el cual queda constituido por principal jefe de su parcialidad, mandando se le atienda el título de tal y entregándole una bandera que solicitó él y los demás, con expresión de que hubiese una cruz que no fuese encarnada, obsequiándole con un vestido decente. Igualmente, dispuse se regalasen a proporción a los demás capitancillos gandules y mujeres de la citada parcialidad que estuvieron presentes a este acto. Y fenecido se miraron todos muy contentos haciendo los mayores ofrecimientos y protestas de una perpetua sincera amistad y reconocimiento, habiéndose hallado presentes en todo lo ejecutado el ayudante inspector don Juan Gutierres de la Cueva y el teniente don Leandro Martínez Pacheco, único oficial de la compañía de Aguaverde que se halla en este puesto.

Villa de San Fernando, 8 de febrero de 1791, Pedro de Nava”.

La noticia del tratado firmado en San Fernando de Austria fue recibida en México a través de la carta que Pedro de Nava remitió al virrey, conde de Revillagigedo, el 20 de febrero de 1791, 12 días después de la firma. El virrey quedó satisfecho en cuanto al desempeño de Nava en la negociación; sin embargo, manifestaba sus dudas respecto a que los apaches pudieran y quisieran cumplir los acuerdos: La paz con los apaches lipanes es uno de los puntos de mayor gravedad y combinación difícil […] Es cierto que en las capitulaciones celebradas con los lipanes de arriba ha reunido vuestra excelencia hasta lo posible con tino y cordura los puntos más conducentes para el establecimiento de una paz sólida y fructuosa, pero dudo que esos indios puedan o sean capaces de cumplirlas”. La mayor dificultad residía en el hecho de que el robo formaba parte inexcusable de su sistema económico. Los apaches vivían fundamentalmente de la caza del bisonte, y no podían hacerlo sin caballos y mulas con los que ir a las cacerías y transportar la caza, sumando que el caballo también era una fuente de alimento. Mediante la captura de caballos salvajes no podían obtener monturas suficientes, lo que les obligaba a robar caballos y mulas para poder obtener el bisonte. Por eso, toda promesa que supusiera renunciar al robo de caballos o a pagar indemnizaciones por ellos estaba condenada al fracaso, puesto que los lipanes solo podrían cumplirla con una reforma completa de su sistema económico y social.

Los acuerdos también eran difíciles de cumplir porque las distintas parcialidades apaches carecían de un jefe único, con lo cual cada clan o grupo familiar, liderado por lo que los españoles llamaban capitancillo, no se sentía vinculado por ningún acuerdo que hubiera firmado otro jefe. Esto, que hacía difícil conseguir una paz completa y duradera con los apaches, también era valorado de forma positiva en el plano militar, pues, por lo general, impedía que los apaches actuaran de forma conjunta y coordinada, hecho que constituía uno de los principales temores de los españoles: “Es fortuna nuestra que para conseguirlos no hayan pensado hasta ahora en reconocer a un jefe, reyezuelo o cacique que los dirija, gobierne y aliente a mayores empresas, pero todo puede recelarse de la ilustrada malicia de los apaches”. Pedro de Nava dijo: “La experiencia tiene acreditado que los apaches no son capaces de reunirse o sujetarse a un jefe que les mande. Esto tal vez pudiera tenernos cuenta, porque si así sucediese, vivirían unidos y nuestras operaciones se dirigirían sobre un objeto determinado que las haría felices, del mismo modo que lo fueron Cortés y Pizarro que pelearon contra cuerpos reunidos y subordinados”.

Resultaba complicado que un clan lipán atacara a otro. El vigente tratado estipulaba que los lipanes septentrionales ayudaran como auxiliares a las fuerzas españolas en sus campañas contra los lipanes meridionales, si estos no firmaban la paz, pero ni Pedro de Nava ni el virrey esperaban que los lipanes septentrionales cumplieran el tratado: “Nunca podrá conseguirse que lo sean de sus mismos compañeros y compatriotas. A esto se obligan los lipanes de arriba por la cláusula octava de las capitulaciones de paz y ya se ve que no es posible su cumplimiento, a menos que pretendan acreditarlo con las falsedades y engaños que acostumbran para disculpar sus alevosías y sostener no solo a sus hermanos y parientes los lipanes de abajo, sino también a todas las parcialidades de la apachería dando los oportunos avisos de nuestros movimientos, ideas y operaciones”.

A su vez, dudaban que hubiera forma de separar a los guerreros lipanes de la banda liderada por El Calvo, puesto que los apaches firmantes no corrían ningún riesgo derivado del incumplimiento, ya que era imposible para los españoles verificar si esta cláusula se cumplía o no, toda vez que no había forma de mantener el control sobre las rancherías de los lipiyanes y, aunque esto fuera posible, no era posible determinar a qué grupo pertenecía cada apache, puesto que lipiyanes y lipanes, si bien eran parcialidades diferentes, ambas eran parte de la nación apache y poseían un mismo idioma, un carácter similar, unas costumbres casi idénticas y, a ojos de los españoles, una fisonomía y un vestuario similar.

Finalmente, que los apaches se retiraran hasta la zona que delimitaban el río Atascoso y el arroyo de las Vacas, el virrey Revillagigedo estaba convencido de que era prácticamente imposible que lo cumplieran, porque ello hubiera trastocado el sistema comercial y económico lipán y por la ausencia de una jerarquía unificada dentro de los lipanes: “Esto es lo mismo que poner puertas al campo inmenso que abarcan los desiertos territorios de estas fronteras, porque aquellas capitulaciones han sido siempre infructuosas, porque es preciso que los lipanes rompan aquellos límites para trasladarse a las cacerías del cibolo con que se alimentan, abrigan, visten y forman sus tiendas de campo y porque cada indio lipán, mescalero o de cualesquiera parcialidad apache es un hombre o una familia libre, que no conoce otro jefe superior o cabeza que su albedrío o voluntariedad”. Pese a ello, el virrey seguía respaldando la firma de acuerdos con los apaches, siguiendo la línea marcada por el artículo 29 de las instrucciones del conde de Gálvez, líneas maestras por las que se regía desde años atrás la política india de las Provincias Interiores, en las que se afirmaba, literalmente, que con los apaches era mejor firmar una mala paz que mantener una buena guerra.

Los españoles ya habían logrado convertir en sus aliados a los apaches mescaleros que, con frecuencia, actuaban como auxiliares de las compañías volantes y de las tropas presidiales. Pedro de Nava escribió al virrey, el 26 de marzo de 1791, valorando como de la máxima importancia mantener la amistad de los mescaleros, ya que consideraba que, mientras estos no se unieran a los lipanes, la capacidad bélica de estos últimos no suponía una amenaza grave para España. Este proceso se había iniciado a lo largo de 1777 y 1778, cuando, durante el virreinato de Caballero de Croix, varios jefes mescaleros se presentaron en los presidios españoles, especialmente en el de Janos, para pedir la paz. El proceso fue arduo y repleto de fracasos, pero en 1791 los mescaleros eran, de forma más o menos firme, aliados de España. En esa línea diplomática, firmar un tratado con los lipanes septentrionales suponía separarles, al menos en teoría, de los hostiles lipanes meridionales, abriendo una pequeña brecha entre ambas ramas de lipanes, que, quizás en el futuro, pudiera ampliarse.

Al tratado firmado entre Nava y el jefe José Antonio se añadieron después varias rancherías más de apaches lipanes septentrionales que, en el camino de Nava hacia Cohauila le dieron muestras de amistad y de agradecimiento por lo que, al parecer, consideraban un acuerdo generoso. De hecho, el mismo brigadier manifestaba su sorpresa, casi dos meses después de la firma, por el hecho de que parecía que los lipanes estaban cumpliendo lo acordado: He practicado todo lo posible para unir en las capitulaciones celebradas con los lipanes de arriba los puntos que son más conducentes para el establecimiento de una paz sólida y fructuosa de su permanencia, es imposible asegurar nada, pero debo informar a Vuestra Excelencia que, después de concluidas, no nos han dado motivos de queja y que se han ido reuniendo a las rancherías de los capitulantes diferentes otras.

En el pasado, los españoles habían cometido actos de traición durante las negociaciones con los nativos, sufriendo los apaches, el derramamiento de sangre, primero como víctimas y luego en las acciones de represalia que tenían lugar. Parte de esas traiciones se produjeron durante el gobierno de Juan de Ugalde, que en sus campañas contra los apaches en los años 1789 y 1790, declaró que iba a combatirlos como los apaches combatían a los españoles, no dando cuartel, utilizando la perfidia, la cautela y el engaño. Pedro de Nava hizo mención a esas antiguas traiciones que hacían muy difícil convencer a los apaches de que volvieran a negociar con los españoles. Por ello, concluir un tratado sin que hubiera incidentes ni derramamiento de sangre, y que España lo respetara era importante de cara al futuro, demostrando a los nativos que podían confiar en los españoles. Así lo expresó Nava, en una carta al virrey a finales de marzo de 1791: Ellos, la verdad, estaban muy recelosos de los sucesos pasados y la falta de fe por nuestra parte y es necesario atraerlos con suavidad para que vayan deponiendo su desconfianza. Por esta causa tuve por conveniente concederles las capitulaciones que remití a Vuestra Excelencia, pues de exasperarlos podrían sobrevenir malas resultas, como ya se ha visto en otras ocasiones.

El factor tiempo también era una cuestión a tener en cuenta. La inmensidad del terreno a cubrir con escasos recursos exigían enormes esfuerzos a las autoridades españolas, teniendo con frecuencia que desplazar a unos pocos centenares de efectivos a través de miles de kilómetros para reforzar un área concreta de la frontera. Así, una paz con los lipanes septentrionales podría dar un respiro a las exhaustas tropas militares con que contaban las Provincias Internas para ganar tiempo y planificar una campaña contra los lipanes meridionales.

El coronel Ramón de Castro, comandante de las Provincias Internas de Oriente, se mostró contrario al tratado en una carta al virrey el 21 de marzo de 1791: Dado que los acuerdos solo los han firmado siete capitancillos, no se puede creer que el conjunto de los apaches vaya a sentirse atado a ese acuerdo. Se enviaron mensajeros a por otros, pero ni siquiera volvieron los mensajeros […]. De ello se desprende que los dichos capitancillos han procedido dolosamente en estas paces con solo el objeto de percibir el acostumbrado regalo y sin intención de cumplir lo estipulado en ellas. Castro era partidario de una solución militar cuanto antes, obligando a los lipanes meridionales [que al asentarse en el río Guadalupe habían roto un acuerdo previo firmado durante el mandato de Juan de Ugalde] a solicitar un tratado, con unas condiciones más duras que las que tenía el tratado con los lipanes septentrionales: “Concibo conviene atacarlos con vigor, como Vuestra Excelencia previene, hasta destruirlos o, a lo menos, obligarlos a que ellos mismos pidan las paces, dando pruebas de hacerlo de buena fe”.

Tanto Nava como Castro habían pedido la opinión del gobernador de Texas, también afectado por este asunto. Le pidieron que emprendiera una campaña contra los lipanes meridionales, pero el gobernador se negó alegando que en la Misión, desde donde debían partir sus tropas en caso de producirse el ataque, había apaches lipanes, de modo que en cuanto vieran los preparativos de la campaña, avisarían a sus parientes y las tropas no encontrarían a nadie, o lo que es peor, estarían esperándoles para realizar cualquier emboscada. La solución que le propusieron Nava y Castro de expulsar a los lipanes de la Misión antes de iniciar los preparativos, tampoco era práctica, ya que era como anunciar el inicio de la campaña. A pesar de ello, Nava y Castro decidieron realizar un ataque coordinado y por sorpresa contra los lipanes meridionales, para obligarles a pedir la paz, lo cual fue aprobado por el virrey: “Habiendo conferenciado sobre el terreno, ambos capitanes generales de las Provincias convinieron, y así lo representaron al virrey [Revillagigedo], que poniéndose el capitán general de las de Oriente a la cabeza de número competente de tropas, procurase sorprender a los lipanes de abajo dándoles un golpe decisivo que los obligara a solicitar con ansia nuestra amistad, a lo cual contestó […] el virrey que haciéndose cargo con la perfidia con la que siempre han procedido los apaches lipanes, aprobaba lo acordado […], acordando asegurarse bien que del golpe no se pudieran producir fatales consecuencias. No llegó a verificarse esta expedición por la serie de sucesos que intervino. Las tropas iban a estar bajo el mando del comandante de las Provincias Internas de Oriente, Ramón de Castro, que acababa de tomar posesión de su cargo [14 de abril de 1791] y mostraba una actitud más beligerante que el veterano Pedro de Nava, quien, al tratar con los apaches, pensaba que más valía una mala paz que una buena guerra.

Sin embargo, en la primavera de 1791, el jefe lipán Lombraña acudió a pedir la paz al presidio donde se encontraba Ramón de Castro, quien, consciente de que uno de los principales problemas que tenían las autoridades españolas para hacer cumplir los acuerdos firmados con los apaches era que, al no existir una jefatura unificada, cada banda solo se sentía vinculada por los acuerdos que había firmado ella misma. Comunicó a los apaches lipanes que, para firmar la paz, era necesario que vinieran al menos 10 subjefes con 30 o 40 guerreros. Lombraña estuvo de acuerdo, pero cuando, días después, regresó a la Villa de Santa Rosa [hoy Ciudad Múzquiz, Coahuila], con él iban solo dos capitancillos [subjefes], 11 guerreros, tres mujeres y una cautiva que traían para entregarla a los españoles.

Esto despertó de inmediato las suspicacias de Ramón de Castro. Conducidos a su casa, preguntó a los lipanes por qué no habían venido los demás subjefes y habiendo contestado evasivamente, les propuso enviar emisarios para traerlos, quedando como rehenes Lombraña, uno de los dos subjefes y tres guerreros. Los lipanes, aparentemente, aceptaron, pero, a las 21:00 de la noche de aquel mismo día, los centinelas que los custodiaban, recluidos en el domicilio del teniente Juan Ignacio de Arrambide, informaron que Lombraña y dos de sus guerreros se habían fugado. Ramón de Castro, furioso, acudió a la casa y, entrando en la habitación donde seguían retenidos los demás lipanes, les reprendió duramente, afeando la conducta de sus compañros huidos. Los ánimos fueron caldeándose hasta que, finalmente, se desencadenó una pelea. Uno de los lipanes dio dos puñaladas en la espalda a Ramón de Castro, aunque no muy profundas. Este le mató de un disparo en el pecho. También resultó herido el teniente Juan Ignacio Arrambide y siete soldados; resultaron muertos, un sargento y un soldado. 

Los españoles supervivientes abandonaron la casa a duras penas, y los apaches lipanes y las mujeres que los acompañaban se atrincheraron en el edificio, que, inmediatamente, fue cercado por los soldados, cortando todas las salidas.

Resistieron toda la noche el acoso de las fuerzas del presidio, y solo a la mañana del día siguiente, tras 11 horas de asedio, concluyó la desesperada resistencia con la muerte de todos los guerreros y las mujeres.

Miguel Francisco Márquez, uno de los oficiales de Santa Rosa, informaba al virrey Revillagigedo del balance de bajas:

Españoles heridos:

– El comandante general Ramón de Castro, con dos puñaladas en la espalda.

– El teniente don Juan Ignacio Arrambide, muy de peligro.

– Soldados: José María Flores, de peligro; José María Jiménez, de peligro; José Navarro, de peligro; José Adrete, de peligro; Leonardo Miguel, herido baldado un brazo; Juan Erasmo Rivas; y Manuel Baldés.

El total de los apaches gandules [como llamaban los españoles a los apaches] que se entraron al Valle en el mismo día fueron 14, y tres mujeres que componen 17. De este número hicieron fuga antes de la función tres gandules y los que quedaron fueron 11 y 3 mujeres, todos murieron, y como comandante que soy accidental de la expresada compañía de la Babia [San Antonio Bucareli de la Babia, Coahuila] doy la presente relación que firmo en el Valle de Santa Rosa [valle y presidio Santa Rosa, hoy Múzquiz, Coahuila], 2 de mayo de 1791, Miguel Francisco Márquez.

El virrey Revillagigedo informó a la corte:

Cuando por último pudo fundarse esperanza de contenerlos por los dulces medios de la amistad hasta el caso oportuno de mejorar providencias, lo ha desvanecido todo un suceso irremediable por sus accidentes imprevistos.

Las resultas no pueden menos de ser desagradables porque la lipanería, compuesta de más de 2.000 hombres de armas, la empleará cruelmente en venganza de sus repetidos agravios, no se confiarán de nuestras promesas y si alguna vez fingieren abrazarlas será para incurrir en mayores perfidias.

Por descontado debo esperar noticias de las incursiones de estos indios, pero ya he tomado las providencias para contenerlas en la orden de que acompaño copia, número 7, previniendo que reunidas las tropas de las fronteras de Oriente empleen partidas respetables en las operaciones defensivas de batir la campaña, resguardar los presidios y, situados de caballada, cubrir las poblaciones más expuestas y ocurrir prontamente al remedio o castigo de la irrupción o del insulto.

Tengo la satisfacción del comandante general don Ramón de Castro, haya tomado estas providencias, como lo acredita la copia de oficio número 8 y estoy bien persuadido que, no siendo de peligro las heridas de este jefe, se restablezca prontamente de ellas y, puesto a la cabeza de sus tropas, contenga a los indios enemigos para que no acaben de arruinarse las provincias a su cargo.

El comandante de las de Poniente [Occidente] tiene la orden para franquearle los auxilios que necesite maniobrando en todas las fronteras […] Espero que Vuestra Excelencia las mire con la atención que exige su actual crítico estado bajo el supuesto de que, mientras se sirva avisándome de la soberana resolución del rey, pondré mis esmeros en precaver la ruina de aquella frontera, facilitándoles los auxilios que fueren precisos, sin excusar los gastos de urgencia para que se haga y no se atrase el más importante servicio de Su Majestad.

Tras este incidente, con Castro convaleciente de sus graves heridas, con los lipanes en pie de guerra por lo ocurrido en Santa Rosa, que los lipanes consideraban un acto deliberado, y temiendo una oleada de ataques a lo largo de las Provincias Interiores, los planes de atacar a los lipanes meridionales fueron abandonados, pasándose a realizar acciones defensivas.

José Lombraña, el jefe lipán que había logrado escapar, juró vengar la muerte de sus compañeros en la Villa de Santa Rosa, tarea que realizó tan pronto como fue posible. [Aquel verano, tanto los comanches como los nativos del Norte [tonkawas, vidais, orcoquizas, hasinais y otras tribus] aliados de los españoles, hicieron incursiones contra rancherías de los lipanes. Los españoles recibieron noticias de que los lipanes, no pudieron vengarse al tener que suspender sus incursiones por defenderse de los nativos del Norte, quienes, en número de 400, se retiraron a sus territorios con 200 caballos y mulas que quitaron a los lipanes. Otro grupo de 1.200 comanches procedente de Nuevo México se reunió en los márgenes del río Puerco [hoy Colorado, Texas. No confundir con el Colorado de Arizona], aunque los españoles no llegaron a saber las consecuencias de esa incursión]).

* El jueves, 17 de febrero de 1791, el alférez Miguel Díaz de Luna sale de la Ciudad de Chihuahua con una collera de prisioneros apaches. (Díaz de Luna iba al mando de un destacamento formado por 20 soldados de la 2ª Compañía Volante y del Presidio de San Buenaventura, y del sargento 1º José Ramírez y cinco soldados del Presidio de Janos. También iban los apaches  Eustingé, Quienastgnan, y Padatssi, elegidos por El Compá, Ojos Colorados, y Tetsegoslán para buscar a 11 familiares cautivos. Para hacer labores de traducción iba el intérprete Nepomuceno Téllez.

Cuando iba a recoger a los cautivos, el sacerdote Juan Ysidro Campos le informó que dos jóvenes muchachas apaches, las dos de unos siete años, habían muerto ese día. Habían sido bautizadas antes de morir con los nombres de María Josefa y María Joaquina, siendo enterradas en el cementerio de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe.

Seguidamente, recogió a los 72 apaches restantes [siete hombres adultos, 34 mujeres, 25 muchachos, y seis chicas] y los hizo subir a las mulas para dirigirse al sur, hacia Ciudad de México. Había 42 mulas para llevar en cada una de ellas a dos apaches y las mulas sobrantes fueron empleadas para llevar los suministros necesarios para el viaje, guiadas por varios muleros. Díaz de Luna había sido autorizado por el teniente coronel Antonio Cordero para matar a cualquiera que intentase escapar.

Al día siguiente, al final de la tarde del 18 de febrero, el alférez ordenó parar colocando a los prisioneros en el centro del campamento rodeados de la escolta. Los caballos y las mulas estaban pastando en círculo al cuidado de los muleros y de unos pocos soldados. Mataron un buey que llevaban y distribuyeron la carne entre los apaches y la escolta. Esa fue la rutina durante los dos días siguientes, yendo hacia el sur junto al río Santa Isabel. El 21 de febrero llegaron a la pequeña población de Babonayagua de unos 150 tarahumaras, donde falleció Micaela, una muchacha apache de 15 años. A pesar de haber sido bautizada antes de morir, Díaz de Luna ordenó cortar sus orejas antes de enterrarla, quizás como prueba de su muerte.

Al día siguiente, la collera alcanzó el río San Pedro, donde un niño apache de unos cuatro años cayó enfermo, dejándolo al cuidado de un ciudadano llamado Juan Mateo Solís con el encargo de que informase a Cordero. El 24 de febrero, llegaron a Pilar de Conchos que había sido un presidio hasta 1751, permaneciendo una pequeña población civil, convirtiéndose desde 1787 en la sede de la 3ª Compañía Volante, en donde Díaz de Luna había servido durante varios años. El capitán de dicha compañía era Manuel Vidal de Lorca, una de las más grandes unidades de la frontera con unos efectivos de 154 hombres. Después de aprovisionarse y de descansar durante cinco días, la collera partió hacia el río Parral el 1 de marzo. Al día siguiente cruzaron el río y acamparon en la Hacienda de San Gregorio, donde otra muchacha apache de alrededor de 12 años fue bautizada con el nombre de María antes de morir. Sus orejas también fueron cortadas antes de ser enterrada.

A la siguiente mañana se dirigieron al Valle de San Bartolomé, uno de los más antiguos asentamientos españoles de Nueva Vizcaya, habiendo sido fundado en la década de 1560. Antes había un presidio, pero cuando la guarnición fue trasladada en 1751, los habitantes establecieron una milicia como defensa. El 3 de marzo, el capitán Manuel Azcue de Armendáriz certificó: Yo certifico que el alférez al mando del grupo de prisioneros apaches, Don Miguel Díaz de Luna, presentó este día ante mí cuatro orejas frescas de dos muchachas indias que fallecieron de enfermedad, siendo ya cristianas. Azcue se quedó con el certificado y con las orejas, mientras Díaz de Luna compró 50 mantas de lana que repartió entre los 69 apaches restantes, además de varias raciones de carne de vaca, descansando durante tres días.

El 5 de marzo, la collera partió hacia el Río Florido, acampando esa noche en un lugar deshabitado y en la siguiente, pernoctaron en la Hacienda de la Estancia. Dos días más tarde llegaron a la Hacienda de San Francisco Xavier del Río Florido. Después de cruzar el río, tenían a la vista el antiguo presidio de Cerro Gordo, cuya guarnición fue trasladada al norte en 1773. Allí, una anciana apache enfermó gravemente, siendo llevada a la Hacienda de Xaramillo. El sacerdote la bautizó antes de morir, siendo enterrada en dicha hacienda, cuyo propietario, José María Hernández y Pareda, lo registró por escrito.

Cuatro días después, la collera llegó a una hacienda llamada Sapién, al día siguiente llegaron al borde del Bolsón de Mapimí, y un día después al río Nazas, acampando en la Hacienda del Señor San Antonio del Río de Nazas el 15 de marzo. Al día siguiente, permanecieron varios días por causas desconocidas en otra hacienda del que no se conoce el nombre. El 20 de marzo llegaron a la población minera de Real de Cuencamé, y al día siguiente a la Hacienda de Atotonilco [los dos en el municipio de Cuencamé, Durango]. Después de acampar en varias haciendas, llegaron el 28 de marzo a una población más grande llamada Fresnillo [Fresnillo de González Echeverría, Zacatecas] donde Díaz de Luna compró seis mulas para Eustingé, Quienastgnan, y Padatssi sin saberse el motivo [es raro que estuviesen viajando a pie]. Quizás sus monturas se escaparon, murieron o se perdieron de alguna manera. Mientras esto ocurría, una mujer apache dio a luz a un niño que enfermó. Un doctor de Fresnillo le atendió siendo registrada su asistencia en un documento realizado por el notario Manuel Joaquín de Bonechea: … ahí entró una collera de indios apaches de las Provincias del Interior siendo conducida a la capital de México por el alférez Don Miguel Díaz de Luna, y cuando llegaron y estaban yendo por esta Villa, llegó un apache recién nacido gravemente enfermo y en peligro de muerte, por lo cual y como precaución, que si continuaba el viaje podría morir durante el mismo, fue dejado en esta referida Villa para recibir el tratamiento médico que se considere necesario. No se sabe si el recién nacido sobrevivió o no, pero si lo hizo no volvió a ver a su madre, ya que esta, después de descansar, salió con los demás apaches hacia Ciudad de México.

El 1 de abril llegaron a la ciudad de Zacatecas, donde otro joven apache cayó gravemente enfermo. Ese mismo día, Juan José de Escobar, escriba del tesoro real de la ciudad, certificó: … el oficial Don Miguel Díaz de Luna, a cuyo cargo una cuerda de prisioneros está yendo a la Corte de México, ha dejado en esta capital un muchacho indio que parece tener unos siete u ocho años, enfermo, aparentemente imposible para él de continuar. Se desconoce si se recuperó, pero si lo hizo, probablemente sería empleado como sirviente doméstico. Al día siguiente, la collera se dirigió al sur por el Camino de la Plata, que transportó ese mineral hasta Ciudad de México.

Antes de llegar a Aguascalientes acamparon en el Mesón de Tlacotes, y las Haciendas de San Pedro y del Pavellón. El 7 de abril llegaron a Santa María de los Lagos [Lagos de Moreno, Jalisco] y el 10 de abril, a la Villa de León [León de los Aldama, Guanajuato] donde descansaron dos días. Siguieron la marcha pasando por Silao, Irapuato, Salamanca, Celaya, Querétaro, llegando el 20 de abril a San Juan del Río [Querétaro]. En esta última localidad, uno de los siete hombres adultos apaches enfermó gravemente, falleciendo antes de poder ser bautizado. El justicia de San Juan del Río, Pedro Martínez de Salazar y Pacheco, anotó: … allí murió en este pueblo un indio apache prisionero… quien murió pagano el 20 del corriente mes. Se desconoce donde fue enterrado.

Después de descansar tres días, siguieron su camino, acampando en dos haciendas antes de llegar el 26 de abril a Tepexic [Tepeji del Río de Ocampo, Hidalgo]. Al día siguiente llegaron a Cuautitlán, y dos días más tarde alcanzaron los alrededores de Ciudad de México. Díaz de Luna entregó su collera después de 72 días de viaje, el 29 de abril de 1791, habiendo fallecido seis apaches [cuatro muchachas, una anciana, y un hombre adulto], y dejado atrás a dos niños y a un recién nacido por enfermedad, de un total de 74 cautivos.

Los enviados apaches Eustingé, Quienastgnan, y Padatssi, ayudados por Díaz de Luna, se dedicaron a buscar por toda la ciudad a los 11 hombres, mujeres y niños llevados en anteriores colleras. Solo pudieron localizar a uno, un joven, que no quiso volver con ellos. Decididos a no volver con las manos vacías, los tres apaches contrataron a José Tapia, un literato que hizo de escriba. El 16 de mayo de 1791 escribió al virrey Revillagigedo: Los indios amistosos de la nación gileña que han venido a esta ciudad en busca de las piezas pertenecen a las rancherías de El Compá, Yagonxli, y Tetsegoslán presentan a Vuestra Excelencia que habiendo examinado más minuciosamente las residencias y casas donde han podido ser ubicados, no han encontrado a ninguno, salvo uno, un individuo de unos 15 o 16 años que ya está cristianizado y así no es posible para él volver de vuelta.

Imploramos a Vuestra Excelencia que de las piezas traídas por el alférez Don Miguel Díaz de Luna, ordene usted que se entregue a cada uno de nosotros, una mujer con la que podamos casarnos en el Real Presidio de Janos, a donde vamos a volver.

Por consiguiente, suplicamos humildemente a Vuestra Excelencia nos conceda esta gracia, informando a Vuestra Excelencia que las mujeres indias de las cuales solicitamos su favor se encuentran repartidas en casas privadas de esta ciudad.

El 18 de mayo, dos días después de que los apaches habían presentado su petición, tres mujeres apaches fueron entregadas a Eustingé, Quienastgnan, y Padatssi. No se sabe si estas tres mujeres habían tenido algún vínculo sentimental con los tres hombres durante el largo viaje desde el norte, pero todo parece indicar que no fueron escogidas al azar. Quizás la rápida respuesta del virrey pudo deberse a un plan para asegurarse la fidelidad de los “apaches de paz” de Janos, demostrando a la vez el poder y la benevolencia española. Para el resto de ellos, todavía quedaba lo peor, Veracruz y luego Cuba.

El 26 de mayo de 1791, Díaz de Luna y los 26 soldados a su mando emprendieron el regreso hacia el norte, acompañados de Eustingé, Quienastgnan, y Padatssi, y de las tres mujeres apaches. Cuando llegaron, El Compá, Ojos Colorados y Tetsegoslán recibieron con pesar la noticia de que sus familiares no habían sido encontrados, siendo informados del poder, riqueza y cantidad de personas que controlaban los españoles).

* En abril de 1791, el teniente coronel Antonio Cordero recibe un informe en el cual, el jefe mescalero Tucon Chujaté (Mayá) era responsable de una serie de robos de ganado alrededor de El Paso del Norte ([hoy Ciudad Juárez, Chihuahua]. Cuando Cordero ordenó al teniente gobernador de la provincia de Nuevo México, Francisco Javier de Uranga, detener a Mayá, Uranga respondió que el jefe mescalero estaba lejos de los establecimientos, por lo que probablemente no era responsable de los robos. La confusión pudo deberse a la incapacidad de los españoles de distinguir la identidad de los apaches y su costumbre de dar los mismos nombres a la gente. Para evitarlo, Cordero ordenó que todos los apaches fuesen identificados por sus propios nombres en su propia lengua en vez de los nombres otorgados por los españoles.

Las tensiones aumentaron en mayo cuando un vecino de El Paso mató a un mescalero de paz que le estaba robando el caballo. El jefe Iticha, llamado por los españoles Arrieta, y la gente de su ranchería estaban indignados por la muerte, propagando rumores de que estaban preparando una revuelta, aunque pronto se disiparon. A finales de ese mes tuvo lugar otro incidente cuando dos líderes apaches llamados Squielnocten y Bucanneti fueron acusados de varios robos de ganado. Cordero ordenó a sus tropas y a varios mescaleros de paz perseguir a los culpables, pero se desconoce si les capturaron.

A pesar de ello, la mayor parte del comportamiento de los mescaleros de paz asentados cerca de El Paso era aceptable a ojos de los españoles. A principios del verano, Uranga escribió: “Los apaches no nos han dado ningún problema en esta jurisdicción en todo el mes de junio. Los apaches de paz vienen y van felizmente a comer, regresando a sus rancherías en el otro lado del río”). 

* A finales de la primavera de 1791, los apaches estaban incursionando por una franja de terreno que va del oeste de Namiquipa (Chihuahua) a Sonora cuando son derrotados por una compañía al mando del teniente José Manrique cerca de Namiquipa.

* A principios de verano de 1791, una partida de apaches natagés cae sobre el pueblo de Tomé (Tome-Adelino, Valencia County, New Mexico) pero gracias al aviso que da el jefe gileño Taschelnate, los pobladores tiwas pueden repeler el ataque. (Otro grupo de natagés llega hasta el Paraje del Arroyo [a 39 km de Santa Fe, Santa Fe County, New Mexico] pero es perseguido por una patrulla de soldados que logra dar muerte a seis apaches).

* En el verano de 1791, el jefe apache lipán José Lombraña se alía con otro jefe lipán, El Canoso y, junto a varios guerreros, entre ellos, el hijo de Xavierillo, otro subjefe lipán, [más terrible y sangriento que su difunto padre, Xavierillo, y que Lombraña y El Canoso] comienzan a merodear por las cercanías del presidio de Río Grande ([presidio de San Juan Bautista del Río Grande]. El 10 de julio, el capitán Tovar recibió aviso, por parte de un vecino, de que le habían robado del corral dos mulas y cuatro yeguas, reconociendo que los ladrones eran apaches lipanes por un cabestro que huyó de los asaltantes. Tovar salió de inmediato en su persecución, gracias a que había seguido puntualmente las instrucciones del comandante general Ramón de Castro de que en los presidios estuvieran siempre preparados suministros para dos meses de campaña, de manera que, en cuanto se avistara, una banda hostil, las tropas de los presidios, debidamente pertrechadas, pudieran partir en su persecución. Así lo hizo el día 11, al mando de 95 soldados de su compañía, reforzados por cuatro vecinos y 10 nativos amigos de las misiones de San Juan [Bexar County, Texas] y San Bernardo [hoy Guerrero, Coahuila].

Durante los días siguientes, el tiempo se alió con los lipanes, y las fuertes lluvias impidieron que los soldados pudieran encontrar algún rastro, ya que el agua que caía borraba las huellas. Sin embargo, el día 15, Tovar y sus soldados dieron con el rastro de la banda de Lombraña y El Canoso.

Un grupo de 30 soldados, al mando del cabo José Antonio Rosas, se topó, siguiendo el cauce del arroyo San Miguel [San Miguel Creek, al sur de San Antonio, Texas] donde habían sido enviados como fuerza de reconocimiento por Tovar, con una partida de unos 50 guerreros apaches lipanes. Tras enviar aviso al grueso de las fuerzas españolas, Rosas y sus hombres atacaron, manteniéndoles bajo el fuego hasta que Tovar acudió con el resto de los soldados. Atrincherados en un barranco, con la espalda cubierta por un bosque inaccesible para las tropas españolas, los apaches lipanes se hicieron fuertes, devolviendo el fuego de los soldados. [Los españoles hicieron más de 1.000 disparos, mientras que los apaches lipanes efectuaron, según calcularon los oficiales, más de 500 disparos].

El informe español decía:Fue imposible desalojarlos porque a cuantos se arrimaban los herían y mataban. Viendo esto, destaqué al sargento Miguel de San Miguel con 10 hombres y le mandé que se bajara como 100 pasos más debajo de donde estaban dichos enemigos, a hacerles fuego de costado por el mismo barranco en que estaban. Lo ejecutó dicho sargento, pero, sin embargo, del vivo fuego que se les hacía y de habérseles muerto al capitancillo El Canoso, que era el que hacía más defensa, mantuvieron el puesto algún tiempo haciéndonos un fuego muy grande hasta que, habiéndonos cerrado por todas partes, logramos desalojarlos con la tropa de a caballo que había yo puesto a la otra banda del arroyo, que los atacó entonces. Derribó uno allí y dos más adelante, persiguiéndolos como media legua [2,41 km] hasta que ningún caballo quedó que no se cansara. En el bosque escondieron dos cadáveres, que los arrastraron al retirarse la partida, que los perseguía. Un soldado que se le cansó el caballo se encontró muerto al capitancillo José Lombraña. Heridos iban más de 10 echando plumeros de sangre por las espaldas, de modo que contamos dos capitancillos y cinco gandules muertos sin los que fenecerán de las heridas

Se han quitado dos cabecillas que eran capaces de hacer mucho mal, se represaron seis bestias mulares y 26 caballares; se les quitaron cinco lanzas, cinco arcos con carcajes y flechas: 37 fustes [sillas de montar], 26 fundas de fusil, más de 40 pares de yeguas, porción de reatas y cabestros, 10 frenos, ocho cíbolos [pieles de bisontes], un chimal [escudo] del capitancillo Lombraña, cuatro sombreros, uno de ellos de dicho capitancillo, varios plumeros y talegas de bastimentos. Esta indiada venía a hacer campaña y por esta función por la que se les destrozó y dejó en cueros se han evitado más de 100 muertes y cautiverios que harían y el robo de 1.500 bestias caballares y mulares. Ellos hubieran quemado y destruido cuantos ranchos hallasen sin resistencia, como están los más”. 

Por parte española, un cabo, un soldado y un indio amigo quedaron muertos sobre el terreno, y siete soldados resultaron heridos, de los cuales uno moriría días después, a causa de las heridas recibidas en el arroyo San Miguel. Se perdieron, además, dos caballos, resultando heridos tres más.

El informe español continuaba: “La pérdida de los apaches lipanes en esta ocasión solo pueden graduarla los que saben el ascendiente e imperio de tales fieras para con su nación, las crueldades y robos que habían hecho a la nuestra y las que hubieran ejecutado ahora si no se les hubiera dado este golpe, pues según las voces que días ha se esparcieron, había jurado Lombraña venganza”.

Sin embargo, parece que se produjo un error en la identificación de los dos jefes apaches lipanes. [En marzo de 1792, fuerzas españolas recuperarían a un cautivo llamado Tomás Lerma, de 15 o 16 años, y José María Echegaray, el oficial que se encargó de interrogarle, le preguntó por tres jefes apaches lipanes que seguían sin ser capturados: Chiquito, El Canoso y Lombraña. De este hecho se puede deducir que los guerreros abatidos en San Miguel no eran El Canoso y Lombraña).

* En julio de 1791, después de un enfrentamiento entre soldados españoles y 100 apaches chihennes o mimbreños del jefe Ycujidillín cerca del río Mimbres (Mimbres river, New Mexico), es convencido para hacer un acuerdo de paz preliminar. (Al cabo de unas semanas, parecía que Ycujidillín había sido convencido para colaborar con los españoles, trasladándose al río Santa María [Chihuahua] con el jefe El Ronco, donde tenían que unirse a una  campaña militar. Pero un año después, en julio de 1792, llegaron noticias a El Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua] de que Ycujidillín había llevado su ranchería a la Sierra Florida [Florida Mountains, Luna County, New Mexico] para coger unos animales robados, que una parte de sus guerreros estaban cuidando allí. Más tarde, los españoles convencieron a Ycujidillín, que estaban acampados en el Picacho de Mimbres [Mimbres Peak, Grant County, New Mexico], para ir a Janos [Chihuahua], lo que hizo solo en parte al sospechar una traición, regresando a las montañas de la Florida. Los españoles mandaron una campaña para encontrar su ranchería, matando a un guerrero y capturando 23 prisioneros).

* En julio de 1791, solo queda en el pueblo de El Sabinal (municipio de Ascensión, Chihuahua) Taschelnate y su banda de chihennes o mimbreños, habiéndose ido el resto de apaches del lugar.

* En agosto de 1791, numerosos jefes apaches residen en el presidio de Janos ([Chihuahua]. Están registrados El Compá, su hijo Nayulchi [más conocido como Juan Diego Compá], El Güero, Ojos Colorados, El Ronco, Vívora, Tetsegoslán, Cal-lo, y El Padre. Juan Diego Compá vivió permanentemente en Janos hasta que los apaches se fueron definitivamente en 1831; tuvo relevancia en el sur de Nuevo México hasta su muerte en 1837. Tetsegoslán, que estuvo primero en Bavispe [Sonora], permaneció en Janos desde julio de 1791 hasta mayo de 1802, aunque fue registrado dos veces en San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua] en julio y agosto de 1796. El Padre [de nombre apache Jasquieljal, Jasquie-ja, Quiejal o Quietjal], era hermano de Tetsegoslán y residente habitual en Janos hasta 1797. Cal-lo [también llamado Calo, y tal vez el mismo Carlos de Bacoachi, Sonora, en 1788] dirigió una pequeña ranchería de 15 a 25 personas; 35 en la primavera de 1796. Estuvo registrado en Janos en junio de 1791 y después de marzo del año siguiente, residía allí habitualmente hasta junio 1796, cuando, bajo el nombre de Cal-lo, desapareció de los registros. Ojos Colorados se fue a Namiquipa [Chihuahua] y El Ronco a El Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua].

Las autoridades españolas nombraron este año a El Compá “jefe principal de los apaches en paz”. El Compá se dio cuenta de que la cooperación con los españoles no solo mejoraba su condición, sino que le proporcionaba recompensas materiales para él y sus familiares. Ya había recibido, por sus servicios, una casa de estilo español en Janos y sus esposas recibían raciones extras cordero. En otras ocasiones, intercedía por sus parientes ante los españoles, consolidando su papel como jefe.

Vívora y Tetsegoslán se quejaron: ¿Quién era El Compá para pensar que era el ‘principal jefe’ de los apaches?, aunque lo dijera el comandante español. ¿Podemos seguir recibiendo nuestros cigarrillos?, preguntó la mujer de Tetsegoslán. Sí, sí, por supuesto, respondió El Compá; y el maíz, el azúcar y la sal como de costumbre. También la carne. Y he preguntado por el chocolate y los dulces para los más pequeños. Pero hay más; confiad en mí y venid al presidio”.

Todas las semanas, cada apache casado recibía dos medidas de trigo o maíz, cuatro cajas de cigarrillos [para los mayores de ocho años], un piloncillo de azúcar, media medida de sal, y una ración de carne cuando había, junto con media ración para cada adulto de la familia y un cuarto para cada niño. Los capitancillos [como los llamaban los españoles] como El Compá recibían otro piloncillo adicional, dos cajas más de cigarrillos. Además, los capitancillos y sus esposas recibían vestidos y bordados que les hacían destacar en las batallas. Pero los españoles no se fiaban del todo. Cuando un hombre salía a cazar o a visitar a algún pariente, tenía que dejar a su familia en Janos.

Los apaches se reunieron fuera de las paredes de la pequeña fortaleza de Janos. Los soldados se pusieron junto a montones de zapatos y sombreros, pantalones y cintas de colores, incluso pendientes, perlas, y botones. Los hombres y mujeres apaches trataron sobre si este sombrero o aquel, pasándolo entre ellos, riendo cuando Juan Diego, el hijo de El Compá, se puso una chaqueta demasiado grande para él. El capitán español sonrió también. “Esa chaqueta es para tu padre. Él es un buen hombre y un amigo para los españoles”. El Compá estaba contento. Incluso Vívora y Tetsegoslán alabaron a El Compá, pues habían recibido muchos sarapes y mantas para sillas de montar, así como mosquetes y munición.

Entonces el capitán español habló: “Sus hermanos, los apaches mescaleros, habían robado caballos y ganado en El Paso del Norte. Hemos tratado de hacer la paz con ellos, pero se niegan. Rechazan nuestros regalos. ¿Podríais ayudarnos?”. Los jefes lo pensaron, “No voy a ir”, dijo Vívora. “Mis esposas necesitan reunir mescal”. El capitán se volvió hacia Tetsegoslán. El líder apache asintió con la cabeza a su hermano, Jasquieljal, a quien los españoles llamaban El Padre. “Sí, iré, pero me quedaré con lo que recuperemos de los mescaleros”. “Todo, excepto el ganado y los caballos”, añadió el capitán. “Deben ser devueltos a sus propietarios”. Días más tarde, cinco guerreros, ocho mujeres y un muchacho, aprendiz de guerrero, cabalgaron hacia el norte con una compañía de soldados españoles. Chocolate, mantas para sillas de montar, zapatos, sombreros, abalorios y botones, suponían importantes cambios en el modo de vivir de los apaches. Sin embargo, el episodio en Janos apuntaba a otros cambios culturales influenciados por el contacto con los españoles. Los apaches tenían ahora caballos y armas de fuego. Algunos vivían pacíficamente cerca de los presidios españoles y aceptaban regalos españoles, mientras otros huyeron con ganado y caballos robados).

* En septiembre de 1791, el teniente gobernador de la provincia de Nuevo México, Francisco Javier de Uranga, informa que el jefe apache Tlayelel (Diego Antonio Candelario, también conocido como Francisco) está en El Paso junto a 25 guerreros, 30 mujeres y 60 niños. (En octubre, Francisco declaró que iba a cazar ciervos al Ojito de Samalayuca [municipio de Juárez, Chihuahua] dejando a muchos de sus seguidores atrás. Si esto era o no una excusa para participar en alguna incursión encubierta, Francisco tomó la precaución de tener una buena excusa para explicar su ausencia.

De igual manera, en septiembre, los jefes Nzazen, Maselchindé y Chimeslán se trasladaron a las Sacramento Mountains [Otero, Lincoln & Chaves Counties], al nordeste de El Paso, mientras había informes que situaban a Mayá en la zona de la Jornada del Muerto, al noroeste. En octubre, los tres jefes estaban en las Sacramento Mountains, pero ninguno sabía el paradero de Mayá.

* El 14 de octubre de 1791, entran en vigor las “Instrucciones para el gobierno de las Provincias Internas de Nueva España” que el virrey Bernardo de Gálvez había promulgado en 1786, por las que, el comandante general de las Provincias Internas de Occidente, Pedro de Nava, realiza una política más realista y pragmática con los apaches, pasándose de hacer primero una guerra incesante contra las diversas bandas de apaches y una vez conseguida una tregua, tratar de instalarlos cerca de los presidios, donde se les entregará raciones, tabaco, ropa y utensilios de labranza. (Aparte de eso, también se les proporcionan armas de fuego en mal estado y bebidas alcohólicas.

Las instrucciones de Pedro de Nava para tratar con los apaches pacíficos en Nueva Vizcaya:

1.    Los apaches se instalarán dentro de los 12 km del presidio.
2.    Se les proporcionarán suministros semanales hasta que puedan alimentarse por sí mismos.
3.    Los apaches estarán preparados para cabalgar contra los indios hostiles y para apoyar a las tropas.
4.    Las autoridades deben hacer todo lo posible para llevarse bien con los apaches.
5.    Los funcionarios deben aprender todo lo posible sobre los apaches.
6.    Los funcionarios deben evitar las envidias entre las rancherías apaches.
7.    Se debe nombrar un jefe en cada ranchería.
8.    Los apaches han de tener un pasaporte escrito para ir a cazar o viajar a más de 30 km.
9.    Los apaches tienen prohibido comerciar con animales robados.
10.  Las autoridades deberán llevar un registro mensual de los apaches.

Los funcionarios españoles emplearon a jefes apaches para contactar con otros apaches. A los cabecillas se les dio responsabilidades y privilegios especiales).

* En noviembre de 1791, el chihenne Ojos Colorados, estando residiendo en Namiquipa (Chihuahua) se queja de que, cuando otros apaches vienen a visitar a sus familiares, se ve obligado a ayudarles. (Se quejaba de que las raciones suministradas eran insuficientes tanto para su gente como para los que llegan de visita, por lo que pedía que las autoridades españolas negaran el permiso de visita a otros apaches que quisieran ir a Namiquipa. También tenía miedo de que las incursiones llevadas a cabo por otras rancherías fuesen atribuidas a su gente. De hecho, algunos de sus hombres, mientras estaban de caza, habían robado caballos del pueblo de Coyáchic [municipio de Gran Morelos, Chihuahua]).

1792

* En 1792, el gobernador intendente de Sonora, Enrique de Grimarest, envía un extenso informe al virrey sobre la Intendencia de Arizpe (Sonora) en el cual describe el despoblamiento que se experimenta en el norte de la misma por los ataques apaches, proponiendo una guerra de exterminio contra ellos.

* Entre noviembre de 1791 y marzo de 1792, los oficiales españoles registran 35 diferentes ataques por parte de bandas apaches lipanes en las Provincias Internas Orientales, Coahuila, Texas, Nuevo León y Nuevo Santander. (Los lipanes mataron a 18 personas e hirieron a otras ocho, con numerosos caballos, mulas y reses robadas o sacrificadas. El comandante general de las Provincias Internas Orientales, Ramón de Castro, recibió informes de que los lipanes tenían mosquetes, pólvora y munición proporcionados por apaches mescaleros asentados en El Paso del Norte [Ciudad Juárez, Chihuahua], y en el Presidio del Norte [Ojinaga, Chihuahua], y que habían acompañado a los lipanes en dichas incursiones. Informado el virrey, el conde de Revillagigedo, ordenó a Pedro de Nava, comandante general de las Provincias Internas Occidentales, investigar y averiguar la verdad. Nava recurrió al hombre que más sabía sobre los apaches, el teniente coronel Antonio Cordero.

El 23 de junio de 1792, Cordero llegó al Presidio del Norte para empezar su investigación. Nombró al teniente Blas de Aramburu, del Presidio del Príncipe [municipio de Coyame del Sotol, Chihuahua] como su ayudante. Empezaron por preguntar a los civiles y militares de El Paso del Norte para conseguir toda la información posible sobre los mescaleros asentados cerca del puesto; los nombres de los jefes; la cantidad de miembros de cada ranchería; si alguien sabía si algunos mescaleros habían estado ausentes durante los ataques; si habían regresado con animales, ropas u otros objetos; si los animales tenían marcas de origen desconocido; y si se había producido algún tipo de comercio entre ellos y los habitantes de la zona. También preguntaron si los mescaleros habían podido obtener armas de fuego y balas de plomo del presidio a cambio de animales que hubieran podido conseguir en las Provincias Orientales. Finalmente, preguntaron por la identidad de otras rancherías de mescaleros situadas lejos de los establecimientos de paz; y si algún lipán había venido a pedir la paz o a comerciar, en especial Picax-endé, también conocido como El Calvo.

Durante ocho días entrevistaron a 11 personas: el teniente Joaquín Perú; el alférez Nicolás Villarroel; los sargentos Andrés Naranjo y Félix Colomo; los cabos Ventura Madrid y Saturnino Rodríguez; los soldados Bernardo Ortega y Francisco Pérez; y los más antiguos vecinos en la zona, Antonio Félix Martín de Rivera, Pioquinto Carrasco y Manuel Márquez. La mayoría dijo que los mescaleros hacía casi dos años que se habían establecido junto a los establecimientos de paz, y mencionaron los nombres de los líderes de las rancherías: Alegre, Bigotes el Bermejo, Dayél, Eskin-yoé, José, Montera Blanca y Volante, estimando su número en unos 200 guerreros con sus familias. También dijeron que había un jefe llamado Cuerno Verde, que se había instalado desde el principio, pero que iba y venía en diferentes ocasiones, sospechando que pudiera ir a incursionar a las Provincias Orientales, según informe del teniente Joaquín Perú, debido a que el teniente Ventura Moreno [o Ventura Montes, ausente en ese momento] había confiscado a dicho jefe algunas mulas provenientes del Bolsón de Mapimí [región perteneciente a los estados mexicanos de Durango, Coahuila y Chihuahua]. Sin embargo, 12 mescaleros habían ayudado a recuperar el ganado robado.

En cuanto al suministro de armas de fuego a los mescaleros, solo tenía lugar cuando iban en campaña con los soldados españoles, siendo recogidas y contadas al regreso, según informó el alférez Villarroel, encargado del depósito de armas y municiones del presidio. Declaraciones confirmadas por el sargento Colomo y por el cabo Rodríguez, quien dijo: los soldados o vecinos serían severamente castigados si dieran tan solo un cartucho a los mescaleros.

Un vecino, el carpintero Márquez, admitió que había adquirido de los mescaleros 50 mulas, a cambio de unos caballos, ropas, y varios objetos más. Todas las mulas estaban marcadas, pero como nadie del presidio conocía el origen de dichas marcas, y a pesar de que estaba prohibido el comercio con ganado marcado, al desconocer su procedencia, o poder haber sido marcadas por los propios mescaleros [algo muy inusual], Márquez se sintió libre de adquirirlas. Luego llevó las 50 mulas y otras 30 que otros vecinos del Presidio del Norte habían adquirido, para ser vendidas en Chihuahua. Márquez no podía ser castigado porque afirmó que todo lo anterior había ocurrido en 1790, cuando se firmó la paz con los mescaleros. Incluso el teniente Alberto Maynez había comerciado con 34 mulas. El teniente coronel Cordero sabía que el comercio con los mescaleros no incluía los animales que estos tuvieran cuando se firmó la paz con el anterior comandante general de las Provincias Internas, Jacobo de Ugarte y Loyola, con orden del 8 de junio de 1790, en la que solo se permitía el cambio de animales sin dueño o sin marca.

Cuando Cordero y Aramburu preguntaron si algunos lipanes u otros apaches habían acudido a los establecimientos de paz, especialmente Picax-endé, prevaleció una sensación general de incertidumbre. Todos dijeron que algunos lipanes, al mando de Chu-ul-ycué, más conocido como Pino Blanco y Moreno, había aparecido por allí una o dos veces, y que Picax-endé estaba con él. El alférez Villarroel dijo que Pino Blanco vino, el último abril, con otros 11 lipanes a pedir la paz, y que tres de ellos fueron a Chihuahua a tratar con el comandante general, dejando sus rancherías en el río Colorado [Texas], desde donde, muchos de ellos, se trasladaron a Peña Blanca [Brewster County, Texas], 145 km al nordeste del Presidio del Norte. En cuanto a Picax-endé, Villarroel dijo que le había visto en compañía de Pino Blanco unas dos veces.

Habiendo terminado sus investigaciones en el Presidio del Norte, Cordero y Aramburu se dirigieron a El Paso del Norte para continuar con su labor, empezando el 12 de julio de 1792. Allí interrogaron a nueve personas: los capitanes Francisco Xavier Bernal y Miguel de Espinosa; el teniente Francisco García; el soldado Juan Pedro Rivera; el vecino José Manuel Telles; el alcalde de Aguas, Francisco Balizán; el alcalde de Real, Diego Antonio Candelario; el teniente del pueblo de los nativos Piro de Senecú, Juan Antonio Narváez; y el administrador de la Renta de Tabacos, Naipes, y Pólvora, Francisco del Barrio.

Los interrogados confirmaron la identidad de los mescaleros asentados en la zona. Había cinco rancherías bajo el mando de los jefes Chimeslán, Francisco, Maselchindé, Mayá y Nzazen, sumando entre 100 y 200 guerreros, viviendo ahí durante dos años. Ninguno de los entrevistados dijo haber visto a Picax-endé ni a ningún otro lipán.

En cuanto a si los mescaleros pudieron haber obtenido armas de fuego, el capitán Bernal declaró que los mescaleros nunca recibieron armas o pólvora por parte de los militares del presidio. Esto fue corroborado por Francisco del Barrio, administrador de la Renta de Tabacos, Naipes, y Pólvora, en El Paso del Norte, quien añadió que él personalmente supervisaba la distribución de la pólvora.

Cordero y Aramburu preguntaron si se había producido algún tipo de comercio ilícito, especialmente caballos y mulas robados en las Provincias Orientales. El capitán Bernal dijo que nunca habían comerciado con animales procedentes de esta y otras provincias, excepto cuando los mescaleros vinieron al principio cuando se firmó la paz y vendieron algunos animales marcados, pero este comercio terminó en cuanto llegó la orden del comandante general. Esta declaración fue confirmada por Telles, uno de los más antiguos vecinos de El Paso, quien dijo que varios ciudadanos cambiaron algunas mulas por caballos, bueyes y mantas al principio de llegar la paz.

Cuando preguntaron si los mescaleros podían haber participado en incursiones, los testigos declararon que algunos guerreros podían haberlo hecho, aunque los jefes procuraban evitar que su gente abandonara las rancherías. El capitán Bernal dijo: Los capitanes o principales  apaches y en general todos los apaches en estas tierras son conocidos como amigos y actúan de buena fe; a pesar de eso, alguno de ellos tienen malas tendencias cometiendo algunos pequeños robos. Cuando esto ocurría, el resto de los mescaleros de paz obligaban a los culpables a huir para evitar ser castigados, devolviendo lo robado, como así ocurrió varias veces. El vecino Telles añadió que había habido algunos robos de animales, pero que habían sido cometidos por algunos que no reconocían a su jefe como tal; pero que, en general, la situación era pacífica, sobre todo cuando los apaches servían en los destacamentos militares. La relación entre los españoles y los mescaleros fue resumida por Balizán, el alcalde de Aguas, y uno de los más antiguos vecinos de El Paso: Ha habido algunos malos entre ellos [los mescaleros], como también los ha habido entre nosotros.

El 17 de julio de 1792, Cordero emitió una orden al teniente gobernador, Francisco de Uranga, para que informara de todas las armas de fuego y municiones que había en El Paso. Al día siguiente, Uranga presentó un detallado informe en el que indicaba todas las armas de fuego, pólvora y municiones recibidas y distribuidas en la jurisdicción de El Paso desde el 20 de abril de 1788 hasta el 18 de julio de 1792 [fecha de dicho informe].

Dos días después, Cordero terminó su investigación. En su informe al comandante general Pedro de Nava, afirmó categóricamente: No hay necesidad de aplicar remedio alguno para suspender el abuso del supuesto suministro de armas y municiones a los indios, ya que no ha habido ninguno. Continuó diciendo que efectivamente había habido un intercambio de animales y bienes, pero que eso había ocurrido cuando los mescaleros habían comenzado las negociaciones de paz a mediados de 1790. Después de agosto de 1791, cuando Nava ordenó el cese de dicho comercio, los mescaleros así lo hicieron, con la única excepción de los animales que los mescaleros ya tenían y querían vender al no saberse su origen o sus marcas.

Cordero añadió: Los indios mescaleros que han sido traídos a la paz en el Norte [Presidio del Norte]… miran con respeto a este presidio y muestran amor y agradecimiento a sus habitantes, y se comportan en ese puesto con la mayor armonía y en general, observan escrupulosamente la buena fe con el resto de los españoles”. Aun así, se dio cuenta de que había tensiones que atribuyó a la natural inconstancia y violencia inherente a los apaches: “La insubordinación que reina entre esta clase de gente, que cuando las ocasiones ponen en sus manos, por razón del vasto y desierto terreno… hay unos que se separan de los demás con el pretexto de cazar o alguna otra similar [razón], entran a cometer robos y ataques, no solo en el interior de la Provincia de [Nueva] Vizcaya sino también en el interior de las de Oriente; pero esto ocurre con poca frecuencia y se oculta a los españoles del Presidio del Norte”).

* En marzo de 1792, la población apache en el presidio de Janos (Chihuahua) era de 325 personas, repartidos en 11 rancherías. (El apache más notable era El Compá, con tres esposas y un hijo. Su hijo Nayulchi, más conocido como Juan Diego, estaba casado y probablemente vivía con la familia de su mujer, por entonces una de las 10 o 20 familias pertenecientes a la ranchería de El Compá. También vivía con él un familiar suyo, Juscaye, quien pronto se casaría con una joven de la ranchería. A finales de la primavera, El Compá tenía otra mujer viviendo con él, y a finales de verano, otra de sus esposas le dio otro hijo. A su ranchería se unió la familia del chokonen Tadiya [Estadiya] que había venido e Bacoachi, pero perdió a El Güero, que se fue para crear su propio grupo local formado por cuatro familias).

* El 21 de marzo de 1792, el sargento 1º Antonio Valentín Moreno, destinado en el Presidio de San Carlos de Buenavista (Sonora) sale del Presidio de Pilar de Conchos (municipio de Valle de Zaragoza, Chihuahua), al mando de 23 soldados del Presidio de San Carlos, y de la 1ª y 3ª Compañía Volante, para llevar una collera de 82 cautivos apaches hasta Ciudad de México. (El Presidio de Pilar de Conchos, ubicado al este de Nueva  Vizcaya, estaba relativamente cerca de la provincia de Coahuila, lo que sugiere que los cautivos eran apaches lipanes y mescaleros [48 mujeres, 17 hombres y 17 niños de menos de 13 años de edad].

Moreno recibió 1.852 pesos y 4 reales para los gastos de la collera. También recibió la orden de evitar que los apaches escapasen bajo cualquier circunstancia. Nava ordenó: “Te ordeno que los mates empezando por todos los mayores, perdonando si es posible a todos los medianos y pequeños, pero no debes emplear esta medida a menos que la situación exija la última necesidad y no haya otra forma de evitar la fuga de la collera”.

El 21 de marzo salió de la Ciudad de Chihuahua y tras seis días de viaje, llegó al Presidio de Pilar de Conchos para recoger la collera que allí estaba siendo custodiada. El capitán Manuel Vidal de Lorca, comandante de la 3ª Compañía Volante, informó a Moreno que uno de los hombres apaches había enfermado, no pudiendo viajar, por lo que el 27 de marzo salió con 81 cautivos, montados en 72 mulas a cargo de los arrieros Juan de Dios Martínez y Rafael Romero, con otros cuatro ayudantes. Con Moreno iban también cinco soldados de la 2ª compañía de los Voluntarios de  Cataluña, encargados de llevar los informes a Ciudad de México. Moreno escribió en su informe: “Yo recibí del Sr. capitán Don Manuel Vidal de Lorca la cuerda de prisioneros apaches con una cantidad de 81 piezas y el mismo día salí para la Hacienda de Sapien sin incidentes”.

El 30 de marzo llegaron a la Estancia del Río Florido, acampando en una hacienda propiedad de Juan Carrera. El 31 de marzo llegaron a un lugar conocido como el Paraje de la Partida, una zona despoblada, a un día de marcha al norte de la población de Cerro Gordo. Acamparon cerca de un  arroyo donde los apaches fueron a beber por orden del sargento. Mientras bebían, la mayoría de los apaches empezaron a coger piedras. Los soldados que les vigilaban les preguntaron el motivo, contestando que eran para machacar los huesos y extraer la carne del toro que iba a ser sacrificado como alimento.

Cuando la collera volvió del arroyo, Moreno organizó el campamento, situando en el medio a los apaches, rodeados por los soldados. Puso a un cabo y a cuatro hombres de centinelas, y a otros dos y a los cinco Voluntarios de Cataluña cuidando las mulas. Luego ordenó al cabo Tiburcio de La O que escogiese a tres hombres para sacrificar un toro que llevaban con ellos. Los apaches observaban el proceso con ganas de recibir sus raciones y aplacar así el hambre que sentían. Cuando la carne estuvo preparada, a una orden del sargento, los 16 hombres apaches, y las 65 mujeres y niños, formaron en fila cerca de donde estaban las sillas de montar y las armas que los soldados habían dejado para distribuir las raciones. Los apaches se percataron del error.

Cuando la mitad de los hombres apaches habían recibido sus raciones, uno de ellos, a quien Moreno apodó Pierna Tirante, lanzó un grito, señal para que los demás atacaran. El sargento informaría: “de inmediato se arrojaron a donde había tres sillas con las armas de los mismos soldados que estaban con el cabo de escuadra repartiendo la carne”. Los otros soldados intentaron parar a los apaches, pero no pudieron contener la acometida de 16 guerreros, algunos de los cuales alcanzaron las sillas donde había tres lanzas, apoderándose de ellas. Hirieron a dos soldados, uno de los centinelas, y a un Voluntario de Cataluña que estaba cuidando las mulas.

Al mismo tiempo que los hombres cogían las lanzas, otros comenzaron a tirar las piedras que habían cogido en el arroyo, ayudados por las mujeres que habían escondido más piedras bajo sus ropas. Aunque algunos soldados recibieron el impacto de las piedras, consiguieron mantener a los apaches dentro del círculo que habían formado. Uno de los arrieros cayó al suelo al recibir una pedrada en la cabeza. En ese momento, Moreno dio orden de disparar a matar. Los soldados abrieron fuego para después avanzar con sus lanzas. A tan corta distancia, los mosquetes y pistolas fueron muy efectivos, y el entrenamiento de los soldados presidiales en el uso de la lanza tuvo como efecto que en menos de un cuarto de hora mataron a 12 apaches. Moreno reflejaría en su informe: … como es sabido, maté a tres con mis propias manos, pero también alabó el desesperado coraje de los apaches: Vi que no había señal de cobardía en ellos, con piedras y palos hicieron la mayor resistencia posible.

Uno puede imaginar el terror que tuvieron que pasar las mujeres y los niños cuando el humo de la pólvora y los gritos de la pelea cesaron. Una de las mujeres más jóvenes fue herida por un disparo. Los cuatro hombres supervivientes junto con las  48 mujeres y niños fueron apiñados en el centro del campamento. Los españoles habían sufrido cuatro heridos [dos soldados y un arriero por heridas de lanza; y otro arriero por una pedrada]. Moreno ordenó cortar las orejas de los 12 apaches muertos, siendo atadas juntas en un cordón de cuero y guardadas en una alforja.

Al anochecer del día siguiente, llegaron a la población de Cerro Gordo, donde el alférez retirado Juan de Soto proporcionó asistencia médica para dos de los soldados heridos, quedándose en la localidad cuando la collera partió el 3 de abril, llegando a la Hacienda de la Zarca cuando finalizaba el día. Más adelante alcanzaron la Hacienda El Gallo, donde descansaron un día entero. Al atardecer del 6 de abril llegaron al río Nazas donde acamparon en una de las cercanas haciendas. Al día siguiente cruzaron el río y llegaron a un lugar conocido como El Paraje donde acamparon. Al amanecer, el cabo José Antonio Uribes informó al sargento que “el soldado que llevaba las 24 orejas de los 12 apaches muertos había hecho saber que los animales habían consumido las orejas… según me mostró”. El soldado había dejado las orejas junto a su silla de montar y en algún momento de la noche las alimañas habían tirado del cordón donde estaban atadas y se las habían llevado para comérselas. Moreno se enfadó con el soldado porque las orejas eran la prueba de que habían matado a los apaches en un intento de fuga, por lo que pensando que necesitaba más pruebas, ordenó a Uribes y a otro soldado [probablemente el soldado causante del problema], volver a Cerro Gordo para pedir a Juan de Soto que expidiera un certificado ratificando lo ocurrido. Además, les ordenó que fueran al lugar de la pelea para cortar la mano derecha de los cadáveres apaches que habían dejado tirados, y en caso de faltar, la izquierda.

Los dos hombres llegaron a Cerro Gordo a las 10:00 en punto del 10 de abril, pero encontraron al viejo alférez gravemente enfermo y en la cama. Aun así, Juan de Soto, dándose cuenta de la situación, envió a buscar a otro ciudadano digno de confianza llamado Asensio Mendoza, para que acompañara al cabo y al soldado a donde estaban los apaches muertos. Rápidamente, partieron hasta el Paraje de la Partida, donde encontraron los cadáveres. La descomposición y las alimañas habían hecho su trabajo durante la semana y media que habían estado a la intemperie, pero a pesar de todo, pudieron amputar 12 manos, cabalgando de vuelta a Cerro Gordo. Juan de Soto escribió: “Han presentado ante mí 12 manos izquierdas porque solo encontraron una de la derecha”. Con ese certificado y con las 12 manos, los dos hombres fueron al encuentro de la collera.

Mientras tanto, Moreno seguía su camino. Después de pasar las minas del Real de Cuencamé [Durango], llegó a la zona de Atotonilco [municipio de Cuencamé, Durango]. Al día siguiente, 11 de abril, llegaron a  Nueva Galicia, y durante los siguientes cuatro días pernoctaron en una serie de casas de hospedaje situadas en el Camino Real, como Juan Pérez, San Marcos, Carvoneras, y Santa Catarina, donde el cabo Uribes y el soldado alcanzaron a la collera. Moreno escribió en su diario: “En Santa Catarina, donde el cabo de escuadra y el soldado que había enviado a Cerro Gordo se presentaron ante mí, y a la vez me trajeron la certificación que había sido solicitada del Señor subdelegado Don Juan de Soto, y al mismo tiempo, una mano izquierda de cada uno de los 12 indios muertos, ya que solo encontraron una derecha que no había sido comida por los animales”.

Cuatro días después llegaron a la ciudad de Fresnillo [Fresnillo de González Echeverría, Zacatecas], y dos días después a Zacatecas, donde pasaron una noche. Más adelante pernoctaron en el Mesón de Tlacotes, la Hacienda de San Pedro de Piedragorda, y la Hacienda de Pavellón, a donde llegaron al anochecer del 24 de abril. Esta última hacienda era propiedad del clérigo José María de Urrucha, quien tuvo que atender a un niño apache que llevaba enfermo varios días. Urrucha lo bautizó, falleciendo durante la noche.

A la mañana siguiente partieron llegando esa tarde a Aguascalientes, permaneciendo un día descansando y adquiriendo suministros. Salieron el 26 de abril, pasando las siguientes dos noches en la Hacienda de San Bartolo y en el Mesón de los Sauces. La siguiente noche descansaron en Santa María de los Lagos [Lagos de Moreno, Jalisco] y el 29 de abril, llegaron a la Villa de León [León de los Aldama, Guanajuato], donde descansaron dos días enteros, para salir el 2 de mayo hacia Silao [Silao de la Victoria, Guanajuato].  Dos días después llegaron a Irapuato, donde pasaron la noche. Allí, una de las mujeres apaches dio a luz una niña que nació enferma. Un sacerdote de la localidad bautizó al bebé y al día siguiente se unió con su madre al resto de la collera para continuar el viaje. Pasaron por Salamanca, Celaya y Querétaro, y al atardecer del 10 de mayo entraron en la ciudad de San Juan del Río, donde falleció otro niño de pecho distinto al anterior.

Después de tres días acampando en mesones junto al camino, el 14 de mayo llegaron a Tepexic [Tepeji del Río de Ocampo, Hidalgo], y al día siguiente a Cuautitlán.

La collera llegó a Ciudad de México el 16 de mayo, con 67 apaches de los 81 con los que salió. Fueron llevados a la cárcel de La Acordada, donde fueron contados, registrados e introducidos en celdas. En el plazo de varios días, unas pocas mujeres y niños serían distribuidos entre familias pudientes de la ciudad para ser sirvientes domésticos, mientras otras acabarían trabajando en factorías textiles, y la mayoría, incluidos los cuatro hombres supervivientes, permanecerían encarcelados hasta completar la siguiente cadena de presos para ser llevados hasta el puerto de Veracruz, y de allí  a La Habana). 

* En marzo de 1792, una partida de 30 guerreros apaches lipanes abandona sus rancherías en el cañón de San Sabá, [San Saba County, Texas] yendo a la provincia de Nuevo Santander (abarcaba el actual estado de Tamaulipas, parte del estado de Nuevo León y la parte sur de Texas comprendida entre los ríos Bravo y Nueces) para incursionar. (Al frente de la misma se encontraba un conocido jefe de guerra apache, conocido como Zapato Malo, debido a una deformidad que tenía en su pie derecho. Tras 10 días de marcha, los apaches lipanes llegaron a las inmediaciones de la Villa de Reinosa [hoy Reynosa, Coahuila], donde los vecinos detectaron su presencia. Inmediatamente, se organizó una partida con la intención de combatirlos, pero se llevaron la peor parte, ya que, tras sufrir tres bajas mortales [dos vecinos de la villa y un nativo auxiliar de los españoles] tuvieron que retirarse precipitadamente. No obstante, los apaches lipanes se encontraban en una situación difícil, ya que, avisada la población de la zona, no pudieron robar nada sin correr riesgos, y pronto se encontraron sin víveres, sin agua y, lo que era peor, con tan solo ocho mulas para ayudarse en los desplazamientos, ya que, su idea era usar los caballos que robaran en su incursión.

De los 30 apaches lipanes, se adelantaron ocho, y de estos últimos, se destacaron otros cinco, para cazar conejos y jabalíes; y los 17 restantes siguieron su marcha sin esperar ningún ataque, pero fatigados por la sed y el hambre.

En estas circunstancias, fueron sorprendidos por 30 soldados de la compañía volante de Laredo [hoy Nuevo Laredo, Tamaulipas; o Laredo, Webb County, Texas], al mando del capitán José Ramón de Bustamante, en un paraje llano y despejado en las inmediaciones del arroyo de Palo Blanco [Palo Blanco Creek, Kenedy County, Texas]. Los españoles estaban, por tanto, en inmejorables condiciones para batir al enemigo, bien armados, montados, teniendo cerca el auxilio de 26 vecinos de Reinosa. El primer embate de los jinetes españoles fue demoledor para los agotados apaches lipanes. La primera embestida española dio muerte a lanzadas y balazos a 15 de ellos, incluido su jefe, escapándose los dos restantes y recuperando un cautivo que llevaban. 

Tan pronto como terminó la refriega, el capitán Bustamante volvió al lugar donde había quedado custodiado el cautivo, junto a los soldados que vigilaban los caballos de repuesto de la tropa, preguntándole qué jefes habían estado presentes. El cautivo dijo que el jefe era Zapato Sax [Zapato Malo], indicando cuál era su cadáver, estando de acuerdo los que lo conocieron cuando estaba vivo, por lo que el capitán Bustamante mandó cortarle la cabeza y el pie derecho, por el que había tomado el nombre de Zapato Sax [Zapato Malo]. 

Entre los apaches lipanes muertos, además de Zapato Malo, se encontraban dos de sus hijos. Los españoles cortaron las orejas y los genitales de los 15 muertos para llevarlos al presidio. El justicia mayor de Santa Rosa [hoy Melchor Múzquiz, Coahuila] dio fe de la entrega de las orejas y genitales: Valle de Santa Rosa, en 21 de marzo de 1792, yo don Blas María de Ecay y Múzquiz teniente justicia mayor del y su partido, certifico y doy fe en que puedo, debo y el derecho me permite a los jueces y justicias de Su Majestad que Dios guarde: haber visto reconocido y contado 30 orejas de indios e igual número de genitales que el señor comandante general don Ramón de Castro hizo ver al público el 19 del mes actual cuyo día llegó con ellas el sargento de la compañía de Laredo.

Esto no respondía al odio o al deseo de mutilar a los enemigos caídos, sino a una cuestión práctica. De esta manera, los oficiales podían corroborar la veracidad de los informes presentados respecto de los combates y encuentros con enemigos apaches o de cualquier otra nación india. Con las orejas cortadas, se podía comprobar que el número de bajas causadas se ajustaba al informe, y no era fruto de un aumento de las mismas en busca de méritos o gloria. Al presentar, junto con las orejas, los genitales de los guerreros muertos, se pretendía demostrar que todos los enemigos muertos eran hombres adultos y que tampoco se había engrosado el número de bajas, añadiendo a ellas las cabezas de no combatientes, mujeres y niños.

La documentación del Archivo General de Simancas sobre el encuentro del arroyo de Palo Blanco brinda además completa información sobre un aspecto poco conocido: qué ocurría y cómo se trataba a los cautivos recuperados de manos de los apaches. En la acción en la que murió Zapato Malo, las tropas españolas lograron liberar a un cautivo de 15 o 16 años, que dijo llamarse Tomás Lerma.

Las preguntas que hizo al cautivo el capitán José María Echegaray, revelaron datos interesantes sobre la situación militar en la provincia. Lerma, además de a cuestiones sobre el combate mismo, respondió a preguntas sobre las intenciones que llevaba la banda de Zapato Malo, sobre el comercio que los apaches lipanes efectuaban en Nacogdoches, sobre otros jefes apaches lipanes, como El Canoso, Chiquito y José Lombraña [el jefe que había logrado evadirse de la Villa de Santa Rosa donde tantos de sus guerreros perdieron la vida]. De ese hecho se puede deducir que los guerreros abatidos en San Miguel [San Miguel Creek, al sur de San Antonio, Texas] el verano del año anterior, no eran El Canoso y Lombraña. Las intenciones de Zapato Malo eran peores que una simple expedición de saqueo, ya que, según el cautivo, oyó a Zapato Malo que iba a robar caballos e ir al cañón de San Sabá, que allí enviarían emisarios para que se unieran todos los lipanes, lipiyanes y mescaleros quienes unidos, vendrían al valle de Santa Rosa, quemarían las viviendas y se llevarían los caballos, para dejarlos en el cañón e ir a la Villa de Laredo, donde robarían pólvora y matarían a todos los españoles. También oyó decir a Zapato Sax que, o acababan con los españoles, o estos con ellos; que ni unos ni otros podían andar libres; que, aunque a él lo mataran o muriera, mantendrían la guerra hasta acabar los unos con los otros. Que una vez  se haya llevado  la pólvora y destruir Laredo, irían a donde las naciones del Norte a hacer trueque.

El interrogatorio se desarrolló en estos términos: «En día, mes y año expresado, compareció ante mí y testigos de asistencia el cautivo expresado en el auto antecedente y, habiéndole preguntado qué edad tenía, si se confesaba y conocía lo que grava el alma, el pecado de jurar en falso dijo: Que tenía 15 o 16 años, que antes de ser cautivo se confesaba y, hallándolo con suficiente conocimiento de la religión, le hice levantar la mano derecha y, preguntado, juráis a Dios y a la señal de la Cruz decir verdad sobre el punto de que os voy a interrogar, dijo: Sí, juro.

Preguntado su nombre, patria y religión, dijo que se llama Tomás Lerma, que es natural de la Villa de Mier [hoy Ciudad Mier, municipio de Mier, Tamaulipas], de la provincia de la colonia del Nuevo Santander [abarcaba el actual estado de Tamaulipas, parte del estado de Nuevo León; los dos en México; y la parte sur de Texas comprendida entre los ríos Bravo y Nueces], de religión católica.

Preguntado por qué motivo usa el traje que visten los indios de la nación apache, dijo que el usar del vestido de los indios ha sido porque hace un año y ocho meses que, hallándose de pastor cuidando del ganado menor en el paraje nombrado Agua Nueva [?], el indio capitán lipán Zapato Sax, con muchos gandules de la misma nación, que no contó, le cautivaron y llevaron al río Puerco [hoy Colorado, Texas. No confundir con el Colorado de Arizona], en donde estaba la ranchería, de allí pasó con todos al Norte, según decían, a tratar con las naciones de Nacogdoches [Nacogdoches County, Texas], que después bajaron al río de Guadalupe [nace en el Kerr County, Texas y desemboca en la Bahía de San Antonio, Texas], desde donde se vinieron como al año de cautivo al cañón de San Sabá [San Saba County, Texas], en donde han permanecido unas veces arriba de él y otras abajo, haciendo hoy 20 días que dejó la ranchería en la despoblada misión de arriba más acá del cañón de San Sabá. El mismo tiempo que hace que, con su amo, el capitán Zapato Sax y 29 gandules, salieron para entrar en la Colonia del Nuevo Santander, para donde iban a campaña, según decían. Que, para llegar cerca de la Villa de Reinosa [hoy Reynosa, Tamaulipas], tardaron 10 días, manteniéndose el siguiente en aquellas inmediaciones y en este salieron de Reinosa como 20 paisanos a pelear, pero, aunque lo lograron al instante, arrancaron dejando muerto a uno y llevándose otro herido y, como los indios quedaron en aquel terreno, quitaron la cabellera y ropa al paisano muerto. Se dirigieron a la costa y, viendo que no encontraban caballadas, les oyó decir que ya marchaban para tierra, y en esto dieron vuelta y caminaron por un llano sin agua dos días, y al tercero de poco andar se encontraron unos charcos y en ellos se mantuvieron todo el día; para en la tarde, ocho de ellos, no pudiendo aguantar el hambre, se marcharon para tierra por delante de los demás y antes de amanecer llegaron a un arroyo en donde se detuvieron a beber agua y pasado a ponerse los zapatos, que desde este se adelantaron cinco para buscar jabalíes y esperarlos a ellos, y, saliendo a poco rato ya repartidos los demás indios, buscando conejos y jabalíes, pues ya había amanecido, la neblina no les permitió ver nada y solo encontraron una porción de guiotes [también llamados vástagos, una planta], que, unidos al instante, hicieron tres lumbres y asaron, manteniéndose allí hasta que se los comieron y, concluido, se marcharon, pero apenas habían salido cuando oyeron un tropel de caballos y ruido como que hablaban; con esto corrieron los indios y, como el que declara venía atrás de todos ellos, volvió la cara y vio que el ruido lo ocasionaba la tropa que los seguía, pues esta se distinguía bien por haber faltado del todo la neblina. Que los indios decían que corriera y, aunque él lo hacía, no era tan recio como los demás, pero, viendo que los soldados se arrimaban, largó inmediatamente el arco, flechas y cíbolo [piel de bisonte] con que venía cubierto y, yéndose a ellos, les decía que era cautivo y, subiéndolo en las ancas de un caballo un vecino de Reinosa, quedó con este cuidando los caballos con los demás paisanos que del mismo paraje venían, y el capitán de Laredo don Ramón con sus soldados marchó a alcanzar a los indios, que iban de huida hasta que, habiéndoles matado a cuatro, se pararon e hicieron pie en un mogote [elevación de terreno] de mezquites [árboles] bajos, desde donde hacían su defensa, y allí mismo quedaron muertos todos lo que, concluido, los soldados se dedicaron en ver los cuerpos y puestos agitados bocado arriba. Se fue el capitán don Ramón a las caballadas y preguntó al que declara si allí venían algunos capitanes, a lo que respondió que solo estaba su amo el capitán Zapato Sax; con esta noticia lo llevó al paraje para que lo enseñara y, en efecto, al instante lo señaló, y muchos de los que le conocieron vivo por el pie sacaron que era el mismo, por lo que mandó dicho capitán don Ramón cortarle la cabeza y el pie derecho, por el que se señalaba y había tomado el nombre de Zapato Sax, haciendo al mismo tiempo cortar las orejas no solo de esta cabeza, sino las de todos los demás, juntamente con los genitales, para manifestar que eran hombres todos, y guardadas estas piezas, recogidas armas y pillaje, se marcharon para la Villa de Laredo [hoy Nuevo Laredo, Tamaulipas; o Laredo, Webb County, Texas], donde llegaron dos días después del de la función, y en el siguiente al medio día salió para este valle, en donde está desde ayer, que le trajo el sargento Mateo Talamantes con tres soldados.

Preguntado que cuantos indios fueron los que allí vio muertos, dijo que, sumado el capitán Zapato Sax, había 15.

Preguntado que como ha dicho que salieron de la ranchería el capitán Zapato Sax y 29 gandules, cuando, por la cuenta que hace, resulta que ocho salieron del charco donde llevaron después de haber pasado dos días sin agua, cinco en la mañana de la función se adelantaron a matar jabalíes y 15 vio muertos hacen el número de 28, que diga qué hicieron los otros dos indios que faltan para el número de 30. Dijo que cuando vio los cuerpos de los 15 muertos echó de menos dos de los que allí venían, que del uno tiene muy presente que venía atrás con el que declara y que, cuando corrían por el tropel que oyeron, vio que se apartó, por un lado retirado de los demás y, cuando el que declara se volvió atrás para incorporarse con los soldados, no le vio y que cree se agazaparía entre el zacatón [pozo de agua] y que lo mismo, considera, haría el otro marchándose por entre este sin ser visto mientras duró la función, que bien tardaría como dos horas en concluirse.

Preguntado que cómo siendo cautivo los indios, como dice, le trajeron a campaña, y más cuando venían a la provincia de donde le llevaron, dijo que a sus instancias consiguió de su amo Zapato Sax que lo trajera, pues al principio no quería, diciéndole que era muy muchacho y se había de cansar de andar a pie.

Preguntado con qué motivo insistió tanto para venir con los indios, dijo que su insistencia para venir con ellos era por haberles oído decir que venían a Reinosa y a la costa, y con este motivo pensó se le proporcionaría ver a su madre y hermanos, que están en El Cántaro [Cerro El Cántaro, Tamaulipas], saliendo del poder de los indios.

Preguntado si oyó decir cuál era el fin con que venía el Zapato Sax con sus gandules, dijo que sí oyó a su amo que iba a traer caballada a la Colonia, irse al cañón de San Sabá, que allí harían correos para que se juntaran todos los lipanes, lipiyanes y mescaleros que, unidos todos, vendrían a este valle de Santa Rosa, quemarían los jacales [cabañas] y se llevarían la caballada, que esta la irían a dejar en el cañón y se pasarían al instante a la Villa de Laredo, donde se sacarían la pólvora y matarían a todos los españoles de aquel lugar. Que también oyó muchas veces decir a su amo el capitán Zapato Sax [pues este era, el de todas las broncas, el que animaba y hacía estas cuentas] que se hicieran el ánimo de acabar con los españoles, o que estos los acabaran a ellos, para que unos ni otros anduvieran toda la tierra con libertad, y solo así se lograban buenas paces, aconsejándoles que, aunque a él lo mataran o se muriera, no se dieran de ningún modo, sino que mantuvieran la guerra hasta acabarse unos u otros. Que, logrado el llevarse la pólvora y acabar con el Laredo, se irían a las naciones del Norte a cambalachar.

Preguntado si cuando fue con todos los indios a tratar con los de Nacogdoches entraron en esta población, que explique de qué nación eran aquellos y a qué fue reducido el cambalache o comercio que tuvieron con ellos, dijo: Que no entraron en Nagcodoches, sino que, muy distante, quedaron aguardando a los indios que con dos de su nación mandaron llamarlos, y a los 8 días vinieron todos con sus familias y unidos caminaron para dentro hasta parar a distancia de 10 leguas [48 km] de Nacogdoches según se explica oyó decir. Que el nombre de la nación que vino no supo, pero les vio a todos una raya en la frente que les paraba en la nariz y una ruedita en ambos carrillos y que lo que vio de comercio o cambalache era que los indios lipanes daban a los de la raya caballos y mulas y estos a los lipanes fusiles, pólvora, balas, pesadas cuentas de colores, camisones pintos y tabaco.

Preguntado a cuánto regresaron y bajaron al río de Guadalupe y si se quedaron allí algunos indios de los que fueron a este cambalache, dijo que sí quedó el capitán El Canoso con su gente, en compañía de los indios que tiene dicho de la raya en la frente, y solo fueron a Guadalupe con los suyos los capitanes Lombraña y su amo Zapato Sax.

Preguntado después si no volvió a unirse con los demás lipanes el capitán El Canoso con su gente, dijo que, en el año pasado, en los calores, vino El Canoso con los demás lipanes que, unidos todos, se partió la gente quedando la mitad para ir a la cíbola [caza del bisonte] con el capitán Chiquito, Lombraña y Zapato Sax, marchándose al instante El Canoso con la otra mitad, diciendo venía a campaña contra los españoles, que este no tardó mucho tiempo en regresar, aún antes de haber salido los capitanes dichos a la cíbola, y en esta campaña que hizo trajo mucha caballada y cautivos y, sin dilatarse, marchó para Nacogdoches, llevándose toda su presa, y hasta ahora no ha sabido más de él.

Preguntado si supo de donde había llevado el capitán El Canoso, la caballada y cautivos que tiene dicho, dijo que sí oyó decir que por los vallecitos de Sabinas [Coahuila] y todos los parajes de por ahí las había cogido, robado las caballadas y muerto a muchos españoles.

Preguntando donde quedó el capitán Chiquito cuando fueron al cambalache de las naciones de Nacogdoches, pues no le mienta en los que quedaron ni en los que se volvieron a Guadalupe, dijo que fue el referido capitán antes de salir los demás se marchó con su gente a hacer, según oyó decir, sus cambalaches al presidio del Norte [hoy Ojinaga, Chihuahua], y cuando volvieron [que fue después que ya regresaron los demás de Nacogdoches] dijeron también que los cautivos que llevaron, entre ellos un sobrino del que declara, cautivado en el mismo tiempo, llamado Ignacio Chiapa, no habían traído ninguno por haberlos cambalacheado por caballos con los españoles.

Preguntado si no ha salido en otra ocasión con los indios a campaña, dijo que para acá es la primera, pero que a los comanches hizo otra campaña.

Preguntado si, cuando los indios hacían sus campañas contra los españoles, les oía decir lo que habían hecho cuando regresaban a su ranchería dijo que sí, les oyó decir alguna en que venían a robar caballada, pero que no les oyó contar más función que una que viniendo muchos indios para hacer campaña, se encontraron en un arroyo que después ha oído decir se llama San Miguel [San Miguel Creek, al sur de San Antonio, Texas] y en él los atacaron unos soldados, y en esta pelea dejaron muertos tres y que lipanes solo murieron dos, y salió uno herido, al cual lo mataron ahora los soldados de Laredo, y con este motivo de la muerte de los indios ya no siguieron la campaña.

Preguntado si supo qué capitán venía mandando esta indiada, dijo que no vino ningún capitán [jefe apache] sino que ellos solos vinieron.

Preguntado si supo cuándo una mujer cautiva se les huyó a los indios, dijo que sí, que estando arriba del San Sabá se les vino, y los indios la echaron menos, pero no la siguieron.

Preguntado si no oyó decir de donde era esa cautiva y qué indio era su amo, dijo que por ella misma supo que era casada y del real de Vallecillos, que su amo era uno de aquellos indios de quien no supo su nombre.

Preguntado qué capitanes quedaron en la ranchería que salió de ella, que indiada a su parecer habría y si estos estaban bien provistos de caballada, armas, pólvora y balas, dijo que no dejó más en la ranchería que al capitán Chiquito y que la indiada de armas le parece que serán como 200 los que dejó, y que estos estaban bien provistos de flechas, fusiles y chimales [escudos] pero pólvora, balas y caballos tienen muy pocos.

Preguntado que a dónde dejó o había marchado el capitán Lombraña, pues no quedó en la ranchería, dijo que cuando fueron a la carne en estos últimos fríos les dieron los comanches un golpe y de este salió herido Lombraña, y allí mismo, en la ranchería, murió de esta resulta a pocos días, habiendo quedado en aquel golpe otros dos indios muertos de la nación lipana.

Preguntado si sabe qué número de indios gandules llevó el capitán El Canoso cuando se marchó para Nacogdoches dijo que le parece llevaría como 100 indios sin contar las familias de mujeres y muchachos.

Preguntado si sabe cuántos capitanes son los que hay en la actualidad entre todos los lipanes dijo: que sabe que solo han quedado el capitán Chiquito y El Canoso y hechas las preguntas y repreguntas necesarias dijo no tenía más que decir; leída que le fue esta su declaración, expuso ser la misma que ha producido, sin tener que añadir ni quitar cosa alguna, que lo que ha dicho es la verdad a cargo del juramento que tiene hecho, en que se afirmó y ratificó, y, por no saber firmar, hizo la señal de la cruz y lo firmé yo con testigos de asistencia.

José María de Echegaray, de asistencia José Cayetano Treviño, de asistencia Telesforo Guadiana. En el mismo día mes y año referido, yo, el capitán don José María de Echegaray, en virtud de estar concluida la declaración en los términos prevenidos, mando se pase original a las superiores manos del señor comandante general e inspector don Ramón de Castro en ocho hojas útiles y para que conste lo puse por diligencia que firmé. José María Echegaray).

* El 8 de abril de 1792, los jefes apaches llaneros lipiyanes El Natagé y Picax-endé (El Calvo) llegan con varios de sus seguidores al presidio de El Paso del Norte (Ciudad Juárez, Chihuahua) donde acampan durante seis días. (El comandante Diego Díaz se esmera en tratarlos bien, reuniéndose con ellos y dándoles pequeños obsequios. Los apaches piden víveres, indicando que jamás habían hecho daño alguno en Nuevo México ni han atacado sus fronteras, al contrario que los mescaleros. Aunque admiten haber realizado depredaciones en las provincias orientales debido a que habían sufrido continuas persecuciones por parte de los soldados de Texas y Coahuila, quienes han matado a un hermano de Picax-endé [El Calvo] y apresado a varios de sus hijos. No obstante, los jefes lipiyanes prometen que, en lo sucesivo, dejarán de hostigar las provincias fronterizas. Debido a la distancia que hay entre sus tierras y El Paso del Norte y el hecho de tener frecuentes choques con los comanches, los lipiyanes no podrían visitar al comandante Díaz a menudo, pero prometen hacerlo siempre que puedan, teniéndole informado sobre cualquier novedad importante que ocurra en las llanuras. Si los españoles necesitasen contactar con Picax-endé [El Calvo] o El Natagé, lo podían hacer a través de los mescaleros, quienes conocían bien el emplazamiento de las rancherías lipiyanes. Los dos jefes insisten en que siempre habían deseado establecer una paz duradera con los españoles. Es obvio que los apaches llaneros se sentían presionados por los comanches y deseaban conseguir la protección de los españoles. Lo que inquietaba a Díaz era el hecho de que dos utes acompañaban a Picax-endé [El Calvo] y El Natagé afirmando que les unía una estrecha amistad con dicha tribu. En sus conversaciones con los apaches, Díaz insinuó que era contrario a los comanches y al oír eso, los dos jefes le dijeron que para la cacería anual de búfalos pensaban reunir una formidable junta de lipiyanes, lipanes, natagés y utes que congregaría más de 2.000 guerreros.  Anunciaron que tenían la intención de efectuar una campaña contra los comanches en sus propias tierras en el lugar conocido como la Picota y vengar el golpe que estos habían infligido a los lipanes el año anterior. Es más, los apaches aseguraban que los comanches no eran tan numerosos y aunque durante las ferias que se celebraban en Nuevo México los utes aparentaban estar en paz con ellos, en realidad en las llanuras las dos tribus eran enemigos mortales. En su respuesta al capitán Díaz, el comandante general Nava afirmó que era difícil averiguar si Picax-endé [El Calvo] y El Natagé cumplirían con su palabra. Por lo tanto, Nava estimaba que era importante que cuando los lipiyanes volviesen a visitar a Díaz, este, a través de los mescaleros pacíficos, los atrajera para que se estableciesen cerca de alguno de los presidios de Nuevo México. Dicho oficial debía indicarles que su situación en las llanuras era muy expuesta a los comanches y a las expediciones punitivas de las tropas españolas que operaban desde Texas, independientemente de las guarniciones de Nueva Vizcaya y Nuevo México. Asimismo, además de unirse a los apaches pacíficos, no debían realizar ninguna incursión. En opinión de Nava, era inútil tener la promesa de amistad de Picax-endé [El Calvo] y El Natagé si no se avenían a esas condiciones. En cuanto a la supuesta unión de utes y apaches para atacar a los comanches, Nava afirmó que era mejor desconfiar de todo yndio de raza Apache en el punto de Cumanches, pues sabe Vm la rivalidad de las dos Naciones).

* En la primavera de 1792, el gobernador de Nuevo México, Fernando de la Concha, acuerda con Taschelnate y los subjefes Josef y Campanita que acerquen sus rancherías a El Sabinal (Sabinal, Socorro County, New Mexico) para poder efectuar la siembra. (El 28 de mayo llegaron al pueblo con varios de sus hombres, asegurando a los españoles que para el 18 de abril tendrían a todos los miembros de sus bandas en el punto de reunión. El plan del gobernador era instalar a los apaches en dos poblaciones situadas en orillas opuestas del Río Grande, a 10 km de El Sabinal. La población española vecina del distrito de Río Abajo [Valencia County, New Mexico] contribuyó a construir chozas y facilitar el ganado mayor y menor, necesario para crear una ganadería estable para los apaches. El gobernador Concha estaba convencido de que era el único medio de lograr una paz duradera en las provincias internas. Afirmó que: la viveza natural de los apaches, auxiliada con los útiles necesarios para la labranza junto con ganado para establecer la cría, adelantarían mucho y experimentarían las ventajas de una vida uniforme, tranquila y llena de comodidad respecto a la que constantemente sufren«. Concha expresó su esperanza de que los demás apaches que se hallaban en las sierras «desnudos y sin tener que comer otra cosa que las simples producciones del campo, o algo de los robos, [ellos] viesen las ventajas de la vida sedentaria y de este modo [yo] [que] por algunos insultos que ha sufrido [de] la Nación de los Apaches situados en la Sierra de Gila, ha perseguido a estos con tal tesón y esfuerzo, que según los partes que me ha dado de palabra y por escrito el intérprete de la misma Nación Francisco García que ha acompañado a los Navajoes en el mayor número de sus campañas, resulta que estos habían muerto y hechos prisioneros, 61 piezas de los Gileños desde el día 8 de abril de este año hasta el 21 de junio pasado. Por una bárbara costumbre establecida entre ellos han sacrificado a todos los adultos y solo se han quedado con los párvulos [niños] para que les sirvan en lo sucesivo en calidad de criados. La reacción de esta banda de gileños no se dejó esperar y el 1 de julio, un jefe llamado Napuchili, conocido por los españoles como Tecolote, acompañado de ocho de sus hombres bien montados y armados, se presentó en uno de los asentamientos navajos y expresaron el deseo de negociar una paz con los navajos, sin embargo, estos sospecharon de sus verdaderas intenciones y optaron por expulsarles).

* En junio de 1792, los españoles permiten al jefe apache chokonen Tadiya (Estadiya), ir al presidio de Janos (Chihuahua) con ocho guerreros para pasar 30 días para visitar a su familia. (Mientras tanto, después de una breve estancia en Namiquipa [Chihuahua], el apache chihenne Ojos Colorados se trasladó a San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua], donde actuó como aliado e informante de los españoles. Después se le permitiría residir permanentemente en Janos a partir de 1796, pero antes visitó Namiquipa y Santa Clara [los dos en el municipio de Namiquipa, Chihuahua] siendo vigilado por un soldado y un intérprete.

Cuando se producía un robo, los funcionarios españoles no siempre tenían éxito en determinar quiénes eran los autores o dónde se escondían, a pesar de la extensa red de comunicaciones existente entre las rancherías de apaches pacíficos. Los españoles se negaban a aplicar penas de manera indiscriminada, queriendo solo buscar a los autores materiales, para no exaltar al resto, lo que lo resultaba extremadamente complejo. Apaches de diferentes rancherías se unían para cometer robos menores.

A mediados de julio, una patrulla española sorprendió a unos apaches de Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua] que estaban acampados en el río Santa María, cerca de Velarde [municipio de Buenaventura, Chihuahua] con cinco caballos robados. Incluso un »leal» apache como el hermano de Ojos Colorados, que había robado tres caballos del presidio de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua], se entregó a tales actividades. El mismo Ojos Colorados estuvo bajo sospecha cuando los movimientos de sus rancherías no concordaban con los deseos de los españoles.

Algunos apaches residentes en presidios de Chihuahua se trasladaban al estado vecino de Sonora para incursionar. Selchidé, hermano del jefe Pisago, fue detectado varias veces en Sonora, siendo en general hostil, viviendo más al sur de Janos). 

* El 2 de julio de 1792, una banda apache mata a un hombre que caminaba de Tecoripa (municipio de La Colorada, Sonora) al presidio de San Javier (municipio de Cucurpe, Sonora), robando en las inmediaciones de ambas poblaciones 31 caballos y mulas, y 30 vacas.

* El 18 de julio de 1792, apaches lipanes se llevan dos vacas y cuatro caballos del pueblo de Los Álamos (municipio de Morelos, Coahuila) dejando atrás a los perseguidores.

* Del día 1 de agosto al 11 de septiembre de 1792, permanece en campaña un destacamento de 130 hombres a las órdenes del capitán Pedro Mata Biñolas, operando junto a otro de Nueva Vizcaya, habiendo atacado cuatro veces a los apaches lipanes en las Sierras de Santa Teresa (?), Mogollón (Mogollon Mountains, Grant y Catron Counties, New Mexico) y San Francisco (San Francisco Mountains, Catron County, New Mexico), dando muerte a seis guerreros y cuatro mujeres, y haciendo prisioneros a 32 apaches, incluidos cinco guerreros. (Como resultado de la campaña realizada por el destacamento del capitán Pedro Mata Biñolas pide establecerse en paz el apache gileño Amel con su ranchería compuesta de 16 personas).

* En septiembre de 1792, el canario Pedro de Nava obtiene la independencia del virrey para su Comandancia General de las Provincias Internas (ahora reunidas de nuevo) y formaliza la política de sobornos (comida, tabaco, …) a los apaches, tratando así de acabar con sus incursiones.

* El 9 de septiembre de 1792, un grupo de pimas de la compañía de Tubac (Santa Cruz County, Arizona) da muerte a tres apaches que perseguía, llegando al Puerto de los Muchachos (Pima County, Arizona), donde había más de ellos, pero durante la acción, los pimas pierden tres bestias ensilladas. (El teniente José Ignacio Moraga salió del presidio de Tucson [Pima County, Arizona] persiguiendo a seis apaches que habían destrozado una milpa [terreno de cultivo dedicado al maíz] en el pueblo de San Javier [San Xavier, Pima County, Arizona] y, al llegar a la Sierra de los Muertos (?), desde lo alto les dijeron que querían la paz y enviarían un emisario al presidio para hablar).

* Del 25 de septiembre al 17 de noviembre de 1792, permanece en campaña el teniente coronel José Sáenz Rico, inspeccionando las Sierras Mogollón (Mogollon Mountains, Grant y Catron Counties, New Mexico); San Francisco (San Francisco Mountains, Catron County, New Mexico) y la Florida (Florida Mountains, Luna County, New Mexico), matando a cuatro guerreros y a dos mujeres apaches, y capturando a cinco mujeres y niños pequeños.

* El 29 de noviembre de 1792, los apaches se llevan del pueblo de Guachinero (?) cuatro bestias. (Tras ellos fueron un grupo de ópatas, pero fueron rechazados por los apaches).

* En 1792, destacamentos de soldados españoles son enviados a someter a los apaches que no residen en los presidios, para acabar con ellos o forzarlos a ir hacia el norte, a zonas no controladas por los españoles.

* A finales de 1792, la población apache en el presidio de Janos (Chihuahua) era de 450 apaches, repartidos en 9 o 10 rancherías.

1793

* El 6 de enero de 1793, Nautil Nilché, un jefe aravaipa que vivía junto al Aravaipa Canyon (Graham County, Arizona), accede a establecerse cerca del presidio de Tucson.  (Nautil Nilché era líder de una ranchería de 51 personas, que tenía 15 guerreros. Dos semanas más tarde, llegaron otros 41 aravaipas para establecerse en los alrededores de Tucson.

El teniente José Ignacio Moraga, comandante interino del presidio, informó a su superior Manuel de Echeagaray, comandante militar de Sonora, que contestó dándole instrucciones para que obsequiase a los aravaipas con azúcar crudo y un traje para Nautil Nilché. Como muestra de amistad, este entregó a Moraga seis pares de orejas que afirmó haber cortado a apaches enemigos [otra banda rival de Western Apaches] que sus hombres habían matado. Este hecho, y otros ataques realizados por destacamentos españoles, ayudados por los aravaipas, convencieron a los jefes Quitola y Quinanzos y a 69 Western Apaches a pedir la paz en Tucson, en la primavera de 1793.

Para que los aravaipas pudiesen tener raciones de carne, Echeagaray les envió, 15 días más tarde, 50 reses de ganado vacuno. Otros apaches se unieron al grupo y al cabo de poco tiempo sumaban más de 100 personas. Aunque los españoles inicialmente les llamaron “apaches de paz” con el tiempo se utilizó el término “apaches mansos” para diferenciarlos de los apaches “hostiles”. Aunque nunca fueron muy numerosos, constituyeron el núcleo de grupos que se afincaron cerca de Tucson y Tubac, los pueblos de población hispana en el sur del actual estado de Arizona, sobreviviendo a la época colonial española y prestando valiosos servicios como exploradores a los españoles, mexicanos y estadounidenses.

El 1 de abril de 1843, los “apaches mansos” afincados cerca de Tubac con su jefe Francisco Coyotero sumarían 49 hombres, 67 mujeres y 67 niños para un total de 183 individuos. En 1863, Charles D. Poston, agente del gobierno de los Estados Unidos, contabilizaría 100 “apaches mansos” en Tucson).

* En enero de 1793, una patrulla española al mando del teniente Nicolás Leiva, regresa al presidio Santa Gertrudis de Altar (Sonora) tras una expedición en la que habían matado a un apache y capturado a cuatro mujeres. (El invierno dificultaba las operaciones, ya que la nieve y la lluvia borraban los rastros y hacían complicado dar con las partidas de guerra de los apaches chiricahuas. Relativo éxito tuvo el teniente Belderraín y sus hombres de Tucson [Pima County, Arizona], cuando apoyados por los apaches gileños del jefe Nautimilce, mataron a siete apaches y lograron que dos rancherías de 69 personas aceptaran la paz).

* El 10 de enero de 1793, un ataque apache cuesta la vida a cinco arrieros no muy lejos del presidio de San Carlos de Buenavista ([Sonora]. Una partida de vecinos logró dar muerte a uno de los guerreros apaches que habían llevado a cabo el ataque, pero el resto desapareció en las sierras. Los apaches, además de dar muerte a los arrieros, terminaron con la vida de los 21 animales que estos llevaban).

* El 17 de enero de 1793, soldados españoles al mando del capitán Carrasco atacan a un grupo de apaches lipanes que habían estado hostigando las haciendas y caballadas de las inmediaciones de la ciudad de Durango ([Victoria de Durango, Durango]. El encuentro tuvo lugar en el llamado Paraje del Mobanito, cerca del Real de Mapimí [municipio de Mapimí, Durango]. Las cabezas de 12 guerreros y tres mujeres de apaches lipanes, fueron remitidas al comandante general de las Provincias de Occidente, Pedro de Nava, pero otros siete apaches lipanes lograron escapar gracias a la velocidad de sus caballos. Durante la acción resultó herido grave el sargento Agustín Fernández, pero se liberó a cuatro cautivos y más de 400 cabezas de ganado. De forma casi simultánea, otra patrulla, al mando del capitán Manuel Rengel, dio muerte a nueve guerreros y cuatro mujeres).

* El 27 de enero de 1793, huye de Bacoachi (Sonora) el apache chokonen Tadiya o Fadilla, junto a siete hombres y tres mujeres. (Hasta entonces habían vivido en paz, pero tras la huida, realizaron una serie de incursiones en las que mataron a varias personas: el 4 de marzo robaron varias reses en las cercanías del pueblo de Chinapa [municipio de Arizpe, Sonora], pero los vecinos ópatas las recuperaron, pese a morir dos; el día 8 de marzo, atacaron a tres vecinos de la hacienda de Bacaoachi [?, no confundir con Bacoachi], matando a uno, pero, perseguidos por varias patrullas, se presentaron todos, en el presidio de Janos [Chihuahua] dispuestos a sufrir el castigo que se les imponga. Fueron llevados a Ciudad México con otros prisioneros).

* En 1793, Fernando de la Concha, gobernador de Nuevo México, lidera una expedición contra los apaches.

* En 1793, los españoles pierden a dos importantes aliados. (En julio, el jefe comanche Ecueracapa es gravemente herido en una batalla con los pawnees falleciendo poco después, sustituido por otro jefe que mantendría la alianza con los españoles contra los apaches. El otro caso se trata de uno de los jefes más relevantes de los navajos, ya que, después de varios años de estrecha colaboración con los españoles, el 24 de octubre, Antonio el Pinto fallece a consecuencia de una herida sufrida días antes cuando una flecha apache le atraviesa la garganta, suceso que ocurrió durante una incursión de los navajos contra los gileños. La cooperación de los navajos continuaría hasta abril de 1796, cuando la expansión española por sus tierras, en el oeste de Nuevo México, originó el inicio de nuevas hostilidades).

* El 9 de febrero de 1793, se presentan en Chihuahua tres apaches lipanes que habían ido a El Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez, Chihuahua) solicitando la paz en las cuatro provincias de Coahuila, Texas, Nuevo León y Nuevo Santander. (Pedro de Nava dijo a los apaches lipanes que se fueran y volvieran más tarde para informarles de la decisión del virrey, advirtiéndoles de que mientras tanto no hicieran incursiones.

En julio volvieron los lipanes con su jefe Chu-Ubiqué [Pino Blanco y Moreno] a los que Nava regaló algunos presentes y excusó la tardanza en la contestación del virrey por la larga distancia hasta la capital. Mientras tanto, Nava tuvo que ir a Sonora en septiembre, dejando el asunto de la paz al oficial más antiguo. En su ausencia regresaron nuevamente los lipanes, y al retirarse de Chihuahua, los apaches mescaleros mataron a dos hombres y a una mujer lipanes, como señal de que preferían más la amistad con los españoles que con ellos).

* En la primavera de 1793, una patrulla española pierde tres hombres al caer en una emboscada de los apaches lipanes, mientras perseguía al grupo de guerreros que había matado, días antes, a un pastor en la provincia de Sonora. (La posterior persecución, en la que intervinieron patrullas de tres presidios diferentes, no tuvo éxito porque una densa niebla permitió que los apaches lipanes, autores de las cuatro muertes, escaparan sin sufrir apenas daños).

* En la primavera de 1793, los apaches roban en el pueblo de Tubutania (municipio de Altar, Sonora) 20 caballos y mulas, saliendo una compañía de pimas tras ellos, recuperando estas caballerías y dos animales más.

* En la primavera de 1793, un destacamento de 105 hombres al mando del teniente José Ignacio Moraga permanece en campaña contra los apaches durante 40 días, matando a dos muchachos, hiriendo a un guerrero y apresando a una mujer con cinco criaturas. (Debido al mal tiempo y a la huida de los apaches, tuvieron que regresar. Lo mismo ocurrió, en las mismas fechas, con una patrulla del presidio de Tucson [Pima County, Arizona] mandada por el alférez Juan Felipe Bederrain, que persiguió a cuatro apaches que se acercaron a las inmediaciones del presidio, dando muerte a una mujer y a un muchacho, y haciendo prisioneros a los otros dos.

Nautil Nilché, jefe de los apaches de paz de Tucson, había encontrado un grupo de «hostiles» junto al río San Carlos, matando a cuatro de ellos y cortándoles sus cabezas. A su regreso a Tucson, Nautil Nilché encontró a tres apaches más que consideró hostiles, atrapándolos y llevándolos vivos. La noticia de estos hechos se difundió rápidamente, por lo que dos rancherías apaches, hasta entonces belicosas, de los jefes Quiltolá y Quinanzos, con un total de 69 personas, vinieron a Tucson a pedir la paz).

* En abril de 1793, Pedro de Nava, comandante general de las Provincias de Occidente, informa que los ataques apaches se han cobrado la vida de nueve españoles en la provincia de Sonora y de 31 en Nueva Vizcaya, a los que hay que añadir tres muertos más en Nuevo México. (Además, los apaches robaron más de 600 cabezas de ganado. Las tropas españolas, por su parte, habían dado muerte a 66 nativos, y rescatado una cantidad de bestias muy similar al número de animales robados.

Nava remitió una instrucción al gobernador de la provincia de Coahuila, instrucción que tenían que cumplir los comandantes de los puestos encargados, en tratar con los apaches que se encontraban asentados en paz en la Nueva Vizcaya.

En nuevo informe del 2 de mayo de 1793, Pedro de Nava indicaba las estadísticas de las rancherías apaches cercanas a los presidios de Sonora, Nuevo México y Nueva Vizcaya, con los integrantes de las rancherías y el nombre de sus jefes:

Sonora:

1. Bacoachi: Nayic, 25 hombres, y 56 mujeres y niños. Total: 81 chiricahuas.
2. Fronteras: Antil, 15 hombres, y 40 mujeres y niños. Total: 55 chiricahuas.
3. Tucson: Naultilmiti, 25 hombres, y 61 mujeres y niños. Total: 86 chiricahuas.

Nuevo México:

1. El Sabinal: Hansjeni.
2. El Sabinal: José Palpata, 54 hombres, y 172 mujeres y niños. Total: 226 chiricahuas.

Nueva Vizcaya:

1.  Janos: Campin, 26 hombres, y 53 mujeres y niños. Total: 79 chiricahuas.
2.  Janos: Tusegoslan, 11 hombres, y 41 mujeres y niños. Total: 52 chiricahuas.
3.  Janos: Caluló, 7 hombres, y 16 mujeres y niños. Total: 23 chiricahuas.
4.  Janos: Quisfal, 12 hombres, y 29 mujeres y niños. Total: 41 chiricahuas.
5.  Janos: Vívora, 25 hombres, y 91 mujeres y niños. Total: 116 chiricahuas.
6.  Janos: Quetlamanchá, 4 hombres, y 13 mujeres y niños. Total: 17 chiricahuas.
7.  Janos: Bacohindil, 11 hombres, y 16 mujeres y niños. Total: 27 chiricahuas.
8.  Janos: Juan Quenisnos, 15 hombres, y 38 mujeres y niños. Total: 53 chiricahuas.
9.  El Carrizal: Jasquielmate y Vicasiete, 36 hombres, y 87 mujeres y niños. Total: 123 chiricahuas.
10. El Carrizal: Zapantli, 34 hombres, y 44 mujeres y niños. Total: 78 chiricahuas.
11. San Elizario: Franan, 15 hombres, y 48 mujeres y niños. Total: 63 faraones.
12. Presidio del Norte: Natagé, Alegría, Vicente, Camino Verde, Montera Blanca, Víctor el Bermejo, Joseph, y Joaquín. Pedro de Nava estimó que estas ocho rancherías sumaban de 230 a 250 guerreros. Como los padrones tenían un promedio de 2,6 mujeres y niños por cada adulto masculino, se asumió que la población total de apaches mescaleros sumaban entre 800 y 900 personas. No había recuento por la desconfianza que manifestaban cuando los españoles intentaban hacerlo, no queriendo permanecer en sus rancherías.

En total eran unos 2.000 apaches residentes en ocho “establecimientos de paz”, de los cuales 560 eran guerreros. Muchos más seguirían asentándose durante las próximas décadas. Con menos bandas apaches hostiles y más aliados apaches para luchar contra ellos, los españoles tuvieron más éxito en dominar a las bandas que quedaban por pacificar. A estos, los españoles les enviaban cautivos para trabajar en las plantaciones de azúcar de Cuba.

No sabemos por qué Pedro de Nava no mencionó la ranchería de El Compá. En 1793 llevaba tres años en Janos añadiendo una esposa más a su familia [ahora tenía cuatro, María, Canslude, Guadalupe y la más joven, que probablemente trabajaba de cocinera, según informes españoles] y tres hijos [Nayulchi, llamado por los españoles Juan Diego; Juan José, quien iba a la escuela del presidio con los hijos de los soldados. Del tercer hijo no sabemos nada].

Durante la primavera, la esposa del hijo mayor, Juan Diego, había tenido un hijo, pero murió en el otoño. Juscaye, que vivía con El Compá, tenía un hijo y un sobrino que vivía con él y con su esposa).

* En agosto de 1793, el apache Jasquieljal, a quien los españoles llamaban El Padre, hermano del leal Tetsegoslán, informa a las autoridades españolas, que el jefe chihenne Ojos Colorados, que reside en San Buenaventura (municipio de Buenaventura, Chihuahua) planea una revuelta y que está constantemente instigando a otros apaches para que abandonen los presidios y regresen a sus territorios. (No se sabe el motivo de esa denuncia, pero Ojos Colorados siguió residiendo en San Buenaventura.

En septiembre, se produjo un enfrentamiento entre apaches y fuerzas españolas en la Sierra de Enmedio [municipio de Ascensión, Chihuahua], cuando una mujer apache capturada informó que dos guerreros habían hecho un regalo de caballos robados de San Buenaventura a Ojos Colorados. Sea cual fuese la verdad, las autoridades españolas sofocaron rápidamente el descontento, que para diciembre había llegado a su fin; mientras que Ojos Colorados continuó ayudando a los españoles en la búsqueda de apaches hostiles.

La preocupación de Ojos Colorados pudo deberse a la disminución de la población apache en Janos [Chihuahua]. Entre julio y noviembre bajó un 9%. En julio había 487 apaches; en agosto 477; en noviembre 442 [no existen registros de septiembre y octubre] repartidos en 10 rancherías. El próximo censo sería el de marzo de 1794, que registró un aumento de 496 apaches repartidos en 11 rancherías).

1794

* En enero y febrero de 1794, el teniente Valdés, al mando de un destacamento de Janos (Chihuahua), recorre las sierras cercanas en las que da muerte a 12 apaches, hace 58 prisioneros y lleva pacíficamente a una familia de ocho personas, sufriendo dos soldados heridos. (En otro incidente, un numeroso grupo de apaches llegó al presidio de San Elizario [El Paso County, Texas] solicitando la paz. El capitán Manuel Vidal de Lorca les dijo las condiciones, ante lo cual huyeron furtivamente. El capitán los persiguió y atacó una ranchería, dando muerte a dos guerreros y a tres mujeres, sufriendo cinco soldados heridos. Continuó Vidal hacia las rancherías de los jefes Barrios, Maya y Maseachi para atacarles en la Sierra de Órganos [Organ Mountains, Doña Ana County, New Mexico], pero allí fue sorprendido por un gran grupo de apaches, que mataron a nueve soldados y a cuatro civiles armados, hiriendo y capturando al alférez Antonio Arce y a 10 hombres más. Días más tarde se presentaron unos apaches en El Paso del Norte [hoy Ciudad Juárez, Chihuahua] para intercambiar los prisioneros por otros de los suyos).

* El 24 de abril de 1794, el comandante general Pedro de Nava escribe una carta al virrey para informarle del envío de una collera de cautivos apaches: Estimado Señor, el día 1 de este mes, una collera de prisioneros de guerra apaches, compuesta de 28 gandules y 56 mujeres bajo el alférez Andrés José Mateos, salió del puesto de Pilar de Conchos [municipio de Valle de Zaragoza, Chihuahua] ocupado por la 3ª Compañía Volante. Este oficial los entregará en esa capital a disposición de Vuestra Excelencia, y consecuentemente, espero que tenga la amabilidad de organizar que los indios sean enviados a La Habana y que las mujeres sean situadas en un lugar del cual no puedan huir y volver a sus territorios.

Nava suministró a la collera con 83 animales para el transporte y el bagaje. Nava pidió al virrey Revillagigedo que enviase un destacamento de caballería o de dragones para relevar a los soldados de la escolta cuando llegaran a Fresnillo o Zacatecas. El virrey le contestó que la mayoría de sus tropas estaban de servicio en la capital, especialmente escoltando las cuerdas de prisioneros que iban a Veracruz, pero si la collera caía bajo la enfermedad, enviaría ayuda.

El 6 de mayo de 1794, cuando estaban pasando por la Villa de León [León de los Aldama, Guanajuato], varias de las mujeres apaches cayeron enfermas. El alférez Mateos rápidamente contactó con las autoridades municipales y con el padre Manuel Bonifacio Navidad, administrador del Hospital Real de San Cosme y Damián. Navidad y sus monjes vieron que las mujeres apaches estaban gravemente enfermas de una epidemia que habían contraído en la mencionada villa. Las mujeres fueron puestas en cuarentena partiendo Mateos al cabo de pocos días. Al cabo de tres semanas, ocho de las mujeres se recuperaron, pero otra tenía una diarrea tan fuerte que falleció, siendo enterrada en los corrales del convento al no haber pedido ser bautizada.

Cuando el virrey fue informado de la enfermedad de las mujeres, ordenó a sus contables cubrir los costes de su cuidado y enviar a un grupo de milicianos para llevarlas de León a Ciudad de México, donde presumiblemente se unieron al resto de la collera.

Durante los seis meses siguientes, los españoles siguieron realizando más campañas contra los apaches, capturando otros 95 prisioneros [18 hombres, 72 mujeres, y cinco niños]. En el otoño del mismo año, Nava ordenó enviarles a Ciudad de México, pero antes de salir de la Ciudad de Chihuahua, fallecieron 14 de alguna enfermedad epidémica.

Solo 61 de ellos llegaron a ver la cárcel de La Acordada en la capital. Tres años más tarde, un informe fechado en Vercacruz indicaba que únicamente 28 de los 61 apaches habían sobrevivido a bordo de los buques con destino a La Habana. Una vez allí, algunas mujeres apaches sirvieron en hogares españoles, talleres textiles y en plantaciones, mientras que los hombres eran obligados a trabajar en la fortificación de La Habana).

* En 1794, unos apaches roban 20 caballos y mulas a Rafael Téllez en Ysleta (El Paso County, Texas).

 * En marzo de 1794, viven en Janos (Chihuahua) 496 apaches en 11 rancherías. (El 29 de julio, falleció El Compá, lo que hizo que, cinco noches después, el 3 de agosto, los jefes Pisago y El Padre se fueran de Janos. Juan Diego Compá, el hijo mayor, asumió el papel de su padre como jefe. Registros incompletos españoles hacen que sea difícil seguir la trayectoria de Juan Diego Compá, pero en el verano fue con tres de sus guerreros y siete mujeres al frente de una delegación de apaches de Janos para entrevistarse con el comandante general. En esa época Juan Diego Compá viajó mucho, reuniéndose con parientes y otros apaches para buscar alianzas al sur de San Buenaventura, al este de Sonora, al oeste de Carrizal; es decir, para reforzar su propia posición entre los chiricahuas aunque todo dependía de su relación con los españoles. Para fortalecer esta relación, Juan Diego Compá, dándose cuenta de la importancia que los españoles daban a la forma de vida, pidió asentarse en una nueva comunidad agrícola al sur de Janos, en Casas Grandes, diciendo que quería cultivar tierras para lo que necesitaba dos bueyes. El comandante general denegó su petición, pero le dio los dos bueyes que su ranchería rápidamente sacrificó para carne.

Juan Diego Compá se adjudicó el título de “jefe principal, con lo que otros líderes se quejaron y el comandante del presidio de Janos tuvo que asegurarles que Juan Diego Compá no gozaba de esa condición, aunque siguió recibiendo regalos, especialmente para su madre enferma, probablemente María, entre los que se encontraban vestidos, capas, azúcar, e incluso dinero como pago por sus servicios guiando a las tropas en campañas contra otros apaches. También visitaba otros presidios y acudía a las sierras a cazar y a recolectar mescal.

Otro de los hijos de El Compá, Juan José Compá, fue el único apache en asistir a la escuela del presidio de Janos mantenido para los hijos de los soldados. Demostrando un don para la escritura, fue galardonado con una beca de un peso por el comandante. En la década de 1830, la fluidez del uso del español de Juan José Compá, le haría ser un importante mediador entre los apaches y las autoridades mexicanas que trataban de restituir el programa de establecimientos de paz, que fue cerrado anteriormente por su elevado coste. Teniendo en cuenta el título de “general de los apaches, Juan José Compá ejercería mucha menos influencia que su padre.  

El 25 de agosto, más de 160 apaches abandonaron el presidio de Janos. Los españoles consideraron esto un levantamiento, enviando destacamentos en su persecución. Quizá los apaches se fueron simplemente por seguir la costumbre de dejar un lugar donde ocurría una muerte, para ellos inexplicable, aunque cinco días parece mucho tiempo para permanecer en un lugar con alguna epidemia. Todo indica que El Compá, de unos 50 o 51 años, murió de muerte natural. Los funcionarios no abrieron ninguna investigación y el comandante general de las Provincias Internas, Pedro de Nava, expresó su gran pesar por su muerte. Según María, su primera esposa, la muerte de su marido no influyó en el malestar posterior de los apaches; más bien, los jefes chokonen y El Padre estaban detrás.   

Al menos parte de la huida de los apaches, se puede atribuir a la muerte de El Compá. Se había producido una disminución gradual de los apaches durante varios meses: en abril había 491; en mayo 473; en junio y julio 461; y en agosto 436; un descenso del 9%. El primer descenso tras la muerte de El Compá pudo haber sido estacional, y la marcha de 25 apaches entre el 29 de julio y agosto no es excepcional, pero en un recuento, 24 días después, reflejó 276 apaches; y el siguiente informe en octubre registró 275; una reducción de más del 40% desde el 1 de agosto. Obviamente algo había pasado. La población luego aumentó: dos meses después había subido a 338 apaches, y en enero de 1795 se había casi duplicado a 663).

* En marzo de 1794, una banda apache mata a Manuel Fernando Vidal de Lorca, capitán del presidio de San Elizario (El Paso County, Texas).

* El 28 de junio de 1794, el coronel Fernando de la Concha señala, antes de ser sustituido por el teniente coronel Fernando Chacón como gobernador de Nuevo México, que casi todos los apaches jicarillas hablan algo de español.

* El 29 de julio de 1794, el teniente Nicolás Leiva, sale del presidio Santa Gertrudis de Altar (Sonora) para realizar una campaña contra los apaches que dura hasta el 12 de agosto, en la que mata a cinco apaches, captura a tres y lleva pacíficamente a cuatro, sufriendo la pérdida de un soldado. (El destacamento del alférez Grijalva, del presidio de San Miguel de Horcasitas [Sonora], salió de campaña, matando a tres apaches, capturando a 20, y provocando que cinco se presentasen pidiendo la paz).

* El 31 de octubre de 1794, el teniente Vallés, con 96 soldados y ópatas, se encuentra en Chuguichapas (?), en lo más áspero de la Sierra Madre, con la ranchería del jefe Visago y su padre. (Mataron a un guerrero, capturaron a otro, y recuperaron nueve animales. La misma tarde, otros dos destacamentos que colaboraban con Vallés, entraron en acción. El capitán Muñoz se enfrentó en el río Baserao con los huidos de la ranchería de Visago, apresando a un guerrero y a una mujer, perdiendo cuatro soldados que cayeron a la profundidad del cañón, donde murieron a manos de 10 apaches; mientras el alférez Almansa capturó a dos apaches y recuperó tres animales). 

1795

* En enero de 1795, el número de residentes apaches en Janos (Chihuahua) es de 663 personas. (El 2 de enero, la ranchería del chihenne Ojos Colorados situada en las inmediaciones del presidio de Janos, estaba integrada por otros 6 varones adultos, 9 mujeres adultas, 3 varones pequeños y 13 niñas. Los jefes de familia eran Ojos Colorados, de 45 años [con 2 mujeres y 2 hijos con cada una]; Nataje [soltero de 40 años]; Sorgiense, de 25 años [con su mujer y una hija]; El Flaco, de 23 años [con su mujer y 2 muchachas]; Felipe, de 25 años [con 2 mujeres y 3 hermanas, no sabiéndose si las hermanas eran suyas o de sus mujeres]; El Cabezón, de 27 años [con 2 mujeres, 2 sobrinos varones, y 2 niñas agregadas]; y Jasquienelgin, de 57 años [con su mujer y una hija]. 

En marzo, el número de residentes apaches en Janos había crecido a más de 700 personas. Debido a los altos costes administrativos, y a causa de la restricción de fondos por la guerra de la Convención contra Francia, las autoridades españolas comenzaron a trasladar rancherías de apaches pacíficos por su alta concentración en torno a los presidios, al menos en el oeste de la Nueva Vizcaya. Instaron a los apaches a volver a sus territorios, pero manteniendo la paz que habían observado los últimos años.

La mayoría de los apaches se negaron a irse y los que lo hicieron, volvieron a recoger sus raciones durante el resto del año. Algunas rancherías, como la de Manta Negra [probablemente el Viejo] en el Corral de Piedra, unas veces iban hacia Janos, y otras más lejos, antes de desaparecer. 

Los españoles les dijeron que a las rancherías que se fuesen se les proporcionaría alimentos cuando regresaran más tarde para comerciar o hacer una visita. Los apaches no quedaron convencidos; querían quedarse de forma permanente y respondieron que si les obligaban a irse, se quedarían cerca. Aunque a algunos apaches se les dio caballos para el viaje de regreso a sus propios territorios, todavía se negaron. Esto hizo que el comandante de Janos considerara que ya era muy difícil recuperar los animales. Algunos apaches, como el jefe Pisago, regresaron con tres guerreros, y nueve mujeres y niños, para vivir en Janos en marzo de 1795.

En junio, julio y agosto, la población apache de Janos era de casi 850 personas, distribuidos entre 15 rancherías. Residían en diferentes lugares, a una distancia adecuada de Janos. La ranchería de Juan Diego estaba dentro del presidio; ocho rancherías estaban cerca; otras cuatro estaban en La Boca [municipio de Ascensión, Chihuahua]; dos en el Corral de Piedra [municipio de Guerrero, Chihuahua]; y una en el Corral de Quinteros [al sureste de Janos].  

Este año, los chihennes Vívora y El Güero, y el chokonen Tadiya [¿es el mismo que fue llevado a Ciudad de México en marzo?], obtienen permiso para cazar caballos salvajes en la zona de Santa Clara [municipio de Namiquipa, Chihuahua]. 16 guerreros, 13 miembros de sus familias, un cabo español y un intérprete, fueron con ellos).

* En 1795, José de Zúñiga, capitán del presidio de Tucson (Pima County, Arizona) determina la ruta a seguir hasta los pueblos Zuñi (Zuni; McKinley y Cibola Counties, New Mexico, y Apache County, Arizona), peligrosa por la presencia de bandas apaches.

* A mediados de julio de 1795, dos pequeñas partidas de apaches mescaleros incursionan en Nueva Vizcaya. (El 25 de julio, el Presidio de San Carlos [situado en el actual Chorreras, municipio de Aldama, Chihuahua] fue alertado de que dos pequeños grupos de apaches, de cuatro a seis guerreros cada uno, se habían llevado 20 cabezas de ganado del rancho de Santa Cruz y del Pueblo de la Joya, cerca de la Ciénega de los Olivos [la actual Valle del Rosario, municipio de Rosario, Chihuahua], situada a más de 100 km al sur. El comandante del presidio, el capitán Antonio García de Tejada, estaba al mando de los 73 soldados de su guarnición y temporalmente de dos destacamentos de la 3ª y 4ª Compañías Volantes estacionados allí. Inmediatamente, envió a dos grupos tras los incursores, uno con 20 hombres de la 3ª Compañía Volante, y otro con 44 soldados presidiales y de la 4ª Compañía Volante. Este último estaba al mando de Cayetano Limón y Juan Fernández [1º y 2º alférez respectivamente], quienes encontraron unas huellas que iban paralelas al curso del río Conchos, al este de San Carlos, pero luego giraron hacia el noroeste, por la zona de patrullaje del Presidio del Príncipe [municipio de Coyame del Sotol, Chihuahua], y directamente hacia el Río Grande. El primer grupo de 20 hombres de la 3ª Compañía Volante perdió el rastro cuando se dirigía hacia el noroeste, también cerca del Presidio del Príncipe, a unos 97 km al suroeste del Presidio de San Carlos. Rápidamente, enviaron un mensaje al comandante del Presidio del Príncipe, el capitán José de Tovar.

El domingo, 2 de agosto, Tovar, ordenó al alférez José Urías, partir con 50 soldados presidiales y de la 1ª Compañía Volante, a patrullar la zona por donde podían pasar los incursores. Enseguida descubrieron el rastro de seis apaches, siguiéndolo durante unos 75 km por el oeste del Presidio del Príncipe. El lunes, 3 de agosto, llegaron a las proximidades de la Sierra del Carrizo, donde se veían claramente las huellas de seis hombres penetrando en las montañas. A pesar de eso, Urías tomó precauciones, dividiendo su destacamento. Dejó a 22 hombres cuidando las mulas con las provisiones, mientras él entraba con 28 soldados al interior de las montañas. Con Urías iba Nolasco Medina, un veterano soldado de 34 años, con 14 años de servicio.

No pasó mucho tiempo cuando cayeron en una emboscada preparada por unos 150 apaches mescaleros. Al ser muy superiores en número, pronto rodearon al destacamento, el cual ofreció una fuerte resistencia durante al menos una hora. Los mescaleros estaban armados, además de con arcos y flechas, con bastantes mosquetes, con los que abatieron uno a uno a la mayoría de los soldados. Cuando su número empezó a reducirse, la batalla se convirtió en un sálvese quien pueda.

A pesar de resultar herido por un disparo, Medina siguió combatiendo, aunque luego montó en su caballo, picó espuelas y se alejó de allí [no se sabe si por propia iniciativa o por alguna orden]. Según el informe: … rompió el cerco del enemigo… y fue el primero en alcanzar la reata. Otros cuatro soldados fueron tras él, llegando al lugar donde estaban los 22 soldados cuidando las mulas. Pero no fueron los únicos, los mescaleros les habían seguido, atacando al resto del destacamento. Medina fue alcanzado varias veces, sumando otras cuatro heridas, pero todos los españoles pudieron huir, dejando atrás varias mulas [quizás toda la reata] en poder de los mescaleros. 

Al cabo de un día pudieron avisar de lo ocurrido a Tovar en el Presidio del Príncipe, quien rápidamente envió correos a la Ciudad de Chihuahua para informar a Pedro de Nava. Después envió un fuerte destacamento a la Sierra del Carrizo para recuperar los cuerpos de Urías y sus hombres. El 8 de agosto, Nava ascendió a Nolasco Medina a cabo de escuadra.

Pero el mismo día que Urías y sus hombres caían abatidos, el otro destacamento del Presidio de San Carlos y la 3ª Compañía Volante estaba siguiendo las huellas de otros cuatro apaches. En el curso de una semana y media, los 44 soldados españoles habían cubierto unos 320 km, al mando de los alféreces Cayetano Limón y Juan Fernández. El miércoles, 5 de agosto, el destacamento alcanzó las orillas del Río Grande, en un lugar donde había un vado llamado Los Pilares, junto a unas ruinas pertenecientes al antiguo Presidio del Príncipe. Construido en 1773, 15 años después fue reubicado en la situación actual, para proteger mejor los asentamientos españoles de las incursiones apaches. El destacamento español acampó en sus ruinas.

Al día siguiente, vadearon el río siguiendo las huellas de los cuatro apaches que les llevaba hasta la Sierra de los Ojos Calientes [Quitman Mountains, Hudspeth County, Texas] siendo palpable que su presa eran mescaleros que se dirigían a su ranchería, lo que no pareció preocuparles demasiado, ya que varias de las rancherías de los mescaleros al norte del Río Grande pertenecían a mescaleros de paz; así llamados por los españoles a aquellos que accedieron a asentarse varios años antes entre dos presidios, el Presidio del Norte [Ojinaga, Chihuahua] y el de San Elizario [El Paso County, Texas]. Pensaron que si los cuatro mescaleros pertenecían a una de esas rancherías serían castigados por sus líderes.

Al atardecer del 6 de agosto, Limón dejó a 10 hombres para proteger las mulas con los suministros, mientras él y Fernández iban con los 32 hombres restantes a internarse en las montañas. No se sabe hasta donde llegaron, pero de repente fueron atacados por un gran número de mescaleros, estimados entre 300 y 400 guerreros. Según parece participaron mescaleros que habían emboscado al destacamento de Urías tres días antes en la Sierra del Carrizo. De nuevo los mescaleros tenían la ventaja de la sorpresa, el número, y el terreno, disponiendo además de una gran cantidad de mosquetes. Pedro de Nava escribiría más tarde: A pesar de que los alféreces Don Cayetano Limón y Don Juan Fernández, que comandaban nuestras tropas, hicieron la más enérgica resistencia, imitados por sus hombres, resultaron muertos con 31 soldados, habiendo sostenido una acción de cuatro horas desde la tarde hasta la llegada de la noche, según un soldado que llegó a donde estaba la reata con ocho serias heridas, siendo el único que pudo escapar.

Cuando ese soldado llegó a donde estaban los suministros, los otros 10 soldados se prepararon para un ataque que no se produjo. Los mescaleros se dedicaron a desnudar a los 33 soldados muertos, haciendo acopio de su ropa, mosquetes, pistolas, espadas, lanzas, sillas de montar y de sus caballos. La noche del 6 de agosto fue muy larga para los 11 soldados supervivientes, pero al día siguiente fueron encontrados por un destacamento del Presidio de San Elizario, al mando del alférez José Ygnacio Carrasco [no está claro si estaban allí en una patrulla rutinaria o si previamente los alféreces caídos habían solicitado refuerzos e iban a unirse a ellos]. Carrasco rápidamente envió a varios correos a San Elizario para informar de lo ocurrido.

El teniente Antonio Vargas, temporalmente al mando en San Elizario, recibió la noticia de lo ocurrido el 8 de agosto. Los mensajeros habían cabalgado duro, cubriendo los 160 km en menos de 36 horas. Rápidamente, Vargas envió un correo a El Paso, a 32 km al norte, con una carta para el teniente gobernador de la provincia de Nuevo México, Francisco Javier de Uranga: Sobre la una y media de hoy recibí el informe que me entregó el alférez Don José Ygnacio Carrasco, que él había encontrado en la Sierra de los Ojos Calientes, convertido en cadáveres, el grupo de 27 hombres, incluidos los oficiales Don Cayetano Limón y Don José Fernández, que comandaban, recuperado un herido [hombre], y un pequeño número de ellos que él encontró con la reata. Dicho informe, lo envié a las dos de la tarde al señor Comandante General.

Luego Vargas informó a Uranga que iba a reunir sus tropas para salir inmediatamente hacia la Sierra de los Ojos Calientes para contactar con el alférez Carrasco y reconocer el terreno y recuperar los cuerpos. Dado el reducido número de soldados que permanecían en el presidio, Vargas pidió a Uranga refuerzos de El Paso, quien envió al Presidio de San Elizario 70 hombres pertenecientes a las cuatro compañías que servían en El Paso. Uranga también envió mensajeros a la ranchería de un jefe apache situada en la parte inferior del Río Grande. Los españoles llamaban a ese jefe Francisco, cuya gente se había asentado en paz en las cercanías de El Paso del Norte hacía algún tiempo. Uranga sabía que la autoridad de Francisco no iba más allá de su propia ranchería, pero necesitaba respuestas para evaluar lo ocurrido. En esos momentos ni Uranga ni Vargas tenían conocimiento del desastre ocurrido al destacamento de Urías en la Sierra del Carrizo el pasado 3 de agosto.

El 13 de agosto, Vargas volvió a San Elizario llevando los cuerpos de Cayetano Limón y sus 32 hombres. Después de interrogar a los supervivientes, estaba claro para él que los autores del ataque habían sido mescaleros, temiendo que el resto de rancherías se unieran para lanzar un ataque coordinado contra los asentamientos españoles. Pedro de Nava ya tenía conocimiento de lo ocurrido a los dos destacamentos pocos días después. Analizando la situación, observó que los ataques habían tenido lugar en Nueva Vizcaya, en una zona entre el Presidio del Norte [en la confluencia del Río Grande y el Río Conchos], y el Presidio de San Elizario [un tramo de territorio de 320 km de largo]. Al no haber ataques en otras zonas, ordenó desplazar tropas no solo de Nueva Vizcaya, sino de Sonora y Coahuila, para concentrarlas en lugares estratégicos para emprender una campaña, poniendo al mando al oficial más experto, el teniente coronel Antonio Cordero y Bustamante.

El 17 de agosto, Cordero llegó a la Sierra del Carrizo, el lugar donde el alférez Urías fue derrotado. Después de analizar las señales y las huellas del campo de batalla, se dirigieron al norte, hacia el Río Grande. Al día siguiente, 18 de agosto, descubrieron las señales de un gran campamento mescalero, comprobando que eran los mismos que habían acabado con el destacamento de Urías. Siguiendo el curso del río, hacia el noroeste, dos días más tarde llegaron a la Sierra de los Ojos Calientes, donde fue aniquilado el otro destacamento al mando del alférez Limón. Ahí Cordero también encontró evidencias de un gran campamento, de donde salieron los atacantes. Al darse cuenta de que los mescaleros se habían dividido por las montañas situadas al norte del Río Grande, Cordero fue al Presidio de San Elizario [El Paso County, Texas] y a las cercanas rancherías de los mescaleros de paz. Cordero llegó a San Elizario el 25 de agosto, añadiendo a su destacamento los refuerzos enviados por el comandante general Pedro de Nava, sumando en total poco más de 400 hombres. Antes de partir, fue a buscar información a la ranchería de Francisco, el jefe de los mescaleros de paz. Francisco había capturado a varios de los mescaleros participantes en los ataques, poniéndolos a disposición de Cordero, y proporcionándole los nombres de sus líderes, el número de guerreros, y el lugar donde solían ubicar sus rancherías). 

* En noviembre de 1795, funcionarios españoles reciben información en El Carrizal (municipio de Ahumada, Chihuahua) de Jasquedegá (también llamado Jasquiedegá) de que el jefe apache El Padre está planeando un levantamiento general tan pronto como Antonio Cordero saliera de Janos ([Chihuahua]. Los motivos de El Padre eran que las propuestas de paz de los españoles eran falsas, los apaches no tenían caballos, y se estaban muriendo de hambre porque las raciones eran escasas. Jasquedegá y otros apaches, sin embargo, no estaban de acuerdo. Las autoridades españolas, a través del jefe El Güero, lograron ponerse en contacto con El Padre, el cual negó todo, afirmando que eran chismes de personas enojadas con él porque había ayudado a los españoles en sus recientes campañas. Afirmó que había sido leal a los españoles, siendo aceptada su versión por parte de estos).   

1796

* En enero de 1796, llega a Janos (Chihuahua) un rumor sobre una inminente rebelión apache dirigida por Dianaltie (Dillanaltie), apache de Carrizal (municipio de Ahumada, Chihuahua) quien, supuestamente, estaba formando una gran banda (algunos de Carrizal y otros más de Janos) para atacar el presidio de Janos. (En ese momento, el jefe El Güero, estaba gravemente enfermo, y si llegara a morir, muchos apaches del presidio de Janos se irían como ocurrió cuando falleció El Compá. Las autoridades españolas consideraron que esto era más probable que la rebelión debido a las supersticiones de los apaches. No obstante, parte de ese descontento estaba arraigado por las enfermedades o epidemias. Al año siguiente, la viruela se extendió por Janos y algunos apaches pacíficos se fueron de allí).

* A finales de febrero de 1796, apaches mescaleros incursionan por Coahuila, apoderándose de 75 animales, matando a dos pastores. (Los soldados que les siguieron recuperaron los animales, hiriendo a un apache. El 2 de marzo, un destacamento recorrió diferentes sierras sin descubrir rastros de apaches hasta que, el día 11, al bajar de la Sierra del Carmen [municipio de Acuna, Coahuila] para que bebiesen las monturas, se presentaron dos apaches, disponiendo el comandante que un sargento con 25 hombres se apostara en una altura cercana para ver si  venían más apaches, ordenándole que no se moviese para perseguirlos. El sargento al verlos no hizo caso y se adelantó, cayendo en una emboscada, muriendo él y seis soldados sin que el resto del destacamento pudiera llegar a tiempo de socorrerles, por lo que los apaches, favorecidos por la oscuridad de la noche y lo duro del terreno pudieron alejarse. Días más tarde, el destacamento del teniente Múzquiz atacó a los apaches en la sierra de Taxaises [?], desalojándoles de sus posiciones a pesar de su ventajosa situación y su gran número apostados en lo más alto de la escarpada, apoderándose de todas sus tiendas, equipajes y enseres, haciéndoles varios heridos y rescatando a un cautivo, sufriendo la muerte de un ópata y otro herido.  En abril, el alférez Priego atacó a numerosos mescaleros en el paraje de las Encinas, matando a dos de ellos, capturando a siete, y rescatando a un cautivo, y cuando los perseguía hacia el norte, recibió varios mensajes de los mescaleros solicitando la paz, aunque Nava, al enterarse decidió que solo se la daría cuando acabase con ellos).

* En abril de 1796, Juan Cortés, comandante del Presidio de la Bahía del Espíritu Santo (Goliad County, Texas) envía proceso a Pedro Nava, comandante general de las Provincias Internas, contra José Hernández, habitante de ese presidio por haberse ido a vivir entre los apaches lipanes, ser algo ratero y desertor de las Compañías del Álamo”. (El auditor de Guerra respondió indicando que dicho individuo fuese empleado en la clase de soldado a la Compañía de San Pablo de esa provincia).

* El 30 de abril de 1796, un destacamento sale del presidio de San Elizario (El Paso County, Texas), atacando en la Sierra Cornuda (Cornudas Mountains, Otero County, New Mexico) a unos apaches mescaleros en un enfrentamiento que dura todo el día, matando a 10 de ellos, hiriendo a varios más, que no fue posible apresar por haberse escondido en una larga cueva, capturando a otro, y recuperando 19 caballos. (Pocos días más tarde, el mismo destacamento atacó a un pequeño grupo de apaches, matando a dos, capturando a 17, entre ellos a un subjefe que había dirigido varias acciones, y recuperando 10 caballos. Las compañías volantes de Nueva Vizcaya, que vigilaban el Bolsón de Mapimí, atacaron a varios apaches que llegaron allí, y que habían matado a tres civiles y capturado a un muchacho, que fue liberado por los soldados. De los presidios de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua] y del Príncipe [municipio de Coyame del Sotol, Chihuahua] salieron sendos destacamentos que vencieron a los apaches que habitaban las sierras de Guadalupe [Guadalupe Mountains, Hidalgo County, New Mexico] y Mobano [?], matando a cinco de ellos, capturando a cuatro, y recuperando 83 caballos).

* En junio de 1796, la población apache de Janos (Chihuahua) es de 234 personas. (El chihenne Ojos Colorados se instala en Janos proveniente de San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua]. En cambio, el también jefe chihenne Jasquienelté, cuya ranchería tenía 28 guerreros y 49 familiares, pide irse de Janos a la Hacienda del Carmen [municipio de Buenaventura, Chihuahua]. Pedro de Nava, comandante general de las Provincias Internas, se negó por varios motivos: Jasquienelté era uno de los líderes apaches más fiables y su presencia era necesaria para influir en los demás; el Carmen no era una reserva oficial de paz y no podían distribuirse raciones; y sería difícil controlar las acciones de sus guerreros [no había presidio en el Carmen], que fácilmente podrían escabullirse y cometer asaltos. Para recompensar a Jasquienelté, Nava ordenó que le diesen una chaqueta nueva y que le hiciesen una pequeña casa para él y su familia junto al presidio de Janos).

* En 1796, el teniente coronel Antonio Cordero realiza un estudio describiendo a los apaches y sus territorios. (Cordero sirvió desde muy joven en las compañías de los presidios; hizo la guerra durante muchos años a los apaches; sabía su lengua; había tenido tratos y relaciones con ellos; les conocía bien; y nadie pudo hablar con tanto tino y exactitud sobre ellos. El estudio se titulaba: “Año de 1796. Noticias relativas a la nación apache, que en el año de 1796 extendió en El Paso del Norte, el Teniente Coronel don Antonio Cordero, por encargo del señor Comandante general Mariscal de Campo don Pedro de Nava”.

Dice así: “Es la nación apache, una de las salvajes de la América septentrional, fronteriza a las provincias internas de la Nueva España. Se extienden en el vasto espacio de dicho continente, que comprenden los grados 30 a 38 de latitud Norte, y 264 a 277 de longitud de Tenerife. Puede dividirse en nueve parcialidades o tribus principales y varias adyacentes, tomando aquellas su denominación, ya de las sierras y ríos de sus cantones, ya de las frutas y animales de que más abundan. Los nombres con que ellas se conocen son los siguientes: Vinienctinen-né [Tontos]; Sagatajen-né [Chiricaguis]; Tjuiccujen-né [Gileños]; Iccujen-né [Mimbreños]; Yntujen-né [Faraones]; Sejen-né [Mescaleros]; Cuelcajen-né [Llaneros]; Lipajen-né [Lipanes] y Yutajen-né [Navajos], y a todos bajo el genérico de Apaches.

Hablan un mismo idioma, y aunque varía el acento y tal cual voz provincial, no influye esta diferencia para que dejen de entenderse recíprocamente. Esta lengua, a pesar de su singularidad y gutural pronunciación, no es tan difícil como indica su primera impresión, y acostumbrado el oído se halla cierta dulzura en sus palabras y cadencia. Es escasa de expresiones y voces, y esto origina una repetición molesta que hace la conversación sumamente difusa. Por medio de una sintaxis y vocabulario sería fácil aprender, siempre que valiéndose de ciertos signos se demarcase el golpeo con que la lengua y garganta deben concurrir a la pronunciación de algunas voces, que producen con dificultad aun los mismos apaches.

No componen estos en el día una nación uniforme en sus costumbres, usos y gustos. Coinciden en muchas de sus inclinaciones; pero varían en otras con proporción a los terrenos de su residencia y las necesidades que padecen, y a lo más o menos que han tratado con los españoles. Se dará una idea general de lo que es común a todos ellos, y se hablará particularmente después de cada una de las parcialidades expresadas.

El apache conoce la existencia de un Ser Supremo Creador, bajo el nombre de Yastasitasitan-né o Capitán del Cielo; pero carece de ideas de que sea remunerador y vengador. Por esto no le da culto alguno, ni tampoco lo consagra a alguna de las demás criaturas que comprende haber sido formadas por Aquel para su diversión y entretenimiento. A las vivientes juzga dispuestas a aniquilarse después de un cierto tiempo, en los mismos términos que lo cree de su propia existencia. De aquí resulta que olvidando fácilmente lo pasado, y sin inquietud alguna de lo futuro, lo presente solo es  lo que le toca e interesa. Desea, sin embargo, estar de acuerdo con el Espíritu maligno, de quien juzga depende lo próspero y adverso, dándole esta materia pábulo para infinitos delirios.

Nacido y criado el apache al aire libre del campo y fortificado por alimentos simples, se halla dotado de una robustez extraordinaria, que le hace casi insensible al rigor de las estaciones. El continuo movimiento en que vive, trasladando su ranchería de uno a otro punto con el fin de proporcionarse nueva caza y los frutos indispensables para su subsistencia, lo constituye ágil y ligero en tal grado, que no cede en velocidad y aguante a los caballos, y seguramente les sobrepuja en los terrenos escarpados y pedregosos. La vigilancia y cuidado con que mira por su salud y conservación le estimula también a descampar a menudo por respirar nuevos aires, y que se purifique el lugar que evacua, llegando a tal extremo el celo por la sanidad de su ranchería, que abandona a los enfermos de gravedad cuando juzga pueden infestar su especie.

Es extremadamente glotón cuando tiene provisiones en abundancia, al paso que en tiempo de calamidad y escasez sufre el hambre y la sed hasta un punto increíble, sin que desmerezca su fortaleza. A más de las carnes que les franquean sus continuas cacerías y robos de ganados que ejecutan en los terrenos de sus enemigos, consiste su corriente manutención en las frutas silvestres que producen sus respectivos territorios. Así estas como las especies de caza diferencian en los distintos cantones que habitan; pero hay algunas comunes en todos ellos.

Por lo respectivo a la caza, lo es el bura [especie de venado], el venado y el berrendo, el oso, el jabalí, el leopardo y el puercoespín. En razón a las frutas son generales la tuna, el dátil, la pitahaya, la bellota y el piñón; pero sus principales delicias consisten en el mescal. Lo hay de varias clases, pues se saca de los cogollos del maguey, del sotole, de la palmilla y de la lechuguilla; y se beneficia cociéndolo a fuego lento en una hoguera subterránea, hasta que adquiere cierto grado de dulzura y actividad. También hacen una especie de sémola o pinole de la semilla del heno o zacate que cosechan con mucha prolijidad en el tiempo de su sazón, y aunque en cortas cantidades [por no ser de genio agricultor]; alzan también algún poco de maíz, calabaza, frijol  y tabaco, que produce la tierra más por su feracidad que por el trabajo que por el trabajo que se impende en su cultivo.

Su temperamento bilioso influye en los de esa nación, un carácter astuto, desconfiado, inconstante, atrevido, soberbio y celoso de su libertad e independencia. Su talla y color diferencia en cada cantón, pero todos son morenos, bien proporcionados en sus tamaños, de ojos vivos, cabello largo, ninguna barba y pintada la astucia y sagacidad en su semblante.

No corresponde en manera alguna el número de su población al terreno que ocupan. De aquí dimanan los espaciosos desiertos que se encuentran en este inmenso país, y que cada padre de familia en su ranchería se considera un soberano de su distrito.

En lo general eligen para moradas las sierras más escarpadas y montuosas. En estas hallan agua y leña en abundancia, las frutas silvestres necesarias y fortificaciones naturales en donde defenderse de sus enemigos.  Sus chozas o jacales son circulares, hechas de ramas de los árboles, cubiertas con pieles de caballos, vacas o cíbolos, y muchos usan también tiendas de esta clase. En las cañadas de las mismas sierras solicitan los hombres la caza mayor y menor, extendiéndose hasta las llanuras contiguas, y proveyéndose de lo necesario, lo conducen a su ranchería, en donde es peculiar de sus mujeres, tanto el preparar las viandas, cuanto el beneficio de las pieles, que después han de servir para varios usos, y particularmente para su vestuario.

Los hombres se las acomodan alrededor del cuerpo, dejando desembarazados los brazos. Es en lo general la gamuza o piel del venado la que emplean en este servicio. Cubren la cabeza de un bonete o gorra de lo mismo, tal vez adornado de plumas de aves o cuernos de animales. A ninguno falta desde que empieza a andar, sus zapatos muy bien hechos, con una media bota de piel, que se llaman por los españoles téhuas. Todos se cuelgan de las orejas, zarcillos formados de conchas, plumas y pequeñas pieles de ratones, y suelen agregar a este adorno la pintura de greda y almagre con que se untan la cara, brazos y piernas. El vestuario de las mujeres es igualmente de pieles; pero se distingue en que usan una enagua corta, ceñida por la cintura, y con algún vuelo por las rodillas: un cotón o gabán que se introduce por la cabeza y cuelga hasta medio cuerpo, tapando el pecho y espalda, y dejando abiertos los lados: zapatos como los de los hombres, y ningún abrigo en la cabeza, cuyo cabello, atado en forma de castaña, conservan por lo común en una bolsa de gamuza, de cíbolo o de piel de nutria. Sus adornos en el cuello y brazos son sartas de pezuñas de venado y berrendos, conchas, espinas de pescado y raíces de yerbas odoríferas. Las familias más pudientes y aseadas bordan sus trajes y zapatos de la espina del puercoespín, que ablandan y suavizan para emplearla en este servicio; y muchas mujeres añaden en sus enaguas un farfalá [adorno] de campanillas de hoja de lata o pedacitos de latón que hace sumamente ruidosa su compañía.

El hombre no conoce más obligación que la caza y la guerra, construir sus armas, sillas de montar y demás arneses propios de su ejercicio. Las mujeres cuidan las bestias que tienen; trabajan los útiles necesarios para su servicio; curten y adoban los cueros de los animales; conducen el agua y la leña; buscan y recogen las semillas y frutos que produce el terreno en que se hallan; las desecan y hacen panes o tortas; siembran tal cual mata de maíz, frijol, etc.; las riegan y cosechan a su tiempo, y no están exentas de acompañar a sus maridos a las expediciones, en las que les son utilísimas para arrear los robos de bestias, hacer centinelas y servirles en cuanto les mandan.

El armamento de los apaches se compone de lanza, arco y flechas, que guardan en un carcaj o bolsa de piel de leopardo en lo general. Los tamaños de estas armas son diferentes, según las parcialidades que las usan. Entre los apaches de las parcialidades orientales hay algunas armas de fuego; pero así por la falta de municiones, como por no tener arbitrio para repararlas, si se descomponen, las aprecian menos, y generalmente vienen a darles nuevo uso, haciendo de ellas lanzas, cuchillos, lengüetas de flechas y otros útiles que estiman en mucho.

A proporción que un padre de familia tiene más hijos, nietos, sobrinos o dependientes casados, es mayor o menor su ranchería y es reconocido como capitán de ella. La hay de 80 y 100 familias, de a 40, de a 20 y de a menos, y estas mismas vienen a desmembrarse en el instante en que se disgustan los que las componen. Hay algunos tan celosos y altivos que prefieren vivir enteramente separados de los demás con sus mujeres e hijos, porque nadie les dispute la preferencia.

La edad decrépita o avanzada los hace despreciables de los demás: cesa el mando aún en el de mayores créditos, y viene a ser un juguete de su ranchería. En tanto es estimado un hombre o una mujer, en cuanto tiene toda la robustez necesaria para el completo ejercicio de sus funciones: pero este viene a faltarles muy tarde, a causa de su fuerte naturaleza y constitución: se ven muchos de más de 100 años asistir a las cacerías y otros duros ejercicios.

De nada hace vanidad el apache, sino de ser valiente, llegando su entusiasmo a tal punto, que se tiene a menos al hombre de quien no se sabe alguna hazaña, de la que resulta agregar a su nombre el de Jasquie, que quiere decir bizarro, anteponiéndolo al por qué es conocido, como Jasquietajusitlan, Jasquiedecja, etc. Prevalece esta idea y costumbre entre los gileños y mimbreños que, efectivamente, son los más arrojados. Está extendida en esta nación la poligamia, y cada hombre tiene tantas mujeres cuantas puede mantener, siendo a proporción del número de estas el de los jacales que componen su horda o aduar.

El matrimonio se verifica comprando el novio la que ha de ser su mujer a su padre o pariente principal de quien depende. De aquí dimana el trato servil que sufren, y que sus maridos sean árbitros hasta de su vida. Muchas veces suele disolverse el contrato por unánime consentimiento de los desposados, y volviendo la mujer a su padre, entrega este lo que recibió por ella. Otras termina por fuga que cometen las mujeres, de resultas de los maltratamientos que sufren, en cuyo caso se refugian en manos de algún poderoso, quien las recibe bajo su protección, sin que nadie se atreva a exigir de él cosa alguna.

Mudan sus rancherías a medida que en el lugar en que han vivido escasean los comestibles necesarios para ellos y sus bestias, trasladándose ya de una sierra a otra, ya de una roca o crestón a otro de la misma cordillera o montaña. Suele influir mucho para estas traslaciones la necesidad de buscar sitios a propósito para pasar con más comodidad las diversas estaciones del año.

La reunión de muchas rancherías en un punto suele ser casual y dimanada de ir todos buscando ciertas frutas, que saben abundan en tal o tal terreno por un preciso tiempo. También es prevista y combinada, o con la idea de formar cuerpo para defenderse, o con la de celebrar alguna de sus funciones, que se reducen a cacerías y bailes y juegos en la noche. En lo general se decide en estas juntas algún plan de operaciones contra sus enemigos. En estos casos, no solo se unen las rancherías de una parcialidad, sino que suelen congregarse dos o más tribus completas.

En cualquiera de estas incorporaciones toma el mando del todo por común consentimiento, el más acreditado, de valiente; y aunque esta dignidad no infunde en los demás particular subordinación, ni dependencia, pues cada cual tiene salvoconducto para irse, quedarse, o no aprobar las ideas del jefe, siempre prepondera el influjo de este, especialmente para la disposición de su campamento, método de defensa en caso de ser atacado, o emprender cualquiera maniobra hostil.

Las rancherías, así reunidas, siempre ocupan los cañones más escabrosos de una sierra de difíciles gargantas para aproximarse al terreno, que siempre está inmediato a elevadísimas alturas que dominan los llanos circunvecinos. En esta colocan sus ranchos los que han de servir de vigías durante la reunión, siendo de su cargo descubrir las avenidas y dar los avisos correspondientes. En estos puestos elevados jamás se hace lumbre, y siempre viven los de vista más sutil, y que tienen mayor práctica y conocimiento de la guerra.

Los bailes son sus favoritas diversiones nocturnas en estas juntas. No tienen más orquesta que sus voces y una olla o casco de calabazo a que se amarra una piel tirante y se toca con un palo. A su compás y el de las voces que interpolan hombres y mujeres, saltan todos a un tiempo formados en diferentes ruedas, y colocados ambos sexos simétricamente. De cuando en cuando entran al círculo dos o tres más expeditos y ágiles que ejecutan una especie de baile inglés, pero de suma violencia y dificultosas contorsiones de todos los miembros y coyunturas.

Si el baile es preparatorio para función de guerra o en celebridad de alguna acción feliz concluida, se ejecuta con las armas en las manos: se mezclan alaridos y tiros; y sin perder la cadencia del Ho, Ho, se publican las hazañas acaecidas o que se intentan ejecutar. Hay también bailes que disponen los adivinos cuando han de ejercer su ministerio. Los ejecutores se tapan la cabeza con una especie de máscara, hecha de gamuza. Es la música infernal y diabólicas, sus resultas.

A las cacerías grandes concurren indistintamente hombres, mujeres y niños, unos a pie y otros a caballo. La del cíbolo se llama carneada: exige tiempo y preparativos de ofensa por irse a practicar en terrenos inmediatos a naciones enemigas. Es particular a los mescaleros, llaneros y lipanes, que son vecinos a esta clase de ganado. El objeto presente es la caza, que hacen comúnmente de venados, buras, berrendos, jabalíes, puercoespines, leopardos, osos, lobos, coyotes, liebres y conejos. Reconocidos por los rastros de estos animales, los valles, sierras, llanos y montes que frecuentan, y determinado el día, ordena el jefe de la empresa los parajes en donde deben amanecer colocadas las diferentes cuadrillas que han de hacer el ojeo, los puntos que han de ser ocupados por tiradores flecheros de a caballo y de a pie, y los que a lo largo han de servir de vigías para precaverse de insultos de enemigos, en que también se apostan los destinados a este servicio. De esta forma amanece cercado un ámbito de terreno, que no pocas veces llega a cinco o seis leguas de circuito. La señal de comenzar el ojeo, y por consecuencia, de cerrar el cerco, es dada por humazos. Hay hombres a caballo destinados a este objeto, que consiste en incendiar el pasto y yerbas de toda la circunferencia; y como a este fin están colocados en puestos de antemano y con mechas prontas que preparan de la corteza del tascote o de la palmilla seca, es cosa de un momento ver arder a un mismo tiempo todo el círculo que se ha de batir. En el mismo instante comienzan los alaridos y algazara, huyen los animales, no hallan salida, y últimamente vienen a caer en manos de sus astutos adversarios. Esta clase de cacería solo se hace cuando el heno y yerbas están secos. En tiempo de aguas en que no puede incendiarse el campo, apoyan sus cercos contra los ríos y arroyos.

La caza de venado y berrendo la ejecuta con la mayor destreza un indio solo; y por la excesiva utilidad que le resulta, la prefiere de continuo al ruidoso plan del ojeo, que más sirve de diversión que de conveniencia. Se viste de una piel de los mismos animales, pone sobre su cabeza otra de la clase de los que va a buscar, y armado de su arco y flechas andando en cuatro pies, procura mezclarse en una banda de ellos. No pierde golpe; mata cuantos puede. Si huyen, corre con ellos; si se espantan, finge igual conmoción, y en estos términos hay ocasiones que acaba con la mayor parte del trozo que se le presenta.

Desde sus tiernos años tienen su escuela de este útil ejercicio los muchachos, para quienes se reserva siempre la caza de las tusas, hurones, ardillas, liebres, conejos, tejones y ratas del campo. Por medio de esta práctica adquieren la mayor fijeza en su puntería y se hacen diestrísimos en toda clase de ardides y cautelas.

La caza volátil no es lo que más les interesa; sin embargo, por un espíritu sanguinario y de destrucción, matan cuantas aves se les ponen a tiro. De pocas aprovechan la carne, y ciñen su utilidad al acopio de plumas, de que hacen sus adornos y proveen las extremidades de sus flechas. No comen pescado alguno, no obstante de lo que abundan sus ríos; pero lo matan igualmente y guardan las espinas para diferentes usos: lo que si aprecian es el castor o la nutria, por el gusto de su carne y utilidad de su piel.

Determinada una expedición ofensiva y confiado el mando temporalmente al que ha de dirigirla, eligen dentro de alguna sierra del cantón un terreno escarpado y defendido por la naturaleza, provisto de agua y frutos silvestres, en donde con una moderada escolta dejan a sus familias seguras. Salen de este paraje, divididos en pequeñas partidas, generalmente a pie, para ocultar sus rastros en el camino que procuran hacer por tierra dura y peñascosa, y vuelven a reunirse en el día y punto citado, próximo al paraje que se han propuesto invadir. Para efectuarlo colocan de antemano una emboscada en el terreno que más les favorece. Despachan luego algunos indios ligeros a traer, por medio de algún robo de bestias y ganado, la gente que salga en su seguimiento, a la que cargan de improviso, haciendo una sangrienta carnicería. Si alguna de las partidas hace un robo considerable antes de reunirse en el punto de concurrencia, suele contentarse de su suerte y retirarse sin concluir la expedición. Otras veces, queriendo no faltar a la cita, aprovechan las mejores bestias para su servicio, matan las restantes y se dirigen a incorporarse a los demás que por su ruta van haciendo otro tanto.

Es imponderable la velocidad con que huyen después que, ejecutado un crecido robo de bestias, emprenden la retirada para su país; las montañas que encuentran, los desiertos sin agua que atraviesan para fatigar a los que los persiguen, y las estratagemas de que se valen para eludir los golpes de los ofendidos.

A larga distancia dejan siempre sobre sus huellas dos o tres de los suyos montados en los caballos más ligeros, para que estos les den aviso de lo que adviertan por su retaguardia. Teniéndolo de ir contra ellos fuerzas superiores, matan todo cuanto llevan, y escapan en las mejores bestias, que últimamente vienen a matar también en el caso de que los alcancen, asegurando su vida en las asperezas de los montes.

Si por las noticias de su retaguardia les consta que los persiguen fuerzas inferiores, los esperan en un desfiladero y cometen segundo destrozo, repitiendo este ardid tantas veces cuantas se las presenta su buena suerte y la impericia de sus contrarios. Cuando conocen que sus perseguidores son sagaces e inteligentes como ellos, dividen el robo en pequeños trozos y dirigen su huida por diferentes rumbos, por medio de lo cual aseguran llegar a su país con la mayor parte, a costa de que padezca interceptación alguna de ellas.

Concluida la expedición y repartido el botín entre los concurrentes, en cuya partición no pocas veces suelen ofrecerse disturbios, que decide la ley del más fuerte, cada parcialidad se retira a su cantón, y cada ranchería a su particular sierra o terreno favorito, a vivir con entera libertad, y sin sufrir incomodidad de nadie.

Con menos preparativos y más fruto suelen hacer muchos destrozos cuatro o seis indios que se resuelven a ejecutar solos una campaña a la ligera, siendo tanto más difícil evitar los daños que cometen, cuanto a ellos les es más fácil ocultar sus rastros y penetrar sin ser sentidos hasta los terrenos más distantes, para lo cual ejecutan siempre su viaje por los breñales y peñasqueras de las sierras, desde donde se desprenden a las poblaciones, cometen el insulto con la mayor rapidez y se retiran precipitadamente a ocupar los mismos terrenos escabrosos, y continuar por ellos sus marchas, siendo casi imposible el encontrarlos, aunque se busquen con la mayor diligencia.

En la ocasión que más se reconoce el valor o temeridad de estos bárbaros, es cuando llega el lance de que sean atacados por sus enemigos. Jamás les falta la serenidad, aunque sean sorprendidos y no tengan recurso de defensa. Pelean hasta que les falta el aliento, y corrientemente prefieren morir a rendirse.

Con la misma intrepidez proceden cuando atacan; pero con la diferencia de que si no consiguen desde luego la ventaja que se proponen y ven contraria la suerte, no tienen a menos el huir y desistir de su proyecto, con cuya mira procuran con anticipación prever su retirada y el partido que han de tomar para su seguridad.

Una ranchería, por numerosa que sea y embarazada, hace unas marchas tan violentas a pie o a caballo, que en pocas horas se liberta de los que la persiguen. No es ponderable la prontitud con que levantan el campamento cuando han percibido fuerzas superiores contrarias en sus inmediaciones. Si tienen bestias, en un momento se ven cargadas de sus muebles y criaturas: las madres con sus hijos de pecho colgados de la cabeza por medio de un cesto de mimbres en que los colocan con mucha seguridad y descanso los hombres armados y montados en sus mejores caballos; y todo ordenado para dirigirse al paraje que juzgan adecuado a su seguridad.

Si carecen de cabalgaduras, cargan los muebles las mujeres, igualmente que a las criaturas. Los hombres ocupan la vanguardia, retaguardia y costados de su caravana, y escogiendo el terreno más difícil e incómodo, verifican su trasmigración como si fueran fieras, por las asperezas más impenetrables.

Solo por sorpresa y tomando todas las retiradas se consigue castigar a estos salvajes, pues como lleguen a reconocer a sus contrarios antes de comenzarse la acción, a poca diligencia de sus pies, logran ponerse en salvo. Si se determinan, no obstante, a batirlos, es con mucho riesgo, a causa de la suma agilidad de los bárbaros y de las rocas inexpugnables en que se sitúan.

A pesar del continuo movimiento en que viven estas gentes, y de los grandes desiertos de su país, se encuentran con facilidad las rancherías unas a otras cuando desean comunicarse, aunque haya mucho tiempo que no se vean, ni tengan noticia de sus sucesos. Aparte de que todos saben al poco más o menos los terrenos en que deben residir por la propiedad de sierras, valles y aguajes que reconocen en tales y tales capitanes, son los humos correos seguros, por medio de los cuales se comunican recíprocamente. Es una ciencia el entenderlos; pero tan sabida de todos ellos, que jamás se equivocan en el contenido de sus avisos.

Un humo hecho en una altura, atizado seguidamente, es señal de prepararse todos a contrarrestar a los enemigos que se hallan cerca y han sido ya divisados personalmente o por sus huellas. Cuantas rancherías lo ven, corresponden con otro, dado en la misma forma.

Un humo pequeño hecho a la falda de una sierra; indica ir buscando gente de la suya con quien desean encontrarse. Otro de respuesta, hecho a media ladera de una eminencia, denota que allí está la habitación, y que pueden llegar a ella libremente.

Dos o tres humos pequeños en un llano o cañada, hechos sucesivamente sobre una dirección, manifiestan solicitud de parlamentar con sus enemigos, a que se contesta en iguales términos.

A este tenor tienen muchos signos generales admitidos comúnmente por todas las parcialidades de apaches. Por este mismo estilo hay también señas concertadas, de las que nadie puede instruirse sin poseer la clave. De estas usan a menudo cuando se internan a hostilizar en países enemigos. Para no detenerse en la ejecución de los humos, no hay hombre ni mujer que no lleve consigo los instrumentos necesarios para sacar lumbre. Prefieren la piedra, el eslabón y la yesca cuando logran adquirir estos útiles; pero si les faltan de esta clase, llevan en su lugar dos palos preparados, uno de sotole y otro de lechuguilla, bien secos, que frotados con fuerza con ambas manos en forma de molinillo, la punta del uno contra el plan del otro, consiguen en un momento incendiar el escombro o aserrín de la parte frotada; y es operación que no ignoran ni las criaturas.

No debe pasarse en silencio el particular conocimiento que tienen de los rastros que advierten en el campo. No solamente se imponen del tiempo que hace que se imprimió la huella, sino que se enteran de si pasó de noche o de día; si la bestia va cargada, o con jinete, o suelta; si la van arreando, o es mesteña, y otras mil particularidades, de lo que solo una continuada práctica y una asidua reflexión puede dar completo conocimiento. Si hieren un venado, berrendo, o cualquier otro animal, jamás pierden su rastro hasta que lo encuentran muerto o imposibilitado de andar, aunque caminen sobre sus huellas dos o tres días, y se mezcle la bestia herida con sus semejantes.

También es digno de referirse la particular desconfianza con que viven unos de otros, aunque sean parientes, y las precauciones que guardan al acercarse cuando ha tiempo que no se ven. El apache no se aproxima a su hermano mismo sin tener las armas en la mano, siempre en cautela contra un atentado, o siempre pronto a acometerle. Jamás se saludan, ni se despiden, y la acción más urbana de su sociedad consiste en mirarse y considerarse un rato recíprocamente antes de tomarse la palabra para cualquier asunto.

Su propensión al robo y a hacer daño a sus semejantes, no está limitada precisamente en razón a los que han conocido por enemigos declarados, esto es, los españoles y los comanches, sino que se extiende a no perdonarse unos a otros, pues con la mayor facilidad se ven desposeídos los menos fuertes por el más poderoso; y se encienden entre las parcialidades sangrientas conmociones, que solamente terminan cuando la causa común los une para su propia defensa.

La guerra con los comanches es tan antigua, cuanto lo son las dos naciones: la sostienen con vigor las parcialidades que les son fronterizas; esto es, faraones, mescaleros, llaneros y lipanes. Dimana su odio de que así los comanches como los apaches quieren tener cierto derecho exclusivo sobre el ganado del cíbolo, que precisamente abunda en los linderos de ambas naciones.

No es del caso aquí investigar el origen de la cruel y sangrienta guerra que de muchos años a esta parte han hecho los apaches en las posesiones españolas. Tal vez la originarían, desde tiempos anteriores, las infracciones, excesos y avaricia de los mismos colonos que se hallaban en la frontera con mandos subalternos. En el día, las sabias providencias de un gobierno justo, activo y piadoso, la van haciendo terminar, debiéndose advertir que no solo no aspira su sistema a la destrucción o esclavitud de estos salvajes, sino que solicita por los medios más eficaces su felicidad, dejándolos poseer sus hogares en el seno de la paz, con la precisa circunstancia de que bien impuestos de nuestra justicia y poder para sostenerla, respeten nuestras poblaciones sin inquietar a sus habitantes.

Tontos: Esta parcialidad, que es la más occidental de todas, es la menos conocida por los españoles, porque a excepción de algunas rancherías próximas a las líneas de presidios de la provincia de Sonora, que unidas con las chiricaguis han insultado aquellos territorios, las demás han vivido y existen en quietud en su país, en donde hacen algunas siembras, aunque cortas, de maíz, frijol y otras legumbres, y se surten de carnes por medio de la caza de los buras y coyotes, de que hay tanta abundancia, que se les conoce también con el nombre de coyoteros. Los más fronterizos, que convocados por los chiricaguis llegaron a ser enemigos nuestros, se hallan ya pacíficos y establecidos en el presidio de Tucson y sus inmediaciones, y los demás permanecen tranquilos en sus tierras. Por las noticias que nos han dado los chiricaguis y ellos mismos, se sabe ser muy numerosa esta tribu: sus terrenos nos son igualmente desconocidos por no haber habido necesidad de pisarlos. Confinan por el Poniente con los pápagos, cocomaricopas y yavipais; por el Norte con los moquinos; por el Oriente con la parcialidad chiricaguis, y por el Sur con nuestros establecimientos.

Chiricaguis: La sierra de este nombre, principal habitación de esta parcialidad, es la que da su denominación a toda ella. Fue bastante numerosa en otro tiempo, en que unidos y aliados con los navajos y algunas cuadrillas de tontos, sus vecinos, infestaron la provincia de Sonora, hasta los terrenos más interiores. Tuvieron coligación con los séris, suaquis y pintas bajos, y estos los hicieron prácticos en el terreno y les proporcionaron muchas ventajas. Después de que se sujetaron estos pueblos, y que la parcialidad navajo, rota su alianza con ellos, trató de buena fe, paces con la provincia de Nuevo México, han sido continuamente castigados por nuestras armas, los que han intentado hostilizar. Con este motivo ha minorado mucho su número. Algunas de sus rancherías han conseguido del gobierno establecerse pacíficas en los presidios de Bacoachi y Janos; otras habitan todavía en su país, enemistadas con los navajos y moquinos, a quienes hacen varios robos de ganado menor, y todo el daño que pueden. Confinan con estos por el Norte; con los tontos por el Poniente; con los españoles por el Sur, y con los gileños por el Oriente.

Gileños: Esta parcialidad ha sido de las más guerreras y sanguinarias. Ha hostilizado indistintamente en la provincia de Sonora y en la de Nueva Vizcaya, cuyos territorios, aun los más interiores, les son tan conocidos como los mismos de su país. Siempre ha estado unida con la parcialidad mimbreña, y han partido ambas los frutos y los riesgos. El repetido castigo que han experimentado por sus atentados ha llegado a contener su orgullo, viendo minoradas sus fuerzas tres cuartas partes de su total. De las rancherías que en el día existen, están varias establecidas en el presidio de Janos, y otras permanecen en su país, y no dejan de incomodar nuestras poblaciones. Colindan por el Poniente con los chiricaguis; por el Norte con la provincia de Nuevo México; por el Oriente con la parcialidad mimbreña, y por el Sur con nuestra frontera.

Mimbreños: Fue esta tribu muy numerosa y tan atrevida como la gileña. Se divide en dos clases, altos y bajos: los primeros, que eran los más contiguos a la provincia de Nueva Vizcaya, están sujetos, después de haber sufrido muchos golpes por sus arrojadas empresas, y viven pacíficos en los presidios de Janos y Carrizal: los segundos no han abandonado todavía su país, que es el próximo a la provincia de Nuevo México. Tienen alianza con los faraones, y a pesar de los descalabros que han sufrido por nuestras armas en castigo de su atrevimiento, no deponen su antiguo osado carácter. Es ya muy corta su fuerza, y ha minorado su número más de la mitad. La provincia de Nuevo México es su confín por el Norte; por el Poniente, la parcialidad mimbreña; por el Oriente, la faraona, y por el Sur, nuestra frontera.

Faraones [o jicarillas]: Esta indiada es todavía bastante numerosa; habita las sierras que intermedian del río Grande del Norte al de Pecos. Está íntimamente unida con la mescalera, y de poco acuerdo con los españoles. Las provincias de Nuevo México y de Nueva Vizcaya han sido y son el teatro de sus irrupciones. En una y otra han tratado paces diferentes ocasiones, que han quebrantado siempre, a excepción de una u otra ranchería, que por sus fieles procedimientos ha alcanzado permiso de establecerse pacífica en el presidio de San Elizario. De esta parcialidad es rama la de los apaches jicarillas, que viven pacíficos en la provincia de Nuevo México, en terrenos contiguos al pueblo de Taos, frontera de los comanches. Confinan los faraones por el Norte, con la provincia de Nuevo México; por el Poniente, con los apaches mimbreños; por el Oriente, con los mescaleros, y por el Sur, con la provincia de Nueva Vizcaya.

Mescaleros: Esta parcialidad habita, en lo general, en las sierras próximas al río de Pecos por una y otra banda, extendiéndose por el Norte hasta las inmediatas a la ranchería. De estas usan particularmente en las temporadas propias para hacer la carneada del cíbolo, en cuyos casos se une con la parcialidad llanera, su vecina. En iguales términos, procede cuando emprende operaciones ofensivas contra los establecimientos españoles, convidando para sus empresas a los faraones. En lo general hacen sus entradas por el bolsón de Mapimí, ya dirijan sus miras contra la provincia de Nueva Vizcaya, ya se resuelvan a invadir la de Coahuila. Son afectos a las armas de fuego, de las que tienen algunas; pero no abandonan por esto las que les son propias y peculiares. Es corto el número de las familias que componen esta parcialidad, a causa de haber sufrido mucho por parte de los comanches, sus acérrimos enemigos, y de alguna minoración que les han originado los españoles en sus antiguos debates. Por el Norte es su término, la comanchería; por el Poniente, la tribu faraona; por el Oriente, la llanera, y por el Sur, nuestra frontera.

Llaneros: Ocupan estos indios los llanos y arenales situados entre el río de Pecos, nombrado por ellos Tjunchi, y el Colorado que llaman Tjulchide. Es parcialidad de bastante fuerza, y se divide en tres clases, a saber: Natagés, Lipiyanes y Llaneros. Contrarrestan a los comanches en las continuas reyertas y sangrientas acciones que a menudo se les ofrecen, particularmente en el tiempo de las carneadas. Insultan, aunque pocas veces, los establecimientos españoles, uniéndose a este fin con los apaches mescaleros y faraones, con quienes tienen estrecha amistad y alianza. Confinan por el Norte con los comanches; por el Poniente con los mescaleros; por el Oriente con los lipanes, y por el Sur con la línea de presidios españoles.

Lipanes: Esta parcialidad es la más oriental de la apachería. Se divide en dos clases bastante numerosas, nombradas de arriba y de abajo, con referencia al curso del río Grande, cuyas aguas los bañan: la primera ha estado enlazada con los mescaleros y llaneros, y ocupa los terrenos contiguos a aquellas tribus; la segunda vive generalmente en la frontera de la provincia de Texas y orillas del mar. Todos son enemigos acérrimos de los comanches, sus vecinos, con quienes se ensangrientan a cada instante, de resulta de la propiedad de la cíbola, que cada uno quiere para sí. Los de abajo tienen sus alternativas de paz y guerra con los indios carancaguaces y borrados que habitan la marisma. Iguales vicisitudes ha tenido su trato con los españoles. En el día proceden de buena fe, y se han separado de los que son nuestros enemigos, no tanto por afecto cuanto por respeto a nuestras armas. Usan en lo general de las de fuego, que adquieren del comercio que hacen con los indios de Tejas, cuya amistad conservan cuidadosamente por este interés. Son de gallarda presencia, y mucho más aseados que todos sus compatriotas. Por el Poniente son sus límites, los llaneros; por el Norte, los comanches; por el Oriente, los carancaguaces y borrados, provincia de Texas, y por el Sur, nuestra frontera.

Navajos: Esta tribu es la más septentrional de todas las de su nación. Habita la sierra y mesas de Navajo que le dan su nombre. Sus rancherías no son ambulantes como las de los demás apaches, y antes reconocen domicilio fijo: son diez, a saber: Sevolleta, Chacoli, Guadalupe, Cerro Cabezón, Agua Salada, Cerro Chato, Chusca, Tunicha, Chelle y Carrizo. Hacen sus siembras de maíz y otras legumbres. Crían ganado menor y tienen fábricas de jergas, mantas y otros tejidos de lana que comercian en Nuevo México. Fueron en otro tiempo enemigos de los españoles: en el día son sus fieles amigos y se gobiernan por un general nombrado por el gobierno; sufren algunas incomodidades que les originan sus compatriotas chiricaguis y gileños, que son sus limítrofes por el Sur; por el Norte lindan con los yutas; por el Poniente con los moquinos, y por el Oriente con la provincia de Nuevo México”).

El 7 de noviembre de 1796, escapan 18 apaches mescaleros, miembros de una collera de 57 hombres, mujeres y niños cautivos que iban camino de Veracruz, para ser embarcados hacia Cuba. (Todo empezó en Sonora. Juan Alonso Avilés nació en un rancho cercano al presidio de Bacoachi [Sonora]. Era hijo del mestizo Pedro Miguel Avilés y de la española Blanca Jerónima Acosta. Cuando tenía cuatro años fue capturado por una banda de apaches mescaleros, los cuales mataron a varios trabajadores del rancho y se llevaron todos los caballos y el ganado.  Tras dos días cabalgando, llegaron a un campamento. 

Estuvo al cuidado de la mujer del jefe y con el tiempo aprendió a hablar apache, aunque no olvidó del todo su poco castellano. Recibió el nombre de Gavilán y de joven aprendió a montar a caballo y a ser un buen cazador y guerrero. Aprendió a fabricar lanzas, arcos y flechas; a utilizar todos los recursos que les proporcionaba el bisonte; a preparar las pieles; a tener paciencia para acechar el tiempo necesario a una posible presa; a distinguir las huellas de los animales. Recorrió todo el territorio mescalero, principalmente la Sierra de los Órganos [Organ Mountains, Doña Ana County, New Mexico] y la Sierra Blanca [Lincoln & Otero Counties, New Mexico]. 

Algunos pocos aventureros que comerciaban con los mescaleros decían haber visto a un joven guerrero, de piel un poco más blanca que los demás, de ojos claros, con una larga cabellera ennegrecida con grasa de bisonte, y que parecía entenderles cuando hablaban en castellano. Esas noticias llegaron a oídos de sus padres, soñando que era el hijo que habían perdido tiempo atrás.

En 1795 se produjo un enfrentamiento entre soldados y mescaleros en el que, Gavilán fue herido y capturado. Lo llevaron  al presidio de Bacoachi, donde al día siguiente le despertaron los golpes secos de un machete, decapitando en el patio los cadáveres de algunos guerreros que habían muerto durante la noche. Sus cabezas serían enviadas en sacos a Ciudad de México. A media mañana, estando junto a otros guerreros, un soldado que estaba haciendo el recuento de los prisioneros, le miró a los ojos e intuyó quien era.   

Gavilán fue llevado ante su madre Blanca Jerónima, quien le revisó la espalda porque allí tenía una pequeña cicatriz. Al verla, se echó a llorar. Fue liberado, enterándose de que su padre había muerto unos años atrás. Recuperó su antiguo nombre de Juan Alonso Avilés, aunque le llamaron Jenízaro, y poco a poco fue recordando el castellano, aprendiendo a hablarlo con fluidez.

Los oficiales decidieron reclutarlo como soldado para aprovechar su conocimiento de los mescaleros. Conservaba algo de su apariencia apache, al permitirle el capitán del presidio tener el pelo algo largo y llevarlo atado con una cinta de algodón. Un día recibió la orden de ir con un destacamento de 60 soldados al mando del alférez Francisco González, del 1.er batallón del Regimiento de la Corona, para custodiar una collera de 200 cautivos mescaleros, entre hombres, mujeres y niños, en dirección a Ciudad de México. Se conocen los nombres de algunos de ellos, el Indio Grande, el Indio Chico; un muchacho llamado Miguel, y dos mujeres, María Dolores y Manuela. Unos murieron por el camino, y otros fueron vendidos y distribuidos a hacendados de las poblaciones por donde pasaban. Cuando llegaron a la capital eran menos de 100, los cuales fueron encerrados en la cárcel de La Acordada, por lo que, temporalmente, no necesitaban de sus servicios como intérprete hasta que la collera reanudara su viaje hacia Veracruz.

Añorando su anterior vida, un día de septiembre desertó. Salió del cuartel y fue hacia el vecino pueblo de Cuautitlán con intención de regresar a territorio mescalero. En los alrededores de Tepotzotlán, cometió el error de pasar cerca de un puesto de guardia cuando iba a tomar el camino de Querétaro. El 30 de septiembre de 1796, el cabo de guardia informó: “El recluta Avilés, alias Genízaro, ha sido capturado en la garita y puesto a buen resguardo. Aunque ofreció algo de resistencia, le hemos despojado de un cuchillo y ha sido sometido y atado. Procedo a enviarlo a la ciudad…”. Fue encarcelado en La Acordada con el resto de mescaleros de la collera que él mismo había custodiado, dándose cuenta de que nadie le ayudaría y que ahora compartía el destino del resto de cautivos.  

El virrey Miguel de la Grúa Talamanca, 1.er marqués de Branciforte, avisaba al gobernador interino de Veracruz que solo iban 57 cautivos, ya que algunos habían caído enfermos en Ciudad de México: “Todos gentiles… En su consecuencia prevengo a vuestra señoría se pongan así los varones como las hembras en el castillo de San Juan de Ulúa con las mayores precauciones y seguridades posibles, a fin de que ínterin se les transporta con las mismas a La Habana en el navío El Ángel, a cuyo comandante paso también la orden respectiva, no hagan fuga y se eviten los reclamos que sobre el asunto ha hecho el señor Comandante General de las Provincias Internas: bajo el concepto de que dichos Apaches no solo cometen los excesos de su ferocidad y barbarie en el tránsito de sus territorios, sino que son después para los nuestros los más implacables, inhumanos y temibles enemigos, por el mayor rencor y conocimientos que adquieren”.

A finales de octubre de 1796, la collera salió con 57 hombres, mujeres y niños hacia Veracruz. Nueve noches después de haber pasado Puebla, los mescaleros vieron como el soldado de guardia se había dejado una bolsa de cuero junto a las brasas de la hoguera. Dentro había sebo de res, una sustancia viscosa que se utilizaba para engrasar los fusiles. Uno de los cautivos lo guardó como pudo bajo su ropa y en la siguiente parada, cuando era noche cerrada, metió sus grilletes de hierro en aquella masa. Al ceder los arneses, la sensación de alivio fue inmediata. Se dio cuenta de que, untadas con sebo, podía ponerse y quitarse las esposas fácilmente, así que con cuidado, lo puso en conocimiento de los demás, hasta que la mayoría pudo hacer lo mismo, fingiendo normalidad.

Cuando llegaron a Jalapa [la actual Xalapa-Enríquez, Veracruz], decidieron que solo escaparían los guerreros jóvenes. Los demás, ancianos, mujeres y niños, esperarían otra oportunidad. El 7 de noviembre llegaron a la venta de Plan del Río [municipio Emiliano Zapata, Veracruz], donde iban a descansar dos noches. Parte de los cuartos habilitados para encerrar a los cautivos carecían de cerraduras, ya que eran usados como almacenes de grano. El alférez ordenó asegurar la collera lo mejor posible, sujetando las puertas con clavos e inspeccionar el estado en el que estaban las paredes de caña y barro.

Cuando los soldados distribuían el rancho de la cena, los mescaleros dieron un grito, salieron en tropel arrollando al centinela, y le tiraron al suelo, quitándole el fusil. Todo ocurrió tan rápido que en pocos segundos los mescaleros salieron del recinto corriendo hacia el monte que estaba en las cercanías. Los soldados cogieron sus armas haciendo uso de ellas. Los disparos y las bayonetas lograron herir al menos a la mitad de los fugitivos, quienes se defendían a pedradas. Varios mescaleros desaparecieron entre los árboles con unas cuantas bayonetas, cuchillos, y dos o tres fusiles. Los soldados capturaron ilesos a dos, a dos heridos leves, y mataron a tiros y a cuchilladas a otros dos que no habían podido quitarse las esposas, quedando malheridos en los primeros momentos de la fuga.

José Morados, el soldado que estaba de centinela en la puerta, declaró que “aún ignora como sucedió el caso, pues estaba atento a ellos, y fue tan de improviso el pararse los reos y embestirle que todavía lo tiene como sueño…”.

El sargento Pedro Zambrano, declaró que todo ocurrió cuando se disponían a cenar: “A este tiempo fue cuando oyeron un furioso clamor, y vieron gran cantidad de reos fuera de su prisión y que se dirigían al monte, defendiéndose de algunos soldados que los querían contener… Pero por más que corrí hacia ellos con el sable desenvainado, no les pude dar alcance”. Dijo que el cuarto donde estaban los cautivos era el más grande y seguro, sin más defecto que el que la puerta no se cerraba con llave, pero las mujeres estaban en dos cuartos separados. Dijo que en los días anteriores, él iba a la cabeza de la collera, el alférez González a la retaguardia y varios soldados distribuidos a los lados, con los mescaleros con sogas al cuello, unidos unos a otros en “fila india”. Añadió que, al haber llegado tarde a la venta, les quitaron las sogas permaneciendo todos juntos hasta terminar de cenar. Luego, al no poder capturar a los huidos, el alférez ordenó partir hacia Veracruz con el resto de cautivos, dejando al justicia y lancero de La Laja [municipio de Ozuluama de Mascareñas] la misión de perseguir a los mescaleros, quienes al parecer se habían dirigido hacia Jalapa y el volcán Cofre de Perote [Nauhcampatépetl]. Declaró que los cautivos estaban bien asegurados, bien sujetos con las esposas, pero “al tiempo de quitarle la esposa a uno de los muertos, se encontró esta untada de sebo, y enseñándosela a uno de los que aprehendieron herido, que habla el castellano en alguna manera, dijo que con aquello habían sacado las manos él y sus compañeros…”.

El cabo 1º José Villerías; los cabos Francisco Correa, Nicolás Briones y José Arbea; y los soldados Antonio Martínez, Juan Luter, José Mercado, Fernando García y José Cosío, corroboraron las declaraciones de los anteriores.

Tres días después, el gobernador Diego García Panes, que estaba en la fortaleza de San Juan de Ulúa, en Veracruz, recibió el aviso, informando al virrey de la fuga y la llegada del alférez González, con el resto de los apaches. García resaltó que el alférez llegó a Veracruz avergonzado y herido por una pedrada que recibió en Plan del Río. El número de fugados era de 18 varones y ninguna mujer. González y sus hombres fueron arrestados hasta que terminase la investigación correspondiente. 

El virrey calificó la fuga de “vergonzosa”, ordenando que se castigase ejemplarmente a los cautivos en caso de ser capturados, y que se informase a los jefes militares para buscar a los fugados, quienes intentarían regresar a su territorio, cometiendo asaltos en su camino. Previendo por donde regresarían, ordenó avisar a Puebla, Querétaro, Guanajuato, Valladolid [la actual Morelia, Michoacán], Zacatecas y otros lugares que estaban en la ruta de regreso para que estuviesen alerta, pues era conocida la ferocidad de los mescaleros.

Más de dos meses después, sobre el 11 de enero de 1797, capturaron a uno de los 18 evadidos. Se le descubrió herido en el pueblo de Teocelo, cercano a Jalapa, entre un grupo de enfermos del hospital de la localidad, tratando de pasar desapercibido. Se había refugiado allí después de recorrer y sobrevivir en los montes vecinos, con una herida de bayoneta en el antebrazo, la cual se agravó con el paso de los días. Al parecer, los mescaleros le habían dejado cerca de ese pueblo al comienzo de su ascenso al Cofre de Perote al no poder continuar. Le curaron para después ser enviado a Veracruz. 

Antes, al amanecer del martes 8 de noviembre de 1796, Gavilán animó a los demás a acelerar el paso en dirección norte. Antes del anochecer, robaron seis caballos en los alrededores de un rancho, lo que les permitió avanzar con más celeridad para llevar a los heridos. Un día después, preguntaron a dos pastores la dirección para ir a Ciudad de México. A veces oían ladridos que venían de algún rancho cercano, por lo que se movían de noche, guiándose por las estrellas. Con las bayonetas atadas al extremo de varios otates [tipo de caña] construyeron unas buenas lanzas que les servían para cazar. Hicieron también arcos y flechas que, sumados a los tres fusiles que tenían, con algo de munición, y varios belduques [cuchillo de combate de hoja puntiaguda] les serviría para defenderse.

Subiendo la ladera del volcán Cofre de Perote mataron una yegua que cojeaba y se la comieron. Avanzaban divididos en dos grupos comunicándose [unas pocas veces para no ser detectados] por señales de humo. Decidieron pasar un tiempo en la montaña para dar tiempo a que se recuperasen los heridos, antes de cruzar la gran llanura que se divisaba hacia el norte. Estuvieron allí algo más de un mes y cuando decidieron partir y dirigirse hacia el norte, varias nevadas cubrieron la cumbre y sus alrededores. Avanzaron por la llanura y cuando la cruzaron, se les acabaron las provisiones, por lo que mataron un caballo, secaron la carne y con el cuero fabricaron mocasines.  

Varios días después, cruzaron la sierra rumbo a Tlaxcala, avanzando con precaución, aprovechando las sombras de la noche y el amanecer. Vieron una hacienda, con una gran casa fortificada. Querían pasar desapercibidos, pero no podían perder la oportunidad de robar unos caballos para ir más rápido. Poco antes se habían dividido en dos grupos, de ocho y de nueve, avanzando en paralelo. Cuando el primer grupo llegó a la hacienda, vieron un vaquero que llevaba varias yeguas a un cercano abrevadero. Le atacaron y le quitaron los animales. Manuel de Flon y Quesada, conde de la Cadena, gobernador e intendente de Puebla, emitió un informe relatando el hecho: “… allí lo acometieron y le dieron cuatro heridas [ninguna mortal], con bayonetas que a manera de lanzas cortas llevaban metidas en palos”. El gobernador informaba al virrey que Francisco García, arrendatario del rancho y dueño de los animales, ignorando que se trataba de un  grupo de nativos, “les gritó que le devolvieran las bestias y estos no le hicieron caso. Les disparó un arcabuzazo al aire; pero al tiro, los indios, aquellos se devolvieron enfurecidos hacia él y con las lanzas en ristre, en cuya ocasión les vio las caras rayadas, a excepción del más alto de todos, más güero y encarnado y cortado el pelo como los soldados, y no teniendo forma de defenderse, huyó a caballo…”.

El virrey asignó la tarea de perseguir a los mescaleros al capitán Francisco Viana, militar con gran experiencia en las campañas en el norte, combatiendo principalmente a los apaches. Fue a Tulancingo [municipio de Tulancingo de Bravo, Hidalgo] con 30 dragones y caballos de repuesto para iniciar la persecución. 

El teniente Nicolás de Cosío, que había participado a las órdenes de Ugalde en las campañas contra los apaches en Sonora, Chihuahua, Nuevo México, Texas, y Nuevo Santander, recibió la orden de presentarse en Ciudad de México, saliendo de allí para unirse a Viana con ocho dragones y 13 rastreadores tawakonis [emparentados con los wichitas], reclutados en Texas y que conocían perfectamente a los apaches, sus sempiternos enemigos. De Laredo [Webb County, Texas] llegó a Querétaro un pequeño destacamento de soldados de cuera para unirse a la persecución.  

El 14 de enero de 1797, Cosío convocó a varios vecinos de Tulancingo que conocían el territorio, enviando pequeños grupos armados a los montes de los alrededores y a los pueblos de Acaxochitlan, Apulco, Guapesco, Guayacocotla y Zacualpa. Al atardecer de aquel día, el grupo que había ido a Guapesco informó de que los huidos llevaban una semana por los montes de la zona. Por su parte, Viana, enfrentado a Cosío por llevarse el mérito de capturar a los fugitivos, dijo tener noticias de que los apaches acababan de robar varios caballos en la hacienda de El Rosario, a pocos kilómetros de distancia; donde mataron a los perros con flechas, no dándose cuenta nadie del robo hasta varias horas después. Su destacamento fue a reconocer los cerros del Rosario, Peña y Caballo Blanco, encontrando en el cerro de Peña rastros de una acampada, de dos caballos que habían comido y otras señas de que los fugitivos habían estado allí.

Llegaban noticias de que los apaches habían matado una yegua a flechazos, comiendo parte de ella, llevándose varias armas de un rancho cercano a la Hacienda de San José Batha [municipio de Hueypoxtla, Estado de México], dos barras de hierro y varios ovillos de lana, y dejando herido a un vaquero. En una casa de campo llamada La Adarga [municipio de Cadereyta, Querétaro], rancheros del lugar se habían topado con, lo que denominaron “indios flecheros de fiero aspecto” que caminaban con sigilo hacia los cerros cercanos. Iban en dos grupos yendo muy cerca de Huichapan [Hidalgo]; luego se adentraron en un cañón semidesértico que los llevó casi hasta las inmediaciones de San Juan del Río [Querétaro], donde al amanecer llegaron al Camino Real. Lo supieron por los arrieros que lo recorrían. A partir de entonces lo seguían a distancia, de cerro en cerro. Camino de Celaya [Guanajuato], unos rancheros dijeron haber visto a dos grupos de flecheros ocultándose en un bosque de las inmediaciones o cabalgando al atardecer por los cerros.

El 20 de enero, el destacamento de soldados de cuera, que estaba acampado cerca de Querétaro, estaba durmiendo tan profundamente debido al cansancio, incluido el centinela, que a la mañana siguiente se percataron de que les faltaban dos fusiles, algo de munición, una mula, e incluso parte de la comida que traían en unos sacos, sin que se dieran cuenta de nada.

Poco antes, el oficial al mando de Querétaro informó que cerca de esta localidad “tres presuntos apaches asaltaron a unos arrendatarios mientras descansaban a la sombra de unos árboles del camino”, robándoles sus caballos, algunos cuchillos e hiriendo a una mujer que se resistió al ataque. Desde un rancho cercano, un hombre realizó un disparo, provocando la huida de los asaltantes.

El 27 de enero, Fernando José Peralta, intendente de Michoacán, informaba desde Valladolid [la actual Morelia, Michoacán] que “en la noche del domingo 22 del corriente cayeron 15 desconocidos, con todas las señas de ser de la partida de los mecos [mescaleros] fugados, al rancho de un vaquero en la Hacienda de El Clarín, que está en la jurisdicción del pueblo de Jerécuaro [Guanajuato]. Allí mataron dos niños, hirieron al vaquero y le robaron caballos y otros efectos, a pesar de la encarnizada resistencia que mantuvo. Encargo a Vuestra Merced muy estrechamente, practique por sí, sus tenientes, alcaldes de indios, dueños y mayordomos de haciendas y ranchos, las más exactas y eficaces diligencias para su hallazgo, y verificado, prenderlos o matarlos, dándome aviso inmediatamente de las resultas…”.

En la hacienda había un cañaveral donde estaban terminando su jornada de trabajo varias personas cuando atacaron los mescaleros, a caballo y a pie, con fusiles y con arcos y flechas, dividiéndose en dos grupos. Uno entró en el recinto vallado, con intención de atacar a los trabajadores, mientras el otro, atacaba por fuera a otros, entre los que estaba el capataz, llamado Jesús, quien acostumbraba a tener a mano su rifle y su pistola. Al verlos llegar, gritó a los trabajadores que se metieran en el cañaveral y corrieran hacia la hacienda saltando la cerca, y que pidieran refuerzos en la casa principal para rechazar el ataque.

Jesús disparó a los apaches y corrió hacia el cañaveral, consiguiendo llegar hasta el corral de los becerros, desde donde comenzó a disparar a los mescaleros, quienes montados a pelo disparaban o tiraban sus flechas, haciendo caracolear sus caballos, echándose sobre sus cuellos para evitar ser alcanzados. Uno de los más atrevidos ordenó simular una carga para poder arrojarse sobre Jesús, quien, intuyendo su intención, disparó al guerrero cuando estaba cerca de él, alcanzándole en el corazón, cayendo al suelo y sembrando la confusión entre el resto de guerreros, que pensaron que había más de un defensor en el corral.

Jesús se dio cuenta de que estaba sangrando por el antebrazo a causa de una herida de bala. Volvió la vista y vio como los mescaleros se dirigían a una pequeña casa donde estaban su mujer y sus cuatro hijos. Empezó a correr y cuando estaba llegando vio a los mescaleros partir con tres caballos y algunas pertenencias, y a sus dos hijos más pequeños muertos. En un descuido de su madre, habían salido de la casa al oír los disparos para buscar a su padre. Uno cayó muerto de un disparo en la cabeza y el otro de una flecha en el tórax. El padre cayó llorando sobre sus cuerpos, no reponiéndose de la pérdida durante el resto de su vida. Poco después, la historia se tergiversó para provocar la indignación de la gente que vivía en las localidades por donde presumiblemente los mescaleros regresaban a su territorio. Esa falsa versión, atribuida a Cosío y recogida como cierta por el historiador Silvio Zavala, decía que “los apaches, en una prueba de su inveterada barbarie, habían descuartizado y devorado a los dos niños”.

Días después del ataque al rancho de El Clarín, Pedro Antonio de Septién Montero y Austri, regidor de Santiago de Querétaro, relataba lo ocurrido: “Certifico y rectifico en cuanto puedo, debo, y el derecho me permite, que ayer martes 21 del próximo pasado mes de enero llegó a esta ciudad don Nicolás de Cosío, Ayudante mayor del Regimiento de Dragones de España, comisionado por el excelentísimo señor Virrey para prender o matar 18 indios apaches que se huyeron en el Plan del Río de una cuerda en que se les conducía presos a Veracruz, asociado dicho oficial para el efecto de su comisión de ocho Dragones de su Regimiento y trayendo 13 indios Tahuacanes [tawakonis]… registrando varios parajes fragosos, con número competente de gente armada, en persecución de los apaches fugitivos […].

El lugarteniente de Salvatierra informó el 31 enero que el día anterior, 600 hombres armados divididos en tres grupos de 200 cada uno, registraron varios cerros de las sierras que rodeaban esa localidad y que en un aguaje hallaron restos de una hoguera, pedazos de carne asada, pezuñas de un caballo, y trozos de varas con las que se podían hacer flechas, huellas de pies descalzos y señales de cuerpos que habían estado tumbados en la hierba, agregando que según los rastreadores, se dirigían hacia el Cerro Prieto, cerca del cercano pueblo de Yuririapúndaro [municipio de Yuriria, Guanajuato], decidiendo dicho oficial dirigirse hacia allí. Los frailes agustinos del convento del lugar hicieron misas y sacaron en procesión al Cristo Crucificado [Señor de la Divina Sangre] y a la Virgen María [Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de los Pobres], invocando el favor divino para que el pueblo y el convento no fueran asaltados por aquellos salvajes sanguinarios.

El grupo de mescaleros había perdido dos hombres por enfermedad [tos y fiebre] cerca de Querétaro, a mediados de enero, a los que había que sumar el caído en la Hacienda de El Clarín. Ya solo eran 14. Comieron uno de los caballos capturados en la hacienda, moviéndose con rapidez, ya que sabían que les seguían de cerca. Tuvieron que tirar por un barranco dos rifles por no tener más munición, ya que les molestaban para avanzar. Cuando avanzaban, oían a lo lejos voces y ladridos, por lo que no podían estar mucho tiempo en un mismo lugar. Para ir más rápido, una vez abandonaron varios objetos que habían robado para que los encontrasen sus perseguidores mientras ellos cambiaban de ruta para despistarlos. El 31 de enero llegaron a la ladera del cerro del Capulín, un cono volcánico ubicado al sur de Yuririapúndaro. Allí escondidos, se embadurnaron piernas y brazos con grasa de venado, se pintaron la cara y se adornaron con plumas, preparándose para un enfrentamiento que sospechaban cercano. Más de 500 hombres les perseguían. Muchos eran purépechas y algunos chichimecas, a los que se sumaron jornaleros y varios arrendatarios que iban a pie, vestidos de pobre manera y armados con machetes, hondas, garrotes y algunos belduques. Otros, los menos, eran vaqueros a caballo, mejor vestidos, llevando fusiles y pistolas. Con ellos iba una jauría de perros.

El jueves, 2 de febrero, los alcanzaron. Cosío [Viana había sido llamado a Ciudad de México por el virrey, alcanzando Cosío el grado de capitán] oyó disparos y voces, por lo que se dirigió hacia allí con sus dragones. Cuando llegó vio a varios de los voluntarios que se retiraban, enterándose por boca de algunos que se habían topado con los apaches a las 09:00 horas de la mañana, y que ahora estaban en la cima del cerro del Capulín.

Antes de la llegada de Cosío, los apaches habían estado resistiendo a los cientos de voluntarios que subían hacia la cumbre, los cuales solo podían rodearlos y aguantar, al ir mal armados, temiendo hacerles frente, al encontrarse los sublevados en una posición más alta que ellos viéndoles blandir sus lanzas con los rostros pintados.

De vez en cuando se oía el grito de los mescaleros que, apostados en la cumbre, estaban decididos a llevarse por delante a la mayor cantidad de gente posible. Para llegar a la cima había que dar varias vueltas, pues no había senderos y toda la subida estaba cubierta de maleza, imposibilitando el avance de los caballos y de la gente. Por delante de Cosío iba uno de los dragones, quien a machetazos intentaba abrirse camino entre la maleza. Tuvieron que cruzar varias barrancas llenas de zarzales, hasta alcanzar una posición desde donde dio orden de disparar varias descargas de fusiles desde diferentes posiciones. Los mescaleros se cambiaron de lugar protegiéndose entre las rocas. Se dividieron en dos grupos, uno de seis y otro de ocho, para dividir a los dragones y tratar de romper el cerco que con el paso de las horas se iba estrechando.

Los dragones subieron disparando hacia la cima, pero solo les respondió el silencio. La naturaleza del terreno no les dejaba ir juntos. Cosío avanzaba con dificultad, pero pudo ver a dos apaches que iban a la retaguardia de uno de los dos grupos. Les siguió con muchos de los nativos voluntarios y con algunos paisanos. Poco a poco, consiguieron acercarse a ellos y de vez en cuando dispararles, hasta que llegaron a una altura suficiente desde la que se dominaba mejor el terreno. Allí un dragón consiguió herir a uno de los apaches, el cual cayó a tierra con un grito de dolor, alcanzado por un disparo en la espalda que le impidió seguir corriendo. Cuando llegó Cosío, sus miradas se cruzaron viendo la expresión de desafío en su rostro. Fue entonces cuando los otros cinco apaches, en lugar de huir, atacaron para proteger al herido, entablando un desesperado combate contra los dos centenares de voluntarios que cargaron contra ellos con una lluvia de piedras, palos y machetes, no terminando hasta que los mescaleros cayeron al suelo, malheridos. Antes, los mescaleros habían herido con arma blanca a 27 de los voluntarios, ocho de ellos con heridas graves [tres murieron después]. Varios caballos resultaron seriamente heridos con flechas, dos de ellos de muerte, teniendo que ser sacrificados.    

Mientras tanto, los ocho guerreros restantes habían roto el cerco. Un miliciano que al verlos pasar corriendo se ocultó tras un risco, vio que entre los ocho había dos heridos, y uno de ellos destacaba por su aspecto, pareciendo más mestizo que indio, con una cinta atada a la cabeza, que apenas tapaba una cabellera no tan oscura como la de los demás.

Los seis apaches malheridos fueron llevados al pueblo. Cosío recordaba el herido de muerte que le desafió con la mirada, un enemigo valeroso, un guerrero que desde el suelo tenía la palidez de la muerte reflejada en el rostro. Con aquel recuerdo escribió al virrey: “De los apaches aprehendidos el primer día, ha muerto uno en mi presencia, cuyas orejas he cortado y entregado al portador para que se las entregue a Usted, quedando los demás curándose con mucha prolijidad, y también por cuenta del nominado Teniente que hasta en esto ha manifestado su escrupulosidad y eficacia. Dios, guarde a Vuestra Excelencia”.

Los frailes del convento de Yuriria organizaron una ceremonia para bautizarles y convertirles, para destacar el triunfo de la Iglesia y la Corona. En el patio del convento se reunió una multitud alrededor de los frailes agustinos que recibieron a los cinco mescaleros con altas cruces, incensarios y candelabros. Cerca de las 21:00 horas, llegaron los apaches malheridos, custodiados por 20 hombres armados, mientras la gente se arremolinaba a su alrededor. Los mescaleros cayeron exhaustos al pie de una de las pilastras de la nave principal del templo, pidiendo a gritos que les mataran. El prior se acercó a los apaches con una palangana con agua bendita, con la que les salpicó mientras les recitaba el “ego te absolvo”, lanzando después una retahíla de oraciones en latín que solo ellos entendían. Más tarde, los encerraron y por órdenes del prior y de Cosío, les perdonaron la vida para, una vez curados, ser llevados a Ciudad de México. En sermones posteriores, los frailes atribuirían a un milagro de la Virgen el que tan temibles salvajes hayan sido sometidos por los cristianos a las leyes de la Corona, propagando la versión del supuesto milagro, dirigida a la comunidad de fieles de toda la región, el hecho de que los apaches pidieran voluntariamente ser bautizados y se acogieran, arrepentidos, bajo el manto protector de la Virgen. Mientras, el cadáver del apache muerto, ya sin orejas, fue sepultado en un barranco bien profundo, echando cal, poniendo cruces, y exorcizado el lugar para que las fuerzas del mal no regresasen a los alrededores de aquel convento, marcando el lugar como “la tumba del apache”.

Los otros ocho apaches huyeron, aunque acosados de cerca por los voluntarios y los soldados de Cosío. El cabo José Castillo, herido con una flecha en el lado derecho del cuerpo y algo cojo por una contusión en el costado del mismo lado, informó a Cosío que siguiendo a cinco de los apaches junto con tres paisanos de Yuriria, uno de ellos logró dar alcance al más rezagado, y alcanzándole con dos pedradas en la cabeza, el mescalero dejó de correr, volviéndose hacia su perseguidor, lanzándole una flecha que le alcanzó en el brazo y otra al caballo, impactando en el pecho del animal. Fue entonces cuando Castillo trató de ayudar al compañero herido, pero con su yegua cansada apenas podía avanzar. El apache se arrojó encima de él, sin poder defenderse porque la cabalgadura estaba enredada en un zarzal. No pudo tirarle de la silla, por lo que fingió estar fuera de combate, permaneciendo inerte, creyendo el apache que estaba muerto. Cuando el guerrero iba a dar alcance a sus compañeros, se encontró de frente con el dragón Isidro Vázquez, que los seguía a corta distancia. El mescalero saltó sobre él, pero pudo blandir la bayoneta, clavándosela en el cuerpo, aunque con el peso e ímpetu del agresor le hizo trastabillar, y caer hacia atrás para quedar recostado en un tronco a la orilla de un barranco. Logró sacar la bayoneta del cuerpo del herido y volver a clavársela una segunda vez. A pesar de eso, el apache, que era descomunal y con fuertes extremidades, con el rostro pintado y sudoroso, se repuso y siguió luchando. Todavía tuvo fuerzas para sacarse la bayoneta del cuerpo y atarla a la punta del arco, haciendo las veces de lanza, con la que atacó a Vázquez, quien se defendió con el sable pero sin poder alcanzarle, a causa de la fortaleza del atacante, a pesar de hallarse gravemente herido. 

En lo más intenso del forcejeo, y cuando Vázquez se hallaba totalmente exhausto y viéndose perdido, el mescalero empezó a debilitarse, desangrándose por dentro. Sabiendo que su final estaba cerca, se dejó caer por el precipicio. Vázquez, también debilitado, se desmayó. Los voluntarios que llegaban a la carrera a ayudarle vieron la caída del apache. 

El dragón José Bedoya informó a Cosío que había seguido a tres de los apaches junto a varios paisanos, y que había conseguido herir a uno de un disparo en la espalda, o al menos eso creía. Cosío llegó a la Estancia de la Joya de San Nicolás [Michoacán de Ocampo], donde se les unió el teniente Martínez y su gente, quien le dijo que el día anterior habían descubierto huellas de los apaches en el Cerro Blanco, pero que por lo boscoso del lugar los perdió cuando se metieron en la maleza. Cosío fue con los voluntarios y soldados hacia allí bajo una persistente llovizna que poco a poco se tornó en aguacero. Según los exploradores, por las señales encontradas, los dos apaches heridos habían fallecido, aunque sus cuerpos nunca fueron encontrados, creyendo que solo seis de ellos seguían vivos perseguidos por más 3.000 personas. La lluvia borró en pocas horas todo rastro, dando a los mescaleros una relativa ventaja. El 8 de febrero, llegó la noticia del robo de varios caballos por parte de los apaches en el Cerro Blanco, cuando atacaron de improviso a unos pocos integrantes de un grupo que iba tras ellos, apoderándose de sus monturas. Uno de ellos, era más blanco que el resto y lanzaba insultos en castellano, algo que Cosío, rápidamente supo de quién se trataba.  

El capitán cayó enfermo con tos y fiebre, teniendo que ir al convento de Yuriria. Cuando se recuperó llegó una orden del virrey para que fuera a Ciudad de México a curarse y reponerse, llevando a los cinco mescaleros capturados, los cuales se encontraban muy mejorados. Los frailes atribuyeron su curación a un milagro de la Santísima Virgen.

Los seis mescaleros que seguían huidos, tres de ellos heridos, tuvieron que pasar entre dos grupos de rastreadores y gente armada que, enfrascados en una discusión, no detectaron su presencia. Cuando llegaron al pie de una quebrada, un grupo de voluntarios estaba cerca de un arroyo dividido en dos grupos. Entre ellos había un espeso monte no muy ancho. Forraron con trapos las pezuñas de dos caballos y una yegua, y entraron en el matorral a paso lento pero seguro, tres a pie, llevando las monturas con los heridos en el lomo. Atardecía, y en media hora, lograron pasar para ir a otro cerro que estaba enfrente. Iban hacia el este con idea de dar un rodeo, despistar a sus perseguidores y dirigirse de nuevo hacia el norte, hacia Huichapan [Hidalgo] pero sin llegar hasta allí. Pensaban ir a San Juan del Río, y antes de llegar, volver a tomar el Camino Real en dirección norte.

Al amanecer del 5 de febrero, pasaron cerca de Coroneo [Guanajuato] y, a media mañana, se toparon con un grupo de pastores que llevaban ovejas, que venía en sentido contrario. Los pastores pensaron que eran peregrinos dirigiéndose al santuario del Señor del Huerto de Xocotitlán con enfermos, pues dos de los apaches llevaban sombreros anchos de palma que habían conseguido en el enfrentamiento del día 2, similares a los que usa la gente que acude al santuario. Un poco más adelante, cuando los mescaleros entraron en una espesa arboleda, los pastores se dieron cuenta de que les faltaba un borrego.

Al atardecer del 6 de febrero fueron hacia el este, llegando a una serie de elevaciones boscosas donde poder ocultarse, antes de dirigirse de nuevo hacia el norte. Fue en aquel despoblado montañoso donde decidieron pernoctar. Comieron parte del borrego y guardaron el resto, y después de descansar, emprendieron de nuevo el camino. A la mañana, yendo hacia Aculco [Aculco de Espinoza, Estado de México] vieron un camino, pero antes de llegar se tuvieron que esconder porque venía un destacamento de soldados que se dirigía hacia el sur, hacia Acambay [Estado de México]. Cuando pasaron, salieron de sus escondites y cruzaron el camino, oyendo unos gritos de un hombre y una mujer que, con un niño pequeño, intentaban avisar a los soldados, los cuales, por el ruido de sus cabalgaduras, no les oyeron. Rápidamente, el hombre y la mujer cayeron atravesados por dos flechas. La mujer, tratando de proteger al niño, cayó sobre él, manchándolo de sangre. Cuando los mescaleros se fueron, el niño salió debajo del cadáver de su madre y echó a correr por el camino llorando por la pérdida de su madre y su abuelo. Llegó a un rancho donde se ocuparon de él. Los voluntarios que seguían a los apaches pasaron más tarde por ahí, siendo informados de lo ocurrido, saliendo en su persecución. Los mescaleros pasaron la noche dentro de un pinar donde dejaron varios objetos y armas que ya no les servían, siendo encontradas después por sus perseguidores. Uno de los tres heridos apaches, el de más gravedad, tenía una bala alojada en su pecho. Ocultos durante un tiempo en las montañas que rodean Aculco, los heridos sanaron de sus heridas en una oquedad junto a un arroyo de la sierra. Fueron hacia el Camino Real, camuflados, sin llamar la atención, con la ropa que llevaban pareciendo peregrinos. Una imagen del Señor del Huerto, adherida al sombrero de Gavilán, ayudaba a causar esa impresión, a pesar de que evitaban transitar por los caminos, yendo paralelo a ellos y no entrando en las poblaciones. Las armas iban ocultas entre las mantas, aunque parecía que sus perseguidores habían quedado muy atrás, hacia el sur. Un poco más allá de San Juan del Río [Querétaro], se cruzaron con otra collera de nativos camino de Ciudad de México. Ningún soldado se percató de quienes eran. Solo un niño apache los siguió con la mirada mientras se alejaban. No se tuvieron más noticias de ellos, pero podemos suponer que, tras muchas jornadas de marcha, llegaron a la Sierra Blanca [Lincoln & Otero Counties, New Mexico] donde encontrarían alguna ranchería de tipis oculta tras una colina. Seguramente sus ocupantes les recibirían con gran alegría, cánticos, y las típicas notas del violín apache de una sola cuerda.

Eran lo que quedaba de 200 cautivos llevados en collera desde Sonora a mediados de 1796).  

1797

* En marzo de 1797, el coronel Manuel Antonio Cordero y Bustamante es nombrado gobernador de Coahuila, mientras está combatiendo a los apaches. (En octubre del mismo año, Cordero comunicó al Comandante General de las Provincias de Oriente “que el cautivo Manuel Pérez, que salió de entre los apaches lipanes, no había corregido su conducta, sobre juegos y pequeños robos en los que había incurrido, destinándose a trabajos en el obraje de la hacienda de Encinillas, sin sueldo hasta que con la aplicación del trabajo acredite su buen porte y se le dé otro destino”).

* En mayo de 1797, en Sonora, el alférez de los ópatas, Francisco Piri ataca a un grupo de apaches gileños, haciendo cinco prisioneros, mientras el capitán Nicolás Leiva ataca otra ranchería junto al río Gila, matando a cuatro.

* El 21 de agosto de 1797, en Nueva Vizcaya, el capitán Rengel sale con 320 hombres hasta la sierra de Mobano, pero tras recorrer 2.850 km durante 55 días, solo consigue matar a un apache y apresar a otros tres. (El jefe apache Pascualillo había atacado a unos vecinos, pero avisado el presidio de Janos, un destacamento lo alcanzó y le mató junto a dos guerreros más, apresando también a otros nueve).

* En 1797, los apaches de las llanuras continúan respondiendo a los ataques de los españoles y comanches, efectuando incursiones en Texas y Nuevo México. (Aunque esta vez los lipanes no participaron y permanecieron paz en la frontera de Texas y Coahuila, los mescaleros y lipiyanes se dedicaron a hostilizar los poblados hispanos. A veces, cuando los lipiyanes se sentían demasiado acosados por las tropas y sus aliados comanches, buscaban refugio en los poblados hispanos o nativos Pueblo, haciéndose pasar por lipanes pacíficos. Así ocurrió el 24 de septiembre, cuando el mismo jefe El Calvo se presentó en la población del Vado del Pecos [San Miguel County, New Mexico] afirmando ante el gobernador Fernando Chacón que era jefe lipán. Al enterarse, el comandante general Pedro de Nava, informó a Chacón que tuviera cuidado porque era fácil confundirse de bandas y tribus apaches, puesto que existía escasa diferencia entre los lipiyanes y lipanes. El Calvo era jefe de los primeros y junto a los mescaleros se dedicaba a realizar incursiones por los asentamientos españoles de Texas, Nuevo México y Coahuila. Si El Calvo volvía a presentarse en Nuevo México, Chacón deberá rechazarle a él y a cualquier pretensión que tuviera de hacer la paz. Aparentemente, las promesas hechas por El Calvo al comandante Díaz durante su visita a El Paso en 1792 ya no tenían validez).

* El 14 de noviembre de 1797, sale del presidio de Pilar de Conchos (municipio de Valle de Zaragoza, Chihuahua) una collera con prisioneros apaches a cargo del sargento José Antonio Uribe con 24 soldados. (Salió con 58 mujeres y 12 hombres [se conocen los nombres de Polito y Gaslen], llegando a Ciudad de México cuando la población estaba sufriendo una epidemia de viruela. Diecisiete días después de llegar, nueve mujeres apaches fallecieron, dos más estaban agonizando, y otras tres fueron trasladadas a otro lugar. Un mes más tarde, solo 19 mujeres de las 58 estaban lo suficientemente sanas como para salir para Veracruz y ser embarcadas hacia La Habana. Estas muertes ocurrieron a pesar de las instrucciones, de alimentar y vestir a los prisioneros, recogidas en el Reglamento de 1772. 

Los españoles llevaban cautivos a Gaslen, por actos significativos de guerra mereciendo el consiguiente castigo, y a Polito, que previamente había escapado de otra collera con destino a Veracruz y había regresado a su tierra. Por estas depredaciones eran enviados lejos para asegurarse de que nunca más pudieran regresar).

* El 29 de diciembre de 1797, el teniente Zoraya sale de campaña al mando de la 3.ª Compañía Volante de Nueva Vizcaya, con 154 soldados y seis nativos, atraviesa el Río Grande y en la Sierra de Guadalupe [Guadalupe Mountains, Hidalgo County, New Mexico] descubre una ranchería apache de 144 tiendas y unos 250 hombres de armas. (Como había dejado parte de su destacamento con el tren de suministros y la manada de caballos, se enfrentó a los apaches con 75 hombres a caballo. Estos, advertidos, los recibió con flechas y disparos de fusiles, hiriendo a tres soldados y a un auxiliar, así como a la montura del teniente. Pero Zoraya mandó echar pie a tierra a, parte de la tropa para rechazar a los apaches, y con el resto y el alférez José Rávago, penetró hasta el centro de la ranchería, expulsando a numerosos apaches, matando a nueve guerreros, y haciendo 13 prisioneros, además de llevarse 63 caballos. Mientras, los apaches, en su desordenada huida, mataron a más de 200 para que no cayeran en manos españolas. A los pocos días se presentaron ante el teniente cinco familias de apaches mescaleros solicitando la paz, siendo llevadas al presidio Santa Rosa María de Sacramento de Agua Verde [municipio de Zaragoza, Coahuila] donde estaba otro número de ellos y de lipanes).

1798  

* En enero de 1798, la comandancia militar reanuda sus campañas punitivas contra los apaches llaneros. (Pedro de Nava cursa instrucciones para que se inicien operaciones de castigo contra los mescaleros, faraones y lipiyanes al mismo tiempo que tomaba nota de que los apaches lipanes, de la frontera entre Coahuila y Texas, no habían tomado parte en las recientes incursiones de los mescaleros [aunque estaban unidos a ellos por parentesco, probablemente por matrimonios]. Asimismo, tenía la palabra de los lipanes comprometiéndose a luchar junto a las tropas españolas. Sin embargo, los mismos lipanes no eran de fiar, pues, en los años 1789-1790 fueron admitidos en el pueblo de San Ildefonso como apaches pacíficos, cuando en otros lugares incursionaban, haciéndose pasar como mescaleros y lipiyanes. Nava afirmaba que su táctica era hostilizar en una provincia y buscar asilo pacífico en otra. Por lo tanto, dijo que su política era el no interferir cuando los comanches atacaban a los lipanes).

* El 5 de abril de 1798, el teniente Miguel Múzquiz ataca un campamento de apaches lipiyanes y mescaleros. (Había salido de Coahuila por orden del comandante general de las Provincias Internas, Pedro de Nava, con un destacamento de 169 hombres. Después de 45 días de marcha hallaron su campamento en la Sierra Blanca [Hudspeth County, Texas]. Múzquiz atacó con 118 hombres, dejando al resto con el tren de suministros, matando a 11 guerreros, mientras 54 de ambos sexos fueron apresados por los soldados que se apoderaron de más de 240 caballos. Los españoles solo tuvieron tres heridos por disparos pero no de gravedad. Por la fatiga de los soldados y por la custodia de los apresados, el resto de apaches consiguieron huir precipitadamente.

Con la esperanza de que El Calvo y su banda solicitase la paz, Nava cursó instrucciones al teniente coronel Antonio Cordero para que haga los preparativos para asignarles unos terrenos en la frontera de Coahuila).

* En noviembre de 1798, el gobernador Fernando Chacón informa a Nava que un grupo compuesto por dos jicarillas, acompañados por cuatro apaches llaneros, intentaron hacerse pasar por jicarillas afirmando que llevaban tiempo apartados de su tribu buscando a una mujer que se había ido a vivir con los lipanes y a un muchacho cautivo de los comanches. (Después de entregarles una tela de algodón y un sarape a cada uno por estar íntegramente en cueros, Chacón manda escoltarles lejos de la provincia, advirtiéndoles que si volvían serían tratados de otra forma. El gobernador añade que otra prueba de que los jicarillas acudían furtivamente a comerciar con los lipiyanes y mescaleros era que el jefe jicarilla Concha había muerto en un ataque efectuado en las llanuras por el teniente coronel Antonio Cordero contra los apaches llaneros. Los jicarillas que vivían en el norte de Nuevo México, a pesar de ser aliados de los españoles, se sentían atraídos por sus parientes y a veces viajaban al sur para comerciar con los lipiyanes y mescaleros).

1799

* En 1799, José Manuel Carrasco, teniente coronel retirado del ejército colonial español, encuentra un gran yacimiento de cobre, que en el futuro sería llamado Santa Rita del Cobre. (Fue llevado allí por un pequeño grupo de apaches a los que había ayudado cuando era capitán del Presidio de Carrizal [municipio de Ahumada, Chihuahua].

Carrasco, probablemente un criollo, nació en 1743 en Julimes [Chihuahua], alistándose en el ejército a los 25 años, sirviendo durante tres décadas en tres diferentes presidios: Carrizal, Buenaventura y Janos. Conocido por su valentía en enfrentamientos con los apaches, pasó por todos los escalafones, retirándose en 1798 como teniente coronel. Informado por sus amigos apaches que había un lugar donde había cobre, les pidió que le llevasen allí.  

El yacimiento se encontraba en un seco valle, debajo de una pendiente de una pequeña sierra hoy conocida como Santa Rita Mountains [Grant County, New Mexico]. Sesenta y dos años antes de la llegada de Carrasco a ese lugar, el capitán Bernardo de Miera y Pacheco, cartógrafo de El Paso del Norte, visitó la zona. Años después, en 1758, realizó un mapa del lugar, llamando a las montañas Sierra del Cobre Virgen. Carrasco hizo su primera reclamación minera allí en 1801, con los chihennes dominando la región.

Buscando respaldo financiero, pidió inversión a Pedro Ramos de Verea, un exitoso comerciante de Chihuahua que había proporcionado suministros a varios presidios del norte de la Nueva España. Ramos de Verea ofreció a Carrasco su tren de mulas para transportar el cobre a la Ciudad de Chihuahua, y de allí a la Ciudad de México, También le prometió presentar reclamaciones mineras por él en la Diputación de Minería de la Ciudad de Chihuahua y llevar el cobre a la casa de la moneda de la Ciudad de México. Pedro de Nava, comandante general de las Provincias Internas también le ayudó, usando su autoridad para proporcionar la mano de obra consistente en prisioneros de las cárceles de la Ciudad de Chihuahua y Janos. Carrasco hizo distinción con los salarios, pagando un peso al día a los chihuahuenses y solo medio a los apaches.

El peligro apache evitaba que expertos mineros se unieran a Carrasco incluso recibiendo el doble de salario. Nava también envió un contingente de soldados de los presidios de San Buenaventura y Janos en el otoño de 1800 y en la primavera de 1801 para reconocer el valle del Mimbres y la Sierra del Cobre Virgen, esperando alejar del lugar a los chihennes antes de la llegada de Carrasco en abril de 1801, cuando él cercó con estacas su primera reclamación minera.

En junio de 1801, Ramos de Verea había registrado dos reclamaciones mineras en nombre de Carrasco, El Corazón de María y El Corazón de Jesús. Otras dos concesiones dan idea de la esperanza de Carrasco de triunfar en el sector minero, Nuestra Señora de Guadalupe, mina de plata; y la Santísima Trinidad, de oro. De acuerdo a las leyes mineras españolas, los peticionarios no eran en realidad los propietarios de los minerales [pertenecían a la Corona], pero eso no impedía que se hicieran ricos.

El desarrollo de los trabajos requería que hubiera una zanja de unos 5 pies de ancho por 30 de largo para conseguir una reclamación individual. Las autoridades daban un plazo de 90 días para demostrar estas medidas o los peticionarios podían perder la concesión, pero la Diputación de la Minería hizo una excepción en el caso de Carrasco debido a las grandes distancias, los ataques apaches, y a las perspectivas de las autoridades de conseguir pingües beneficios).

* El 25 de abril de 1799, el regidor de la Villa de Santiago del Saltillo (Saltillo, Coahuila), Andrés Antonio de la Mata y Coss informa acerca de la muerte de un comanche, llamado Saquina, a manos de una apache lipán durante la conducción de prisioneros.

* El 27 de agosto de 1799, el gobernador intendente de Durango, Pedro de Nava, informa desde Chihuahua que ha recibido varios partes sobre las incursiones realizadas por apaches mescaleros en las jurisdicciones de San Juan del Río, Cuencamé y Real de Indé ([las tres en Durango]. Tenía constancia de los actos cometidos por ellos en Cuencamé, por informes proporcionados por el subdelegado José María Durán. En razón de ello, dispuso que el comandante de la primera compañía volante despachara un destacamento para tenderles un cerco por el norte para detener su avance hacia el sur. No obstante, ante la imposibilidad de guarnecer todos los puntos que los apaches mescaleros pudieran atacar, ordenó que se permitiera armar a los trabajadores de las haciendas, pueblos y ranchos; y que los vecinos y operarios de las haciendas tengan armas con que oponérseles y perseguirlos).

1800

* En abril de 1800, José Tomás Reyes, justicia (a cargo de funciones judiciales y policiales) de la Villa de Candela (Coahuila), informa a Antonio Cordero, gobernador de la provincia de Coahuila, que Teodoro Martínez, vecino de dicha población, sufrió el robo de nueve mulas a manos de nativos desconocidos, que por las huellas encontradas se dirigían al paraje llamado Arroyo de los Álamos ([municipio de Múzquiz, Coahuila].

El 11 de abril, Reyes recibió la noticia de que se había formado un grupo de gente para interceptar a “los apaches enemigos” que robaron los animales de Teodoro Martínez y Juana de Hoyos).

* Durante la primavera de 1800, las rancherías de Jasquienelté, Targarlán y Ojos Colorados están acampadas en las montañas cercanas a Janos (Chihuahua) para cazar y huir de la epidemia de viruela originada el año anterior. ([La epidemia de viruela azotó el norte de México matando a mucha gente, apaches incluidos].

Este contagio había llevado a Juan Diego, El Güero y Pisago, a ir con sus rancherías a Bavispe [Sonora]. En junio y julio, debido a la misma epidemia, muchos apaches estaban fuera del presidio de Janos, aunque algún “valiente” iba a recoger los suministros de maíz, sal y cigarrillos. Otras raciones [incluyendo los toros, la porción de carne asignada] eran enviadas al resto a sus campamentos).

* En 1800, aparecen en los registros del presidio de Janos (Chihuahua) las rancherías apaches de los jefes Juan Diego, Coyote, Jasquienelté, Pisago, Targarlán, Tetsegoslán y Vívora. (Los jefes Ojos Colorados y Dianaltie estuvieron en Janos unos pocos meses durante ese año, pero luego desaparecieron de los registros.

A pesar de la aparente paz en las cercanías de Janos, también hubo problemas. El soldado Manuel Albino Rodríguez tuvo su “bautismo de fuego” durante un enfrentamiento que tuvo lugar el 30 de enero, en el que  su unidad capturó a 13 apaches [cinco hombres, cuatro mujeres, y cuatro niños].

Cuatro meses después de alistarse, el soldado Albino Parra participó en un enfrentamiento en abril en el que mataron a nueve guerreros apaches y recuperaron 30 caballos.

El 16 de octubre, el soldado José García fallecía en otro enfrentamiento; al igual que José Olguín, que lo hacía el 1 de diciembre. Se desconoce a qué rancherías pertenecían esos apaches porque los líderes seguían establecidos cerca de Janos.

Jasquienelté fue uno de los líderes apaches más estables en Janos, encabezando una ranchería hasta su muerte en agosto de 1828.

Tetsegoslán, hermano de El Padre, se quedó en Janos hasta principios de 1802, cuando se trasladó a San Buenaventura [municipio de Buenaventura, Chihuahua].

Vívora vivió en Janos hasta su muerte en 1803 o 1804, cuando su ranchería fue dirigida por Coyote, compitiendo por el liderazgo con Juan Diego Compá. Debido a la residencia matrilocal habitual, existe la posibilidad de que Coyote fuese el hijo de Vívora, por lo que este sería el abuelo de dos importantes líderes apaches en la década de 1840, los jefes Manuel y Torres. Juan Diego Compá visitaba regularmente el campamento de su posible pariente Vívora, buscando quizás arrebatarle guerreros a los que unir a su ranchería. Lo mismo pasó en sentido contrario, ya que algunas familias se trasladaron entre los campamentos de los dos líderes. Cuando algunos jóvenes de Juan Diego Compá provocaron un altercado en Janos, Vívora los “puso firmes”, apoyándose en su posición de líder, pero Juan Diego Compá se enfadó al ver que Vívora le “pisaba el terreno”.

La ranchería de Targarlán recibió raciones en Janos hasta octubre 1802, cuando desapareció hasta 1809, cuando murió a manos de otro apache [probablemente un competidor] en la Sierra de Enmedio [municipio de Ascensión, Chihuahua]. Se desconoce si estuvo en otro establecimiento de paz durante ese periodo.

De vez en cuando algún jefe, como El Chague en 1802, se presentaba en Janos por cortos períodos y luego desaparecía; sin tener noticias de su lugar de residencia).

* En 1800, a pesar del éxito inicial conseguido con los asentamientos de apaches pacíficos en lugares como El Sabinal (Sabinal, Socorro County, New Mexico), los documentos españoles revelan una continuación de las hostilidades por parte de bandas apaches que operan desde las montañas situadas al este y oeste del Río Grande, lo cual indica que podían tratarse de gileños además de mescaleros. (Aunque no se logra una total pacificación de la Apachería, se puede afirmar que se inicia un cambio sustancial en las relaciones con ellos, lo que permite cierto grado de convivencia con los hispanos. En zonas de los presidios de El Paso [Ciudad Juárez, Chihuahua]; Janos [Chihuahua]; Fronteras [Sonora] y Tucson [Pima County, Arizona] se instalan nutridos campamentos de apaches que reciben periódicamente raciones y suministros. Esta política permitió el desarrollo y expansión de actividades ganaderas, agrícolas y mineras a lo largo de la frontera de la Nueva España hasta bien entrado el período mexicano después de 1821. Cabe mencionar que esta convivencia permitió a los apaches conocer las tácticas militares de los españoles. Incluso algunos apaches aprendieron a leer y a escribir en castellano, lo cual les permitió interceptar los correos durante las guerras que en el futuro tendrían con los mexicanos).

* El 4 de junio de 1800, Pedro de Nava envía instrucciones al gobernador Fernando Chacón para que inicie una ofensiva desde el presidio de San Elizario (El Paso County, Texas) contra las bandas apaches que residen en los montes de aquella zona.

* El 2 de julio de 1800, Antonio Cordero, gobernador de la provincia de Coahuila, comunica al alcalde de la Villa de Saltillo (Coahuila) que por las inmediaciones de la Villa de Cuatro Ciénegas había llegado una pequeña banda de apaches mescaleros procedente del Bolsón de Mapimí. (Desde la población de Monclova [Coahuila] se pidió que se organizase un grupo de 20 vecinosmunicionados de víveres por 15 díasy mandado porsujeto de conocida resolución, práctica y conocimiento).